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Margay en Cerro Largo.

Foto: Adrián Antúnez (NaturalistaUy)

Uruguay está en el centro de una zona de pérdida “alarmante” de diversidad de especies carnívoras en el continente

11 minutos de lectura
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Estudio liderado por uruguaya muestra que cuatro especies de carnívoros están experimentando una reducción de su distribución en la región neotropical, y destaca como la zona más afectada al bioma Pampa, muy impactado por la transformación acelerada del uso del suelo.

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Editar

Hasta hace unos tres millones de años no existían prácticamente carnívoros placentarios en tierras sudamericanas. Esto no significa que la región fuera un paraíso exclusivo de vegetarianos, porque rondaban por aquí las aves del terror y marsupiales de aspecto temible, pero el único mamífero carnívoro placentario –es decir, con crías que se desarrollan en el útero materno, como los humanos– eran unos parientes del coatí, del género Cyonasua.

Existían buenos motivos para que fuera así. Estos mamíferos habían evolucionado fuera de Sudamérica, que por entonces estaba separada del resto del continente americano por una masa de agua prácticamente imposible de franquear para animales terrestres. Los ancestros de Cyonasua fueron unos adelantados, porque probablemente se las ingeniaron para llegar nadando entre islas o aferrados a restos flotantes de árboles.

Para arribar a nuestro continente, el resto de los carnívoros placentarios necesitaba un puente, que fue justamente lo que ocurrió cuando terminó de surgir el istmo de Panamá aproximadamente hace tres millones de años.

Así fue como llegaron a Sudamérica los ancestros de los félidos, cánidos y otros depredadores que darían paso al gremio actual de carnívoros de este territorio, nombre que no surge de su tendencia a sindicalizarse sino que define en este caso a un conjunto de especies que explotan la misma clase de recursos de manera similar.

Muchos se extinguieron. Varios de ellos antes de la llegada del ser humano al continente. Otros, como el tigre dientes de sable o algunas especies de osos y de cánidos, unos miles de años después, aunque el rol del ser humano en su desaparición aún está en discusión.

La influencia humana sí es clara en el proceso de retracción que están sufriendo hoy varios carnívoros que todavía viven en el continente americano. Eso es justamente lo que muestra un trabajo de reciente publicación firmado por la bióloga uruguaya Florencia Grattarola junto a sus colegas Katerina Tschernosterova y Petr Keil, de la Universidad Checa de Ciencias de la Vida de Praga, República Checa. En él, usaron una herramienta estadística novedosa para mostrar que cuatro carnívoros carismáticos de la región vienen experimentando una alarmante pérdida de su área de ocupación desde el año 2000.

Modelo para armar

Que el Neotrópico –que incluye una partecita de Norteamérica, Centroamérica y casi toda Sudamérica– es una de las regiones del planeta donde las áreas naturales han sufrido mayor degradación no es novedad. Lo que no está claro aún es qué efecto está teniendo eso en la fauna, en parte porque esta región no se caracteriza por grandes inversiones en monitoreos sistemáticos de su biodiversidad. Un grupo de especies fundamental para echar luz sobre este asunto son justamente los carnívoros, que ocupan las posiciones más altas de la cadena trófica y tienen un rol clave en el funcionamiento de los ecosistemas.

Tal cual aclara el artículo de Florencia y sus colegas, en Sudamérica y Centroamérica ya existen mapas de distribución de vertebrados, pero “el problema es que son completamente estáticos”. Todavía no hay información de cómo cambian a lo largo del tiempo, aun cuando sabemos que el conocimiento de su dinámica temporal y su diversidad “es potencialmente crítica en el contexto de la transformación en curso del paisaje del Neotrópico”, aclaran.

“Y si hay un cambio en la distribución, ¿a qué se debe? ¿Qué es lo que lo está generando? Todas estas preguntas, si no tenés esa información temporal, no las podés responder”, aclara Florencia desde República Checa.

Para descubrirlo, Florencia y sus colegas echaron mano a la misma herramienta que ya probaron con éxito en un trabajo anterior sobre el yaguarundí: el Modelo Integrado de Distribución de Especies (IDM, por sus siglas en inglés), que resuelve las limitaciones de contar con datos dispersos y diversos, como ocurre a menudo en nuestra región.

Este modelo permite incorporar varios conjuntos de datos, como los derivados de estudios con cámaras trampa y registros en plataformas globales como la Global Biodiversity Information Facility (GBIF, que incluyen datos de ciencia ciudadana como los de iNaturalist), porque tiene en cuenta el proceso mediante el cual fue tomada esa información y evita de esta manera sesgos que pueden alterar los resultados (por ejemplo, considera la cercanía con centros poblados, el total de jornadas de observación de las cámaras de trampa y otras variables).

