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Cráneo de tigre dientes de sable de la especie Smildon fatalis encontrado cerca de San Ramón.

Foto: Rodrigo Viera Amaral

El tigre dientes de sable fatal más austral de América vivió en Canelones... ¡y encima haría enojar a Donald Trump!

24 minutos de lectura
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El cráneo de unos 30.000 años de un Smilodon fatalis, hallado cerca de San Ramón, no sólo es el registro más al sur para estos tigres dientes de sable, sino que abre la puerta a pensar que la especie, oriunda de América del Norte, podría estarse hibridando con la nativa de América del Sur.

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Los tigres dientes de sable del género Smilodon (que en español pueden denominarse esmilodontes, es decir dientes en cincel) fueron descubiertos por primera vez para la ciencia en Brasil en la década de 1830. Tras algunos cambios de nombre, la especie hallada en nuestro país hermano fue bautizada Smilodon populator en 1842 (populator vendría a ser algo así como destructor o el que trae devastación). Se trata de una especie de grandes félidos carnívoros que se originaron en el continente sudamericano a partir de ancestros que llegaron desde América del Norte tras el comienzo de la formación del istmo de Panamá, hace unos 2,7 millones de años (antes de eso en América del Sur la fauna carnívora mamífera estaba compuesta sólo por marsupiales).

Sin embargo, este orgullo sudamericano de los fabulosos esmilodontes pronto nos fue arrebatado por una nación mucho más eficiente a la hora de impulsar mitos e imponer su cultura. En 1868 se reportó para Estados Unidos un tigre dientes de sable que, tras algunas idas y venidas, terminó denominándose Smilodon fatalis (algo así como dientes de cincel fatal). Eran más antiguos que los tigres dientes de sable de Sudamérica y también más pequeños: mientras se estima que los Smilodon fatalis pesan entre 160 y 280 kilos, los Smilodon populator andan por entre 220 y 360 kilos, aunque algunos podrían superar los 400.

A partir de finales de la década de 1870, varios cientos de fósiles de Smilodon fatalis comenzaron a recuperarse, muchos de ellos con sus esqueletos completos, en los pozos de alquitrán del Rancho La Brea, en el estado de California. Y entonces la propaganda yanqui obró su magia: los esmilodontes pasaron a ser un animal emblemático de Estados Unidos. Diego, el popular personaje de la saga de animación La era del hielo, es un fatalis.

Los fatalis se habían encontrado solamente en territorio de Estados Unidos y alguno que otro en México, por lo que aquello de manijear a un animal estadounidense iba viento en popa, más aún cuando era un carnívoro imponente con colmillos prominentes y que, cuando vivió, era el depredador tope de su ambiente. Pero…

En 1990 se reportaron tres cráneos de Smilodon fatalis al oeste de la cordillera, en Perú, y otros restos en Ecuador. El magnífico depredador había perdido su condición de animal únicamente yanqui. Como en Ecuador y al este de la cordillera de Perú no había registros del sudamericano Smilodon populator, se propuso que ambas especies no habrían compartido territorio, separados por la barrera de los Andes. Para fines del Pleistoceno toda Sudamérica era dominio de los populator, salvo un pequeño rinconcito al noroeste donde había fatalis, que a su vez dominaban toda América del Norte (en ese continente también vivió una especie más antigua, y aún más pequeña, denominada Smilodon gracilis, que andaba entre los 55 y los 100 kilos).

Pero entonces un equipo uruguayo de paleontólogos vino a sacudir toda la estantería. En 2018 Aldo Manzuetti, Daniel Perea y Martín Ubilla, de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, y Andrés Rinderknecht, del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN), publicaron un artículo reportando el primer registro de Smilodon fatalis de Uruguay a partir de un cráneo que apareció en sedimentos del Pleistoceno de la Formación Sopas en Artigas. ¡Booooom! Aquello significaba que hasta hace 11.700 años, al menos en Uruguay, habían convivido ambas especies de esmilodontes, el fatalis y el populator. Ahora, casi el mismo equipo de investigadores vuelve a sacudir la estantería dientesablística con un nuevo artículo.

Titulado algo así como El tigre dientes de sable Smilodon fatalis en el Pleistoceno tardío-Holoceno temprano de América del Sur (Formación Dolores, Uruguay): nuevos conocimientos sobre su paleodistribución, taxonomía y estatus del género, el trabajo reporta otro cráneo de fatalis, ahora aparecido en el departamento de Canelones. Un cráneo puede ser raro. Dos ya tienen otro peso. El trabajo entonces no sólo extiende el rango de distribución de la especie 400 kilómetros más al sur de lo ya conocido, sino que ahora se permite hacer preguntas más osadas que en 2018 sobre los fatalis y los populator y sus interacciones. Más aún, deja en evidencia que en países vecinos necesariamente tiene que haber fósiles de Smilodon fatalis.

