En Uruguay tenemos nuestro propio gato de Schrödinger, que durante mucho tiempo estuvo y no estuvo a la vez en el territorio nacional. Es un felino elusivo y misterioso por varios motivos, al punto que se puede decir que es un poco “contra” en varias de las características que definen a la mayoría de los integrantes de su familia. Tiene hábitos principalmente diurnos, su pelaje es liso y su formato corporal –cuerpo alargado, patas cortas, cabeza pequeña– lo hace parecer un hurón o algún otro integrante de la familia de los mustélidos, más que un gato.
Pese a que está ampliamente distribuido en todo el continente y que se adapta bien a distintos ambientes, en Uruguay hubo que esperar muchísimo tiempo para obtener registros materiales de la presencia del yaguarundí (Herpailurus yagouaroundi). Se suponía que estaba entre nosotros, porque además existían varios registros cerca de las fronteras con Brasil y Argentina, pero su presencia fue controvertida durante más de un siglo por falta de evidencias.
Esta situación paradójica quedó de manifiesto en un trabajo realizado en 2021 por Enrique González (encargado de mamíferos del Museo Nacional de Historia Natural) y varios de sus colegas, que repasaba la situación histórica y actual de la especie en el país. Por ejemplo, en las últimas décadas del siglo XIX se consideraba que el yaguarundí estaba presente en Uruguay, con más de un estudioso que asumía su existencia en los montes de Tacuarembó, Artigas y Cerro Largo, pero sin el respaldo de registros tangibles.
Del mismo modo, en 1935 el naturalista Garibaldi Devincenzi lo suponía “refugiado en lo más abrupto de las serranías del este” y aseguraba haber analizado algunas pieles de la especie, provenientes de las sierras de Minas, que no quedaron en ninguna colección. Para 1972, sin embargo, el especialista en félidos Alfredo Ximénez ya lo había excluido de la mastofauna nativa y sugería que las citas anteriores podrían estar basadas en realidad en avistamientos de gatos monteses melánicos (de color negro).
Hubo que esperar recién a 2016 para ver el primer trabajo documentado sobre el yaguarundí en el país, con base en evidencias fotográficas que fueron obtenidas gracias a herramientas inexistentes en tiempos de Devincenzi. En el marco de un monitoreo participativo con cámaras trampa que la organización Julana hizo junto a la comunidad de Paso Centurión, Cerro Largo, logró obtener en 2015 dos fotos de un yaguarundí de pelaje gris “desplazándose paralelo a una cañada durante el día”.
Tal cual explicaron en el trabajo que publicaron al año siguiente, representaban “los primeros registros confirmados para individuos silvestres de la especie en Uruguay”. En ellas, el yaguarundí aparecía como lo que es en nuestro país: una sombra esquiva y difícil de identificar.
La primera autora de aquel artículo fue la bióloga Florencia Grattarola, que hoy realiza un posdoctorado en la Universidad Checa de Ciencias de la Vida de Praga. A Florencia y a sus compañeros de Julana aquella aparición del yaguarundí los emocionó pero también les planteó más preguntas que respuestas. Muchas le quedaron rondando a Grattarola durante todos estos años y la llevaron a emprender un trabajo de largo aliento: el uso de modelos estadísticos novedosos para entender qué está sucediendo con la distribución de esta especie en el continente.
Should I stay or should I go?
“Cuando publicamos la foto del yaguarundí hubo muchos comentarios sobre por qué aparecía ahora, al igual que ocurre con otras especies para las que Uruguay es el límite sur de distribución y de las que tenemos reportes en los últimos años. Se especulaba que podía deberse al cambio climático, por ejemplo, y a mí me dio curiosidad entender qué está pasando con ese tipo de registros. ¿Realmente está cambiando la distribución de esas especies? Si es así, ¿es debido al cambio climático? ¿Aparecen porque bajan a relictos bien conservados cuando los 'corren' de Brasil por las malas condiciones ambientales?”, se pregunta Florencia desde República Checa.
Estas son preguntas ambiciosas, pero para empezar a responderlas Florencia precisaba primero averiguar otras cosas más básicas. “Para comenzar, ¿sabemos realmente cómo se distribuyen? Bueno, eso no es fácil de saber en nuestra región prácticamente para ninguna especie”, agrega.
