En el mundo del arte es frecuente que se haga un “ejercicio liberal” de la profesión: cada cual se mete en el baile que quiere o puede y encuentra la forma —o no— de capitalizar su talento. Jaime Roos, el Fata Delgado, Fernando Cabrera o un solista que ejecuta versiones de los Beatles en un restaurante de un balneario son en cierta manera emprendedores de las melodías. Pero otros músicos y músicas realizan su actividad artística bajo contratos laborales. En cierta manera, son proletarios de la música. Es el caso, por ejemplo, de quienes integran la Orquesta Sinfónica Nacional o el Coro Nacional del Sodre. Gracias a estos últimos, los “laburantes del pentagrama” (lo que no quiere decir que los músicos que no tienen contratos laborales no laburen), pudo llevarse adelante una valiosísima investigación.
Durante mucho tiempo los músicos quedaban por fuera de los estudios de salud ocupacional enfocados en la audición, ya que se pensaba que era gente que estaba disfrutando del sonido que generaba. Pero la cosa no era tan así. La reciente publicación del artículo Base de datos audiométrica de músicos académicos de Uruguay en la prestigiosa revista italiana Medicina del Trabajo arroja luz justamente sobre cómo los trabajadores de la “música culta” de nuestro país están expuestos a riesgos a su salud que son consecuencia de su entorno laboral y su actividad. El texto es el fascinante resultado de un trabajo interdisciplinario de casi una década que se refleja bien en las instituciones de sus autores: Fernando Tomasina, Adriana Pisani, Bettina Tellechea y Gimena Clavijo, de la Cátedra de Salud Ocupacional de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República (Udelar), Elizabeth González y Carolina Ramírez, del Departamento de Ingeniería Ambiental de la Facultad de Ingeniería (Udelar), Lorena de Patti, Gabriela Collazo y Silvia Palermo, de la Unidad Académica de Fonoaudiología de la Facultad de Medicina (Udelar), y Beatriz Lozano y Ulrich Schrader, del Instituto de Música de la Facultad de Artes (Udelar). ¿Qué hicieron? Muchísimo.
Evaluaron el estado de los oídos y la capacidad de audición de 62 cantantes (coristas y cantantes líricos del Sodre y estudiantes de canto de la Facultad de Artes) y de 75 músicos de ensambles instrumentales (orquestas y bandas sinfónicas del Sodre y de la Intendencia de Montevideo), totalizando así 137 músicas y músicos académicos profesionales (o en vías de serlo) de nuestro medio. También les realizaron historias clínicas con énfasis en su ambiente laboral, midieron los niveles de sonido en sus lugares de ensayo y, muy importante, hicieron talleres con los músicos, tanto antes de las mediciones como luego de ellas, de manera que adquieran conocimiento sobre los riesgos laborales a los que estaban expuestos (en este trabajo por afectación de sus oídos, pero también evaluaron cuestiones de postura y demandas energéticas para cantar y ejecutar los instrumentos).
¿Qué encontraron? Que hay cosas para hacer si pensamos en la salud de estos trabajadores del pentagrama. Efectivamente, su actividad laboral los expone a un mayor riesgo de pérdida auditiva en comparación al promedio de la población. Así que más rápido que semifusa en allegro salimos al Hospital de Clínicas, donde funciona la Unidad de Medicina Ocupacional, para encontrarnos con Fernando Tomasina y Elizabeth González, visitante de Facultad de Ingeniería que ha pasado largas jornadas allí debido a estas investigaciones interdisciplinarias.
Elizabeth González y Fernando Tomasina.
Foto: Rodrigo Viera Amaral
Todos juntos y para adelante, los músicos y los estudiantes
Como bien señalan en el artículo, “la población total de músicos académicos en Uruguay —aquellos que se dedican a la música de conservatorio, como miembros de ensambles instrumentales, solistas profesionales y otros solistas— constituye una comunidad pequeña”. Agregan que “las orquestas y coros profesionales se encuentran principalmente en Montevideo y están compuestos por menos de 400 personas”, y que si a ellos se les suma “otros músicos académicos profesionales y estudiantes de la Escuela Universitaria de Música de la Facultad de Artes”, se llegaría a un universo total del entorno de las 500 personas que se dedican a esta actividad.
