Ciencia en primera persona
Supongamos que viene el presidente de tu país y firma un acuerdo con un montón de empresas que ofrecen, cada una, su app abierta para todas las edades. Ellas dicen que permiten conectividad completa (hablar, escribir, enviar fotos y videos) y un libre intercambio de información que hacen más pequeño el mundo generando comunidades virtuales con millones de personas del globo. Dicen que está diseñada para darle conectividad directa e indirecta con cualquier otra persona del mundo y que es el futuro irremediable de la era que vivimos.
Entonces te enterás por los medios de lo que no le dijeron al presidente: que los diseños de esas apps son tan potentes y están diseñadas de tal forma que generan adicción en sus usuarios manipulando su comportamiento, que abren la puerta a toda forma de abusos online (desde el acoso al ciberbullying), que dañan la salud mental y que se vieron vinculadas a robo de información personal, campañas de desinformación masivas que ocasionaron genocidios en otros países del mundo como sucedió con los rohingya en Myanmar según reporta Amnistía Internacional. Leés en algún lado que también fueron probadamente acusadas de influir en las elecciones nacionales de países poderosos como Brasil y Estados Unidos.
¿Le regalarías un celular a tus hijos menores de 18 años para que descarguen esas apps, o te darías vuelta y les ordenarías que ni se les ocurra hacerlo? ¿Aplaudirías al presidente o lo criticarías?
Los dos autores de este artículo pensamos que no deberíamos permitir el acceso a redes sociales a nuestros hijos menores y le pediríamos al presidente que regule el accionar de esas empresas en forma urgente. Aquí exponemos algunos de nuestros argumentos suponiendo que habrá otros artículos que piensen lo contrario. Veamos.
No hay nada novedoso en prohibir
El Estado debe proteger a los menores de 18 y para eso prohíbe y regula cosas. Leyes: esos contratos sociales con reglas de juego para convivir. Comencemos con una parte aburrida pero necesaria para entender por qué hay que prohibir las redes sociales a menores leyendo la ley vigente.
En Uruguay, el Código de la Niñez y Adolescencia es claro. Explorando sus más de 200 artículos elegimos caprichosamente algunos relacionados con nuestra argumentación. Nos topamos con que hay sobrados ejemplos de obligaciones y prohibiciones que nuestra sociedad decidió.
En su artículo 15 se lee que “el Estado tiene la obligación de proteger especialmente a los niños y adolescentes respecto a toda forma de: A) Abandono, abuso sexual o explotación de la prostitución. B) Trato discriminatorio, hostigamiento, segregación o exclusión en los lugares de estudio, esparcimiento o trabajo... D) Tratos crueles, inhumanos o degradantes. E) Estímulo al consumo de tabaco, alcohol, inhalantes y drogas. F) Situaciones que pongan en riesgo su vida o inciten a la violencia...”.
Por su parte, el artículo 181 trata sobre la “vulneración de derechos a su incitación” y dispone que “la exhibición o emisión pública de imágenes, mensajes u objetos no podrá vulnerar los derechos de los niños y adolescentes, los principios reconocidos en la Constitución de la República y las leyes, o incitar a actitudes o conductas violentas, delictivas, discriminatorias o pornográficas”. El 182: “Los programas de radio y televisión en las franjas horarias más susceptibles de audiencia de niños y adolescentes deben favorecer los objetivos educativos que dichos medios de comunicación permiten desarrollar y deben potenciar los valores humanos y los principios del Estado democrático de derecho. Debe evitarse, en las franjas horarias antedichas, la exhibición de películas que promuevan actitudes o conductas violentas, delictivas, discriminatorias o pornográficas, o fomenten los vicios sociales”.