Tal cual aclara el trabajo de reciente publicación que escribió junto a sus colegas, la ecóloga inglesa Diana Bowler y el macroecólogo checo Petr Keil, entender cómo se va modificando la distribución de las especies en el tiempo, sobre todo en el mundo cambiante de hoy, es particularmente difícil porque se necesita para ello buenos datos que cubran regiones enormes y heterogéneas a lo largo de muchos años. “A pesar del crecimiento de la disponibilidad de datos abiertos, estos todavía están dispersos y sesgados temporal y espacialmente”, aclara su artículo.
Cuando hay datos, no suelen venir de un solo esfuerzo de monitoreo estandarizado, sino de una mezcla de fuentes que usan diferentes métodos, como los estudios con cámaras trampa, los registros de ciencia ciudadana y las colecciones de los museos.
“Cuando los datos de los que disponés vienen de distintas fuentes, presentan muchos problemas, porque es información que se modela en forma separada y arroja resultados diferentes. Entonces, nuestra idea fue ver si podíamos usar y adaptar unos modelos estadísticos que sirven para combinar información ecológica con datos muy diversos. Fue ahí cuando decidimos tomar como ejemplo el yaguarundí, que tiene un área de distribución muy grande pero con un conocimiento limitado, y ver si con estos modelos, usando la información que tenemos, podíamos evaluar qué cambios se están produciendo en el rango entero de distribución de la especie. Pero nuestro foco principal era sobre todo probar este modelo, más que estudiar el yaguarundí”, prosigue Florencia.
El modelo al que se refiere se llama Modelo Integrado de Distribución de Especies (IDM por sus siglas en inglés), pensado específicamente para resolver las limitaciones de contar con datos dispersos y diversos. Por ejemplo, aquellos que registran solamente la presencia de las especies (como los datos de ciencia ciudadana que aparecen en los repositorios de imágenes como iNaturalist o en las colecciones de los museos) y los que se llaman de presencia-ausencia (como los estudios de cámaras trampa, que detectan lo que aparece pero permiten deducir también lo que no aparece en un tiempo y áreas bien determinados).
El IDM tiene en cuenta también el sesgo en la observación de los registros (por ejemplo, la cercanía con ciudades) y las variables ambientales preferidas por la especie, como temperatura o precipitaciones, para jerarquizar la información y así predecir con más precisión los cambios de su distribución geográfica en el tiempo. “Lo que aporta este modelo es que, aun con datos de distinta calidad y súper sesgados, complementa las virtudes de cada método, matiza sus defectos y genera buenas predicciones de la presencia de la especie en el territorio”, resume Florencia.
En el caso de carnívoros como el yaguarundí, “la evidencia muestra que están variando su distribución geográfica, más notablemente en los límites de su rango, así como su abundancia”, dice el trabajo. “Sin embargo, si estos cambios se deben a la falta previa de esfuerzos de monitoreos o a la expansión o contracción de la especie no se ha estudiado cuantitativamente. Aquí desarrollamos un IDM para llenar este vacío de conocimiento”, agrega.
Gato encerrado
Conocidas las virtudes de este modelo, era hora de proporcionarle toda la información posible para que demostrara su valía y nos contara un poco más de lo que ocurre con este gato extraño. Para ello, Florencia y sus colegas se basaron fundamentalmente en dos fuentes. Por un lado, incluyeron todos los registros válidos de yaguarundí existentes en la base de datos GBIF, un repositorio “curado” que incluye también lo que figura en iNaturalist y que cuenta con datos verificados, con fecha, identificación y ubicación. Tuvieron que “limpiar” todos los registros para evitar duplicaciones e información con poca precisión geográfica.
Como su intención era medir el cambio de la distribución a lo largo del tiempo –y debido a que la mayor parte de los datos fue reportada luego del año 2000–, dividieron la información en dos períodos: uno que va de 2000 a 2013 y otro que va de 2014 a 2021. Para el primer período obtuvieron 193 registros de yaguarundí en toda el área de distribución y para el segundo 234.
