Ciencia en primera persona
Imaginen la escena: un niño pequeño se acerca peligrosamente al borde de una piscina. Sus padres, casi por instinto, lo apartan y cierran la cerca que rodea el agua. Pero el tiempo pasa, el niño crece y la presencia del agua se vuelve cotidiana: ya no solo está la piscina del patio, también aparecen el arroyo del barrio y la playa con amigos. Con ello, los padres comprenden que prohibir el acceso no basta ni resulta realmente efectivo. Las cercas funcionan cuando los niños son muy pequeños, pero pierden sentido a medida que estos aprenden a abrirlas, ganan autonomía y conviven con el agua en su día a día. Prohibir la inmersión en el agua para evitar los riesgos también los priva de las experiencias enriquecedoras que el océano ofrece. La solución, entonces, no pasa por mantener la prohibición, sino por enseñar a nadar: darles las herramientas y la confianza necesarias para moverse con seguridad en su entorno. Y, por qué no, con algún guardavida en la vuelta.
¿Pero por qué, cuando el “agua” adopta una forma digital —como Instagram o TikTok—, tantos adultos, confundidos ante estas plataformas, optamos por enfocarnos en mantener el cerco cerrado hasta que alcancen la mayoría de edad, en lugar de enseñar a los jóvenes a “nadar” por esos entornos?
Los temores asociados al uso de internet y redes sociales no carecen de fundamento. Existen corporaciones que se benefician del uso que los menores hacen de sus plataformas, que no son proactivas respecto a la seguridad de estos usuarios ni a los riesgos relativos a la privacidad, exposición a contenido inapropiado para la edad o al contacto con desconocidos. Sin embargo, la percepción de estos riesgos suele distorsionarse: lo digital es lo más visible, aunque no necesariamente lo más relevante en la vida de niños, niñas y adolescentes. La inquietud sobre lo digital no surge únicamente de peligros concretos, sino también de la incertidumbre ante un entorno en constante transformación.
Una investigación de ReachOut, organización dedicada a la salud mental juvenil en Australia, mostró en un reporte de 2018 que los padres están más preocupados por el uso que sus hijos hacen de las redes sociales y la tecnología que por el consumo de drogas, alcohol o tabaco.
Algo similar puede decirse de Uruguay, donde las alarmas sobre el ciberacoso olvidan que este fenómeno es mayormente presencial y que quienes lo padecen en internet —casi en su totalidad— suelen sufrirlo también en escuelas, liceos y grupos de pares (según reporta el Informe Kids Online Uruguay, Unicef, 2022).
En este contexto, y a la luz de la prohibición del gobierno de Australia sobre el uso de redes sociales a menores de 16 años, un artículo de la diaria —escrito por dos médicos pediatras en la sección de Ciencia— sugirió que el “regalo de Reyes” para menores de 18 años podría ser la prohibición de las redes, con la intención de protegerlos. Pero antes de desenvolver ese obsequio, vale la pena preguntarnos: ¿es prohibir o cercar internet la mejor opción para su bienestar?
En Uruguay, la mayoría de niños, niñas y adolescentes se conecta a internet para socializar, divertirse, construir su identidad y aprender. Según el informe Kids Online Uruguay 2022 de Unicef, 93% de quienes tienen entre 9 y 17 años se conecta todos los días desde su hogar y reporta experiencias mayormente positivas. Si bien diversos estudios asocian el uso problemático de estas plataformas con ansiedad, depresión o baja autoestima, no podemos ignorar que también ofrecen beneficios.
Quizás debamos cambiar la pregunta hacia cómo atender el bienestar de niños, niñas y adolescentes —el motivo tras las legítimas preocupaciones del mundo adulto— sin coartar las oportunidades positivas que brinda Internet. ¿Acaso la prohibición es la salida más sensata para todo menor de 18 años sin importar su nivel de edad? ¿O existen maneras de acompañar a niños, niñas y adolescentes, respetando sus niveles crecientes de autonomía, para que aprendan a nadar (o navegar) en el “océano digital”?
¿La prohibición resuelve el problema o lo invisibiliza?
