Parafraseando una conocida canción de los 70, en lugar del amor, lo que ha estado en el aire en las últimas semanas es el impuesto al 1% más rico. O con nuestro Franny Glass podríamos decir que “el impuesto al 1% anda suelto por ahí”.

Dada la creciente concentración de la riqueza en unos pocos, a nivel mundial la posibilidad de gravar a la élite de los más ricos se ha instalado desde hace casi una década como una forma de promover una mayor equidad en las sociedades contemporáneas. El runrún poco a poco se ha ido expandiendo y llegó con fuerza a la región. Por ejemplo, recientemente el presidente de Brasil, Lula da Silva, se ha mostrado como un líder en defender el impuesto a los grandes millonarios en la cumbre del G7.

En nuestro país la idea fue lanzada por el PIT-CNT en el acto del Día de los Trabajadores y ha ido avanzado como una forma de hacer frente al problema de la pobreza infantil, llegando incluso a plantearse que, más que un nuevo impuesto al 1% más rico, se logre el mismo objetivo modificando el actual impuesto al patrimonio. El debate quedó planteado y la tentación de referirse al tema es patente tanto para los defensores de la idea como para sus detractores. Como bien decía nuestro Marcelo Pereira en una columna de opinión reciente, se están dando “debates muy interesantes, que van mucho más allá del nivel técnico y señalan tensiones políticas e ideológicas”, tensiones que “sería muy saludable procesar con seriedad”.

En este contexto, la publicación de un artículo en una revista académica de economía firmada por tres investigadores de nuestro país parece haber sido meticulosamente planificada. Titulado algo así como “Más allá del ingreso: comprendiendo las preferencias de redistribución entre el 1% más rico”, el trabajo firmado por Matías Strehl, Marcelo Bergolo y Martín Leites, los tres del Instituto de Economía (Iecon) de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la Universidad de la República, llega en el momento justo.

Claro está que es un trabajo oportuno pero no oportunista: la publicación de artículos científicos lleva su tiempo. Por ejemplo, los datos que utilizaron los tres investigadores, gracias a un convenio de colaboración con la Dirección General Impositiva (DGI), fueron recabados entre abril y junio de 2019. Luego vino la etapa de análisis y pienso, que los llevó a obtener una serie de resultados. Posteriormente redactaron todo eso cumpliendo con los requisitos de formato de las publicaciones científicas, los remitieron a una de ellas (la que se los aceptó fue la Revista de Comportamiento Económico y Organización), tuvieron varias idas y vueltas con los revisores, hicieron los cambios correspondientes para sumar contundencia y claridad al texto y, finalmente, el manuscrito tuvo luz verde para ser publicado el 25 de junio, concretándose la publicación en línea el pasado 22 de julio. Ni el más sagaz de los prestidigitadores podría haber calculado todo para que el artículo sirviera para abonar con evidencia relevante la álgida discusión que hoy se está dando en nuestro país.

Su pregunta inicial fue sencilla: “¿Apoyan las personas con ingresos más altos niveles de redistribución diferentes a los del resto de la sociedad? De ser así, ¿qué explica estas diferencias?”, confiesan ya en el arranque del artículo. El trabajo es brillante por la forma en que busca responderlas: recurrieron a declaraciones juradas de IRPF de contribuyentes ante la DGI en 2016 y a esas personas les propusieron tanto una serie de “juegos de laboratorio” con preguntas en casos hipotéticos en los que, dependiendo de la respuesta, podrían ganar dinero, como una encuesta con diversas preguntas. Combinaron, de este modo, información administrativa con encuestas y juegos comportamentales.

Las conclusiones a las que llegaron son un gran insumo para esta sociedad discutidora que muchas veces se basa más en pareceres y creencias propias que en evidencia. Para empezar, efectivamente, el 1% de mayores ingresos tiene una menor propensión a apoyar las políticas redistributivas de los gobiernos. Eso era esperable, pero el asunto es que ese 1% más rico es distinto en este apoyo incluso de personas que también tienen buenos ingresos, como las que están entre el 2%, el 5% y el 10% con mayores ingresos (de hecho, tienen una propensión menor por la redistribución que todo el resto comprendido entre el 2% y el 50% de mayores ingresos). Pero hay más.