Firmado por Aldo Manzuetti, Martín Ubilla y Daniel Perea, de la ya mencionada Facultad de Ciencias, y Washington Jones y Andrés Rinderknecht, del ya mencionado MNHN, el trabajo es atrapante. Así que salimos una vez más al encuentro de Aldo, que se ha especializado en el estudio de mamíferos carnívoros del Cuaternario de Uruguay. Ah, y como promete el título, tal vez Donald Trump o alguno de sus seguidores pueda enojarse: hoy no podemos descartar que los muy yanquis fatalis no hayan caído rendidos ante la gracia y esplendor de los sudamericanos populator. ¡Si no le gusta, que nos mande los marines, pero los fósiles son los fósiles!

Aldo Manzuetti con el cráneo de Smilodon fatalis de Canelones.

Foto: Rodrigo Viera Amaral

Policía, siga a ese fósil

El trabajo publicado se basa en hacer hablar a un cráneo que procede de “sedimentos de la Formación Dolores del sur de Uruguay”, específicamente de la “Cuenca del río Santa Lucía, cerca de la ciudad de San Ramón, Canelones”. Así que comencemos por lo primero: quién, dónde y cómo encontró el fósil.

“Este material fue colectado por Joaquín Sosa, que es policía, durante una salida a pescar en 2020, en plena pandemia, en uno de los afluentes del Santa Lucía, cerca de la localidad de San Ramón”, cuenta Aldo. Según tiene entendido, Joaquín vio parte del cráneo asomando en un barranco y le llamó tanto la atención que lo colectó sin saber mucho a qué animal podría pertenecer y, mucho menos, todo lo que daría para hablar. ¿Qué tan antiguo es el fósil? Tiene entre 30.000 y 27.000 años, ya que esa es la edad de los sedimentos de la Formación Dolores en los barrancos donde Joaquín lo encontró.

Daniel Perea y Martín Ubilla en barrancos de Canelones donde se encontró el fósil. Foto: Aldo Manzuetti.

Aldo ya había terminado su tesis de maestría revisando gran cantidad de fósiles disponibles en colecciones científicas y de museos en las que hubiera mamíferos del orden Carnívora del Cuaternario de Uruguay en 2017, y para 2020 se encontraba en plena elaboración de su tesis de doctorado adentrándose aún más en esa temática. “Era plena pandemia, y más allá de toda la cuestión social y de salud, la situación sanitaria me partió al medio. La facultad había cerrado y uno se preguntaba cómo pilotear la tesis, porque no era cuestión de sentarse y sacar datos de la computadora, precisaba ir a museos y colecciones que estaban cerradas, y también había muchas dificultades para hacer salidas de campo por todo el tema de los protocolos y demás”, dice Aldo. Y entonces, riiiiiing.

“Joaquín había tenido el fósil en su casa un tiempo, sin saber bien qué era, hasta que un tercero le dice que podría ser un cráneo de un tigre dientes de sable”, cuenta Aldo. No está seguro, pero si la memoria no le falla, quien le dijo aquello a Joaquín fue un carnicero. “Generalmente el carnicero sabe de huesos y se da cuenta de algunas cosas, pero capaz que estoy errándole”, ensaya Aldo.

Tras la revelación de este amigo carnicero (o no carnicero, pero amigo al fin), Joaquín se puso en contacto con Andrés, encargado de la colección de Paleontología del MNHN. Andrés, sabiendo que Aldo estaba haciendo su tesis con carnívoros, a su vez llamó a Daniel, de la Facultad de Ciencias. “Cuando surgió esto fue una gran noticia”, dice Aldo. Pero además aquello tenía un gustito extra.

“Uno estaba estudiando materiales que estaban en los museos y colecciones, a veces recolectados varias décadas atrás, pero esto era un material nuevo, un fósil que había aparecido mientras estaba haciendo la tesis. No es que los fósiles de colecciones tengan menos valor, pero un nuevo hallazgo te envalentona un poco más”, confiesa. Entusiasmados, entre Daniel, Andrés y Aldo coordinaron para ir a ver el material a lo de Joaquín Sosa.

“Cuando llegamos, Andrés y yo nos apresuramos a tomar todas las medidas que pudimos al cráneo y le sacamos varias fotos”, recuerda Aldo. En algunas ocasiones quienes encuentran un fósil interesante son reticentes a prestárselo a los investigadores, así que los paleontólogos aprovecharon al máximo la visita. Pero por suerte Joaquín no era uno de esos colectores egoístas: tras dialogar con Daniel, decidió donar el cráneo a la Facultad de Ciencias. Pero eso no lo sabían Aldo y Andrés, quienes durante dos horas estuvieron frenéticamente tomando fotos y medidas. “Cuando terminamos las mediciones, Daniel nos dijo que nos lleváramos el material”, dice Aldo, todavía feliz con la decisión de Joaquín.

