El 30 de agosto de madrugada, Víctor Fontora se encontraba dentro de la empresa salteña en la que cumple tareas de seguridad cuando escuchó unos pasos en el camino lindero. Miró por la ventana, que se encontraba abierta, y le pareció que se acercaba un ciervo. Cuando miró con más atención al autor de aquellos sonidos, se dio cuenta de que se trataba de un animal completamente desconocido, que pocos segundos después dio media vuelta y desapareció.
Fontora lamentó no haberlo filmado. Sin pruebas, ¿quién le iba a creer que se había topado con un bicho que parecía una cruza de hiena con lobo, de patas largas, pelo rojizo y una crin negra enhiesta? Al minuto, sin embargo, sus miedos de parecer loco o cuentista se evaporaron: lo vio acercarse de vuelta por el camino de tierra que lleva al portón de la empresa. Esta vez tomó el teléfono y lo filmó durante unos 20 segundos, a tres o cuatro metros de distancia y bajo la luz de las lámparas de la calle. Quiso abrirle el portón para que el animal pudiera seguir camino, pero el ruido del mecanismo automático asustó a la criatura, que regresó corriendo por donde había venido.
“No tenía idea de qué estaba viendo, no sabía que existía algo así”, dijo Fontora a la diaria. Le causó asombro más que miedo, pero reconoció que se habría pegado un “susto bárbaro” si se topaba con él mientras hacía las recorridas nocturnas o cruzaba frente al portón. Si uno no conoce de qué animal se trata, su tamaño y aspecto no son precisamente tranquilizadores. Mucho menos si lo escucha aullar o dar los ladridos secos que lo caracterizan.
Pero lo que vio Víctor no era un lobizón, un chupacabras o algún bicho exótico escapado de un zoológico. Era un aguará guazú (Chrysocyon brachyurus), el más alto de los cánidos vivientes, una presencia fantasmal y esquiva que muy pero muy ocasionalmente se deja ver entre los pastizales sudamericanos. Mucho menos en Uruguay, donde los registros documentados se cuentan, literalmente, con los dedos de una mano.
El video del aguará guazú que filmó Víctor es el primero que se registra en tierras uruguayas, o al menos el primero que tiene notoriedad pública (ya que no se puede descartar que alguien haya tomado imágenes y optado por no difundirlas). El deseo de ver uno en Uruguay es tan intenso que cada tanto circula en las redes sociales algún video presuntamente filmado en el país pero que resulta ser originario del Cerrado brasileño o del norte argentino, donde tampoco abundan. En términos de fauna local, entonces, Víctor acaba de sacarse el 5 de Oro. Vio una de las figuras más carismáticas de nuestro territorio, quizá la más difícil de nuestro álbum. Pero, ¿qué aporta el registro a nuestro conocimiento del aguará guazú y qué sabemos realmente de su presencia en Uruguay?
La marca del zorro
El aguará guazú es un animal fascinante, y no sólo por lo rara que es su presencia en Uruguay. Es el único de los grandes cánidos de la región continental que sobrevivió a la extinción del Pleistoceno (hace poco más de 10.000 años) y es lo suficientemente resiliente para sobrevivir aún hoy en ambientes bastante intervenidos. Se lo llama de diversas formas: zorro con zancos, lobo guará, lobo de crin, borochi y kalak, expresión usada por los indios tobas, que lo consideraban un animal sagrado. Inspiró probablemente la leyenda criolla del lobizón, algo fácil de creer cuando se escuchan sus extraños aullidos.
La guía Mamíferos del Uruguay, de Enrique González y Juan Andrés Martínez-Lanfranco, deja claro que es un animal inofensivo para el hombre. Se alimenta de frutas y pequeños vertebrados, como roedores, aves, reptiles y anfibios. Ocasionalmente carroñea mamíferos de mayor tamaño, como armadillos o incluso ovejas.
Sus patas, larguísimas, en las que parece llevar botas a causa del color negro de la parte inferior, son una probable consecuencia de su adaptación a la vida en los pastizales sudamericanos. Tiene un sentido del oído muy desarrollado, como sugieren sus orejas enormes, de gran utilidad para cazar a sus presas casi silenciosas, pequeñas y muy huidizas.
