Lejos de ser sólo un problema local, el asunto de la inequidad de los ingresos y la necesidad de la redistribución de la riqueza es analizado en múltiples partes del globo. A días de que el PIT-CNT presentara su propuesta para gravar al 1% más rico de la población, se publicó un artículo científico en la revista llamada algo así como Actas de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos. De no ser todos sus autores extranjeros, el momento en que se publica el trabajo parecería haber sido orquestado por los dirigentes sindicales de nuestro país.
Titulado “Las redes sociales afectan las decisiones de redistribución y la polarización”, el trabajo lleva la firma de Milena Tsvetkova, del Departamento de Metodología de la Facultad de Economía y Ciencias Políticas de Londres, y Henrik Olsson y Mirta Galesic, del Instituto Santa Fe de Estados Unidos y del Hub de Ciencias de la Complejidad de Austria.
En el artículo, en un recuadro titulado “Declaración de importancia”, los autores dicen unas cuantas cosas que merecen casi que copiarse textualmente. Así que hagamos eso: “A la mayoría de las personas les disgusta la desigualdad; sin embargo, las grandes disparidades en ingresos y riqueza siguen siendo notablemente altas en muchos países democráticos”, comienzan diciendo.
Por tanto, esbozan una “posible explicación” ante este aparente sinsentido, dado que, como argumentan, las democracias son los gobiernos de la mayoría y a la mayoría de la gente no le gustan las desigualdades: “Las redes sociales de las personas afectan su percepción de la desigualdad y, en consecuencia, sus demandas de redistribución”. El trabajo que escriben entonces consta de “un modelo computacional y un experimento con 1.440 participantes” para demostrar que las personas subobservan la desigualdad en redes sociales” en las que “los ricos son más que los pobres”, lo que lleva a una propensión a “menores niveles de redistribución, pero a una mayor satisfacción y armonía”, pero que en las redes en las que “los pobres sobreobservan a los ricos”, es decir, en las que pobres y ricos interactúan más paritariamente que lo que se hace en la sociedad, donde los ricos son muchos menos que los pobres, “se logran resultados más igualitarios” respecto de la distribución, pero también “la polarización y la insatisfacción aumentan”. Por tanto, señalan que sus hallazgos “sugieren que las redes sociales plantean una disyuntiva inherente y compleja entre la redistribución y la polarización política”.
Como si estuvieran asesorando al PIT-CNT, los investigadores de centros de Reino Unido, Estados Unidos y Austria dejan flotando un consejo: todo lo que observan los lleva a sugerir “que la comunicación política y las estrategias políticas dirigidas a aumentar el apoyo a la redistribución deberían visibilizar el exceso de riqueza”. También señalan que mientras se transita ese camino, “es crucial garantizar que no se exacerbe la polarización y el conflicto”, aunque, como veremos más adelante, creen que no siempre polarización y conflicto sean un problema. Así que veamos en qué consiste esta investigación, que llega a conclusiones tan pertinentes para el momento que atraviesa nuestra sociedad.
Planteando el problema
En el artículo dedican unos párrafos a enmarcar el problema que abordarán. Dicen entonces que, “en las últimas décadas, las desigualdades en el ingreso y la riqueza han aumentado en muchos países”, incluso en “democracias representativas establecidas”, como Estados Unidos, Reino Unido, Canadá o Australia.
Para los autores, esto plantea algo extraño: si como ya se ha demostrado en reiterados estudios, “a la mayoría de la gente le disgusta la desigualdad”, y si partimos de la base de que “las democracias representativas responden al voto mayoritario”, lo esperable sería esperar que se implementaran “políticas de redistribución”, y que, como consecuencia, en las democracias avanzadas “la desigualdad debería disminuir, no aumentar”.
“Una posible explicación” para esto, afirman, podría ser que “la democracia está fallando debido a la acumulación de problemas complejos en ideologías partidarias rígidas, la corrupción de la élite política, el cabildeo de los ultrarricos, la desinformación pública, la privación de derechos de los pobres y otros problemas relacionados”. A esto suman otra “explicación adicional”, que podría estar incidiendo y que refiere a las conexiones y redes de contactos sociales que los miembros de la sociedad tienen.