Los investigadores le agradecieron el gesto de una forma especial: mandaron a hacer una réplica del fósil con lujo de detalles (hecha por el también paleontólogo Felipe Montenegro, que tiene el taller de esculturas en el centro cultural Negromate) y se la regalaron a Joaquín. “El trabajo que hicieron Felipe y su grupo es impresionante, no te das cuenta de la diferencia con el original. Nosotros la mirábamos y no podíamos creerlo, el color, los detalles y hasta el peso eran idénticos”, dice Aldo.

El contacto entre Joaquín y los paleontólogos dio frutos. No sólo donó uno de los dos únicos cráneos de tigre dientes de sable Smilodon fatalis conocidos por la ciencia de nuestro país, sino que siguieron colaborando. “Hicimos algunas salidas de campo juntos y quedamos en contacto. Él es como nuestros ojos en esa zona del país”, cuenta Aldo con orgullo. No sé qué dirá Carlos Negro, pero ¡una medalla a Joaquín Sosa no vendría mal!

Aldo Manzuetti con el cráneo del tigre dientes de sable de la especie Smilodon fatalis.

Foto: Rodrigo Viera Amaral

¿Querías fatales? ¡Tomá!

En 2020 este cráneo llega a manos de Aldo y sus colegas. Como vimos, en 2018 ya habían reportado el primer registro de Smilodon fatalis para Uruguay, también gracias a un cráneo en posesión de un coleccionista particular. ¿Qué tanto demoró Aldo en saber que este también era el fósil de un esmilodonte fatal y no de Smilodon populator? Nada.

“Ni bien ves el cráneo ya te das cuenta de que es de un Smilodon fatalis”, dice Aldo como si fuera la cosa más simple del mundo. “Me pasó lo mismo con el otro. Martín Ubilla y Daniel Perea, que habían visto el cráneo hacía como una década, me habían dicho que recordaban que era muy chico y que dudaban de que fuera de Smilodon populator. Ni bien Daniel lo sacó de la caja y le vi la parte de atrás, supe que era un Smilodon fatalis”, rememora.

Lo miro con la cara de un niño que mira a un mago que hace desaparecer un edificio de 20 pisos. Entonces me explica que los mastoideos, donde se inserta musculatura, y la cresta nucal presentan características muy distintas en el esmilodonte fatal y el destructor. Crack no se nace, se hace. Y la Facultad de Ciencias es uno de los lugares donde eso pasa.

¿Quién dijo que el segundo importa menos que el primero?

En 2018 el reporte que hicieron era muy novedoso: era el primer registro de Smilodon fatalis fuera de la región andina. “Hasta ese entonces la especie estaba reportada sólo para Ecuador y Perú. En Ecuador por restos poscraneales, más que nada por metápodos, y en Perú por tres cráneos”, dice Aldo. ¿Qué podría aportar este nuevo registro, el segundo para Uruguay y, como dice el propio Aldo, “el segundo por fuera de esa distribución norteamericana y del noroeste de nuestro continente”? Cosas.

El cráneo de Canelones, al estar unos 400 kilómetros más al sur que el reportado en 2018 en la Formación Sopas de Artigas, pasó automáticamente a ser el registro de Smilodon fatalis más austral del mundo. “Parece poco, porque 400 kilómetros no son tanto, pero teniendo en cuenta lo poco que se conoce de la distribución de la especie, más que nada acá en Sudamérica, es mucho, porque cualquier dato que surja ya es novedoso”, enfatiza Aldo.

El artículo que ahora publican salió en una revista científica canadiense. Y allí se lee que en un trabajo publicado en 2019 en esa misma revista se reporta el primer y por ahora único registro de Smilodon fatalis en Canadá. Ese registro amplió la distribución de la especie unos 1.000 kilómetros al norte del registro más boreal de Estados Unidos. Le pregunto si hay aquí una coincidencia buscada.

“Esa fue, hablando mal y pronto, una especie de jugada de marketing. A esta altura, dependiendo del material que sea, uno intenta tener en la cabeza cuál puede ser el impacto”, confiesa Aldo. “Hay que tener en cuenta que el Smilodon en sí ya es un género que impacta, pero el Smilodon fatalis es el género más identificado con Estados Unidos, es como muy de ellos. Eso ya nos llevaba a intentar publicar el trabajo en una revista que no fuera sólo regional, no porque no sean buenas, sino para tratar de tener otra llegada al público y la comunidad norteamericana que estudia estos animales”, admite.

“Lo ideal hubiera sido publicar en una revista estadounidense, pero no veo que mucha gente publique desde acá en esas revistas. Entonces la otra opción era intentar publicar en una canadiense. La visión que uno tiene de los canadienses es que son buena onda, así que me dije de probar en esa revista”, prosigue. “A su vez, como en esa revista ya habían reportado en 2019 el registro más al norte de Smilodon fatalis, y ese registro nosotros lo citamos en el trabajo porque era valioso para hablar de la distribución de la especie, pensamos que todo cuadraba”, dice Aldo. Y cuadró.