Es un animal solitario, nocturno y que se mueve en grandes extensiones. Es “elegante y destartalado”, como describe con precisión el poema de Jorge Cravino, exdirector de Fauna de la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama). Los machos juveniles, en especial, recorren distancias muy largas al independizarse, lo que los ayuda a evitar la endogamia, siempre con el paso de ambladura típico de la especie (que consiste en mover a la vez la pata trasera y delantera de un mismo lado, como los elefantes, algo que se aprecia perfectamente en el video que filmó Víctor). Machos y hembras se encuentran rara vez en el amplio territorio que comparten, generalmente para procrear, y luego prosiguen sus caminos solitarios.
Que sea completamente inofensivo no evita que salga muy mal parado de sus encuentros con algunos seres humanos. Tiene mala fama entre los pequeños productores que crían aves de granja en Brasil y Argentina, un problema adicional para su conservación, además de la caza deportiva ocasional y el atropellamiento en rutas. Otros problemas son similares a los de otras especies de la región: la destrucción de su hábitat (los pastizales naturales) por el cambio de uso del suelo, y la presencia de perros.
Habita en regiones abiertas que incluyen el Cerrado de Brasil, algunas provincias del norte argentino, Paraguay, el oeste de Bolivia y, como se ha comprobado mediante varios registros en las últimas décadas, también en Uruguay, el límite sur de su distribución. La Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza lo considera una especie “casi amenazada” (categoría NT), mientras que en Uruguay es catalogada como “amenazada” (categoría EN) y especie prioritaria para la conservación.
Para entender lo infrecuente que es un encuentro como el que tuvo Víctor Fontora y comprobar la resistencia del “zorro con zancos”, basta con repasar sus andanzas a lo largo de la historia, vistas a través de los ojos de los naturalistas. No es raro que su presencia sea casi mítica: se lo ha dado por extinguido o directamente descartado para la fauna local en varias ocasiones.
200 años no es nada
Aunque el primer registro formal para Uruguay es relativamente reciente, ya desde 1801 el naturalista español Félix de Azara lo mencionaba para esta región. En sus Apuntamientos para la Historia Natural de los cuadrúpedos del Paraguay y Río de la Plata aseguraba que el aguará guazú “habita hasta el Río de la Plata sin pasar al sur de él”.
Para Uruguay fue reportado por primera vez por José Figueira en 1894, en su Enumeración de mamíferos, que dedica al aguará guazú una frase brevísima pero muy clara: “Esta especie, actualmente rara, puede hallarse únicamente en los departamentos del norte y el este”. Dámaso Antonio Larrañaga lo cita sucintamente para Uruguay en el tomo II de sus Escritos, sin duda anteriores a la obra de Figueira, pero publicados póstumamente en 1923.
En 1902 Eduardo Acevedo Díaz aseguraba que “va ya en camino de su extinción completa, siendo muy raros sus ejemplares al norte del río Negro”. En 1935, José Devincenzi escribía en Mamíferos del Uruguay que la especie “en virtud de variados testimonios actualmente debe considerarse extinguida”, opinión con la que no está de acuerdo en 1959 Horacio Arredondo, que en sus Notas zoológicas uruguayas afirma que se ha oído sobre su presencia en el Cuareim y el Yaguarón, “aunque rarísimamente”.
Los investigadores, claramente, no se ponían de acuerdo. Hay varios ejemplos más de citas en las que se duda de su presencia, se habla de ella en pasado o se asegura que nunca estuvo presente. Quizá por eso abunda el adjetivo “fantasmal” para referirse a sus apariciones en Uruguay.
Hubo, además de estas citas, varios reportes informales y esporádicos de la presencia de esta especie en nuestro territorio, pero recién en 1990 se contó con el primer registro documentado, como se verá en las siguientes líneas.
Pocos y nos conocemos
Para el mastozoólogo Enrique González, encargado del Departamento de Mamíferos del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN), el video filmado en Salto es el quinto registro bien documentado del aguará guazú en el país, aunque cree que otros reportes (sin pruebas) de su presencia en el país son fiables.