La otra fuente de datos provino de una base de datos de carnívoros neotropicales que contiene estudios de cámara trampa con coordinadas geográficas precisas, duración de monitoreo e información del área de muestreo, entre otros puntos. Luego de hacer también una depuración, accedieron a 8.346 monitoreos de cámaras trampa (4.303 para el primer período y 4.043 para el segundo). El yaguarundí aparecía 614 veces en estos estudios (356 en el primer período estudiado y 258 en el segundo).
Es un montón de información, pero no es toda la que hay disponible sobre la especie. “Algo que pasa comúnmente es que muchos trabajos nunca llegan a GBIF o ningún repositorio porque los datos quedan encapsulados en un paper. Extraer esa información y ponerla en una tabla lleva trabajo, que es en parte lo que hizo este artículo y lo que estamos intentando sistematizar de acá en más”, cuenta Florencia. Esta no disponibilización de los datos llevó a que los otros dos registros fotográficos del yaguarundí en Uruguay para el período analizado quedaran fuera del artículo.
Además del reporte de cámara trampa en Paso Centurión, el yaguarundí se dejó fotografiar en dos ocasiones más luego del año 2000. Según consignaron Carlos Prigioni, Álvaro Sappa y Juan Villalba, se trata de un ejemplar cazado por perros en 2016 en Sierra de Ríos y otro que corrió la misma suerte en Las Cañas en 2020, ambos en Cerro Largo (hay otra foto de un ejemplar aportada por Enrique González pero de 1992, por fuera del período estudiado). Como ninguno de estos registros estaba en las dos fuentes de datos utilizadas por el trabajo, quedaron fuera del análisis.
Esto muestra que muchos datos están, pero como no se ponen a disposición abiertamente en forma referenciada, no se pueden usar u obligan a invertir mucho tiempo para rastrearlos o chequearlos. Por eso Florencia tiene su propia cruzada con su iniciativa Biodiversidata, paralela a este trabajo, en la que insiste en las bondades de compartir la mayor cantidad de datos posible, provengan de publicaciones científicas o de aportes ciudadanos.
“Usamos lo que figura en GBIF, que es la plataforma extensa y curada con metadatos en la que figuran los puntos con precisión, lo que necesitábamos para el trabajo. Este es un estudio de rango global, no local; de otro modo hubiera insumido un tiempo enorme obtener datos paralelos en cada país y el objetivo era probar cómo funcionaba el modelo”, explica Florencia, que aclara que este es un problema general, no sólo de los investigadores. “Nosotros aún no tenemos una cultura de disponibilizar los datos en estas plataformas, pero no lo hacen tampoco los museos y las facultades; México y Colombia hace 20 años que arrancaron con esto y en Uruguay ni siquiera estamos empezando”, se lamenta.
Aun así, el modelo resultó muy útil para analizar la dinámica de la especie y nos reveló un par de cosas importantes sobre el yaguarundí que estaban escapando incluso a los ojos de los expertos.
Si te vas...
Según las predicciones del estudio, entre el primer y el segundo período estudiado se produjo una contracción del área de distribución del yaguarundí tanto en el norte como en el sur, pero también hubo una expansión latitudinal. “En particular, la especie se retrajo del área central de Argentina, Uruguay y Paraguay, a la vez que mantiene su presencia en el centro de Brasil y se expande a la región de la Amazonia colombiana y brasileña”, indica.
También permite inferir que el yaguarundí evita los desiertos, las áreas semiáridas y las temperaturas extremas, y prefiere lugares con precipitación estacional. Le gustan las “áreas verdes productivas con buena cobertura de vegetación”.
En el caso de la retracción de la especie en Uruguay, se trata de una predicción en la que juegan variables ambientales (productividad primaria, elevación, temperaturas anuales, estacionalidad de la precipitación), pero que cuenta con un grado bajo de certeza. De hecho, el trabajo aclara que Uruguay está entre las zonas en las que las estimaciones son más inciertas, y que por eso justamente se necesitan más esfuerzos de monitoreo.
Donde sí hay un patrón bien claro es en la zona central de Argentina, asegura Florencia. “No está habiendo registros allí. Hay una contracción de la especie en los últimos años, pero además ni siquiera está muy presente en el primer período de los que estudiamos”, cuenta.