A la hora de ver qué variables explican esa brecha en el apoyo a las políticas redistributivas, constatan que lo que hace la diferencia no es sólo su nivel de riqueza (algo que tiene su lógica, ya que a ellos les quitarán para darles a otros sin que se beneficien directamente de todo eso), sino que allí operan creencias, actitudes, posiciones ideológicas y visiones. En ese conjunto de cosas, este 1% se diferencia del resto de la sociedad, incluso de otros grupos con altos ingresos. Tan es así que el trabajo afirma que el 1% podría considerarse un grupo que comparte ciertas características identitarias. Y si bien en una democracia todas las voces valen lo mismo, lo cierto es que algunas tienen más llegada que otras. ¿Este pequeño grupo, que representa apenas el 1% de la sociedad, acaso incide en este debate de forma desproporcionada? Esa pregunta no se responde en el trabajo, pero sirve para ayudarnos en el debate. Así que más rápido que lo que el miedo se apodera de varias personas al hablar de equidad e impuestos, salimos al encuentro de Matías Strehl, Marcelo Bergolo y Martín Leites.

¿Por qué mirar el apoyo a la redistribución del 1% más rico?

“Hay varias motivaciones para abordar este tema”, arranca diciendo Marcelo, que señala que las discusiones sobre el 1% más rico comenzaron en la academia, hace al menos una década, y pasaron luego a ser parte de un debate público en países de Europa y en Estados Unidos debido a “la importancia de tomar algún tipo de medidas para resolver el problema de la fuerte concentración de la riqueza, por ejemplo, mediante políticas redistributivas”.

El tema, dice, tuvo un segundo envión durante la pandemia de covid-19. “Muchos gobiernos del mundo tenían fuertes restricciones para financiar políticas públicas, que en ese momento eran importantes, y eso revitalizó esto de pensar las políticas impositivas preguntándose quiénes son aquellos que pueden aportar más para financiar políticas públicas que son necesarias, pensando que una manera justa sería que lo hicieran los grupos con altos ingresos”, señala, y agrega que hay varias razones para tratar de entender, en el marco de esa discusión, cuáles son las preferencias de los grupos más ricos en relación con el resto de la sociedad.

“Una tiene que ver justamente con el diseño de políticas”, dice Marcelo. “Cuando uno está pensando en diseñar políticas redistributivas, una gran preocupación pasa por que los grupos de altos ingresos, motivados en su autointerés, posiblemente no estarán interesados en financiarlas, porque los van a afectar directamente”, sostiene. Y agrega algo a tener en cuenta: “Como son grupos que tienen capacidad de influir en la sociedad y en los políticos, tienen la capacidad de bloquear estas políticas redistributivas”.

“Nos movía entonces entender qué tan cierto era este supuesto de que los ricos tienen una preferencia por la redistribución diferente del resto de la sociedad, y esto es importante, porque es lo que está detrás de la idea de que bloquearían este tipo de políticas redistributivas”, afirma Marcelo con elocuencia. “Luego hay un interés un poco más normativo, que es parte también de la discusión que se está dando hoy en Uruguay”, lanza.

“Cuando piensa en cómo diseñar una política redistributiva, el hacedor de política tiene que balancear dos cosas. Por un lado, aspectos que tienen que ver con las consecuencias de esa política en la economía, eso que se está discutiendo mucho hoy en Uruguay”, dice en alusión a quienes vaticinan que gravar a los más ricos será un freno para el crecimiento y tendrá consecuencias negativas. “La otra parte de este balance tiene que ver con las preferencias por la redistribución, con cuál es el peso que el gobierno les da a las preferencias por redistribuir de los ricos a grupos de más bajos ingresos”, explica. “Por ejemplo, si las pérdidas económicas fueran importantes por aplicar esa política, pero la sociedad valora mucho redistribuir, quizás tenemos que ir hacia políticas de ese estilo”, ejemplifica.

“Entonces, también desde esa perspectiva, entender cuáles son las preferencias que tiene la sociedad por la redistribución, y en particular si los ricos tienen preferencias diferentes que el resto de la sociedad, termina siendo importante y fue una de las motivaciones de esta investigación”, redondea Marcelo.

“En algunos países hay evidencia de que estos grupos de altos ingresos tienen una mayor capacidad de influencia. Tienen mayores recursos, pero también suelen ser más activos políticamente, tienen mayores contactos en el mundo de la política y, por lo tanto, su capacidad de influir, ya sea para impulsar o para bloquear una agenda, puede ser potencialmente mucho mayor que la de otros grupos”, complementa Matías. “Si a esa influencia se suma que tienen preferencias distintas de las del resto de la sociedad, eso puede implicar un problema democrático en cuanto a que las decisiones de política quizás no representen las preferencias de la sociedad en su conjunto, sino las de un grupo pequeño”, agrega, y uno hace el ejercicio mental de ver cómo está el balance en Uruguay entre las voces que proponen gravar el 1% y las que se oponen. “Eso, sumado a que sabemos muy poco al respecto, también motivó nuestro estudio”, redondea.