Le digo que siendo el Smilodon fatalis probablemente el mamífero carnívoro más famoso de la paleontología de Estados Unidos, algo así como el T-Rex de la Era del Hielo, estos trabajos en la revista canadiense son como la operación pinzas de José Artigas en la Batalla de las Piedras: por el extremo norte colocan registros en Canadá y por el extremo sur lo constatan en Uruguay. La condición yanqui de la especie queda un poco en entredicho, o al menos bastante relativizada. Estamos hablando de un animal que vivió en un rango de latitud de más de 12.000 kilómetros, de los que Estados Unidos ocupa poco más de 2.000, es decir, una sexta parte de su distribución latitudinal.

“Fue un poco la idea”, reconoce. “Se buscó un poco este impacto. Era como para decirles a los estadounidenses que allá en Canadá hay un solo registro de Smilodon fatalis, pero es el más al norte, y acá en Uruguay tenemos solamente dos registros, pero son los más al sur. De cierta manera, los estadounidenses quedaron en el medio de un rango de distribución mucho más extenso de lo que se pensaba hasta nuestro reporte de 2018, y luego con el reporte canadiense de 2019”, redondea.

“De todas maneras, en Estados Unidos hay una cantidad enorme de registros y de datos, tampoco le vamos a sacar la importancia al Rancho La Brea”, dice en relación con el que probablemente sea el sitio paleontológico en el que se han recuperado más fósiles de esta especie de tigre dientes de sable. ¿Cuántos?

“Hay un trabajo de 1968 en el que George Miller ya había reportado 2.100 cráneos de esmilodonte en sus diferentes estadios ontogénicos, desde muy juveniles a adultos añosos. Desde 1968 para acá se han recuperado aún más fósiles”, señala Aldo.

De hecho, en el trabajo de 1968 de Miller la especie aún tenía su antiguo nombre, Smilodon californicus, que reflejaba esta gran abundancia de animales encontrados en California (luego se vio que se trataba de la misma especie ya descrita anteriormente, por lo que los dientes de sable de california pasaron a ser fatalis).

Cráneo de Smilodon fatalis del Pleistoceno tardío de Canelones. Vista dorsal (A), ventral (B) y lateral (C).

El clavo definitivo en el cajón

Hasta 2018 el Smilodon fatalis se había registrado sólo en Norteamérica, continente del que es oriundo, y en una pequeña zona de América del Sur (Ecuador y Perú). En todo el resto de Sudamérica, los fósiles de tigres dientes de sable que se habían reportado eran de Smilodon populator, especie que sólo vivió en Sudamérica. Se hablaba entonces de una distribución alopátrica de ambos, término que se utiliza cuando una barrera geográfica separa a dos animales, generando distintas especies. En este caso, esa barrera serían los Andes. Pero el fósil de Smilodon fatalis de Artigas tiró eso abajo: en Uruguay coexistían en el Pleistoceno tardío tanto el fatalis como el populator. El fósil de San Ramón coloca el más nuevo y definitivo clavo al cajón que sepulta esta idea de la distribución alopátrica: un segundo fatalis andaba en tierras del populator al sur del río Negro.

“Eso un poco se tiró abajo en el trabajo de 2018”, dice Aldo. Entonces decían que su hallazgo “no sólo amplía su distribución en América del Sur, sino que cuestiona la idea de la distribución alopátrica”.

Este artículo lo que hace es reforzar esa idea, porque ya no se trata de un cráneo aislado, sino que hay otro cráneo que encima se encuentra más al sur y que ya aporta evidencia de que en Sudamérica la coexistencia de Smilodon fatalis con Smilodon populator era más que probable. “Ahora hay que ver bien cuál habría sido el comportamiento de un animal que en Norteamérica era el tigre dientes de sable dominante aquí en donde se habría encontrado con otro tigre dientes de sable de mayor tamaño”, dispara Aldo.

“Es una incógnita si habría habido mucha competencia entre ambos, si habría habido un subordinamiento en el caso del fatalis, o qué pasaría cuando un fatalis grande se cruzaba con un populator chico”, propone. Recordemos los pesos promedio de estos animales: mientras los Smilodon fatalis andaban entre los 160 y los 280 kilos, los Smilodon populator andaban entre los 220 y los 360 kilos. Evidentemente, hay un rango en el que las masas de ambos se solapan. “Esa dinámica es toda una línea para explorar con este o con otros materiales que aparezcan en otro lugar”, comenta Aldo.

El problema de los tres cráneos o el tigre dientes de sable que haría enojar a Donald Trump

Anteriormente, mencionamos que en Perú se encontraron tres cráneos de esta especie de tigre dientes de sable. Y esos fósiles son muy relevantes para el trabajo que ahora Aldo y sus colegas publican sobre el fatalis del Pleistoceno de Canelones.