Yo soy uno de los ocho

En este caso, usaron el modelo para entender cómo cambió la distribución de ocho carnívoros emblemáticos de la región neotropical: el margay (Leopardus wiedii), el ocelote (Leopardus paradalis), el coatí (Nasua nasua), el yaguarundí (Herpailurus yagouaroundi), el zorro de monte (Cerdocyon thous), el aguará guazú (Chrysocyon brachyurus), el tayra o hurón mayor (Eira barbara) y el lobo grande de río (Pteronura brasiliensis).

Alimentaron el modelo específicamente con información de estudios con cámaras trampa (que muestra tanto la presencia de las especies como la ausencia), los registros en la plataforma GBIF, los mapas de distribución hechos por expertos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y también las variables ambientales preferidas por cada especie, con el objetivo de mapear cómo ha cambiado su distribución en dos períodos de tiempo (2000-2013 y 2014-2021).

Cambios en la distribución de los cinco carnívoros entre 2000-2013 y 2014-2021. Tomado de Grattarola et al 2024.

Aunque su idea inicial fue analizar los rangos de distribución de las ocho especies, finalmente tuvieron que descartar tres (ocelote, coatí y zorro de campo), porque los datos obtenidos no fueron suficientemente buenos para la resolución con la que trabaja el modelo.

¿Qué está pasando entonces con esos cinco carnívoros carismáticos del Neotrópico, tres de los cuales se encuentran aún en Uruguay (el aguará guazú, el margay y el yaguarundí)? El trabajo reveló un panorama menos alentador del que pinta actualmente la UICN y también dejó en evidencia que hay regiones del Neotrópico en las que se están produciendo cambios profundos, que ameritan investigaciones más detalladas.

Jugando al achique

“Al comparar los resultados de los dos períodos estudiados vimos que cuatro de las cinco especies están sufriendo una contracción en sus rangos de distribución (es decir, zonas en las que su probabilidad de ocurrencia es mucho menor). Sólo el yaguarundí aparece bastante estable, aunque también con pérdidas y ganancias”, cuenta Florencia.

El yaguarundí ha sufrido una contracción en el sur de su rango de distribución (lo que incluye a Uruguay) pero se ha expandido al este de Brasil y al oeste de la Amazonia.

El margay tuvo disminuciones al sur de Perú y en las regiones del Chaco y el Pantanal, pero experimentó una expansión en Uruguay y regiones cercanas, así como partes del Cerrado, la Caatinga y el norte de la Mata Atlántica brasileña. Aun así, su rango se contrajo 746.000 km2.

El aguará guazú también sufrió importantes contracciones, especialmente en el Chaco y la región de las Pampas (específicamente Uruguay, norte de Argentina y sur de Paraguay) con una pérdida total de 1.640.000 km2.

El hurón mayor contrajo su rango al sur de distribución (el centro de Argentina) pero se expandió al norte (México), con un saldo negativo de 548.000 km2.

El lobo grande río, que es la especie más complicada de las cinco de acuerdo a la UICN (la única con categoría “Amenazada”), fue la que experimentó una mayor pérdida de rango: dos millones de kilómetros cuadrados repartidos en forma pareja en su área de distribución, principalmente en la cuenca amazónica.

Estos datos aislados son de por sí preocupantes y muestran cuánto se ha reducido el mundo para especies que son fundamentales en la cadena trófica, pero no son los únicos que revela el artículo. Al alejarse del árbol para ver el bosque, los investigadores notaron otros patrones llamativos en el continente.

Cambia, todo cambia

Al analizar conjuntamente las pérdidas y ganancias de rango de estas cinco especies a nivel regional, se encendió una luz de alarma para algunas zonas, como pasó con el territorio que incluye el Chaco Seco, el Espinal y la Pampa. “Se acumularon pérdidas en la región que cubre Uruguay, el norte de Argentina, Paraguay y el sur de Bolivia, impulsadas por las contracciones de rango del aguará guazú, el yaguarundí, el hurón mayor y el margay”, indica el trabajo (si bien hubo una expansión del margay para Uruguay, como ya vimos, no llega a compensar la pérdida global de especies en esa región). Los autores definieron esta zona como un hotspot (un punto caliente) de pérdida de riqueza de especies carnívoras.