Les pregunto cuándo y cómo fue que les surgió la idea de ver si los músicos profesionales eran afectados en su audición por su trabajo y, al mismo tiempo, dado que no es una gran masa de trabajadores, por qué hacer en esta población una investigación de salud ocupacional, cuando tal vez haya otros colectivos más numerosos que podrían necesitarla.
Elizabeth González toma la batuta. “La idea de trabajar juntos con Fernando la teníamos desde hace muchos años, gracias a un colega común, Domingo Perona, médico ocupacional que era docente en la Facultad de Ingeniería y con quien empecé a estudiar estos temas de acústica aplicada, ambiente y salud”, señala. Y entonces una iniciativa de la Udelar, que buscaba fomentar la investigación interdisciplinaria entre distintas instituciones universitarias, el Espacio Interdisciplinario, obró su magia.
“Para una de las convocatorias del Semillero Interdisciplinario nos presentamos con un grupo de gente de la Facultad de Artes que estaba muy interesado en incorporarse en la investigación”, cuenta Elizabeth. “Ahí comenzamos a abordar el canto lírico, buscando ver si los movimientos de cabeza y otros que tienen que hacer para cantar podrían ser un tema de investigación. Esa fue la idea primaria, pero a medida que nos fuimos metiendo en el tema, encontramos que allí había todo un mundo”. Efectivamente, en 2018 obtuvieron financiación en los Semilleros del Espacio Interdisciplinario y el proyecto comenzó a tomar forma (en 2020 obtendrían nuevamente financiación y formarían el Núcleo Interdisciplinario Salud Auditiva, Vocal y Ergonomía en Músicos Académicos, Savem).
“Es real que cuando uno piensa en salud ocupacional, piensa más en los colectivos de trabajadores en el ámbito industrial o en el espacio de trabajo tradicional”, dice Fernando. Pero es interesante que el músico académico se vea no solamente como un profesional de la música, sino que además se considere un trabajador. Y como trabajador también está expuesto, por su proceso laboral, a distintos factores de riesgo. Uno de ellos es el ruido, sin duda, pero hay otros, como los ergonómicos, que también indagamos y que serán objeto de otra publicación”, señala.
“Nos parecía importante que hubiera un proceso de reflexión sobre cómo las condiciones de trabajo condicionan el producto musical. Porque al igual que en cualquier otra profesión, sin salud laboral, sin bienestar, no hay un producto de calidad, tanto si es un servicio como un bien”, enfatiza Fernando. “A la larga, la salud y el bienestar de los músicos hacen a la calidad del producto musical, que tiene un valor quizás no tangible, pero que hace a la cultura y al bienestar de la población en su conjunto. Así que nos pareció interesante empezar a indagar sobre todo ese mundo, y para ello empezamos por lo que es más evidente, que es la exposición al ruido o, mejor dicho, a niveles sonoros elevados”, remarca. Elizabeth, por las dudas, aclara: “No estamos diciendo que lo que hace, por ejemplo la orquesta del Sodre, sea ruido, pero decimos ruido para no estar todo el tiempo hablando de niveles sonoros elevados”.
Ya que Elizabeth lo menciona, vayamos a eso.
Música, ruido y niveles sonoros elevados
La definición de qué es ruido y qué no lo es tiene bastante de subjetiva. Se habla de “sonidos inarticulados”, percibidos como “desagradables”, pero en el fondo todo remite a “sonidos no deseados” por quien los escucha en un momento determinado. A diferencia de sentidos como la vista, el tacto o el gusto, no podemos apagar la audición a voluntad (ni tampoco la olfacción). Escuchamos todo aire que vibra a nuestro alrededor en las frecuencias que nuestros oídos pueden captar, que generalmente van desde los sonidos graves de 20 Hertz hasta los agudos de alrededor de 20.000 Hertz (los sonidos más graves que los 20 Hz se denominan infrasonidos y los más agudos que los 20 KHz, ultrasonidos, justamente por estar por fuera de nuestro rango de audición). Así las cosas, para una persona, una canción de heavy metal estridente o una apacible sonata de Mozart pueden resultar algo excelso y, para otras, ruido.