Martín suma otro punto relevante. “En general, la economía mira a los individuos como entidades independientes, y tiene como supuesto que los individuos sólo se preocupan por sí mismos. Entonces, la predicción en relación con el apoyo a las políticas redistributivas es que una persona las va a apoyar si se beneficia de esa política y no las va a apoyar si identifica que para ella tendrá un costo”, explica. “El tema es que la investigación empírica, y también teórica, demuestra que las motivaciones que están detrás de apoyar políticas redistributivas, de cooperar con otros, no están basadas en razones individualistas, en el autointerés. Entonces, tratar de comprender cuáles son las motivaciones que están detrás de apoyar a ciertas instituciones o ciertas políticas es fundamental para entender el tipo de acuerdo o contrato social que tienen los países”, dice Martín, sacándola del estadio.

“Si se da eso de que en realidad algunos grupos tienen más influencia, pero esos grupos fueran representativos de lo que pasa con el resto de la sociedad, de última, no sería problemático porque estaría representado el ciudadano medio”, prosigue Martín. “La pregunta es si realmente estos grupos, que tienen gran capacidad económica, gran capacidad para contribuir a las finanzas del Estado y también gran poder y capacidad de influir en el sistema político, tienen las mismas preferencias que el resto”, afirma.

Finalmente, Martín esgrime otra razón para lanzarse al mar con esta investigación. Relacionado con ese “mirar agentes individuales y no colectivos” de la economía, afirma, estamos acostumbrados a esperar determinadas cosas de los sindicatos, por ejemplo, durante las negociaciones colectivas. “Hay mucha literatura sobre los sindicatos, pero no sabemos mucho sobre el top 1% que concentra la riqueza. No sabemos si tienen una visión homogénea sobre el rol que tiene el Estado o cómo conciben la sociedad”, sostiene.

“El hecho de encontrar que tienen características específicas, que los definen como grupo, así como puede decir que un sindicato es una identidad con ciertos valores, ciertos intereses, y que en función de eso se comporta de cierta manera, abre un mundo para interpretar a ese 1% como un grupo que tiene un interés en sí mismo y que tiene cierta manera de concebir la realidad económica y también a Uruguay. Esa es una categoría de análisis interesante para comprender la realidad”, redondea Martín.

“Y allí nuevamente está el oportunismo, en el sentido académico, más allá del debate mediático que hoy hay en Uruguay”, retoma Marcelo. “En el mundo hay un interés centrado en esa categoría analítica del 1%, pero es muy difícil encontrar trabajos creíbles que nos hablen de si son diferentes sus preferencias en relación con el resto”, apunta. Así las cosas, no sólo aportan datos de interés para nuestro debate, sino para el que también se está dando a lo largo y ancho del globo.

¿El 1% más rico o el 1% de mayores ingresos por trabajo?

Para hacer su investigación, Matías, Martín y Marcelo, en convenio con la DGI, contactaron por correo electrónico en 2019 a personas que en 2016 presentaron declaraciones juradas de IRPF. ¿Eso quiere decir que no necesariamente estamos hablando del 1% más rico, sino del 1% con mayores ingresos por su trabajo en Uruguay?

“Esto arrancó en un acuerdo de cooperación con la DGI. Ellos procuraban comprender un poquito mejor las motivaciones que estaban detrás de las decisiones de los contribuyentes, entender las preferencias sociales, identificar si las personas que están más dispuestas a cooperar eventualmente están más dispuestas a pagar impuestos, o si lo están las personas que son más altruistas”, contextualiza Martín. Marcelo dice que esta cooperación con la DGI no sólo es útil para generar conocimiento académico, sino que también aporta “información que puede servir para hacer política”.