“Uno de los tres cráneos de Perú es idéntico a los cráneos que se han encontrado de fatalis en Estados Unidos. Pero los otros dos son diferentes, son un poco más angostos respecto de su largo. Si los vemos de arriba, son cráneos más aplastados, como más angostos y más largos que los cráneos de Smilodon fatalis de Estados Unidos”, cuenta Aldo.

Y entonces afirma algo clave para todo este asunto: “Mientras uno de los tres cráneos de Smilodon fatalis encontrados en Perú es el formato 100% fatalis norteamericano, los otros dos tienen un formato que sería el de Smilodon populator, que tiene un cráneo más angosto”. “Cuando Björn Kurtén y Lars Werdelin los estudiaron en 1990, estos cráneos con esa forma más de populator eran los primeros que se conocían, entonces se trató como que eran una variación intraespecífica. En ese trabajo me acuerdo que en inglés dicen 'at most”, es decir que 'como mucho' era una diferenciación a nivel subespecífico. Eso quedó ahí, fue parte de un renglón en un párrafo”, señala Aldo. Pero luego las cosas se complicaron. Por los uruguayos, claro está.

El cráneo de Smilodon fatalis de Artigas, que Aldo y sus colegas reportaron en 2018, también tenía esta forma alargada a lo Smilodon populator. “Eso en su momento nos llamó la atención. Vimos que tenía más afinidad con esos cráneos de fatalis de Perú y no tanto con el fatalis norteamericano. Eso ya nos había abierto un poco los ganchos a ver qué podía estar pasando ahí”, comenta.

El cráneo de San Ramón, reportado en este trabajo de 2025, es el cuarto cráneo de Smilodon fatalis sudamericano que presenta estos caracteres combinados de fatalis y populator. La cosa ya se pone seria. “Viendo en retrospectiva, debo reconocer que en 2018 me faltó un poco de audacia para ahondar más en esta cuestión”, admite Aldo. Pero la vida da revancha. Y el fósil de San Ramón se la dio.

En el trabajo reciente dicen que los dos cráneos de Uruguay, con las características angostas de los dos de Perú, implican que estas “estarían lejos de ser un evento aislado y aleatorio de diferenciación local, sino más bien uno que estaría muy extendido en el continente”. Y entonces el trabajo fascina porque plantea tres escenarios. “Basándose exclusivamente en las características osteológicas, debería considerarse la posibilidad de que hacia el Pleistoceno tardío estuvieran presentes en Sudamérica dos subespecies de Smilodon fatalis”. Maravilloso. Pero hay más posibilidades.

Luego de decir que en Perú los dos “ecomorfos” podrían haber coexistido, dado que los tres cráneos parecen provenir de sedimentos de la misma época, señalan que, “según lo define la literatura, una subespecie se caracteriza por territorios separados habitados dentro del rango de distribución de una especie y, por lo tanto, la coexistencia aparente puede no respaldar la diferenciación a nivel de subespecífico”. Entonces lanzan el segundo escenario: “Esta diferenciación morfológica podría representar el primer paso en la formación de una nueva entidad taxonómica (especie) dentro del género”. ¡Chan! Pero hay más.

“Vale la pena explorar el escenario hipotético de cruzamiento (hibridación) de Smilodon populator con Smilodon fatalis”, sostienen. ¡Ápala! Los distinguidos dientes de sable Smilodon fatalis, emblemáticos de Estados Unidos, estaban teniendo sexo con sus parientes sudacas Smilodon populator. De ser así, los morfotipos de nuestros dos cráneos y de los dos de Perú podrían ser producto de esa hibridación.

Acá es que podría enojarse Donald Trump y su política de apartheid contemporáneo: sus mimados dientes de sable tenían sexo feliz con los parientes sudamericanos. Las barreras se borran. Que viva la inmigración y el intercambio cultural (aunque acá la cosa sería al revés: los más yanquis fatalis serían los inmigrantes y los populator sudacas quienes les harían lugar en su lecho). Los dos cráneos de Perú, el de Artigas y el de San Ramón podrían ser el producto de orgías entre inmigrantes y locatarios, pruebas de que la convivencia armoniosa entre individuos de distintas partes es lo más natural del mundo.

“Este tema de la hibridación también estaba mencionado en ese trabajo de Kurtén y Werdelin, pero por la negativa”, cuenta Aldo. “El hecho de que Smilodon fatalis haya conservado su identidad en Sudamérica demuestra en gran medida su distinción específica respecto de Smilodon populator. La coexistencia sin cruzamiento sigue siendo la prueba de fuego para la diferenciación específica”, decían esos investigadores en 1990. “Que se cruzaran, pero además que las crías fueran viables, hace caer a pedazos el concepto biológico de especie que tenemos”, señala Aldo.