Al respecto, señalan que hay evidencia suficiente de que “las personas suelen subestimar la magnitud de la desigualdad en su sociedad, así como malinterpretar su propia posición en la distribución” de ingresos y de la riqueza. ¿Por qué sucede eso? Según explican, “estos sesgos de percepción se deben, en gran medida, a que las personas están rodeadas de otras con un nivel de riqueza similar”. Agregan entonces que “si las personas no observan la desigualdad a diario, subestiman la gravedad del problema y su propia posición, y, en consecuencia, no adoptan la postura ni las medidas políticas adecuadas”. Por todo ello, afirman que “la estructura de la red de relaciones puede afectar las decisiones individuales y colectivas sobre la redistribución, con consecuencias para la desigualdad y la polarización política”, y eso es justamente lo que estudiaron.
También agregan otro ingrediente a la receta de sus modelos y experimentos. La distribución de la riqueza en la mayoría de los países implica no sólo que la mayoría de las personas tienen poco “mientras que una pequeña minoría posee una gran proporción de todos los recursos”, sino que eso tiene un correlato matemático relevante: “La riqueza de la persona promedio es menor que la riqueza promedio de la población”. Es decir, los que tienen mucho tienen tanto, que al dividir la riqueza total ente toda la población, el promedio de lo que le toca a cada uno es mayor que lo que las personas realmente tienen.
Es como si en una oficina la veintena de trabajadores y trabajadoras tuvieran una altura que va entre 1,50 metros y 1,80 metros. El promedio de altura andaría entonces en el entorno de 1,65 metros. Ahora, si en esa oficina 19 personas tuvieran entre 1,50 metros y 1,80 metros, mientras un trabajador midiera cuatro metros (algo irreal; la distribución de la altura entre los humanos no es tan desigual como la distribución de la riqueza), esa sola persona con una altura mayor haría que el promedio se elevara a unos 1,76 metros. La mayoría de los trabajadores y trabajadoras de la oficina probablemente tendrían en ese caso una altura menor a la media de la oficina. El asunto es que la altura no es algo que podamos modificar demasiado. Pero el ingreso sí. O al menos deberíamos intentarlo. Más aún si agregamos un condimento político que debiera darse en las democracias.
En el trabajo reseñan que “el teorema del votante mediano postula que las decisiones políticas basadas en el voto mayoritario reflejarán las preferencias del votante mediano”, es decir, del votante promedio. Por lo tanto, señalan que, “en una democracia ideal, el votante mediano, con una riqueza inferior a la media, siempre optará por la redistribución, y la desigualdad disminuirá con el tiempo”.
Claro está que reconocen que esto es una simplificación y que “se asume que los individuos poseen información precisa sobre la distribución del ingreso o la riqueza de toda la población y su propia posición dentro de ella para poder tomar una decisión racional e informada”. Se sabe que esto no es tan así. Ya en un trabajo de investigadores de Uruguay habíamos visto que distintos grupos sociales poseen ideas y sentimientos de pertenencia que afectan no sólo su percepción del Estado sino su inclinación a redistribuir o no. Así que resumen que, en definitiva, “las preferencias por la redistribución no sólo están económicamente impulsadas, sino también socialmente motivadas y culturalmente teñidas”. Y allí las redes sociales, entendidas en sentido amplio y no sólo en tanto redes sociales digitales, tienen su que ver.
El peso de las redes sociales
Los investigadores dicen entonces que “las personas utilizan una perspectiva centrada en sí mismas y forman sus opiniones basándose en grupos de referencia no aleatorios”. Esto es lo esperable: cada uno y cada una percibe el mundo en base al entorno que lo rodea, los ambientes en que se mueve y la información que logra obtener de aquello con lo que no tiene contacto directo. “Los círculos sociales de las personas no son representativos de la población general”, dicen entonces, y agregan que “tienden a ser similares” a los de cada persona “en cuanto a ingresos y riqueza”. Dicen también que, “a partir de estas muestras homogéneas”, las personas “extrapolan” lo que pasa en ellas a lo que podría estar pasando en la población. Al hacerlo, se “termina subestimando la desigualdad, siendo los económicamente más favorecidos los más propensos a subestimarla que los más desfavorecidos”.
Así las cosas, “las preferencias de las personas en materia de redistribución están dictadas por consideraciones sociales, además del interés propio, y se basan en la desigualdad percibida, más que en la desigualdad real de la población”. Y entonces señalan que eso implica que “la percepción que las personas tienen de la desigualdad puede ser manipulada para cambiar su comportamiento”. Señalemos aquí que “manipulada” tiene un tono científico, en el sentido de que es una variable que se puede modificar para ver si hay resultados en la disposición hacia la redistribución. Pero claro, en un mundo en el que las redes sociales digitales son manejadas con algoritmos oscuros, la acepción más temible de “manipulada” también aplica. Pero aquí lo que manipularon fue justamente los contactos que las personas tenían en una red, tanto en un modelo matemático como en experimentos en línea con personas reales.