Matías pasa a quitarnos la espina. “Nuestra muestra fue armada con trabajadores formales. Una vez que teníamos a estos trabajadores formales, calculamos cuál era su ingreso tanto por trabajo como por capital. Con base en eso, calculamos la distribución del ingreso y tenemos a aquellos que están en el 1% superior y los que están debajo”, explica. “Es cierto que no estamos hablando de patrimonio, y que nos estamos perdiendo en nuestra distribución a aquellos que no reciben ingresos por trabajos formales, y también a algunos que sólo reciben ingresos por su renta de capital. Si uno tomara la distribución de ingreso en toda la sociedad, quizás se mueve un poco este 1% que nosotros estamos midiendo aquí, tal vez no es exactamente el 1% de los más ricos de la sociedad”, reconoce.

“De todas formas, también creemos que hay una superposición grande, dado que, más o menos, viendo las estadísticas y lo que sabemos también por otros trabajos que se han desarrollado en el Iecon, estamos hablando de individuos que en muchos casos están comprendidos en el 1% más alto de riqueza de la población en general”, puntualiza.

Martín agrega que además miraron el comportamiento en las declaraciones e ingresos de varios años (por eso contactaron en 2019 a quienes habían declarado el IRPF en 2016). “Sólo a los que sistemáticamente se ubicaban en el 1% de la distribución los identificamos como el top 1%”, explica, de forma de excluir a gente que más que pertenecer a un grupo alterna ciclos altos y bajos. “Una fortaleza del trabajo es que en realidad vemos un grupo de personas que persiste en esa situación de ser el top 1%. Por otro lado, sabemos por otros trabajos, que ese grupo de personas en general tiende a persistir allí, y tiende a trasladar a las siguientes generaciones esos lugares privilegiados, cosa que no pasa con otros lugares de la distribución. Todo eso nos hace pensar que estamos identificando relativamente bien ese grupo”, agrega. Listo, siguiente tema.

Claves de esta investigación

  • En el artículo publicado, los tres autores parten de la pregunta de si “las personas con ingresos más altos apoyan niveles de redistribución diferentes a los del resto de la sociedad”, y de haber diferencias, qué las explicaría.

  • Para responder a esas interrogantes, en 2019 contactaron por mail a 91.152 contribuyentes que en 2016 presentaron ante la DGI la declaración jurada del IRPF. Estas personas fueron invitadas a participar en una encuesta respecto de “sus preferencias sociales y económicas”, abarcando qué tan eficiente consideran que es el Estado y cuánto confían en él, la importancia del mérito y la suerte en el desempeño de las personas, entre otras preguntas destinadas a medir creencias, percepciones y opiniones.

  • Además incluyeron 14 juegos de laboratorio que miden distintos rasgos de comportamiento y preferencias sociales, como el altruismo, la aversión al riesgo, la búsqueda de la eficiencia y la confianza en los demás.

  • Todos los datos de los contribuyentes fueron tratados de forma confidencial, preservando el anonimato bajo estrictos protocolos.

  • Finalmente, entre abril y junio de 2019 obtuvieron respuestas de 6.900 individuos, de los cuales 230 pertenecían al 1% de mayores ingresos y 6.670 estaban entre el 2% y el 50% de mayores ingresos, es decir, tenían ingresos por encima de la media de la población, pero sin llegar a estar entre el 1% superior. Nótese que las diferencias en el apoyo a la redistribución se darán entre personas que están dentro de “la mejor mitad” del país.

  • Al analizar las respuestas reportan “una marcada disminución en el apoyo a la redistribución entre el 1% más rico” en comparación con quienes estaban entre el 2% y el 50% de mayores ingresos.

  • Al poner estas preferencias en números, informan que quienes están en el 1% más rico “tienen entre 25,3% y 33,1% menos de probabilidades de estar ‘totalmente de acuerdo’ con aumentar la redistribución mediante la intervención gubernamental”. Más aún, esas diferencias en el apoyo a la redistribución “persisten incluso cuando se compara al 1% más rico con otros grupos de altos ingresos”. Aun entre quienes tienen mucho, el 1% se despega por su menor apoyo a la redistribución.

  • Ya que la brecha observada respecto del apoyo a la redistribución no se explicaba sólo por el nivel de ingresos o las características demográficas, analizaron todos los otros datos aportados por la encuesta y los juegos de laboratorio para ver qué diferencias había entre el 1% y el resto, así como qué variables explicaban mejor la menor propensión a la redistribución.

  • Respecto del “conjunto de creencias, percepciones y opiniones”, reportan que “los individuos del 1% más rico confían menos en el gobierno, lo perciben como menos eficiente, tienen convicciones meritocráticas más sólidas y se inclinan más hacia la derecha en el espectro ideológico, en comparación con quienes se encuentran entre el 50% y el 2% más rico”. También consideran que “la desigualdad es menos excesiva” en Uruguay.