Nuestra sociedad entonces prohíbe muchas cosas vinculadas a los menores. El artículo 185 prosigue con las limitaciones: “Prohíbese la participación de niños y adolescentes en mensajes publicitarios que atenten contra su dignidad o integridad física, psicológica o social”. En el 187: “Prohíbese la venta, provisión, arrendamiento o distribución a personas menores de dieciocho años de: 1) Armas, municiones y explosivos. 2) Bebidas alcohólicas. 3) Tabacos, fármacos, pegamentos u otras sustancias que puedan significar un peligro o crear dependencia física o psíquica. 4) Revistas, publicaciones, videocasetes, discos compactos u otras formas de comunicación que violen las normas establecidas en los artículos 181 a 183 de este Código”. La ley mandata a que muchas de estas y otras cosas vinculadas a menores sean reguladas y reglamentadas por el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU), como es el trabajo infantil entre los 15 y los 18 años, pues para menores de 15 está directamente prohibido.
Tenemos entones ejemplos notorios de prohibiciones que todos asumimos como aceptables y que nadie discute. Si vieras a un niño de diez años tomando vino en caja en una plaza pública a las cuatro de la mañana, algo harías. Al menos, asombrarte. Uno no suele ver niños jugando a la ruleta o apostando en el hipódromo, ni niños de túnica y moña comprando puchos en el quiosco del barrio ni bailando en un pub a la medianoche o manejando un coche. No solemos ver cosas así en el siglo XXI porque hace tiempo que nos pusimos de acuerdo en que hay cosas que no son para menores porque les hacen —o les pueden hacer— mal —o mucho mal—. Entre otras cosas, porque sabemos que no tienen la capacidad de discernir los riesgos como un adulto, ni de decidir qué es lo mejor para ellos o de afrontar las consecuencias si algo sale mal. Por algo está eso que llamamos patria potestad. Mientras sean menores, alguien se debe hacer cargo.
Sin embargo, hay cosas del nuevo siglo en las que estamos haciendo la del avestruz. Como con las redes. En concreto, todo lo que regulamos y/o prohibimos para los menores en el mundo real está permitido —e incluso a veces estimulado— en el mundo virtual. Releé los puntos seleccionados del Código del Niño y comprobalo vos mismo. ¿Cómo llegamos a esto?
Ejemplos de prohibiciones y regulaciones de actividades de menores de 18 años en Uruguay
Prohibimos y/o regulamos
* Venta de alcohol, tabaco, bebidas energizantes y otras drogas
* Concurrencia a casinos, prostíbulos, clubes nocturnos
* Licencia de conducir y de uso y compra de armas
* Acceso a contenidos sexuales explícitos
* Admisión a espectáculos nocturnos
Capitalismo de vigilancia
Más allá de lo que digan Mark Zuckerberg o Elon Musk, las plataformas de software que llamamos redes sociales son empresas diseñadas para hacer dinero utilizando la internet. Tanto dinero que ni podemos imaginarlo. Son la cara más visible y exitosa —junto a Google y toda la troupe del silicio— de una nueva era llamada por la socióloga de Harvard Shoshana Zuboff capitalismo de vigilancia (su libro justamente se llama, en inglés, La era del Capitalismo de Vigilancia: la lucha por un futuro humano en la nueva frontera del poder). Esta es una forma de comercialización de la información propia de nuestras sociedades de consumo en la que se han creado imperios económicos digitales que no paran de crecer en los últimos 20 años. Son los capitalistas modernos.
Estos gigantes tecnológicos manejan y usan programas (llamémosles de aquí en más algoritmos) para aumentar el engagement (enganche), esto es, prolongar el tiempo en el que nosotros estamos prendidos de la pantallita y ellos ganando dinero con nuestra atención y los datos que les damos gustosos de forma gratuita. Nadie zafó ni resistió la tentación. Todos terminamos enganchados. Seguramente si llegaste hasta aquí en el artículo ya chequeaste tu celular un par de veces. No hay casualidades: hay mucho dinero detrás y gente preparada para lograr enganche global manipulando nuestro comportamiento. Los mejores psicólogos del comportamiento confeccionaron (y siguen perfeccionando) esos algoritmos que lo logran cada día con mayor efectividad. El scrolling (ese sube baja, clic-clic) con el pulgar tiene la misma lógica cognitiva que el tragamonedas de los casinos (que, dicho sea de paso, están prohibidos para menores). De ahí sacaron la idea: no podés parar de jalar la palanca en la timba ni tu pulgar en el celu. Y cuando te querés acordar, ya fuiste hackeado (expropiado).