Luego hubo zonas en que no se perdió número de especies carnívoras pero sí se modificó la composición. Por seguir usando metáforas sindicales, podríamos decir que en esas áreas el gremio se mantiene aparentemente con la misma fuerza pero cambió la integración del secretariado. Por ejemplo, en el noroeste de México (Sierra Madre Occidental y las tierras bajas del Pacífico), donde aumenta el rango del hurón mayor y disminuye el del yaguarundí, y en el sureste de Brasil (en la Caatinga), donde se produce exactamente lo opuesto.

“Marcamos estas tres zonas específicas porque nos parece que son las más relevantes o al menos las que indican más claramente que se están produciendo cambios, ya sea por pérdida de especies, como ocurre en la zona del Chaco Seco, el Espinal y la Pampa, o por intercambio de especies, como pasa en la Caatinga y el noroeste de México”, cuenta Florencia.

Aguará guazú en Goiás, Brasil.

Foto: Valter K. Filho (iNaturalist)

Para Florencia, algo bueno del artículo es que pone la mirada en esas zonas, que usualmente están desatendidas en políticas de conservación. “La Caatinga es uno de los biomas que menos preocupación despiertan en Brasil, junto con los pastizales, y lo mismo ocurre con el Chaco Seco; ahí hay menos iniciativas porque está todo centrado en ciertas especies de la Yunga, la Amazonia o el Pantanal, pero estas otras son áreas que están en transición y en las que están ocurriendo cosas”, aclara.

“Sugerimos que estas variaciones podrían estar vinculadas a los cambios de uso del suelo que se están produciendo en la región neotropical”, dice el artículo. “Nuestro estudio provee evidencia que muestra en qué partes del continente se están produciendo declives y con qué prominencia”, señala el estudio, “por lo tanto puede ayudar a priorizar áreas para acciones de conservación inmediatas hechas a medida para cada especie”.

Lo de “a medida” tiene lógica, porque los factores que podrían estar incidiendo en estos cambios en el continente son distintos según la zona, como deja claro el análisis del equipo.

El mundo no basta

En la publicación, los investigadores señalan que si bien el oeste mexicano no es una de las zonas más afectadas por el cambio de uso de suelo en ese país, tiene muy pocas áreas protegidas, con carencias específicas en conservación de carnívoros y regiones desatendidas, lo que podría explicar parcialmente el patrón observado.

Distinta es la situación en la segunda zona señalada. Casi la mitad del área de la Caatinga, en Brasil, ha sido convertida para agricultura y pastoreo. Las áreas naturales restantes están fragmentadas y bajo perturbación humana, con sólo 7,5% bajo alguna protección, la mayoría en manos privadas.

Lo mismo pasa en la zona que mostró mayor cambio de composición de especies y también mayores pérdidas, que es la que atañe a nuestro país. Tanto la región del Chaco como la de la Pampa han experimentado cambios profundos en el uso del suelo en las tres últimas décadas. Desde 1985, el Chaco perdió 14,5% de su vegetación natural y la Pampa 11,8%, principalmente de pastizales naturales (una realidad que en nuestro país conocemos bien). “La notoria pérdida de especies en estas áreas podría ser una consecuencia de estos cambios profundos”, apunta el artículo.

Algunas especies son más tolerantes a estos cambios que a otras. Por ejemplo, el aumento de rango del yaguarundí entre la Caatinga y el Cerrado podría estar vinculado a su preferencia por el contraste de ambientes húmedos y secos de esa región, pero al límite sur de su distribución, donde se produjo una contracción, han ocurrido cambios drásticos de uso del suelo.

Para Uruguay es interesante el caso del margay, cuyo rango aumenta en nuestra región. “Esto va en línea con estudios previos que muestran una extensión de la distribución de esta especie en Uruguay a lo largo del tiempo”, indica el trabajo. Para Florencia, es cierto que al margay se lo ha visto más últimamente en nuestro país (es un abonado a las cámaras trampa y, lamentablemente, a los reportes de atropellamientos en rutas), pero es difícil establecer si hay una causa detrás (y cuál es) o si simplemente estamos observando más y prestando más atención en las últimas décadas.

“Las especies pueden moverse para seguir sus preferencias ambientales, debido a cambios en el uso del suelo (se ve forzada si destruyen o modifican su hábitat, por ejemplo) y también por interacción con otras especies. Un caso típico es el del ocelote, que cuando tiene una presencia fuerte en una zona provoca un efecto de evasión en felinos más pequeños que él. Sería interesante ver si hay alguna interacción parecida en Uruguay, si el margay se está viendo favorecido por la ausencia de carnívoros tope, a diferencia de lo que pasa en otras regiones”, dice Florencia.