  • Respecto de “los rasgos de comportamiento y las preferencias sociales”, señalan que “los individuos en el 1% superior muestran una menor aversión al riesgo y una mayor preferencia por valorar el esfuerzo”, pero que no hay grandes diferencias respecto del altruismo, la búsqueda de eficiencia y la confianza interpersonal.

  • Al realizar diversos análisis para ver cuáles de estas diferencias explican mejor la brecha en el apoyo a la redistribución del 1% más rico en comparación con el restante 2%-50% de mayores ingresos, reportan que “las diferencias en la ideología política, las creencias meritocráticas, las percepciones de desigualdad y las opiniones sobre el gobierno son los factores más importantes que contribuyen a explicarla”.

  • El trabajo señala que “un hallazgo clave es que los individuos con ingresos más altos comparten características relativamente estables que los diferencian de los demás y contribuyen significativamente a sus distintas preferencias por la redistribución”. Luego dice que “el 1% más rico es un grupo distinto, con preferencias de redistribución que difieren del resto de la sociedad, incluso de otros grupos de altos ingresos”.

El 1% más rico como grupo con características propias

Uno de los principales hallazgos del trabajo es identificar a este 1% más rico como un grupo que comparte ciertas características que lo diferencian de las otras personas en Uruguay, entre ellas, una menor inclinación por las políticas redistributivas. De hecho afirman que sus hallazgos “sugieren que el 1% superior es un grupo diferenciado con preferencias por la redistribución que difieren del resto de la sociedad, incluso de otros grupos de altos ingresos”.

Quienes están en el 1% más rico, según el trabajo, “tienen entre 25,3% y 33,1% menos de probabilidades de estar ‘totalmente de acuerdo’ con aumentar la redistribución mediante la intervención gubernamental”.

Volviendo al tema de la metodología, ya que analizaron personas que tenían declaraciones por ingresos de sus trabajos formales, escapando de la mirada aquellos que sólo tienen ingresos por renta de capital, esto nos marca que esos que se escaparon, que podrían ser más ricos que algunos de este 1%, tendrían estas mismas diferencias o incluso unas más grandes. En los materiales suplementarios dicen sobre esto que sus resultados “podrían interpretarse como un límite inferior” en este apoyo a la redistribución entre los grupos de mayores ingresos.

“Estamos mirando como un escenario de mínima de estas diferencias”, comenta Matías. “Creo que una de las cosas novedosas que encontramos cuando comparamos los grupos y vimos lo que pasaba es que, al final, este 1% se diferencia en un montón de características, no sólo si uno compara contra este grupo arriba de la mediana y debajo del top 2%, sino también cuando uno mira otros grupos que están apenas debajo de ellos y son también grupos de altos ingresos, por ejemplo, el resto del top 5%, pero que no está tan arriba como ellos”, agrega. “Las personas que están entre el top 5% y el top 2% son, de alguna manera, más parecidas al promedio de la sociedad que al 1% más rico”, enfatiza, y señala que ese fue un “resultado muy interesante”. “Usamos un grupo de comparación que es exigente, porque es el escalón inmediato”, complementa Martín.

Entonces llegamos a una parte relevante del comentario de esta investigación. “Esta distinción era clara, y la caída en el apoyo a la redistribución, y también otras diferencias en un montón de características, se daba justo en ese punto del 1%”, sostiene Matías. “Eso contribuye un poco a pensar que esta categoría de análisis del 1% es un grupo en sí mismo. Es decir, no solamente es una cosa teórica de discusión pública apuntar a ese 1%, sino que estamos mostrando evidencia empírica que contribuye a pensar que ese 1% comparte un montón de características e intereses que lo diferencian del resto”, amplía.

“Vinculando esto con la discusión pública sobre el tema, todo el debate siempre está en torno a este grupo del 1%, que es algo marquetinero. La pregunta es por qué hablar del 1% y no del 2 o del 4%”, lanza Marcelo.

“Cuando uno analiza la dimensión del ingreso, y en eso hay ya muchos estudios en los últimos 15 años, al ordenar la riqueza o los ingresos de las personas obtiene una distribución. Lo que se observa es que hay una relación que es monótona y creciente. A medida que te vas acercando a la parte más alta de la distribución, la concentración de la riqueza crece de manera suave, pero al llegar al 1% ese crecimiento explota. Eso, de alguna manera, motiva la idea de que tiene sentido enfocarse en el 1%”, grafica Marcelo.