La discusión sobre la hibridación se dio entre Aldo y sus colegas. “Recuerdo que estaba en el MNHN con Washington Jones, coautor de este trabajo, y le comenté lo de que tal vez estos de cráneo angosto fueran una subespecie. Después, como tirando un bolazo, le dije lo de la hibridación. Washington quedó en silencio un ratito. Luego me miró y me preguntó que por qué eso sería un bolazo”, rememora Aldo. “Yo también tenía ese prejuicio, porque el concepto biológico de especie te aleja de la idea, hay ciertos dogmas que tiene la ciencia. Pero vamos a ser sinceros, no es que a la naturaleza le interesen nuestros dogmas”, afirma.

Los genes de neandertales que muchos humanos cargamos hoy en día son una prueba de que eso de que especies diferentes no se pueden cruzar, y menos aún tener descendencia viable, no es tan así. Parte de los extintos neandertales sigue viva en los genes que cargamos porque, lisa y llanamente, las especies Homo sapiens y Homo neanderthalensis tuvieron sexo frecuentemente. Si nosotros nos pasamos las diferencias por alto, ¿por qué no habrían de hacerlo estos dos dientes de sable?

“Washington me comentó de muchas especies de aves que a lo largo de su rango de distribución se hibridan con otras especies, y que eso era algo muy natural. Me dijo que buscara algo respecto de hibridación entre carnívoros a ver qué encontraba”, prosigue Aldo. Al buscar en la literatura, como le gusta decir, “medio que chamboneando”, se quedó boquiabierto. “Empecé a ver que había un montón de trabajos nuevos, de 2020 para acá, que hablaban de hibridación de carnívoros. Y entonces me dije: ‘¿Y por qué no?’. Ese día eso de la hibridación pasó de ser un bolazo a ser una búsqueda de literatura. Después surgió ese ejemplo de la especie humana. Así que sí, esa podría ser una línea de lo que sugiere este material”, reconoce Aldo.

Cuál es el escenario, no lo sabemos. Orgía entre esmilodontes de distintas especies que dejan estos híbridos con cráneos que combinan cosas. Una subespecie de fatalis que sólo se encontraba en Sudamérica. O estamos ante los primeros pasos de un proceso de especiación y, de no haberse extinguido la megafauna, tal vez con el tiempo habríamos tenido una segunda especie de Smilodon sólo sudamericana.

“No sabemos cuánto aporta al estudio de la fauna sudamericana que haya tres tipos de dientes de sable de un formato medio parecido pero diferente, pero es lo que se ve. Tenemos un Smilodon fatalis con morfotipo norteamericano claramente definido, tenemos un Smilodon populator sudamericano con sus características, y luego tenemos estos dos cráneos de Perú y los dos cráneos de Uruguay, que tienen características intermedias. Ahora queda planteada la necesidad de buscarles una interpretación a esas características intermedias, porque las características están y son observables, no es un invento o un caso aislado. La hipótesis que refuerce o explique esas características intermedias es lo que hay que afinar”, reconoce.

El trabajo que Aldo y sus colegas publicaron sobre el tigre dientes de sable más grande reportado en todo el continente (un Smilodon populator que habría pesado unos 436 kilos) fue objeto de una nota de The New York Times. Le digo que ahora, con los tiempos políticos que estamos viviendo, que acabe de publicar un trabajo que dice que el héroe carnívoro del Pleistoceno de Estados Unidos andaba feliz confraternizando con sus parientes sudacas sería un golazo, al menos en California. “Más allá de lo chistoso, podría haber pasado, es un escenario”, afirma.

Recreación de Smilodon fatalis y un armadillo del Pleistoceno tardío (imagen de IA meramente ilustrativa y no anatómicamente ajustada).

Atentos, paleontólogos de Argentina y Brasil

El nuevo trabajo vuelve a reiterar un pedido que ya habían hecho en 2018. La ausencia de Smilodon fatalis en Sudamérica más allá al sur de los Andes de Ecuador y Perú hacía que cualquier fósil que pareciera de un tigre dientes de sable en el continente automáticamente se asignara a Smilodon populator. Pero desde que apareció el cráneo en Artigas, y ahora este en Canelones, las cosas deberían cambiar.

“En este contexto, se propone la necesidad de una revisión del material craneal asignado a Smilodon en las Américas”, sostienen. De hacerlo, se podría resolver “el estatus taxonómico” de Smilodon fatalis y “definir o no la relevancia” de una subespecie, pero también del propio Smilodon populator, ya que algunos individuos reportados como tal podrían ser “reasignados” al morfotipo intermedio de fatalis.

Paleontólogas y paleontólogos de Sudamérica: a revisar colecciones. Ya no se puede pensar que todo cráneo de Smilodon encontrado por estos lares es de populator. “Sí. Pero sigue pasando eso”, dice, un poco desconcertado, Aldo.