“En este artículo manipulamos la riqueza individual y la estructura de la red para alterar las preferencias individuales de redistribución”, señalan, agregando que se enfocaron en “cómo la asortatividad de la red y la visibilidad de los demás según la riqueza afectan el voto a favor de la redistribución mediante impuestos”.
¿Qué es eso de la asortatividad? Lo explican así: “Se refiere a la tendencia de los individuos a observar a otros con riqueza similar o diferente”, explicando que “la asortatividad positiva produce redes homófilas, mientras que la asortatividad negativa, o disortatividad, conduce a redes heterófilas”. Las redes homófilas son aquellas en las que las personas “sobreobservan a otras de similar riqueza”, es decir, las que amplifican a los que son como uno, mientras que en las heterófilas “los ricos sobreobservan a los pobres y los pobres sobreobservan a los ricos”, es decir, aquellas en las que uno tiene más contacto con gente con niveles de riqueza distintos al propio.
Al manipular este tipo de integración y propiedades de las redes sociales, tanto en un modelo computacional como en una prueba experimental, buscaron ver cómo eso afectaba el votar por una mayor distribución a través de un impuesto a la riqueza, entendiendo que “estas propiedades de la red modelan el efecto de las amistades, las estructuras organizacionales, las noticias y las redes sociales en la percepción que las personas tienen de la sociedad y de su propia posición en ella”.
El modelo y el experimento
En el modelo computacional asumieron que hay una sociedad con distribución desigual de la riqueza. De allí tomaron a 200 “individuos”, de los cuales cada uno observaba a otros ocho, es decir, grupos de nueve personas. En el modelo luego tenían que votar por fijar un impuesto a la riqueza con fines redistributivos con la condición de “maximizar su utilidad con respecto a su riqueza en comparación con la riqueza de aquellos que observaban”. En el modelo, además, se partía de que “los individuos son reacios a la desigualdad y, si bien aprecian una mayor riqueza personal, les desagradan tanto la desigualdad desventajosa como la ventajosa”.
En el modelo manejaron entonces la asortatividad y la visibilidad de ricos y pobres en distintos grupos. En el modelo vieron que, “en general, la desigualdad se subestima, en particular entre las personas que tenían más contacto con ricos y entre las personas pobres en redes heterófilas”. Se armaron seis tipos de grupos distintos tanto para los participantes ricos como para los pobres (es decir, 12 grupos).
En la red denominada representativa, “todos observan tres ricos y cinco pobres, lo que corresponde a la proporción de ricos a pobres en el grupo” general. En la “red homófila” “los ricos observan a seis ricos y dos pobres”, mientras que “los pobres observan a dos ricos y seis pobres”, graficando “una tendencia a sobreobservar a otros de riqueza similar”. Por su parte, en la “red heterófila” estas proporciones se invierten, “de tal manera que los ricos sobreobservan a los pobres y los pobres sobreobservan a los ricos”. Las tres redes restantes son la denominada “ricos visibles”, en la que “todos observan seis ricos y dos pobres”; la “red pobre visible”, en la que todos “observan dos ricos y seis pobres”, y la “red segregada”, en la que “los otros ocho que los ricos observan son todos ricos y los otros ocho que los pobres observan son todos pobres”.
Distintos tipos de redes en el modelo. Adaptado de Tsvetkova et al 2025.
El modelo generó resultados interesantes. Por ejemplo, reportan que “la redistribución aumenta cuando los pobres observan a muchos otros ricos (en las redes heterófilas y de ricos visibles), pero disminuye cuando observan a muchos otros que son igualmente pobres (en las redes segregadas, homófilas y de pobres visibles)”. Así que a partir de ello generaron “hipótesis testeables” de lo que podía pasar en el experimento en línea con más de 1.000 personas.
En el experimento, en el que terminaron participando 1.440 personas, se armaron grupos de 24 individuos, de los cuales nueve eran “ricos” y los restantes 15 “pobres”. A los participantes se les decía que, si bien integraban un grupo de 24 personas, del que les mostraban el puntaje promedio de riqueza, sólo podrían ver a otras ocho.