En otras palabras, a medida que llegamos a los más ricos, hay un quiebre en la tendencia: el que tiene mucho, tiene muchísimo más que el que tiene un poquito menos que mucho. La pendiente trepa de forma brusca a partir del 1% más rico.

“Cuando uno quiere pasar de esa discusión de la concentración de la riqueza a las preferencias por la distribución, faltaba demostrar si sucede lo mismo. ¿Es cierto que cuando uno analiza toda la distribución del ingreso hay una relación suave y hay un cambio discontinuo en las preferencias por la redistribución en este grupo conformado por el 1%?”, interroga Marcelo. “La posibilidad de contar con esta gran fuente de datos, que son registros administrativos, sumado a encuestas, nos permitió justamente chequear eso que se observa mucho en lo relativo a los ingresos, pero en este caso también con las preferencias”, responde.

“Nuestros datos muestran que en la preferencia por la distribución, al llegar al top 1% de los más ricos, hay algo que hace que haya un salto”, afirma. “Entonces, si bien hay un debate marketinero sobre esto que se enfoca en el top 1%, que por un lado tiene que ver con que es cierto que la riqueza explota en el 1% más rico, ahora, con esta nueva evidencia, también es cierto que las preferencias por la redistribución también saltan en ese 1%”, resume.

A veces nos guiamos por números que son arbitrarios. Pedimos el 6% del PIB para la educación, o el 1% para la investigación y el desarrollo más como metas aspiracionales o mínimos tolerables. Es obvio que la ciencia precisa más de ese 1% de inversión, o que con 5,5% del PIB la educación podría atender de mejor manera diversos desafíos. Pero no hay un cambio cualitativo entre 5,5% y 6% para la educación, o entre 1% y 1,1% para la i+d.

Si interpretamos bien lo que dice este artículo, ese 1% más rico no es un número de corte arbitrario. No es que usemos ese 1% para englobar a “los muy ricos”, pero algo similar podría pasar con la gente que esté unos puntos porcentuales más abajo o unas décimas más arriba. Realmente pasa algo al superar ese umbral. Ya veremos que esas diferencias no son sólo en la riqueza y en la idea sobre la redistribución. De esta manera, hay sustancia para hablar del 1% más rico como un grupo específico de la sociedad. A la propuesta de gravar al 1% de mayores ingresos se la podrá criticar con diversos argumentos, pero preguntar por qué no al 2%, al 3%, o al 4% no debería ser uno de ellos.

Los factores que explican esa diferencia

El trabajo tiene dos grandes partes. En la primera observan qué pasa con el ingreso y el apoyo a la redistribución captada por estas preguntas y juegos en que participaron los contribuyentes. En la segunda intentan ver cuáles de las diversas categorías analizadas a través de los juegos y la encuesta explican más esa brecha encontrada entre el 1% más rico y los demás. Lo que ven es que no es sólo el ingreso lo que los diferencia, sino una serie de creencias, percepciones y visiones, así como algunas características comportamentales y preferencias sociales.

“En lo que refiere a rasgos comportamentales, no encontramos diferencias estadísticamente significativas en el nivel de altruismo, pero sí encontramos diferencias en la aversión al riesgo. Quienes están en el 1% más rico tendrían una aversión al riesgo más baja que el resto. Esto puede estar relacionado con que tienden a ser autoempleados en mayor medida, o a que tienen ingresos de capital y entonces están dispuestos a asumir más riesgos”, comenta Matías. “En la literatura sobre la redistribución, esta menor aversión al riesgo está relacionada con apoyar menos la redistribución”, sostiene.

“Donde encontramos más diferencias fue en ese conjunto de creencias, percepciones y visiones que incluyen esa posición en el espectro ideológico izquierda-derecha”, sigue Matías. El 1% más rico, en efecto, “en el espectro ideológico se inclina más hacia la derecha en comparación con los comprendidos en el 50%-2% superior”, reporta el artículo.

“También vimos diferencias en las creencias meritocráticas. El 1% tiene creencias meritocráticas más fuertes que todo el resto, tiende a atribuir al mérito el resultado económico que les toca a los individuos y a considerar que si un individuo es rico o pobre es porque se esforzó más o menos y no porque tuvo más o menos suerte”, prosigue Matías.