Además de la atención, les regalamos muchísima información personal: nuestra cara, nuestros datos, contactos, nuestros gustos y preferencias. Extraen de todo y más; nada es gratis en la vida y tampoco en las redes. Aunque hacerse una cuenta sea bien sencillo, nosotros pagamos cada día con nuestra información a estas empresas. Información que les damos libremente y otra que extraen sin que siquiera estemos enterados. Muchas de las triquiñuelas se esconden en la letra chica molesta que cliqueamos rápido cuando hacemos download en la sección del estilo “entiendo, he leído y acepto”. Este material crudo es procesado para generar productos digitales vendidos a terceros y obtener lucrativas ganancias. Todo lo que volcamos online, cada like, cada clic, cada conversación (sí sí, tu teléfono escucha tus conversaciones y te mira por la camarita) es utilizado con fines comerciales indetectables, indescifrables e imposibles de rastrear.
Es entonces que aparecen en tu feed (alimento digital en formato de comercial dirigido a vos), lo que la red te envía como anuncio o siguiente video para que hagas más clics. Tu feed es tuyo y sólo tuyo y fue especialmente diseñado à la carte por los algoritmos. Por eso te gusta, por eso te engancha. Y el círculo vuelve a cerrarse. Poniéndolo simple: manipulan nuestro comportamiento y hackean nuestras experiencias privadas y personales con tal de hacer negocios y obtener money.
¿Qué octógono del MSP tendría Tik Tok? Riesgos y daños de las redes en menores
La publicidad dirigida a nosotros de estas plataformas y sus algoritmos se logra gracias a que estos te conocen más a vos que tu propia pareja. Sin exagerar. Hace años que se mostró que los trazos que generamos en la web —principalmente usando redes— hacen que los algoritmos sepan más de nosotros que nuestros seres más próximos. Obviamente, conocen más y mejor a tus hijos que vos. ¿Por qué iba a ser diferente con ellos? Todo el tiempo que tu hijo está conectado a internet está mostrándole a Silicon Valley (o sus pares chinos) lo que tiene, lo que le gusta, con quién pasa el rato, cuándo y cómo. O sea, lo que tu hijo es.
Los algoritmos hacen todo lo que sea posible para conocerlo como nadie. Le dejarán explorar el mundo digital sin filtros e interactuar con toda la gente que quiera. Cada minuto, cada hora y cada día más. Y más. Y más. Esto tiene consecuencias directas sobre el consumidor. En menores, ha redefinido las dinámicas de interacción social y de ocio. Los grupos de Whatsapp se integraron hasta en el ámbito educativo, muy intensificado durante la última pandemia, cuando convertimos las redes sociales en un espacio central para mantener el contacto humano y entretener. Este entorno virtual disparó el cyberbullying, y los desafíos virales (trends) plantean peligros que van desde la presión social hasta riesgos físicos y psicológicos. El sedentarismo promovido por el tiempo excesivo en pantallas (tu hija encerrada horas en el cuarto) contribuyen al aumento de la obesidad infantil y otros trastornos físicos. Investigaciones muestran que el uso habitual de redes sociales durante la adolescencia puede alterar el desarrollo cerebral, especialmente en áreas relacionadas con la sensibilidad al reconocimiento social. Las redes cambian el cerebro.
No se necesita hacer estudios clínicos para ver lo que les pasa a tus hijos cuando están con su celular, su chupete digital. Los perdés. De a poquito, como sin querer queriendo, los vas perdiendo. Porque no hay nada más divertido para él o ella que navegar en el mundo sin límites de las redes.