“Incluso tu música preferida puede ser una molestia si en ese momento estás escuchando otra cosa, o si estás hablando por teléfono, o si te están entregando el premio Nobel y te suena el teléfono con tu música preferida. Obviamente en todos esos momentos esa música que te gusta va a ser ruido”, agrega Elizabeth González.
Lo que dice es algo que seguro hemos experimentado varias veces y está relacionado con cómo se concibe el ruido dentro de la teoría de la información: ruido es todo lo que interfiere con la correcta transmisión, recepción o procesamiento de una señal. Un parlante que funciona mal, aun cuando esté reproduciendo nuestra canción favorita, agregará distorsión o ruido a la señal (la canción) que está reproduciendo. Pero fuera de esta distinción de lo que para cada cual es ruido y qué no lo es, nuestros oídos pueden dañarse tanto con música como con ruido, porque lo que importa también es la presión sonora del aire, eso a lo que comúnmente llamamos volumen y que se mide en decibeles (dB). Es algo que sabemos bien, pero a lo que generalmente no le hacemos mucho caso: usar auriculares al máximo de su volumen es perjudicial para nuestros oídos, independientemente de lo que estemos escuchando a través de ellos.
En el trabajo además dicen algo importante: “En el caso de los músicos profesionales, existe la creencia común de que no deberían sufrir pérdida auditiva debido a su profesión ya que ‘disfrutan lo que hacen’”. Tal vez para quien lea esta nota no haya nada más dulce que una orquesta sonando afinada y al unísono. ¿Cómo eso podría lastimar a alguien? “Durante muchos años se pensó que si el sonido que escuchabas te gustaba, no te lastimaba. Pero en 2012 hubo un estudio muy contundente, que se hizo en Hong Kong, que mostró que aunque te guste, te daña”, afirma Elizabeth. “Por eso había una necesidad, y a su vez una demanda de los propios actores, de comenzar a tomar conciencia sobre este tema del ruido, o de los sonidos en general, como un problema ambiental y laboral”, redondea Fernando. Así que a eso fueron.
¿A qué niveles de sonidos están expuestos los músicos y cantantes académicos?
“Como en todo problema de ambiente laboral, lo primero que buscamos fue hacer un mapeo de la situación”, señala Fernando, y agrega que el abordaje requería necesariamente una mirada interdisciplinaria. “Al igual que en el espacio laboral tradicional, aquí había que mapear e identificar cuáles eran los niveles sonoros de exposición durante la tarea, tanto en el momento que hacen la ejecución pública como en el ensayo, que es algo más permanente, continuo”, explica.
Así que, como reportan en el trabajo, “para evaluar la exposición sonora” hicieron mediciones de presión sonora en ensayos del Coro Nacional del Sodre y de la Banda Sinfónica de Montevideo. “Ese mapeo que hicimos en las etapas más tempranas de este proyecto nos indicaba que estos músicos académicos están expuestos a niveles sonoros por encima de los aceptables para ocho horas de trabajo según nuestra normativa”, señala Fernando.
En el artículo dicen que en nuestro país “el Decreto 143/012 establece medidas para prevenir las consecuencias nocivas para la salud de la exposición a la presión sonora, fijando un límite de ruido de 80 dB ponderados para una jornada laboral de 8 horas” y sostiene que de superarse ese nivel deben tomarse “medidas preventivas” y realizar una “vigilancia audiométrica regular”.
Al hacer estas mediciones vieron que tanto en el coro como en la sinfónica los músicos y músicas están expuestos a más de 80 dB: nunca bajan de valores de 85 dB. En el trabajo hay un par de diagramas espectaculares que grafican esto.
