Los tigres diente de sable del género Smilodon fueron unos grandes félidos que vivieron en el continente americano y que se extinguieron hace entre 8.000 y 12.000 años. Los conocemos bastante bien por dos razones: por un lado son inconfundibles, ya que tienen unos colmillos enormes que sobresalen de sus bocas y que les han dado el nombre común; por otro lado, están muy presentes en la cultura popular, al punto de que casi todo el mundo conoce a Diego, el dientes de sable protagonista de la saga de películas animadas La era del hielo.
Como pasa con el Tyrannosaurus rex, uno de los dinosaurios más famosos del planeta, esta notoriedad del tigre dientes de sable tiene mucho que ver con el país que impone en mayor medida qué es lo que entra y qué no a lo que entendemos como cultura popular. Es en Estados Unidos donde ha aparecido la mayor cantidad de fósiles de tigres dientes de sable. De hecho, en el famoso Rancho La Brea, en California, un lugar que está lleno de pozos de alquitrán, se han recuperado incluso varios esqueletos completos, al punto de que el esmilodón –castellanización a la que no recurriré demasiado– es casi un animal emblemático de la paleontología norteamericana.
Si en el fútbol llama la atención que un país de sólo tres millones de personas tenga tantas conquistas internacionales, en la paleontología lo que acaba de suceder este marzo de 2020 es tanto o más insólito. Si bien Estados Unidos tiene cientos y cientos de fósiles de tigres dientes de sable, uno de los dos únicos cráneos completos de ese animal que han sido descubiertos en Uruguay, en este caso en 1989, ha permitido determinar ahora que en este país vivió el ejemplar de Smilodon populator más grande que haya sido encontrado nunca. Pesaba más de 400 kilos –la estimación más plausible arrojó 436 kilos– y su cráneo fósil fue encontrado en sedimentos de la formación Dolores en el Arroyo de las Limetas, en Colonia.
Así que el mismo día que desde The New York Times van a llamar a los paleontólogos uruguayos responsables de esta publicación científica, parto al Departamento de Paleontología de Vertebrados de la Facultad de Ciencias para hablar con los investigadores Aldo Manzuetti y Daniel Perea, quienes junto a Washington Jones, Martín Ubilla y Andrés Rinderknecht son los autores del artículo recientemente publicado.
Esperando en el museo
El cráneo que permitió a los paleontólogos determinar la estimación de masa del tigre dientes de sable americano más grande había sido depositado en la colección del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN) por el agrónomo Ricardo Praderi en 1989; en ese entonces Praderi era el administrador del campo donde pasaba el Arroyo de las Limetas y colaboraba con el museo en la colección de cetáceos. Al fósil le fue asignado un número de colección, MNHN-P 957, y pacientemente esperó por décadas que alguien quisiera fijarse en él con detenimiento. Finalmente, tras una larga espera, ese momento de gloria llegó cuando Aldo Manzuetti comenzó su tesis de maestría sobre fósiles de mamíferos carnívoros de Uruguay.
“Había varias colecciones que sí o sí tenía que estudiar, como la de la Facultad de Ciencias o la del MNHN”, recuerda Aldo. “Andrés Rinderknecht me había comentado que no había muchos materiales de este tipo de animales, pero que había un cráneo que llamaba la atención por su tamaño. Él ya tenía una idea de que había un material interesante, con unas dimensiones que podrían llegar a ser un poco grandes para la especie”, dice Aldo y su cara de felicidad refleja hoy aquel buen olfato de su colega.
La tesis en la que trabajaba consistía en una revisión anatómica y morfológica de los mamíferos carnívoros fósiles de Uruguay. “En el transcurso de la tesis, que siempre duran varios años, empezó a cambiar y le empecé a agregar estimaciones de masas, pero sin centrarme en este material. Este artículo derivó de los resultados directos de la tesis de maestría”, dice feliz de cómo se fueron dando las cosas. Pero además del cráneo más grande de tigre dientes de sable americano, su tesis ya había aportado datos valiosos sobre estos animales.