Luego participaron en tres rondas en las que debían elegir qué impuesto a la riqueza poner. En la primera ronda votaron, pero en la segunda se les mostró el resultado de los demás ocho participantes de la red en la que habían quedado (recordemos, había seis tipos de redes) así como el impuesto promedio que había triunfado. “Después de las tres rondas de decisión, los participantes fueron invitados una última vez a ver el resultado final y completar una breve encuesta con preguntas sobre sus características demográficas, satisfacción con su puntuación, percepción de la imparcialidad de las puntuaciones en el grupo, justificación de la votación y percepción de la decisión del grupo”.
Al reportar los resultados, señalan que, como había predicho el modelo, “la red segregada tuvo una tasa impositiva votada significativamente más baja que en los otros tratamientos”. Dicen también que “los niveles más bajos de redistribución en condiciones de homofilia y segregación ocurren porque tanto los pobres como los ricos subestiman la desigualdad y los beneficios de la redistribución”. Y también que “los mayores niveles de redistribución bajo la heterofilia se producen a costa de una mayor polarización: los pobres exigen más de los ricos que ven, mientras que los ricos se vuelven más protectores de sus ventajas”.
Sin embargo, observaron también que “cuando los ricos son más visibles para todos, la polarización disminuye porque los ricos no son conscientes de la mayoría pobre y son menos protectores de su riqueza”. Eso también se dio en el experimento en línea. Y, por tanto, el consejo que realizan.
Mostrar la extrema riqueza para aumentar la distribución
“El modelo sugiere que aumentar la visibilidad de la riqueza extrema, por ejemplo, a través de noticias, discursos políticos o redes sociales, puede aumentar el apoyo a la redistribución”, afirman en la discusión del trabajo. También son conscientes de que su predicción “se centra en el papel de la información social y no considera las compensaciones entre la redistribución y la eficiencia económica”, apuntando que, “en sociedades reales, la preocupación por la reducción de la productividad, la menor innovación o el aumento de la evasión fiscal puede limitar el apoyo a una tributación alta, incluso cuando la desigualdad es claramente visible” (¿les suena?).
En el experimento, empero, hubo diferencias con el modelo. Reportan que “la polarización en la red de ricos visibles no disminuyó, sino que aumentó”. Al respecto, señalan que “eso ocurrió porque los ricos no aumentaron en absoluto su apoyo a la redistribución, mientras que los pobres se radicalizaron para exigir una tributación” más alta.
Por tanto, señalan que los resultados empíricos sugieren que “la observación de los ricos por parte de los pobres aumenta la polarización, mientras que la observación de otros pobres por parte de los pobres podría llevar a la aceptación y la apatía”. Más aún, señalan que esto último “reduce la polarización, pero no mejora la redistribución y, en el caso de la segregación absoluta, la empeora”.
Hacia el final del trabajo, los autores resumen que su estudió se basó en “una versión muy simplificada de la economía política, con una tasa impositiva fija, referéndums y beneficios compartidos equitativamente”, lo que “se aleja de la realidad de muchas sociedades modernas, que cuentan con impuestos progresivos, sistemas complejos de representación política y acuerdos complejos de generación y distribución de beneficios, con crecimiento de la inversión y la innovación, ineficiencias administrativas, discriminación, sesgos y fraude”.
Aun así, enfatizan que los resultados “muestran que, incluso en condiciones simplificadas e ideales, la redistribución y el acuerdo al respecto son susceptibles a la información social y las redes de interacción”. De hecho, enfatizan que “la información sesgada proveniente de las redes sociales y los medios de comunicación podría afectar la percepción social y frenar la acción política”.
Las últimas palabras de trabajo son valientes. “Nuestros hallazgos sugieren aplicaciones prácticas para la comunicación y las políticas públicas. Por ejemplo, podemos aumentar el apoyo a la redistribución al aumentar la visibilidad de la riqueza extrema a través de noticias, discursos políticos y debates en redes sociales”. Esto podría acarrear problemas, por lo que dicen que lo ideal sería asegurarse de que “esto no exacerbe la polarización y el conflicto”.
Pero entonces hacen una aclaración pertinente: “Es importante reconocer que la polarización y el conflicto no son necesariamente negativos”. Más aún, sostienen que “la ausencia de conflicto en una economía altamente desigual puede indicar problemas más profundos, como la segregación o el predominio de ideologías prorriqueza”. Finalizan diciendo que, “en tales casos, es la complacencia, más que el conflicto, lo que debe evitarse”. Chapeu.
Artículo: Social networks affect redistribution decisions and polarization
Publicación: PNAS Nexus (octubre de 2025)
Autores: Milena Tsvetkova, Henrik Olsson y Mirta Galesic.
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