Esto marca una contradicción con el mapa “oficial” de la distribución del yaguarundí, que es el realizado por expertos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). “Por ejemplo, en él se incluye a un gran sector del centro de Argentina como parte de la distribución del yaguarundí y eso no lo vemos en ninguno de los períodos estudiados”, dice Florencia. Eso puede deberse a que algunos datos de la UICN tienen unos cuantos años de atraso (el yaguarundí ni siquiera figura para Uruguay, por ejemplo) o que está más basado en apreciaciones que en registros.
El uso de este modelo estadístico, entonces, nos permitiría actualizar los mapas de la UICN y obtener una distribución “más real” para el yaguarundí y las demás especies neotropicales, un dato que tiene consecuencias prácticas porque estos mapas son los que suelen tomarse como base para aplicar medidas de conservación globales.
...¿te irás sólo una vez?
Entender por qué se está produciendo esta contracción –es decir, por qué la presencia de la especie disminuye en el extremo norte y en el sur, según este modelo– nos lleva de vuelta al comienzo del artículo. Descubrir las causas es muy difícil, pero allí es donde apuntan los futuros trabajos de Florencia.
“Mi curiosidad arrancó por ahí, por querer probar que quizá no es el cambio climático el que está modificando algunas distribuciones, sino más bien el cambio de uso del suelo”, aclara Florencia. Para dilucidarlo, en el futuro tendrá que recurrir a otros datos problemáticos, como la variabilidad climática y las modificaciones en el ambiente provocadas por la acción humana en las últimas décadas. “Cuando hablamos de cambio de uso del suelo nos referimos al ser humano sustituyendo lo que antes era un monte por una plantación de soja o una urbanización, por ejemplo, pero esa es información que tampoco abunda estos últimos 30 años”, dice.
Su trabajo, por ejemplo, aclara que en el sur la especie ya es rara y está en bajas densidades, a lo que se suma que “grandes conversiones del suelo tuvieron lugar en las últimas décadas como consecuencia de la expansión de la agricultura”.
“Ahora queremos correr este mismo modelo con otras especies en el continente para ver qué cambios en común observamos. Una idea, por ejemplo, es ver si hay zonas en las que se está produciendo una contracción de varias especies y analizar qué pasa en esas áreas, qué cambios han ocurrido que puedan explicar esas variaciones”, resume.
En el “banquillo” de posibles causantes de las modificaciones en la distribución del yaguarundí no pone únicamente al cambio climático y el cambio del uso del suelo, sino también a la influencia de otras especies. Para ser más claros, por “otras especies” se refiere al ocelote, felino de tamaño medio conocido por el “bullying” que hace a los felinos chicos con los que compite en la naturaleza. “El ‘efecto ocelote’ está estudiado: es como se llama a la reducción de la presencia de los gatos medianos y chicos en las zonas en que esta especie está presente en forma abundante (algo que no ocurre en Uruguay), que podría también tener su incidencia en estos cambios”, apunta Florencia.
Más allá de las posibles causas, lo que queda claro es que algo está ocurriendo con la distribución de varias especies en la región neotropical, y que si queremos aplicar medidas de conservación que garanticen el futuro de algunos de los animales más emblemáticos y misteriosos de nuestro continente, necesitamos más y mejor información.
El uso de modelos estadísticos novedosos, como el que aplicó Florencia Grattarola con el yaguarundí, nos pueden ayudar mucho a corregir estos baches, pero para que desarrollen todo su potencial hay que aplicar la máxima contraria al “efecto ocelote”: compartir en el terreno. Básicamente, que cada vez haya más y mejores datos de fácil acceso para quien desee consultarlos. El aporte de la ciencia ciudadana es fundamental para esto, pero no sólo con el objetivo de brindar información a los investigadores, como si los observadores de fauna fueran simples máquinas que sistematizan datos en plataformas. “Se trata de que las personas sepan con qué animales conviven en su entorno, que se democratice la información y que tengan una herramienta que les permita conocer pero también defender mejor su territorio”, concluye Florencia.
Artículo: Integrating presence-only and presence–absence data to model changes in species geographic ranges: An example in the Neotropics
Publicación: Journal of Biogeography (abril de 2023)
Autores: Florencia Grattarola, Diana Bowler, Petr Keil.