Por ejemplo, en el Coro Nacional del Sodre, quienes cantaban en el sector de tenores estaban expuestos a presiones sonoras de entre 83 y 93 dB, en el sector de los bajos, a presiones de entre 86 y 95 dB, en el área de mezzosopranos, a presiones de entre 85 y 98 dB, y en donde se registraron los valores más altos fue en el sector de sopranos, con niveles de entre 87 y 100 dB. Pero no sólo quienes cantaban estaban por encima de la ordenanza de trabajo, sino también quien estaba al piano (presiones de entre 84 y 90 dB) y el director (de entre 84 y 92 dB).
Diagrama medición decibeles Coro Nacional del Sodre - Tomasina et al 2025
Por su parte, en las mediciones realizadas en los ensayos de la Banda Sinfónica de Montevideo las cosas fueron similares. No sólo en ningún sector se bajaba de los 85 dB, sino que encima en algunos lugares se superaban los 100 dB, por ejemplo, en el caso de la flauta traversa, y en muchos había valores superiores a los 90 dB, como en el lugar del eufonio, del piano, el saxofón, la trompeta o la tuba.
Diagrama medición decibeles Banda Sinfónica de Montevideo - Tomasina et al 2025
Estén donde estén músicos y músicas, ya sea en el coro, en la orquesta o en la banda sinfónica, todos están expuestos a sonidos que superan los 80 decibeles. “Parece un valor muy alto, pero en realidad el nivel del sonido que tiene la mayor parte de los instrumentos de la orquesta, y también un cantante profesional cantando, pasa tranquilamente esos 80 db”, acota Elizabeth. Fernando aclara que además la escala de decibeles es logarítmica, lo que implica que pasar de 80 a 81 dB requiere mucha más energía (más presión sonora) que pasar de 0 a 1 dB. “Sí, de 77 a 80 dB duplicás la energía, porque cada tres decibelios se duplica la energía implicada. Entonces, al mirar los valores a los que están expuestos, ves que es una cantidad de energía muy grande en relación con la admisible”, comenta Elizabeth. “Y si bien no todos están expuestos por igual, tampoco todos son conscientes por igual de esa alta exposición, entonces hay que tratar de que todos estén proclives a proteger sus oídos y que entiendan lo que está pasando, Y para eso la única manera es medir y mostrarles los resultados”, enfatiza.
“Como en todo trabajo en el área de la salud ocupacional, otro aspecto es la medición del factor de riesgo auditivo, es decir, medir estos niveles de intensidad sonora de exposición como tal y, por otro lado, la evaluación del efecto en los propios trabajadores, en este caso, en los músicos académicos”, sostiene Fernando. Así que hacia allí vamos.
¿Cómo afectan estos elevados niveles de sonido a los músicos académicos?
A los 137 participantes les realizaron audiogramas, un estudio que arroja un gráfico en el que se ve la respuesta de cada oído a distintas frecuencias. Pero no sólo eso. “Les hicimos también una historia médico-laboral, es decir, una historia clínica que además abarca detalles específicos vinculados con aspectos que hacen a lo laboral, tanto específicos del ambiente del músico académico como de lo extralaboral, que también incide en la salud”, explica Fernando. “Allí hicimos énfasis en los aspectos clínicos de la exposición al ruido y los riesgos auditivos, es decir, del impacto en el oído, pero también en lo extraauditivo, porque sabemos que el sonido a niveles elevados es un estresor, y por tanto genera condiciones de alerta, de estrés, que pueden impactar en otros aspectos del bienestar de la salud”, amplía.
Si bien no consta en el trabajo que acaban de publicar, parte de esos impactos extraauditivos fueron reportados en otro anterior, denominado Salud auditiva en músicos académicos. Documento de difusión de resultados del proyecto, publicado en la revista Ecos en 2020. Allí, por ejemplo, abordaron la “irritabilidad post-exposición” a estos elevados niveles sonoros en “un conjunto de músicos de la Orquesta Sinfónica del Sodre y un conjunto de estudiantes y docentes de la Escuela Universitaria de Música”. Al respecto, señalan que se preguntó a 45 “docentes y estudiantes de Canto y Dirección Coral, así como coristas del Coro de la Escuela Universitaria de Música” y a 41 integrantes de la Sinfónica del Sodre si se sentían “más irritables después de la exposición a elevados niveles sonoros en la práctica musical”. Los resultados sorprenden: “39% de los hombres y 45% de las mujeres participantes en el estudio respondieron afirmativamente”.