“El trabajo de 2018 tuvo bastante buen recibimiento de parte de los investigadores norteamericanos, incluso lo han citado en el libro Auge y reinado de los mamíferos, pero no así de parte de investigadores de Sudamérica. Por ejemplo, investigadores argentinos que han trabajado con esmilodontes siguen asignando todos los materiales que hay en Argentina a Smilodon populator, y dicen que lo hacen porque es la especie que estaba en Argentina. Es un pensamiento totalmente cíclico”, lamenta Aldo.

“Que lo hicieran antes de 2018 lo podría entender. Los únicos Smilodon fatalis conocidos eran los de Ecuador y Perú, y se pensaba eso de la distribución alopátrica. Pero después de 2018, y más ahora con este trabajo, está demostrado que Smilodon fatalis estaba más al sur en el continente. No tiene más sentido que digan que todo Smilodon encontrado en Argentina es populator”, enfatiza. Uno quiere gritarles: “¡Bo, cruzando el charco tienen otra especie de Smilodon!”.

Paleontólogos y paleontólogas de Brasil y Argentina podrían comenzar a reportar los primeros Smilodon fatalis para sus respectivos países. Y si lo hicieran, podríamos entender mejor cómo los fatalis pasaron de Ecuador y Perú hasta llegar aquí. ¿Se dispersaron por la costa Atlántica o por el Pacífico? El mapa que publican con la distribución de la especie en el artículo muestra esa brecha en el conocimiento.

“Es impensable que en nuestro continente estén sólo los dos materiales de Perú y estos dos de Uruguay, y que en el medio no haya nada”, asegura Aldo. “Cuando hicimos el mapa de la distribución de fatalis para el artículo, de la revista nos preguntaron por qué sólo marcamos los dos puntos de Uruguay y no pintamos una zona como la que está pintada en la distribución de América del Norte hasta Perú”, cuenta. “Pero como no hay registro de fósiles en el medio, no podemos saber cómo fue la distribución de Smilodon fatalis en esta parte de Sudamérica”.

“En el caso de las poblaciones de Ecuador y Perú, partiendo de los registros de México, no queda otra que pasar por el istmo de Panamá, más allá de que allí no haya registros, porque es poco creíble que hayan llegado nadando hasta Ecuador. Y luego no te queda otra que pasar por una parte finita de Colombia, porque lo que es seguro es que estos animales no podían volar”, bromea.

Distribución estimada de Smilodon fatalis. Los puntos 5 y 6 corresponden al cráneo de Artigas y al de Canelones respectivamente. Imagen de Manzuetti et al 2025.

“Estos mapas uno trata de hacerlos lo más parsimoniosos posibles. Podríamos haber puesto que fatalis pasaba por Venezuela, agarraba por Brasil y así llegaba hasta nuestro territorio. Pero no tenemos cómo afirmarlo. Lo más parsimonioso fue intentar pintar lo menos posible. ¿Cómo habría pasado de Ecuador y Perú a este lado? No lo sabemos. Esos son datos que, para mí, ya deben estar en colecciones paleontológicas de la región, pero se trataría de registros de Smilodon fatalis mal catalogados porque se asumió que eran de Smilodon populator”, dice.

Lo dicho: un gran premio espera a quienes se pongan a revisar las colecciones paleontológicas de Brasil, Argentina, Paraguay y Venezuela, entre otras. Muchos de esas paleontólogas y paleontólogos podrán decir, como en 2018 dijeron para Uruguay Aldo, Martín, Daniel y Andrés, “Smilodon fatalis estuvo aquí”. Un policía que salió a pescar en 2020 y que confió en un gran equipo de investigadores los obliga a ponerse las pilas.

Artículo: The sabre-toothed cat Smilodon fatalis (Leidy, 1868) (Felidae, Machairodontinae) in the late Pleistocene-early Holocene of South America (Dolores Formation, Uruguay): new insights about its paleodistribution, taxonomy, and status of the genus
Publicación: Canadian Journal of Earth Sciences (junio de 2025)
Autores: Aldo Manzuetti, Washington Jones, Martín Ubilla, Daniel Perea y Andrés Rinderknecht.

Artículo: First record of Smilodon fatalis Leidy, 1868 (Felidae, Machairodontinae) in the extra-Andean region of South America (late Pleistocene, Sopas Formation), Uruguay: Taxonomic and paleobiogeographic implications
Publicación: _Quaternary Science Reviews (junio de 2018)
Autores: Aldo Manzuetti, Daniel Perea, Martín Ubilla y Andrés Rinderknecht.

