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Gato del Hermitage. Foto: http://fotki.yandex.ru/users/ewwl/view/325997

No te metas con los muchachos

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La mascota y su contexto.

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Seguramente cuando el o la intendenta de San Petersburgo asume su cargo, una de las primeras reuniones sea con los empleados del prestigioso Museo del Hermitage, ya que estos no son personas, sino gatos con cierto poder sindical.

Fundado en 1764 por Johann Ernst Gotzkowsky, el Hermitage es uno de los mayores museos del mundo, formado por un complejo de seis edificios a orillas del río Nevá. De hecho, allí también se ubica el Palacio de Invierno, una especie de residencia presidencial de Suárez y Reyes, pero para los zares.

El primero que recurrió a los gatos como empleados de palacio fue el zar Pedro, quien gobernó Rusia desde 1682 hasta 1696, ya que su hija, la emperatriz Isabel, les tenía fobia a los ratones. Tiempo después, hacia 1766, Catalina la Grande se encargó de expandir el territorio felino al museo, con el fin de proteger de los roedores las obras de arte expuestas.

Tras adquirir el estatus de “guardianes oficiales”, estos bichos sobrevivieron laburando 24-7 la Primera Guerra Mundial, la Revolución de Octubre y su posterior guerra civil, pero no pudieron con el hambre que se instaló en la ciudad tras el sitio nazi.

Culminada la Segunda Guerra Mundial, como todos los trabajadores rusos, los gatos fueron volviendo de a poco a ocupar su cargo asignado, en su caso, en el museo. El problema fue que el acceso a puestos estatales no fue del todo controlado, y a finales de los años 60 era muy difícil transitar por el museo sin pisar a un gato. La solución no tardó en llegar: se limitó por reglamento el personal felino a 70 integrantes y, cuando por alguna razón ese número se supera, los gatos restantes se dan en adopción. También se les asignó una especie de territorio por el que transitar, que consta de un laberinto de 24 kilómetros de túneles que conectan el subsuelo del Palacio de Invierno con los cinco edificios que forman el complejo, pero queda vedado el acceso a la zona de exposiciones.

Los empleados felinos hasta la fecha son en realidad en su mayoría callejeros y conviven en un sistema de jerarquía laboral según el cual existen empleados cuya función es administrar al gaterío, en tanto que otros se encargan de patrullar ciertas zonas y, por último, los de más bajo rango trabajan donde haya más laburo. Cada uno cuenta con documentos oficiales que testifican su condición de guardia oficial del museo.

En los límites del complejo hay señales de tránsito que informan sobre la presencia de este curioso personal y sugieren que se circule despacio. El presupuesto asegura la alimentación y los cuidados sanitarios de los empleados. De hecho, existe un hospital bajo el museo destinado a ellos, así como una cocina y tres funcionarios que se ocupan de monitorear la jornada laboral felina.

Además, cuentan con su propia página web e incluso con un departamento de prensa (sí, un departamento de prensa) que se encarga de brindar información acerca de los animales. También cada 27 de mayo se conmemora el Día de los Gatos del Hermitage, fecha en la que, además de recibir donaciones, se organiza actividades en su honor, como la visita de escolares a los laberintos y concursos de pintura felina que incluyen la exposición de los trabajos destacados en las salas del museo.

Ese mismo día, los ciudadanos pueden acceder a la adopción, ya sea porque existe superpoblación o porque alguno, merecidamente, debe jubilarse y disfrutar de otros placeres. Cuando uno de ellos es adoptado, junto al animal va un certificado que lo acredita como “gato del Hermitage”, una chapa imbatible entre los callejeros.

Aunque muchos dudan sobre la necesidad de contar con gatos para tener a raya a los roedores, ya que se usa también veneno para el control de plagas, el museo y la historia de estos legendarios funcionarios han servido para crear una “fundación o refugio” para gatos callejeros de la ciudad. No obstante, parece que su presencia tiene también funciones sociales, ya que la mayoría de los empleados del lugar no sólo se sienten mejor con ellos, sino que han mudado sus oficinas cerca de los sótanos con el fin de recibir, diariamente, la visita de los guardianes del Hermitage.

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