El aguará guazú también ha experimentado un declive al sur de su distribución –que incluye nuestro país– más allá de algunas apariciones oportunistas en Uruguay y parte de Argentina. Sin embargo, ha expandido su distribución hacia el noroeste, en parte de la selva amazónica, probablemente favorecido por la conversión de zonas de la Amazonia baja en áreas de pastoreo.

Si bien el hurón mayor también está sufriendo una merma de su área, en especial al sur de su distribución, el caso más crítico es el del lobo grande de río, presumiblemente extinto en Uruguay desde hace décadas. El trabajo muestra un declive generalizado, excepto unas pocas áreas en la cuenca superior del Amazonas, y advierte que es una especie que desde hace décadas lidia con las amenazas de la caza, la deforestación del Amazonas y la contaminación de cursos de agua.

Estas conclusiones son doblemente preocupantes. Por un lado, muestran los cambios acelerados que se están produciendo en la distribución de especies emblemáticas de la región. Por el otro, revelan la falta de percepción sobre los peligros que estas tendencias representan.

Verbo ser y verbo hacer

“Estos patrones estimados de declive general son alarmantes, en especial porque cuatro de las cinco especies han sido clasificadas como no amenazadas por la UICN. El estatus de conservación global oficial de estas especies quizá deba ser reevaluado”, sugieren los autores en el artículo.

Este diagnóstico preocupante sería invisible, prosiguen, si se usaran sólo criterios de conservación estáticos, como los mapas de distribución actuales para estas especies. Eso resalta las ventajas de aplicar este tipo de modelos dinámicos, que se nutren de “varias líneas de evidencias”.

Yaguarundí en Perú.

Foto: Thibaud Aronson (iNaturalist)

“Por ejemplo, hay zonas en las que según la UICN estas especies están y nosotros no vemos que estén. O se cree que son más abundantes de lo que son, porque los mapas muestran el rango sin considerar el nivel de ocupación que tienen por área. Puede que estén, sí, pero en una densidad bajísima, como pasa con el aguará guazú en Uruguay o el yaguarundí en parte de Argentina”, explica Florencia.

Lo que deja claro el trabajo es que casi todas las especies analizadas están experimentando una tendencia grave a la baja en su distribución, que obliga a reevaluar su situación. Pero saberlo es una cosa y hacer algo es otra muy distinta.

A esta altura, los discursos que abogan por la conservación de la biodiversidad y su importancia en un mundo conectado pueden resultar cansadores y repetitivos, pero no por culpa de los científicos y conservacionistas que los impulsan. Es la inacción, cada vez más consciente pese al manejo de más y mejor información, la que está amortiguando el impacto y la eficacia del mensaje.

Florencia, dolorosamente consciente de que esto es un fenómeno global, da un ejemplo claro. En Europa, donde vive y trabaja actualmente, hay estudios muy sistemáticos y bien claros sobre lo que debe hacerse para mitigar el impacto de la agricultura en la conservación de muchas especies de aves. Sin embargo, “se han puesto muchos incentivos a la producción sin contemplar ningún tipo de cuestión relativa a la biodiversidad”, cuenta.

“Si pensamos en el caso de Sudamérica, todavía ni siquiera tenemos claro qué es lo que realmente serviría o de qué forma deberíamos estructurar la producción para reducir la pérdida de biodiversidad. Pero si supiéramos, ¿cambiaría algo? Eso es lo que a mí a veces me preocupa. Si yo mañana puedo vincular sin ningún tipo de duda la desaparición de una especie con una forma de producción, ¿pasaría algo después?”, se pregunta.

Un síntoma de eso es lo que ocurre en la campaña política en Uruguay, opina. “Si ves la campaña no hay nadie hablando de biodiversidad, o si se habla queda a nivel de eslogan, agroecología, cambio climático, algo muy escaso y muy general. Y lo que pasa en la realidad es que hay planes pero no hay presupuesto, y que somos el país con el sistema de áreas protegidas con menos tamaño de la región, por muy lejos”, prosigue.

En ese contexto, lo importante “es que las personas puedan conocer estas cosas y que se sepa lo que está ocurriendo, que el conocimiento circule”. “A muchas personas les interesan estos temas, les despiertan preocupación; la esperanza, entonces, es que la gente informada pueda ejercer ciertas presiones”, concluye.

No vendría mal. En vistas de que el gremio de los carnívoros neotropicales no puede hacer valer ese nombre para defender sus derechos a permanecer en estas tierras, las especies que lo integran van a necesitar toda la ayuda posible en los próximos años.

Artículo: A continental-wide decline of occupancy and diversity in five Neotropical carnivores
Publicación: Global Ecology and Conservation (setiembre de 2024)
Autores: Florencia Grattarola, Katerina Tschernosterova y Petr Keil.

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