“También el 1% tiene opiniones más negativas sobre el Estado en general. No sólo confía menos en el Estado, sino que principalmente cree, más que cualquier otro grupo de ingresos con el que lo comparamos, que es una institución menos eficiente”, agrega.

“Así que la posición en el espectro ideológico, las creencias meritocráticas, las opiniones sobre el Estado y la percepción de que el nivel de desigualdad en Uruguay es adecuado, o no es tan alto, son las cuatro variables que encontramos que explican en mayor medida esta brecha en el apoyo a la redistribución entre el 1% más rico y el resto”, resume Matías.

“Estos resultados, con base en lo que conocemos de la literatura económica, no son raros ni inesperados, van en línea con lo que uno debería esperar. Fuera de eso, obviamente, es interesante constatarlo empíricamente. Lo segundo interesante aparece al vincular estos resultados con el debate de políticas, dada la capacidad que tienen estos grupos de influir en el debate”, comenta Marcelo. Así que vamos a eso.

La corporación del 1% y la discusión de la redistribución

“El resultado de este trabajo nos está diciendo que hay algo más detrás de esa definición estadística del 1%. Eso es un aspecto relevante, porque si nos ponemos a mirar en la opinión pública el peso que tienen las personas que pertenecen a este 1% de altos ingresos, a veces como interlocutores de organizaciones civiles, a veces incluso en el sistema político, saber que tienen preferencias distintas y que además los identifican de cierta manera con un grupo, le pone otra clave a cómo interpretar sus motivaciones y su comportamiento”, enfatiza Martín.

“A nosotros nos parece una cosa promisoria seguir entendiendo qué pasa con ese grupo. En particular, porque también se destina mucho de la literatura a tratar de comprender el comportamiento de personas que pertenecen a otras partes de la distribución. De este segmento se conoce poco, cuando en realidad tiene un peso muy importante, no sólo en cuánto utilizan de la riqueza que se genera en una sociedad, sino también en la formación de la opinión”, amplía. Entonces propone un desafío: “Si ahora abrimos un sitio de noticias, la probabilidad de que aparezca un top-income, sea un Elon Musk o un referente del sector empresarial uruguayo, hablando sobre un tema no va a ser nula, porque son formadores de opinión. Me parece que está bien que desde su saber y desde su derecho ciudadano a expresarse lo hagan, pero me parece que también es súper pertinente comprender cuáles son las voces de los otros ciudadanos que en general tienen mucho menos espacio para expresarse e incidir”.

“Hoy en la discusión pública en Uruguay acerca de si gravar al grupo de altos ingresos el argumento que salta es el de las posibles consecuencias económicas que tendría implementar algo así”, apunta Marcelo. “Se dice, por ejemplo, que lo que deberíamos hacer es enfocarnos en que el Estado gaste mejor, más que en pensar cómo ponemos más impuestos a los grupos de altos ingresos. Allí lo que hay es una idea de lo ineficiente que es el Estado para gestionar los recursos, porque es algo que claramente estos grupos tienen en su cabeza, pero no es lo que tiene en la cabeza el resto de la sociedad a la hora de pensar en políticas redistributivas”, reflexiona.

“Documentar todo esto es interesante, primero, porque no hay mucha información al respecto y, luego, porque al vincular eso con la discusión de política se empieza a entender un poquito por qué determinados argumentos, como estos de las consecuencias negativas en el crecimiento, son tan importantes en la discusión pública cuando no necesariamente son aspectos clave para el resto de la sociedad que está por debajo del top 1%”, remarca Marcelo. “Ahí volvemos a esta idea de que estos grupos, que se diferencian en la concepción del Estado, en la percepción de desigualdad y otras cosas, se contraponen al resto, que son muchos más pero tienen menor capacidad de influir en la discusión pública”, agrega.

“Siempre hay una tensión, cuando se piensa en las políticas distributivas, en cuanto a que van a afectar la eficiencia, van a afectar el crecimiento. Pero, en realidad, también hay muchos fundamentos para pensar que la desigualdad también tiene costos de eficiencia”, reflexiona Martín. “En esa discusión de que si se redistribuye se va a crecer menos y se van a generar ineficiencias, también hay que considerar una serie de argumentos que plantean que altos niveles de desigualdad pueden generar condiciones que erosionen las posibilidades de crecimiento, y ni hablar que la desigualdad impacta en el bienestar de la población que está en la parte más baja de la distribución. En definitiva, la economía y el crecimiento deberían redundar en el bienestar de todos, entonces ahí hay una parte del debate público que hay que ver cómo se trabaja. Muchas veces está presente bajar el costo del Estado, que si se pone un impuesto se van las inversiones y dejamos de crecer, y se desestima que también tenemos algunos desafíos desde el punto de vista social y del bienestar de la población que, eventualmente, también se pueden convertir en una restricción para el crecimiento”, dice con claridad.