Es cierto que algunos países han optado por soluciones drásticas y prohibicionistas. Australia aprobó recientemente una ley que restringe el uso de redes sociales a menores de 16 años, delegando en las plataformas la responsabilidad de su aplicación. En Brasil se avanza hacia una norma que prohibirá el uso de celulares en escuelas primarias y secundarias. Estas iniciativas pueden generar una sensación de seguridad, pero ¿qué sucede con los adolescentes que sortean las barreras tecnológicas mediante VPN (sigla en inglés para Red Privada Virtual, que entre otras cosas permite navegar como si uno se estuviera conectando desde otro país, evitando así estas barreras nacionales al acceso a determinados sitios) u otros recursos?
Aún más, las redes sociales de hoy no habilitan su uso para menores de 13 años, pero en 2022 un 72% de niños y niñas uruguayos de entre nueve y 12 años utilizaba TikTok y un 39% Instagram (Unicef Uruguay, 2022). En lugar de disminuir el peligro, las prohibiciones sin acompañamientos lo empujan hacia “playas” más alejadas y peligrosas, sin guardavidas ni supervisión adulta.
En última instancia, la evidencia de diversos estudios señala que el impacto de las redes sociales depende del contexto, de las competencias digitales de cada niño o joven, así como del acompañamiento adulto, tal como Sonia Livingstone, una de las investigadoras más reconocidas en el campo de las infancias digitales, señala en una presentación de 2024, titulada ¿Es la internet buena para las niñas y niños? , que puede verse en YouTube. Las restricciones generales, lejos de equilibrar el acceso, pueden incrementar las brechas ya generadas por desigualdades socioeconómicas o de crianza entre niños, limitando las oportunidades formativas precisamente a quienes más lo necesitan. Frente a este panorama, una regulación y una educación ajustadas a la maduración evolutiva se presentan como alternativas más respetuosas, siguiendo el ejemplo de políticas públicas exitosas en otros ámbitos.
En esta misma línea, Livingstone destaca que el uso de las tecnologías digitales puede facilitar interacciones sociales significativas entre los jóvenes, complementando —en lugar de reemplazar— las relaciones cara a cara. Por lo tanto, no deberíamos subestimar el potencial de estas herramientas para enriquecer las redes de apoyo, fortalecer el aprendizaje colaborativo, promover el intercambio cultural y fomentar la participación ciudadana. Más que centrarnos únicamente en imponer restricciones, la discusión debería orientarse hacia una regulación adecuada a las edades, que permita generar los recursos cognitivos, socioemocionales y digitales para un uso responsable y enriquecedor de las plataformas, reconociendo tanto los riesgos como las valiosas oportunidades que ofrecen para el desarrollo integral de las nuevas generaciones.
Educar: el esfuerzo que vale la pena
Una alfabetización digital integral no se limita a lo técnico; requiere abordar dimensiones emocionales, sociales y cognitivas, con visión inclusiva y a largo plazo. Para avanzar, creemos pertinente delinear al menos tres líneas de acción que nos permitan superar el temor y la perplejidad, promoviendo una formación integral y reflexiva en el entorno digital:
1) Formar ciudadanos digitales críticos. No se trata simplemente de “apretar botones”: se trata de enseñar a identificar información confiable, reconocer noticias falsas, gestionar la privacidad y comprender cómo los algoritmos influyen en nuestras percepciones. La buena noticia es que no partimos de cero. En este sentido, el Grupo de Trabajo de Ciudadanía Digital, convocado por Agesic (Presidencia) y Unesco, ya aborda estas cuestiones, generando estrategias y acciones para la población uruguaya, como puede verse en el documento Estrategia nacional de ciudadanía digital para una sociedad de la información y el conocimiento Uruguay 2024-2028 de 2024.
Asimismo, Ceibal lleva más de una década impulsando habilidades digitales en todo el país, garantizando dispositivos, conectividad y recursos pedagógicos. Esto ha sentado las bases para que niños, niñas y adolescentes se formen como ciudadanos digitales más críticos, responsables y conscientes.
2) Ajustar la formación a las etapas del desarrollo evolutivo. La educación digital debe adaptarse a las distintas edades. En Singapur, por ejemplo, el EdTech Masterplan 2030 establece una integración gradual de la tecnología en el currículo, comenzando con alfabetización básica y uso responsable de dispositivos. A medida que los estudiantes crecen, se incorporan competencias más complejas y se fomenta la reflexión ética. Este enfoque escalonado maximiza los beneficios de la tecnología y gestiona sus riesgos, ayudando a niños, niñas y jóvenes a comprender el entorno digital con seguridad.