En 1989, un aguará guazú fue capturado con una trampa de lazo y muerto de un tiro en la estancia San Lorenzo de Río Negro, en Esteros de Farrapos (hecho que motivó el mencionado trabajo de 1990 de Álvaro Mones y José Olazarri). Su piel se conserva en el MNHN.
En 2002, Carlos Prigioni obtuvo una huella en El Potrerillo, Rocha, que a juicio de González es un registro bien documentado. “La huella del aguará tiene una gran particularidad, que es que los dos dedos centrales del animal están pegados”, explica.
En 2006, otro aguará guazú corrió en Sierra de los Ríos (Cerro Largo) la misma suerte que el ejemplar de 1989. Cazadores furtivos que ingresaron a una estancia vieron a dos de estos animales y dieron muerte a uno. Se trataba de un ejemplar enorme, probablemente de más de 30 kilos de peso, el más grande que se haya registrado en el mundo hasta el momento.
Enrique González tiene muy fresco el recuerdo de ese evento, porque tuvo que hacer una ardua tarea diplomática –digna de U Thant en la Organización de las Naciones Unidas en la época de la Guerra Fría– para recuperar de manos del cazador la piel del animal, que hoy se conserva en el museo.
Aquel fue además un registro doble (tercero y cuarto de nuestra cuenta), gracias a los excrementos oportunamente recogidos en la zona por Enrique y por Jorge Cravino, investigador que como vemos puede alternar la poesía con la mundanal pero necesaria tarea de manipular caca. El análisis del Departamento de Biodiversidad y Genética del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE) confirmó que aquella feca pertenecía a otro aguará guazú, no al cazado.
En 2013, la organización Julana obtuvo una imagen de un presunto aguará guazú con una cámara trampa en Paso Centurión, aunque González cree que es un registro dudoso al no tratarse de una imagen nítida, que aporte caracteres verificables.
De acuerdo al repaso del mastozoólogo, entonces, el quinto aporte bien documentado es el video filmado esta semana en Salto, región en la que ya hace cuatro años se habían difundido avistamientos.
En julio de este año se publicó un trabajo con los primeros registros documentados de aguará guazú en el departamento de Gualeguay, del otro lado del río. Esto llevó a especular que el ejemplar filmado en Salto podría ser un “visitante” argentino, a tono con la reciente apertura de fronteras.
Para González, sin embargo, no hay datos suficientes para sacar esa conclusión. “Se puede pensar que estaba de este lado, porque cruzar el río Uruguay nadando no es para cualquiera, pero lo más probable es que no sepamos nunca de dónde vino el animal”, comenta.
Con respecto al carácter inesperado de su aparición, González también cree que, si se obtienen datos más fidedignos de su distribución, quizá se concluya que su presencia cerca de zonas habitadas no es tan sorpresiva. “En algunas zonas ampliaron su distribución en décadas recientes y se ha postulado que ganaron terreno cerca de las ciudades y en zonas agrícola-ganaderas”, explica.
El gen solidario
Hay muchas preguntas para las que faltan respuestas, pero en Uruguay –donde, como ya vimos, no abundan los registros ni se posee mucha información sobre la situación actual de la especie– la genética puede venir en nuestra ayuda para conocer un poco más de las peripecias del aguará.
El Departamento de Biodiversidad y Genética del IIBCE, liderado por la bióloga Susana González, ha realizado algunos trabajos sobre la presencia del aguará guazú en la región, no sólo en Uruguay.
Para este tipo de trabajos, más que videos, se necesitan muestras. Por ejemplo, las fecales (como vimos en el episodio de 2006) siempre son bienvenidas en el IIBCE. Este departamento es uno de los pocos lugares de Uruguay donde es perfectamente normal escuchar la frase ansiosa: “Por favor, tráiganme caca”, como le ocurrió a quien escribe.