Donde come uno, comen dos
Los tigres dientes de sable del género Smilodon tienen como origen América del Norte al final del Plioceno y su linaje duró hasta cuando se produjo la extinción masiva de la megafauna americana, hace entre 8.000 y 12.000 años. De estos félidos, que vivieron sólo en América, hay tres especies descritas, Smilodon fatalis, Smilodon populator y Smilodon gracilis. Hasta hace poco se pensaba que sólo Smilodon populator había llegado a Uruguay, hasta que un trabajo, también publicado por nuestros paleontólogos en 2017, demostró que Smilodon fatalis, del que se habían encontrado restos sólo al noroeste de los Andes, también había estado en este territorio.
“Eso fue una novedad y la descubrió Aldo también en su tesis de maestría”, dice Perea. “Al analizar materiales fragmentarios, pero que no eran cráneos, Aldo comenzó a ver evidencia de que Smilodon fatalis había estado también acá”. Como no tenía una evidencia contundente, confesaba su pálpito sólo a los colegas más cercanos. “Los tigres dientes de sable de esa especie se encontraron en América del Norte, en Perú, Ecuador y en ningún otro lugar, por lo que cualquier fósil que se encontrara en Uruguay y en el resto de América del Sur se pensaba que era de la especie Smilodon populator”, dice Daniel Perea. “Se pensaba que todo lo que estaba al oeste de los Andes era Smilodon fatalis, y todo lo que estaba al este era Smilodon populator, y como existía esta división, muchos trabajos no distinguían los materiales por ningún carácter anatómico, sino por esta costumbre de asignar la especie según estuviera al este o al oeste de los Andes”, dice Manzuetti, y reconoce que a él algo no le cerraba.
“Con Andrés Rinderknecht y Martín Ubilla le decíamos que tuviera cuidado, que los huesos de los carnívoros son muy variables, pero el insistía”, reconoce Perea. Al final, pudo más un pelo de convicción que una yunta de advertencias: “Cuando en Artigas una gente encontró un cráneo, entonces no hubo duda: pertenecía a Smilodon fatalis”, relata Daniel.
“El cráneo del tigre dientes de sable estaba en una colección privada, la colección Brum-Martínez, y nadie lo había estudiado minuciosamente”, recuerda Aldo. Si bien ya sabían que el cráneo era chico, no descartaban que pudiera tratarse de un Smilodon populator pequeño. “Recuerdo que cuando lo fuimos a ver con Daniel yo había visto tanto cráneo para la tesis, que ni bien lo sacó de la caja le dije que se trataba de un Smilodon fatalis”, dice. “Luego lo comparamos con otros cráneos de Smilodon fatalis que ya estaban publicados y todos los caracteres daban que se trataba efectivamente de esa especie”. El hallazgo de Aldo y sus colegas fue publicado en noviembre de 2017 en la revista Quaternary Science Reviews.
Así que con el trabajo de tesis de maestría se hacía un gran aporte al panorama de la fauna prehistórica del país y de América: no sólo había en Uruguay tigres dientes de sable, sino que, por primera vez en la Sudamérica al este de los Andes, se encontraron fósiles de dos especies distintas.
Grande entre los grandes colmilludos
De las tres especies conocidas de tigres dientes de sable del género Smilodon, la especie Smilodon populator era la más grande. Smilodon gracilis, que se ha encontrado sólo en América del Norte y en parte de Venezuela, tenía una masa que iba entre los 55 y los 100 kilos, algo similar, dicen en el artículo, al jaguar (Panthera onca) que vive en nuestros días.
Smilodon fatalis, que se pensaba que sólo vivía en Norteamérica y al oeste de los Andes, pero que gracias a Manzuetti y sus colegas sabemos que también vivó en nuestro territorio, llegaba a tener una masa de entre 160 y 280 kilos, lo que le daría un tamaño similar al de los actuales tigres siberianos (Panthera tigris altaica).
Smilodon populator, el más grande de todos, tendría un tamaño que iba desde los 220 a los 360 kilos, aunque se han reportado individuos de hasta 400 kilos, que vendría a ser el peso aproximado de dos leones actuales. Sin embargo, el fósil que había descansado tranquilo en el MNHN estaba destinado a saltar a la fama. Al analizar las medidas del cráneo, Manzuetti supo enseguida que aquella primera impresión de que su tamaño era grande se había quedado corta: “Rinderknecht ya me había dicho que era un cráneo grande, pero nunca pensé que nuestro tigre dientes de sable iba a pasar los 400 kilos”, exclama Aldo.