Antes a la tele le decíamos la caja boba. Hoy estar con un teléfono inteligente no hace más inteligente a quien lo usa. Puede que sea todo lo contrario. Un menor con un celular es como dejar a ese menor solo en una plaza pública donde se le pueden acercar mayores de edad sin tu supervisión. Un campo minado lleno de estafadores, matones y depredadores. Por todo esto dudamos de que se puedan supervisar las redes. La manipulación de los algoritmos es más fuerte. Vos cinchando de tu hijo para que lo use menos y, del otro lado de la pantalla, miles de algoritmos cinchando para el otro lado. Si ni siquiera nosotros mismos podemos controlarnos siendo adultos, ¿van a poder autorregularse ellos, que están en una etapa en la que recién están formando su personalidad? No nos hagamos trampas al solitario.
Detrás de la retórica engañosa que venden las redes (eso de empoderar a los individuos para que muestren al mundo lo que es importante para ellos, eso hermoso de que la humanidad está más conectada y tantos mensajes más) se esconden daños a los menores. Cuando descargás esas apps, no aparece una etiqueta negra de excesos como sucede con los alimentos ricos en grasas y azúcares en el surtido del supermercado. No hay advertencia, aunque sobran los excesos que dañan la salud. ¿Entonces? ¿Por qué no hacemos algo? Ningún gobierno que reconozca la emergencia en salud mental puede negarse a ver este fenómeno, promedios de pantalla de tres, cinco, ocho horas con contenidos de todo tipo sin regular. Y mientras eso pase, vos, madre/padre/tutor, ¿no vas a hacer algo?
Lo de Australia
En 2024 Australia dijo basta. Acaba de aprobar una ley que mandata a las empresas (X, Instagram, Tik Tok, Facebook, etcétera) a que no den acceso a menores de 16 años, so pena de multas millonarias. El primer ministro dijo a los padres que ahora sí están velando por la seguridad de sus hijos diciéndole a las empresas que se hagan responsables. La medida parece que tiene el apoyo popular de la mayoría de los australianos. Eso de que las leyes traducen el consenso social parece que se estaría cumpliendo.
No va a tardar en llegar la respuesta. Elon y sus agentes en breve dirán que es un ataque a la libertad de expresión, o Mark preguntará, poniendo cara de bueno, que cómo él, que es un tipo de familia, iba a hacer algo contra los chicos. Una cara parecida a la que puso cuando fue al Congreso de Estados Unidos para dar explicaciones por el genocidio en Myanmar o las elecciones que ganó Donald Trump en 2016 o el Brexit en Reino Unido. Tienen dinero y poder para hacerlo. Las multas son un vuelto en comparación con los millones que ganan.
Durante los últimos 20 años, las redes han tenido campo libre para desarrollar sus productos casi sin límites ni restricciones, incluyendo menores de edad. Las leyes y regulaciones en las democracias van más lento que los algoritmos. Sin embargo, detrás del paradigmático caso australiano nos preguntamos por qué nosotros seguimos postergando el discutir esto y no avanzamos en la regulación del uso de redes por menores.
Como ya vimos, nuestra sociedad suele prohibir cosas a menores pensando en su protección. ¿Por qué iba a ser distinto con las redes, a sabiendas de los daños que les pueden ocasionar? Parece que es tiempo de decirles a nuestros hijos que nos devuelvan el celular —aunque esto no les guste— y a los capitalistas de los algoritmos que no se metan más con ellos. Parte de la maternidad, de la paternidad y de la crianza es prohibir. Aunque duela. Y la democracia necesita prohibir para sobrevivir, convivir y proteger a quienes menos pueden hacerlo.
Sebastián González-Dambrauskas y Joaquín Mauvezin son docentes de Pediatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República. “Ciencia en primera persona” es un espacio abierto para que científicos y científicas reflexionen sobre el mundo y sus particularidades. Los esperamos en [email protected].