¡Apa! Cuando tu pareja/hijo/hija/amigo/amiga clarinetista vuelva de ensayar no le hables mucho porque capaz que salta como araña peluda. “Y si es flautista, peor, porque los que tienen más exposición son los flautistas”, bromea Elizabeth.
Fuera de broma, el dato es ilustrativo para mostrar cómo la ocupación que uno tiene, y los problemas y riesgos a la salud asociados a ella, pueden afectar distintos aspectos de nuestra vida. ¡Alguien puede estar irritable por venir de practicar durante horas con el instrumento que ha elegido porque le apasiona!
“Fue una pregunta que les pusimos a conciencia. Habíamos discutido entre nosotros si tenía sentido hacerla, pero la bibliografía decía que la gente expuesta a altos niveles de sonido queda irritable. En la primera tanda de personas a las que le preguntamos encontramos que cerca de la mitad, después de la práctica, se sentía irritable”, dice Elizabeth.
“Por un lado, ese es un claro efecto extraauditivo. Y por otro, el concepto a destacar es que el trabajador integra todos los espacios, el espacio de trabajo formal como tal, pero también el espacio de vida. Y ambos interactúan. Aquí vemos cómo hay un efecto de lo que pasa en el espacio de trabajo en la vida fuera del trabajo de los músicos. Pero si el trabajador tiene problemas en la familia o en el espacio social, eso va a repercutir también en el ámbito laboral”, suma Fernando.
Bases audiométricas de los músicos académicos - Tomado de Tomasina et al 2025
¿Hay pérdida en la capacidad auditiva en estos músicos?
“La investigación demostró que hay un impacto auditivo, ya que estos músicos tienen valores promedio de descenso del umbral auditivo mayores que los esperados en la población en general”, contesta enseguida Fernando (para que no nos acusen de hacer clickbait). Como dijimos, a los 137 participantes les realizaron audiogramas para ver si presentaban pérdida auditiva. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), “alguien sufre pérdida de audición cuando no es capaz de oír tan bien como una persona cuyo sentido del oído es normal, es decir, cuyo umbral de audición en ambos oídos es igual o mejor que 20 dB”. Pero aquí fueron un poco más allá de esa definición. “Más que pararnos en ese valor de la OMS de los 20 dB, lo que hicimos fue comparar su pérdida auditiva con la de la población general”, apunta Elizabeth.
Para poder hacer estas comparaciones, luego de realizar los audiogramas de los 137 participantes, transformaron esos datos, con una metodología validada y ya empleada en otros trabajos, a lo que sería la pérdida auditiva media (PAM), que es la pérdida auditiva que tiene una persona a los 35 años. Esos datos fueron contrastados con curvas ya conocidas de PAM a los 35 años, lo que les permitió hacer comparaciones más allá de las trayectorias de vida de cada persona.
“El método del PAM es francés y data de los años 80, y nos vino bárbaro. Lo aplicamos porque si bien teníamos muchas audiometrías, no eran tantas, varios cientos, ni miles, entonces había que buscar un método que permitiera trabajar con todas juntas”, sostiene Elizabeth, que aclara que lo vienen aplicando desde hace años. “Convertimos todos nuestros datos a una población ficticia de 35 años, de manera que a algunos los avejentamos, a otros los rejuvenecimos, y de esa forma los pudimos analizar a todos juntos y compararlos con la población general”, dice satisfecha. ¿Qué vieron?
“Lo que encontramos es que en la población general los porcentajes de quienes pierden menos audición pierden mucho menos audición que los cantantes o los músicos. Es decir, los músicos que pierden menos audición, pierden mucho más que la población que no es música”, dice Elizabeth. “En general, siempre pierden más, pero cuando llegás a los que pierden más dentro de la población, encontrás que ya no es tanta la distancia que hay con la población de músicos”, agrega.