“Si bien había un estudio de los paleontólogos Christiansen y Harris, de 2005, en el que hacen una estimación de masa de las tres especies de Smilodon, y algún espécimen de S. populator les da cerca de los 400 kilos, el rango que publican es de entre 220 y 360 kilos”, cuenta Aldo con entusiasmo. “Cuando hicimos nuestras estimaciones, que dan un promedio de 400 kilos y un máximo de 436 kilos, fue cuando nos dimos cuenta de que era un bicho llamativamente grande dentro de los tigres dientes de sable conocidos”, agrega.
En ciencia uno debe ser precavido. Daniel me venía anunciando desde el año pasado que en cualquier momento publicaban el paper sobre el cráneo del tigre dientes de sable de Smilodon más grande del planeta. Sin embargo, al leer el artículo publicado, Manzuetti y Perea optan por poner un título menos rimbombante –“un cráneo extremadamente grande de tigre dientes de sable” – o explican que “es uno de los especímenes más grandes jamás recuperados y estudiados de esta especie”. Uno entiende que en el artículo, que pasa por la revisión de pares, nuestros investigadores prefieran ser cautos. Pero ya que esta es una nota periodística y que entusiasma saber que en este pequeño país se encontró el ejemplar, por ahora, más grande de la especie, les pregunto si en la bibliografía científica alguien ha publicado un Smilodon populator que haya arrojado una estimación de masa por encima de los 436 kilos que dio el cráneo que descansa en el del MNHN (y que sin dudas será una de las estrellas de las exhibiciones cuando se complete la mudanza a la nueva sede).
“En ese trabajo que te comenté, de Christiansen y Harris, que estiman la masa por hueso largo, como el húmero o la tibia, y no por el cráneo, hay algún ejemplar que les da un poco más grande que este, pero ellos mismos bajan esas estimaciones” explica Aldo, que cree recordar que en ese trabajo había animales que arrojaron estimaciones de más de 500 kilos. “Pero ellos mismos dicen que hay un error en la estimación o que algo no estaba bien en la medición. Por eso se quedan con ese rango de entre 220 y 360 kilos y dejan a algún animal de hasta 400 kilos como algo que también estaría bien”.
Esto es ciencia. Si bien el propio artículo dice que “todas las estimaciones de masa corporal realizadas para taxones extintos deben considerarse con precaución y tomarse como valores aproximados, en lugar de valores absolutos”, su estimación está ajustada a criterios y ese número de 436 kilos que sostienen como máximo más probable no presenta grandes objeciones. “A priori no hay razones para dar de baja nuestra estimación”, dice Aldo. Entonces les pido que sean rimbombantes. Ríen. Y concilian: “De lo que está demostrado en el mundo, sería, sí, el ejemplar más grande de Smilodon. En China hay un ejemplar que por pocos centímetros es el dientes de sable más grande, pero no es del género Smilodon”, sostiene Daniel, que también me acepta que diga en la nota que es “el tigre dientes de sable americano más grande del mundo”.
Dime cuánto pesas y pensaré que cazas
Más allá de si nuestro Smilodon populator es el dientes de sable más grande del mundo o le dejamos ese privilegio a los chinos, un ejemplar de 400 o 436 kilos sería un animal enorme, y dentro de los carnívoros sudamericanos, sólo sería opacado por los osos de cara corta (del género Arctotherium) que vivieron en esta tierra. Sin lugar a duda, estos dientes de sable eran el depredador tope de su época.
Hablando de depredar, en el trabajo también estiman el tamaño de las presas que podría cazar semejante félido colmilludo. Si la estimación de masa del tigre dientes de sable subía, era lógico que subiera también el tamaño de las presas que podría obtener. “Lo que sube, al tener un cráneo tan grande, es la estimación de masa de la presa máxima”, dice Aldo, que explica que ese ejemplar podría cazar presas de hasta tres toneladas.