3) Construir soluciones con la comunidad educativa. Las mejores políticas tecnológicas surgen del diálogo entre familias, docentes, autoridades y estudiantes. En Irlanda, la participación activa de todos los actores en el diseño de políticas digitales aumentó su aceptación y eficacia (esto se refleja en el documento Estrategia digital para escuelas 2015-2020: mejorar la enseñanza, el aprendizaje y la evaluación, elaborado por el Departamento de Educación y Habilidades en 2015). Este modelo podría inspirar a Uruguay: el intercambio de saberes locales, la retroalimentación de la comunidad educativa y la articulación con organizaciones sociales permitirían generar prácticas más seguras y pertinentes. Así, no se trata solo de imponer normas, sino de cocrear un entorno digital que responda a las necesidades de quienes lo habitan.
Voces informadas: un debate complejo
Dado que se trata de un tema en constante cambio, resulta complicado acceder a recursos de calidad sobre la temática. Como ocurre con muchos temas de agenda, abundan las voces y los gritos, y no faltan quienes se autodenominan expertos. La academia tampoco se encuentra lejos de esta realidad, ya que aún no ha alcanzado consensos definitivos sobre los riesgos y beneficios del uso de internet por parte de niños, niñas y adolescentes. En medio de este océano de gritos, consideramos esencial destacar las voces sensatas e informadas de referentes que puedan enriquecer un debate clave y orientar decisiones basadas en evidencia.
Sonia Livingstone enfatiza que las redes sociales no son inherentemente buenas ni malas: su efecto depende del contexto, de las plataformas y de la mediación adulta. Junto a diversos colegas, su análisis de estudios sobre el impacto de las prohibiciones del uso de smartphones en escuelas cuestiona los efectos y viabilidad de las prohibiciones totales, advirtiendo que estas no resuelven las causas subyacentes ni los problemas de fondo. Por otro lado, en la presentación de 2024 de la que ya hablamos, resume los hallazgos académicos de su trayectoria y del colectivo de investigadores que la acompaña, destacando tanto los riesgos como los beneficios del entorno digital para los más pequeños. La presentación, si bien en idioma inglés, es muy accesible y amigable, permitiendo a cualquier interesado indagar desde allí en los principales estudios y trabajos en la temática.
El debate de 2024 entre Jonathan Haidt y Candice Odgers sobre el efecto de las redes sociales en los adolescentes, ambos psicólogos norteamericanos con experiencia empírica en la temática, también refleja esta complejidad. Mientras Haidt alerta sobre los riesgos digitales para niños, niñas y adolescentes vulnerables y propone una prohibición de redes y smartphones hasta los 16 años, Odgers destaca que la mayoría obtiene experiencias beneficiosas en línea, sugiriendo que no se requiere una prohibición absoluta, sino intervenciones contextuales, focalizadas y acompañadas. Es más, Odgers sugiere jugar videojuegos y utilizar redes sociales junto a nuestros hijos e hijas. Esta práctica no solo permite enseñarles competencias clave, sino que también nos ayuda a entender qué hacen en el entorno digital mientras compartimos tiempo de calidad con ellos y ellas.
Conclusión: En lugar de cercar piscinas, enseñemos a nadar
Prohibir el acceso a las redes sociales es como intentar evitar que nuestros hijos e hijas se ahoguen limitándonos a construir cercos. Esta medida puede resultar útil y necesaria en las etapas más tempranas y ofrecer cierta tranquilidad incluso más allá de esas edades, pero no prepara a las nuevas generaciones para desenvolverse con autonomía y criterio en un entorno cada vez más digital. Educar es más complejo y exigente: requiere paciencia, recursos y un esfuerzo conjunto. Sin embargo, los resultados son más duraderos y no dependen de la supuesta infalibilidad de los cercos, sino de formar jóvenes capaces de actuar con resiliencia y compromiso en un escenario en constante cambio y no exento de riesgos.