“El otro día hablaba con un colega que me contaba que antes de las elecciones se hizo una encuesta en la que se preguntaba específicamente a la gente si estaba de acuerdo con poner un impuesto al 1%. Más del 50% estaba de acuerdo con eso en Uruguay, y algo más del 37% estaba claramente en desacuerdo”, relata Marcelo. “Entonces uno podría decir que hay unas preferencias no sólo hacia la redistribución, sino hacia un instrumento específico que pone un impuesto. Pero el debate se lo comen cuáles son las consecuencias de este tipo de instrumentos sobre la economía, sobre esa idea del rol del Estado y las consecuencias de que el Estado haga políticas sobre el resto. La población parece apoyar este tipo de medidas, pero no estamos discutiendo eso”, dispara. “Las personas que tienen mayor capacidad de incidir en la agenda del debate público, de poner argumentos sobre la mesa, son personas que definitivamente tienen preferencias por la redistribución que son diferentes de las de la mayoría de las personas”, desliza.

Así como en las ciencias biológicas Charles Darwin dio una cachetada al plantear la evolución y que el ser humano no es distinto del resto de los organismos, así como en la astronomía la cachetada vino cuando, Copérnico y otros mediante, se mostró que la Tierra era tan sólo otro más de los tantos planetas orbitando en torno al Sol, que a su vez era una de las tantísimas estrellas de las tantísimas galaxias, en la economía tal vez esa cachetada haya venido por el lado de la economía comportamental, que demostró que los seres humanos no tomamos decisiones (económicas, pero de las otras tampoco) basadas en el raciocinio y el intento de obtener el máximo beneficio, sino basadas en nuestras emociones (y después racionalizamos nuestras conductas). Este trabajo apunta también en esa dirección.

No es que este 1% sabe cómo manejar las reglas del mercado y por eso es más rico, y al oponerse a la redistribución está simplemente defendiendo un motivo racional. Ese 1% es un grupo que está atravesado por visiones, concepciones e ideología, incluso tal vez por un sentimiento de pertenencia a un grupo que es distinto en muchas cosas del resto de la sociedad. En este debate hay mucho más en juego que sólo economía. Gracias, Matías, Marcelo y Martín, por ayudarnos a atravesarlo de mejor manera.

El diseño de la investigación: registros, encuestas y juegos

“Este trabajo tiene algo que es bastante difícil de encontrar en la literatura científica sobre el tema, que es contar, por un lado, con registros administrativos y, por otro, con una encuesta”, cuenta Martín. Para más detalles puede verse el recuadro que acompaña esta nota, pero ahora centrémonos en algunos aspectos. En 2019 enviaron un mail invitando a participar en la investigación a 91.152 contribuyentes con mails válidos que en 2016 se presentaron a pedir un reintegro de IRPF. Obtuvieron respuestas válidas de 6.900.

“Tuvimos una tasa de respuesta de aproximadamente 9%, que para este tipo de estudios que envían encuestas a contribuyentes es altísima”, comenta Marcelo. “Eso fue clave, porque nos permitió que el número de respuestas de personas en el top 1% del ingreso fuera bastante grande”, señala.

Efectivamente, obtuvieron 230 respuestas de personas que se ubicaban en el 1% de los ingresos y 6.670 que quedaban comprendidas entre el 2% y el 50% de mayores ingresos. “230 personas, para el contexto de la población uruguaya, es un número importante de respuestas. Y cuando uno compara con otros estudios similares en el mundo, tener 200 respuestas de personas que están en el top 1% es también un número grande”, dice Marcelo sin ocultar su satisfacción.

Este interés por los números grandes no es pura vanidad, sino que es vital para lo que afirma el trabajo. “Te da cierto soporte para poder hacer buena inferencia estadística sobre las cosas que estamos haciendo, y dan una base bastante fuerte a los resultados”, comenta Marcelo.

Artículo: Beyond income: Understanding preferences for redistribution among the top 1%
Publicación: Journal of Economic Behavior and Organization (julio de 2025)
Autores: Matías Strehl, Marcelo Bergolo y Martín Leites.