Por ese tiempo, en nuestro territorio había varios animales que formaban parte de la megafauna, mamíferos que superaban la tonelada de peso, así que habría que incluir en su menú a herbívoros como los toxodontes (una mezcla de hipopótamos con rinocerontes) y las macrauquenias (siguiendo con las analogías, una mezcla grandota de un tapir y un camello). Dado el límite de presa estimado, este ejemplar de tigre dientes de sable extremadamente grande hubiera sido capaz de cazar perezosos gigantes como el Lestodon o juveniles de mastodontes, parientes de los elefantes, que de adultos podrían rondar las siete toneladas, o de los perezosos megaterios, que de adultos llegaban a las seis toneladas.
En su trabajo también señalan que no puede descartarse que los tigres diente de sable, al igual que los leones de nuestro tiempo, cazaran en manada. Si ese fuera el caso, podrían haber predado incluso a megaterios y mastodontes adultos, o, en realidad, a casi cualquier mamífero que quisieran almorzar. “Es difícil establecer pautas de comportamiento, porque hoy en día no hay ningún carnívoro apuñalador como este animal”, señala Daniel. “Los tigres de hoy, por ejemplo, matan asfixiando o quebrando el hueso de la nuca. Seguramente los tigres dientes de sable buscaban las partes blandas, como la garganta, el vientre o el abdomen, y apuñalaban, dado que si esos colmillos enormes al morder daban contra un hueso es muy probable que se pudieran romper”, agrega.
Es que los colmillos de los tigres dientes de sable –se ha estudiado– no tienen mucha resistencia a las fuerzas laterales. Si bien son como puñales, y pueden penetrar y abrir la carne, si la presa se moviera, los colmillos podrían no resistir. Los paleontólogos sostienen que esa es la razón de que las patas delanteras de estos animales sean tan robustas: se piensa que con ellas inmovilizarían a la presa contra el suelo para así apuñalarlas sin miedo a que sus colmillos se hicieran añicos.
Esta relativa fragilidad de los colmillos es lo que también explica que el cráneo del Smilodon más grande del mundo, es decir el del MNHN, haya aparecido sin sus dos dientes característicos: antes de poder fosilizarse, el cráneo debió estar sometido a ajetreos varios, por ejemplo al ser arrastrado por la corriente de un río, quebrándose así esos dientes que antes causaron tanto terror en los pastizales de esta tierra. “Si bien no está en el artículo, estimamos que el canino mediría unos 17 centímetros, lo que lo ubica también entre los más grandes que se han reportado”, confiesa Aldo.
¿Cruce de miradas?
El cráneo proviene de sedimentos de la formación Dolores, que está datada entre hace 8.000 y 30.000 años. Los tigres diente de sable se extinguieron entre hace 12.000 y 8.000 años. Dado que los humanos, se piensa, llegaron a estas tierras hace unos 14.000 años –por ejemplo en el Cerro del Burro, en Maldonado, hay registros de presencia humana de más de 13.000 años y algo similar arrojan los hallazgos arqueológicos en Pay Paso, Artigas– no sería descabellado pensar que los tigres diente de sable y esos temibles seres que caminan en dos patas intercambiaron miradas de desconfianza mutua en lo que hoy es Uruguay.
“No hay evidencia directa, pero es probable que sí. De los humanos tenemos evidencia directa de convivencia con gliptodontes, mastodontes, con megaterios, pero aún no hemos encontrado con tigre dientes de sable”, explica DAniel y su colega lo secunda: “Los rangos temporales permitirían pensar en que sí podrían haber convivido”.
Siendo el Smilodon populator un predador tope en Sudamérica, sólo superado en su voracidad tal vez por el ser humano en esa época, sería ilógico pensar que sus huesos aparecerían asociados en yacimientos arqueológicos como restos de comida o como material de utensilios. Daniel señala que la evidencia directa de la convivencia de otra fauna y humanos ha aparecido, por ejemplo, en fogones. “Es muy probable que no cazaran a los dientes de sable sino a otras presas menos peligrosas”, dice, y uno se imagina a un carnívoro de más de 400 kilos con dos colmillos de 17 centímetros de largo y no puede menos que pensar lo bien que hacían nuestros antepasados en buscar sus sustento en otras presas.