Sin récord celeste: un tigre dientes de sable con peso promedio

Otra cosa que hicieron en esta investigación es ya a esta altura un clásico en los trabajos de Aldo y sus colegas: estimar cuánto habría pesado el animal con base en distintas ecuaciones que relacionan medidas del cráneo y los dientes con la masa de animales actuales. Fue empleando estas ecuaciones que fósiles de Uruguay, estudiados por Aldo y compañía, rompieron récords mundiales: el cráneo de un tigre dientes de sable de la especie Smilodon populator encontrado en Colonia terminó siendo el animal de su especie más grande encontrado hasta el momento en toda América (alcanzó unos 436 kilos), mientras que la mandíbula de un posible Xenosmilus terminó siendo el tigre dientes de cimitarra más grande del continente (alcanzó unos 378 kilos). Sin embargo, el Smilodon fatalis de San Ramón no rompió ninguna barrera.

Tras estudiar el cráneo y aplicar sus distintas medidas a las ecuaciones que permiten estimar la masa de los animales, este esmilodonte arrojó un peso de entre 225 y 240 kilos, lo que está “dentro del rango inferido para Smilodon fatalis”, que es de entre 160 y 280 kilos. Le pregunto si no obtener aquí un récord fue una decepción o, por el contrario, un alivio.

“Estuvo bueno, porque en cierto punto es fácil tener el registro más chico o el más grande. Resulta fácil jugar con los extremos, porque siempre es algo novedoso. Pero en este caso no hubo récord, con una masa de unos 240 kilos, era un Smilodon fatalis promedio. Los desafíos del trabajo eran otros”, reflexiona Aldo. “Hasta cierto punto eso es bueno, porque te sacás esa presión de reportar siempre el más grande de esto o de lo otro, como que no supieras hacer otra cosa. Llega un punto en que parece que te repetís a vos mismo, y eso es algo que en mi cabeza intento no hacer. Muchas veces caés en lugares comunes, porque vos sos la misma persona y somos el mismo grupo de trabajo”, señala. Así que el tamaño “normal” aquí sirvió para pensar otras cosas.

“En base en esa masa corporal estaba bueno discutir, que hasta ese momento no estaba discutido, porque en nuestro trabajo de 2018 no lo habíamos hecho, y además era un ejemplar pequeño, de unos 165 kilos, cómo era la interacción de un animal de ese tamaño, un Smilodon fatalis promedio en el contexto del Pleistoceno tardío sudamericano. Eso hasta ahora no se había hecho, porque hay muchos trabajos al respecto para Estados Unidos, más puntualmente para California, pero fuera de eso nada”, confiesa Aldo.

“En este caso, con esa masa promedio se nos ocurrió discutir cómo hubiera sido la interacción con la otra fauna conocida de Sudamérica, y hacer un paralelismo entre la fauna de carnívoros sudamericana, más puntualmente de Uruguay, con la del Rancho La Brea, de California”, señala.

Con estos 240 kilos, dice Aldo, este esmilodonte alcanzaría el tamaño de un “un león extremadamente grande o de un tigre más normalote”. Entonces en el trabajo analizan cómo un animal de este porte hace entre 27.000 y 30.000 atrás, en nuestro Pleistoceno, se habría llevado con otros carnívoros que andaban en la vuelta.

En ese momento este esmilodonte fatal tendría que habérselas ingeniado para conseguir alimento en un ambiente en el que había tigres dientes de sable de la especie Smilodon populator, que en general son más grandes que los fatalis (andan en un entorno de entre 220 y 360 kilos, aunque como mostró el cráneo de Colonia, algunos podrían superar ampliamente los 400).

“También habría jaguares de gran porte, del entorno de los 200 kilos, así como unos cánidos del género Protocyon, que si bien parecen chicos con su peso de entre 30 y 40 kilos, para un cánido ese es un tamaño grande”, señala. Y más aún si pensamos que estos cánidos podrían cazar en manada, como hoy hacen los lobos o los licaones. “Sí, según lo que se estipula, cazaban en grupo”, reconoce.

“También había aquí osos de cara corta, del género Arctotherium, pero no los tuvimos tanto en cuenta como competidores directos porque si bien eran depredadores, eran animales omnívoros que comían frutos y demás”, comenta.

“Este Smilodon fatalis tendría más competencia de parte del Smilodon populator y de los cánidos de gran porte y que formaban grupos sociales, algo que es similar a lo que pasaba en Estados Unidos, donde Smilodon fatalis competía con el lobo Aenocyon dirus”, compara.

“También habría competido con el jaguar, Pantera onca, que en aquella época era más grande, que aquí sería una especie de símil del Pantera atrox norteamericano. Lo que decimos en el trabajo es que el contexto del Rancho La Brea, respecto del contexto uruguayo, no es tan diferente, más allá de que por más que sean muy similares, no hay dos animales que tengan exactamente el mismo nicho trófico”, apunta.

“La particularidad es que en Norteamérica el Smilodon fatalis era el tigre diente de sable dominante, y acá, cuando llega, se encuentra con otro muchacho que era más grande, el Smilodon populator. Esa interacción te deja la duda de cuál sería el rol de este tipo de animales acá”, finaliza Aldo.

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