Viendo el trabajo, entonces, podemos decir que de acuerdo con la base de datos de pérdida auditiva A (en el trabajo usaron dos bases, A y B), 60% de la población común, a los 35 años, tiene una pérdida auditiva de 2 decibeles. En el caso de las y los instrumentistas y coristas académicos en general, el 60% presenta una pérdida auditiva de 8 decibeles. Ahí está el “dentro de los que pierden menos, pierden más” de Elizabeth. Al desglosar, en el caso de quienes participaban en coros, el 60% presenta una pérdida auditiva de 9 dB, y en el caso de los músicos y músicas instrumentistas, ese 60% tenía una pérdida auditiva de 16 dB.
“Es interesante acotar que este método permite ver el fenómeno desde el punto de vista epidemiológico, comparar lo que uno ve con otro colectivo, uno público general, que son las curvas A y B que empleamos”, comenta Fernando. “Pero al ver qué pasaba individualmente respecto de esos 20 dB de pérdida auditiva, no había una gran repercusión auditiva. Individualmente, no hacíamos un diagnóstico de enfermedad profesional, no había enfermedad profesional, no había sordera por exposición al ruido como tal. Sin embargo, cuando lo vemos en el colectivo, desde la perspectiva epidemiológica, vemos que se comporta como una población que tiene un descenso en su capacidad auditiva asociada, seguramente, a esta presencia de ruido a niveles por encima de los 80 decibeles en su ámbito de trabajo”, enfatiza Fernando.
Así las cosas, en el trabajo afirman que “la población total de músicos presenta una mayor pérdida auditiva que la población no expuesta”, y agregan que “mediante este estudio, se visibiliza la exposición de los músicos a un factor de riesgo ambiental como el ruido, con un riesgo potencial de dañar la salud auditiva”.
Los músicos unidos jamás serán vencidos
El trabajo caracteriza, describe y evalúa la situación. ¿Y entonces qué? Allí lo dicen con claridad: “El problema es visible y nos permite trabajar en medidas preventivas y concientizar a los músicos y a quienes dirigen este sector”. También señalan que lo reportado, y en general todo lo que viene haciendo este equipo interdisciplinario, “es un insumo para generar políticas de salud en el ámbito laboral”.
Porque seamos claros: de la pérdida auditiva no hay retorno. Una vez que se pierden las cilias, unos pelitos que están en determinadas células del oído y que transforman la vibración del aire en señal eléctrica nerviosa, marchaste. “La lesión del órgano de Corti es muy grave cuando ocurre, porque hay una pérdida justamente del receptor del sonido que lo transforma en impulso nervioso. Hoy existe una alternativa tecnológica que es el implante coclear, pero nosotros tenemos que hacer prevención, la lógica es anticiparnos”, coincide Fernando. “Del estudio surge que hay necesidad de minimizar la exposición a través de distintas técnicas”, explica.
¿Cuáles serían los consejos para preservar la salud auditiva de quienes se dedican profesionalmente a la música y se exponen a niveles de sonido elevados? Más aún cuando vimos que esa exposición puede afectar también otros aspectos, como la mencionada irritabilidad, estrés, trastornos de sueño y demás. “Ahí se plantean los distintos aspectos de higiene industrial clásicos, que hablan de actuar sobre la fuente, sobre el medio y sobre el individuo”, sostiene Fernando. “Para actuar sobre el individuo, existen algunos elementos de protección personal para utilizar en el ámbito laboral, que son costosos, pero que permiten amortiguar la intensidad del sonido”, comienza.