En el caso de la feca recolectada en Cerro Largo, el análisis de ADN comprobó que en la dieta del ejemplar había restos ovinos y que pertenecía a un individuo aguará guazú macho. Además, las muestras de los dos ejemplares de Cerro Largo (las del excremento de uno y la piel del otro) permitieron concluir que tenían un origen materno distinto. También se analizó el individuo muerto en 1989 en Farrapos y se concluyó que los tres tenían haplotipos distintos (conjunto de variaciones del ADN que suelen heredarse juntas). “La especie retiene diversidad génica” y “es posible la presencia de un grupo familiar en Cerro Largo”, concluía el trabajo de Natalia Manisse, Mariana Cosse, Leticia Repetto, María del Rosario Franco, Jesús Maldonado y Susana González.
Si ampliamos el panorama y pensamos en todo el rango de su distribución, no ya en Uruguay, los estudios genéticos del equipo de Susana González también nos dan pistas muy valiosas, pensando en el futuro del esquivo aguará.
Para otro de sus trabajos analizaron muestras de 87 individuos de Argentina, Bolivia, Brasil y Uruguay. Contrariamente a lo que pensaban antes de realizar el estudio (esperaban que no hubiera mayor variabilidad genética), los resultados revelaron la existencia de cuatro grupos diferenciados: uno de ejemplares de Corrientes y Santa Fe (Argentina); otro de Bolivia; un tercero de varias localidades brasileñas; y un cuarto de Uruguay, lo que abre expectativas de que al menos algunos individuos hallados en nuestro país efectivamente vivan en nuestro territorio. “El análisis de los ejemplares de Cerro Largo (padre e hijo) dio una variante única no descrita en Brasil”, cuenta Susana González.
El ADN, además, les permitió viajar en el espacio y el tiempo, como ocurre con la genética de la conservación. Los resultados sugirieron que la especie “ha sufrido fluctuaciones demográficas debido a los cambios en el clima y hábitat en el período de la glaciación pleistocénica, hace aproximadamente 24.000 años”. Detectaron una marca genética ocurrida alrededor de 50.000 años atrás, durante la expansión del tamaño de la población, seguida de la contracción durante las interglaciaciones en el Pleistoceno (como ha ocurrido con otros mamíferos).
Pese a ello, el aguará guazú resistió a la extinción del Pleistoceno que se llevó a cánidos de similar tamaño, y hoy retiene al menos un nivel moderado de variabilidad genética, importante para su supervivencia a futuro. Nada mal, teniendo en cuenta que su carrera en el mundo lleva ya 500.000 años.
“Los cuatro grupos deben ser considerados por el momento unidades de manejo en las cuales deben focalizarse esfuerzos de monitoreo y manejarse de forma independiente”, concluía el equipo de investigación, yendo de pasado a futuro.
Sobreviviendo
Los investigadores e investigadoras no estaban minimizando el peligro que acecha al aguará guazú. De hecho, destacaban que pese a que quedan pocas poblaciones y que persisten en un hábitat severamente fragmentado por obra del ser humano, logran la proeza de mantener esa diversidad genética. Pese a la conversión del suelo, se las ingenian para dispersarse a través de tierras cultivadas, conectando poblaciones que se creían aisladas.
Que tengan cierto nivel de tolerancia al estrés y a la influencia negativa del ser humano no implica que la desaparición y fragmentación de su hábitat no sean un desafío central para su supervivencia. Su pasaje por campos cultivados implica una mayor probabilidad de encuentros con humanos, que pueden acabar bien, como el registrado por Víctor Fontora, o muy mal, como ocurrió en Farrapos y Sierra de los Ríos.
En Uruguay sabemos poco de su estado actual, algo a lo que contribuye “el problema estructural de fondo de nuestro sistema científico y de conservación”, asegura Enrique González. “Lo ideal sería, al igual que con otras especies, trabajar proactivamente para saber por dónde se mueve o si se reproduce en el país, datos fundamentales para hacer una evaluación de la conservación de la especie en Uruguay, y no esperar a que caiga un registro como estos”, agrega.
El aguará guazú “siempre huye del hombre y aun de los perros”, decía Félix de Azara en 1802. Casi 220 años después, la frase parece estar más vigente que nunca.