El 10 de abril el empresario Mark Zuckerberg compareció frente al Congreso de Estados Unidos, donde los senadores dispusieron de diez horas para poner en apuros al creador de Facebook, luego de los hechos ocurridos tras el escándalo de Cambridge Analytica. Tras una “interpelación” con gusto a poco, lo que generó el asombro generalizado no fueron las respuestas de Zuckerberg sino las preguntas que recibió, que funcionaron como fábrica de memes instantánea.
Los senadores de ambos partidos mostraron una ignorancia rotunda acerca de Facebook, las aplicaciones y su funcionamiento en general. Por momentos, el ida y vuelta se sintió como un cruce de dos mundos completamente desalineados, como compartir una comida con una persona con la que no hay un solo tema en común. Tampoco dio la impresión de que la mayoría de los legisladores pertenece a una franja etaria poco ducha en tecnología, sino que directamente parecían no estar interesados en informarse.
Es fácil ilustrarlo con algunos ejemplos. El senador republicano Lindsey Graham creyó ser incisivo al preguntar si Twitter es igual a Facebook (no hizo falta responderle). Orrin Hatch, senador republicano por Utah, preguntó asombrado: “¿Cómo sostiene un modelo de negocios en el que los usuarios no pagan por su servicio?”,demostrando su desconocimiento de internet, en la que cualquier servicio gratuito se sustenta con anuncios publicitarios. El último republicano que generó un poco de tirria fue el senador John Kennedy, que preguntó: “¿Está dispuesto a retroceder y trabajar para darme un mayor derecho a borrar mis datos?”, cuando el derecho siempre fue suyo (en Facebook se puede borrar cualquier dato que uno coloque).
La ignorancia no fue sólo republicana. Una de las preguntas más ridículas provino del senador demócrata Brian Shatz: “Si estoy enviando un correo electrónico dentro de Whatsapp, ¿eso alguna vez se les informa a sus anunciantes?”. No sólo uno no manda correos electrónicos mediante Whatsapp, sino que cuando empezamos una conversación por primera vez en ese medio veremos que aparece un cartel que anuncia: “Los mensajes y llamadas en este chat ahora están protegidos con cifrado de extremo a extremo”. Si fuésemos tan intrépidos de darle al botón que da más información, veríamos que se aclara que ni Whatsapp ni terceros pueden leer o escuchar nuestras conversaciones porque estas están encriptadas. Si nuestro escepticismo fuese aun mayor, podríamos tocar nuevamente una opción que amplía lo dicho y nos redirige a una página en la que se detalla todo el sistema de seguridad de esta aplicación. Es más, si deseamos una explicación técnica al respecto, nos permite descargar un archivo pdf de 12 páginas.
A esta altura uno se preguntará qué tienen que ver estas preguntas con el entramado de Cambridge Analytica. Y esa es la cuestión. Todas estas interrogantes simples sólo consumieron tiempo, y se habrían respondido solas si los senadores se hubieran asesorado con antelación. Lo que consiguieron con esto fue darle confianza a un empresario que es parte de un escándalo que involucra los datos de 87 millones de personas.
Es entendible que el mundo de las redes sociales se impuso tal vez demasiado rápidamente y nos toma con diferentes grados de desconcierto, del que se aprovechan actores con malas intenciones. También es cierto que ellos no dejarán de ser los culpables cuando estos escándalos salgan a la luz. Pero mucho de lo que hacen es legal y la información está disponible: Facebook tiene una sección explícitamente llamada “Política de datos”, que incluso nos cuenta qué es una cookie y cómo se relaciona con la información que proporcionamos. Como consumidores, cargamos con el peso de no leer el manual, de tocar “siguiente” en cada cartel que vemos, de no entender que aceptar los términos y condiciones de un servicio es firmar un contrato.