Es más, las propuestas que sugieren prohibir como forma de garantizar los derechos consagrados en el Código de la Niñez y Adolescencia de Uruguay, mencionadas por Mauvezin y González-Dambrauskas en la diaria, ignoran que niños, niñas y adolescentes poseen un conjunto amplio y complejo de derechos humanos que no se limita a su protección. Estos derechos están reconocidos en la Convención sobre los Derechos del Niño, que entró en vigor en 1990 y, más recientemente, fue adaptada al entorno digital mediante la Observación General N° 25 de 2021 (esto puede leerse en el documento Los derechos del niño en el mundo digital. Al haber firmado esta convención, Uruguay tiene el compromiso de ajustar su legislación y regulación para cumplir con sus disposiciones.
La Observación General 25 señala que “el entorno digital reviste una creciente importancia para casi todos los aspectos de la vida de los niños”, que “ofrece nuevas oportunidades para hacer efectivos los derechos de los niños, aunque también plantea riesgos relacionados con su violación o abuso”. Además de garantizar la seguridad en internet, este documento reconoce el entorno digital como un espacio que habilita derechos fundamentales como la intimidad, la salud, la educación, la justicia, la participación y el acceso a la información. También protege el derecho al juego y al ocio, previene la explotación (por parte de terceros o corporaciones), promueve ser escuchados/as y asegura el respeto por la identidad y la autenticidad personal.
¿Y si, en lugar de poner un candado bajo el arbolito, le pedimos a Papá Noel un flotador o clases de natación, ajustadas a cada edad? Con el trabajo ya iniciado por Ceibal, el Grupo de Trabajo de Ciudadanía Digital y otros actores, Uruguay cuenta con una base sólida para guiar a las nuevas generaciones en la construcción de su ciudadanía digital. Si para los adultos navegar en estas aguas es complicado, imaginemos lo que podría implicar para niños, niñas y adolescentes enfrentarse por primera vez a un “océano digital”, recién a los 18 años, y sin haber aprendido a nadar previamente.
Pablo de los Campos, especialista sénior en educación y tecnología y docente de Ciencias de la Computación, se desempeña como coordinador de Tecnología e Innovación en una institución educativa, abarcando desde la educación inicial hasta el bachillerato. Allí impulsa propuestas pedagógicas que integran recursos digitales y promueven el pensamiento crítico y la ciudadanía digital. Matías Dodel es profesor asociado del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Católica del Uruguay donde investiga sobre desigualdades digitales y efectos de Internet en Uruguay y la región, con particular énfasis en niños, niñas y adolescentes.
“Ciencia en primera persona” es un espacio abierto para que científicos y científicas reflexionen sobre el mundo y sus particularidades. Los esperamos en ciencia@ladiaria.com.uy.
Recursos para abordar la temática
5rightsfoundation (2024). En nuestras propias palabras- Los Derechos del Niño en el mundo digital. Recuperado de https://5rightsfoundation.com/wp-content/uploads/2024/09/5RightsChildrensReportOnline_Spanish.pdf.
Grupo de Trabajo de Ciudadanía Digital -GTCD (2024). Estrategia Nacional de Ciudadanía Digital para una Sociedad de la Información y el Conocimiento Uruguay 2024 - 2028. Recuperado de https://www.gub.uy/agencia-gobierno-electronico-sociedad-informacion-conocimiento/comunicacion/publicaciones/estrategia-nacional-ciudadania-digital-para-sociedad-informacion.
Haidt, J., & Odgers, C. (2024). The effects of social media on teenagers: A debate. [Video]. YouTube. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=Ewxe4pWOH-I.
Department of Education and Skills. Government of Ireland. (2015). Digital strategy for schools 2015-2020: Enhancing teaching, learning and assessment. Department of Education and Skills. Recuperado de https://as.sets.gov.ie/24462/48a6f98a921446ad85829585389e57de.pdf.
Livingstone, S., Kidron, B., & Rahali, M. (2024). Does the evidence support a school ban on smartphones? London School of Economics and Political Science. Recuperado de https://eprints.lse.ac.uk/125554/1/SmartphonepoliciesinschoolsRahalietal2024002_.pdf.
Livingstone, S. (2024). Is the internet good for children? [Video]. YouTube. Recuperado de https://www.youtube.com/live/U70XbvF7Vgs?si=PdLpmDe46gE8MfX7.
Unicef Uruguay. (2022). Informe Kids Online Uruguay 2022. Recuperado de https://www.unicef.org/uruguay/informes/informe-kids-online-uruguay-2022.
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