¿Alcanza con los tapones de oído de espuma o silicona que se venden en varios comercios? “No, hay tapones protectores que son específicos para músicos. Tienen un filtro activo que hace descender los niveles en todas las bandas de forma similar. Porque el problema es que si utilizan los protectores comunes, van a tener más atenuación en unas frecuencias que en otras”, dice Elizabeth. “Imaginate que el director de conjunto tuviera ese tipo de protectores que atenúan distinto las frecuencias. Estaría pidiéndoles a unos que toquen más fuerte cuando en realidad ya están tocando muy fuerte”, ejemplifica. A diferencia de los tapones de espuma o silicona, estos son electrónicos. Según cuenta Elizabeth, el costo de estos protectores ronda poco más de 100 dólares. Para quien se dedica profesionalmente a la música no parece un monto demasiado elevado... pero...
“El precio no es un disparate, pero está la cuestión de quién tiene que darle la protección al trabajador”, señala Elizabeth. “Desde la perspectiva de la relación laboral clásica, el empleador es responsable de las condiciones materiales en las que se realiza la tarea. Por tanto, los elementos de protección personal deben ser provistos por el propio empleador”, complementa Fernando.
¡Claro que sí! Ni bien leí este trabajo, se lo mandé a un amigo que es sonidista de cine y proyectos audiovisuales. No sólo le interesó, sino que también hizo la broma de que luego de que saliera la nota, probablemente los músicos del Sodre y la Intendencia salieran con alguna medida de lucha. Pero no está nada errado: si este es un riesgo que afecta a la salud del trabajador, así como pasa con el casco o los arneses en la construcción, o, como vimos con el efecto de la radiación UV en los conductores profesionales, corresponde que el empleador provea esos materiales de protección.
“Lo bueno es que estos resultados los conocen la dirección de la Banda Sinfónica y el Coro del Sodre, porque los hemos ido construyendo con ellos y les hemos ido dando retroalimentación. Y por supuesto que los músicos que trabajan preguntan quién tiene que darles los protectores. Lo que dice la legislación es que es el empleador quien proveerá los materiales de protección”, señala Elizabeth. Fernando dice que si hay relación de dependencia, es así. ¿Pero qué pasa con los estudiantes?
“Ahí tendrían que proveérselos ellos mismos. Pero también sería deseable que tomaran medidas para disminuir la exposición a niveles altos de sonido fuera del ambiente de estudio. Por ejemplo, mientras estudian sería bueno que evitaran tocar en tres o cuatro grupos más, que se protejan no estando todo el tiempo tan expuestos a sonidos intensos durante un día”, señala Elizabeth, apuntando a disminuir, en lo posible, la exposición extralaboral o extraestudio a niveles de intensidad sonora elevados.
“Después hay otros cuidados personales que tienen que ver con el consumo de determinados fármacos que también puedan ser nocivos. Es bueno que los músicos tengan esto presente y le comuniquen al médico su ocupación cuando tengan que iniciar un tratamiento con ellos”, agrega Fernando. En el trabajo hablan de antibióticos y antiinflamatorios no esteroideos, entre otros. En realidad, uno diría que hay que tener siempre cuidado con ese tipo de medicamentos, sea lo que sea que uno haga.
“Después están los aspectos del medio”, afirma Fernando. “Tras las evaluaciones de condiciones del medio ambiente de trabajo hicimos algunas recomendaciones, por ejemplo, de aumentar la distancia entre los músicos para disminuir la intensidad sonora”, cuenta.
“Si mirás el diagrama de la Banda Sinfónica cuando ensaya vas a encontrar que, por ejemplo, delante de la percusión hay como una calle. Esa es una distancia que han establecido entre los bronces, que están atrás con la percusión, y las maderas. Esa es una manera de proteger a los músicos de adelante”, comenta Elizabeth. “Lo que encontramos es que la flauta y el flautín se llevaban todos los laureles, así que estamos viendo de separar las flautas y dejar otra calle frente a ellos”, adelanta.
Elizabeth cuenta que además este año en la Facultad de Artes los integrantes del Núcleo Interdisciplinario armaron un curso en el que muestran los resultados a los estudiantes. “La idea es concientizarlos y mostrarles, sobre una base objetiva y cuantitativa, que tienen que hacerse responsables de sus oídos porque es parte de su herramienta de trabajo”, dice Elizabeth. “La lógica es ir por el camino de la búsqueda de mejorar las condiciones, el equipamiento, los espacios, y el cuidado de la salud. También es importante que se realicen controles periódicos del estado de sus oídos”, agrega Fernando.
