Una de las razas más conocidas en el mundo es, sin dudas, el gato persa. Lo curioso es que no tenga tanto archivo histórico como para que se sepa con certeza cómo se originó. Sin embargo, antes de introducirnos en teorías un tanto disparatadas, vayamos a la ciencia. Supuestamente el gato persa fue creado por un mago a partir de una chispa que se desprendió del fuego más dos estrellas lejanas que había en la vuelta y una peregrina silueta de humo color gris. Listo, origen resuelto.
No obstante, mucho antes de que aquel mago se adjudicara la invención de la raza, los persas ya conocían a los gatos, pero los usaban para otra cosa. En 525 a. C. el rey persa Cambises II se enfrentó al Imperio egipcio en las puertas de la ciudad de Pelusio. Si bien los persas los superaban en número y el emperador egipcio era medio blandito, la utilización de gatos en la contienda jugó un papel fundamental.
Los persas sabían que para los egipcios, los gatos eran intocables; más aun: sagrados. Por lo tanto, los liderados por Cambises II tunearon su estrategia defensiva colocando gatos atados delante de los escudos. Con eso no sólo lograron que su rival tuviera miedo de enfrentarse mano a mano a su diosa Bastet, encarnada en gato, sino que hicieron que evitaran atacar por temor a dañar a los mininos. Resultado: persas 1, egipcios 0.
Por si fuera poco, los escasos integrantes del equipo faraónico tuvieron que atrincherarse tras los muros de la ciudad de Pelusio, aunque tampoco así funcionó la cosa. Los malnacidos persas tiraban gatos al aire para impedir que los arqueros del desierto lograran acertar sus flechas en el invasor. Persas 2, Egipto 0.
Volviendo al persa, no hay mucho dato sobre la mutación del pelo largo en el gato doméstico. Dentro de la familia felina, los leopardos de las nieves y el lince poseen cabellera larga debido a las condiciones climáticas de los lugares donde viven. Pero los motivos del pelo largo en el persa, del mismo modo que su origen, aún son motivo de debate.
Unas teorías hablan sobre un antepasado siberiano, otras refieren a una mutación que podría haber sucedido en los gatos de pelo corto que había en Asia menor. Pero existe otra hipótesis que cuestiona el origen del gato doméstico en general. Estos descienden del gato salvaje africano, hace ya unos 9.000 años atrás. Sin embargo, aparentemente el persa no.
Algunos aspectos fenotípicos, como las orejas amplias, la cabeza grande y redonda, la complexión no tan esbelta sino más bien fornida, indicarían que la raza desciende del manul, un gato salvaje que vive en Asia Central. Hoy en día esta teoría fue rechazada por investigaciones que no lograron relacionar aspectos moleculares y genéticos de estas dos especies. No obstante, todas las hipótesis manejan la misma geografía como matriz: Irán, Turquía y Afganistán son los países que vieron nacer al persa. Pero, como buen visionario, este gato también se hizo de un pasaporte inglés, no sin antes haber recorrido Europa. Por el año 1620 llegó a Italia y tiempo después, a Francia. En esa época no estaba del todo bueno que en la documentación figurara “gato” como profesión, ya que los amigos de la cruz andaban con la idea fija de que estos, como las brujas, eran cosas de Satán. Como sabemos, desde siempre, lamentablemente cuando hay guita se arregla todo, así que como estos exóticos gatos, provenientes de Oriente, eran muy apreciados por la nobleza europea, terminaron zafando.
Ya en Inglaterra, el persa logró pegar el salto. Durante el siglo XIX el nexo felino con el diablo ya no era tan evidente, y tras introducirles sangre de los gatos de Angora (actualmente Ankara) los mininos llegaron para quedarse.
Pero todavía no eran conocidos como persas, sino como gatos franceses. Recién en 1887, tras la fundación del National Cat Club, se pudo rebautizar al gato como persa. Hoy en día compite en popularidad con el siamés, no tanto por su laburo efectivo como gato y punto, sino más bien por el glamur que ostenta frente a las demás razas.