Uno especula que de aparecer evidencia de la relación entre humanos y tigres dientes de sable tal vez tuviera que ver más con actividades simbólicas, ya sea como trofeo o adornos basados en un animal que sin dudas debería haber sido, sino reverenciado, al menos respetado con particular interés. DAniel es paleontólogo, y los paleontólogos no estudian a los humanos prehistóricos, pero eso no impide que, como cualquiera de nosotros, piense sobre el tema. “Podría ser que los jefes usaran colgantes con colmillos de dientes de sable”. Aldo se suma a este ejercicio imaginario: “Probablemente no lo habrían obtenido atacando al animal, sino que lo habrían sacado a un animal ya muerto. No creo que nadie atacara a un dientes de sable para sacarle un colmillo”.
Y la verdad que no. Más aun si se tiene en cuenta que Rinderknecht, cuando nos mostró el cráneo en el MNHN, nos dijo que este era un félido extremadamente musculoso y robusto. Y para que uno se haga una idea, recurrió a una comparación: “Si fuera un perro, sería como un pitbull”. Daniel concuerda: “Sí, era un animal super robusto, sobre todo en el tren delantero. Tenían una gran potencia muscular y los huesos de lo que serían el brazo y el antebrazo son extremadamente potentes si se los compara con los del tren posterior o con los de otros félidos”.
No quedarse con lo que ya se sabe
“¿Qué podemos aportar nosotros casi 180 años después de que ya se supiera que existía esta especie de animal?”, se pregunta Aldo, que confiesa que dudaba de si era importante o no publicar el artículo. “Creo que el principal aporte es la idea de que tenés que seguir estudiando, aun lo que ya se conoce. Siempre van a aparecer materiales que aun cuando ya está todo establecido, cuando pensás que ya sabés dónde encaja cada pieza, pueden hacerte ver que no era tan así”, ensaya como respuesta a su propia interrogante. De hecho, su estudio de los carnívoros fósiles permitió acabar con la idea de que los Smilodon fatalis vivían sólo en Norteamérica y al noroeste de los Andes. “Tal vez anatómicamente este trabajo no haga un gran aporte, porque no encontramos un cuerno ni nada que ya no hubiera sido descrito, pero sí encontramos que era extremadamente grande, que está en el límite de lo que se pensaba que podrían haber sido”.
Les comento la importancia del trabajo de ir a las colecciones y volver a estudiar piezas que ya estaban catalogadas, donde es probable que haya materiales que pueden ser medidos o estudiados de una nueva forma o puestos en perspectiva a la luz de nueva evidencia. “Lo importante es que uno no se quede con la cosas que están, sino que las dé vuelta y las vuelva a mirar una y otra vez”, dice Daniel.
Como decíamos al inicio, un cráneo extraordinariamente grande de tigre dientes de sable evidentemente llama la atención, y es más llamativo aun que haya aparecido en un país que apenas tiene dos cráneos. “Eso es un poco lo ‘raro’ que tiene la preservación del registro fósil. Vos podés tener un montón de cosas que tal vez son muy parecidas, y otro tiene un ejemplar solo y justo es el raro”, reflexiona Aldo. “Esto es un tema que mezcla un poco de preservación y de suerte. Tal vez si Praderi pasaba otro día no lo veía, o si pasaba más tarde el fósil ya se había roto”.
Uno piensa que si en lugar de dos cráneos Aldo hubiera tenido 300, tal vez no los hubiera medido todos. La escasez permite dedicarle más energía a cada fósil en particular. “Sí, eso es lo que dicen de nosotros los paleontólogos de otros países, que le sacamos el jugo a un ladrillo”, ríe Daniel. “Como tenemos poca cosa tratamos de aprovecharlas al máximo posible”, complementa Aldo. Y ese máximo posible, esta vez, es el cráneo más grande de todos los tiempos de un Smilodon populator. Que California nos quite lo bailado.
Artículo: An extremely large saber-tooth cat skull from Uruguay (late Pleistocene-early Holocene, Dolores Formation): body size and paleobiological implications
Publicación: Alcheringa: An Australasian Journal of Palaeontology (marzo, 2020).
Autores: Aldo Manzuetti, Daniel Perea, Washington Jones, Martín Ubilla, Andrés Rinderknecht.