En el mencionado trabajo anterior, reportaban que la gran mayoría de los músicos que participaron jamás se habían hecho un audiograma (sólo 28 de los 86). “Eso demuestra que no hay tanta conciencia del asunto, de ahí la importancia de empezar a ver el problema desde que son estudiantes”, enfatiza Elizabeth.
Así las cosas, quienes trabajan haciendo música tienen información valiosa para hacer valer sus derechos (si están en una relación de dependencia) o tomar conciencia del problema para tratar de minimizar los daños (algo que aplica a dependientes, estudiantes y músicos profesionales fuera de relación de dependencia). Mientras tanto, el equipo interdisciplinario busca ampliar los horizontes.
Según cuentan Fernando y Elizabeth, ahora pretenden evaluar qué pasa con agrupaciones de carnaval y coros amateur. “Queremos empezar a ver también qué es lo que pasa con los músicos no profesionales, no porque no sean profesionales por el nivel de lo que hacen, sino en el sentido de que viven de otra cosa, y no exclusivamente de esa actividad musical”, dice Elizabeth. Porque es cierto, aquí vieron qué pasaba con estudiantes y profesionales de música académica, pero el trabajo en realidad nos habla a todos y todas: nuestros entornos sonoros pueden afectar nuestra salud. Si además precisamos el oído para trabajar o encontrar felicidad, este trabajo es música que deberíamos escuchar con atención.
Artículo: Audiometric Database of Academic Musicians in Uruguay
Publicación: La Medicina del Lavoro (junio de 2025)
Autores: Fernando Tomasina, Elizabeth González, Adriana Pisani, Bettina Tellechea, Gimena Clavijo, Gabriela Collazo, Lorena De Patti, Beatriz Lozano, Silvia Palermo, Carolina Ramírez y Ulrich Schrader.
Artículo: Salud auditiva en músicos académicos. Documento de difusión de resultados del proyecto
Publicación: Ecos (2020)
Autores: Fernando Tomasina, Elizabeth González (coordinadores), Bruno Balduini, Micaela Castro, Gabriela Collazo, Pablo Cristiani, Lorena De Patti, Malena López, Beatriz Lozano, Micaela Luzardo, Silvia Palermo, Carolina Ramírez y Ulrich Schrader (equipo técnico).
Ciencia con compromiso
Este es un ejemplo típico de esa ciencia y de esas investigaciones que cuando se llevan a cabo implican involucrarse con el objeto investigado. Una vez que el equipo recabó todos los datos y realizó todos los análisis, viendo que hay un riesgo ocupacional importante, decirles a los participantes que se vayan para su casa para luego sólo publicar los resultados no era una opción. En el trabajo describen que tuvieron talleres, tanto previo a las pruebas como luego de ellas, además de darles consejos, apoyo médico profesional y demás. Más aún, la propia investigación fue cambiando a los sujetos investigados al generar mayor conciencia sobre los riesgos y problemas asociados a su profesión.
“Encontramos músicos muy concientizados e involucrados, por ejemplo, los de la Banda Sinfónica, que incluso tenían un diálogo mucho más abierto con el director sobre el tema. Realmente era gente muy consciente de los riesgos que estaba corriendo”, comenta Elizabeth. “En otros casos hay una mayor reticencia, un mayor temor a que de repente no sea una cosa bien recibida, pero en ese caso vimos mucha apertura, mucho diálogo en la banda”, agrega.
“Sin duda que cuidar el oído para ellos es fundamental desde el punto de vista de la ejecución del instrumento o del canto. Entonces también ahí hay un componente de entender que forma parte de lo que pueden ofrecer como trabajadores. La fuerza de trabajo en este caso está muy centrada en la calidad sensorial del oído”, afirma Fernando. “Me parece que eso operó como factor de sensibilización y ayudó a entender que esto hay que estudiarlo y trabajarlo”, redondea.