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Foto: Javier Calvelo/ adhocFOTOS

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La mascota y su contexto.

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Esta nueva intensidad de convivencia entre personas y mascotas puede ocasionar ciertas rispideces en lo que tiene que ver con juegos y llamados de atención, incluso se pueden dar episodios agresivos in situ, pero además, puede tener repercusiones nada agradables en el futuro. Es que en algunas mascotas –sobre todo, perros jóvenes– este estrecho minuto a minuto puede desencadenar algo conocido como hiperapego secundario. Si bien su origen es multifactorial, la obligación de estar bajo el mismo techo todo el tiempo puede acelerar el proceso de aparición o incrementar los síntomas cuando todo esto termine y volvamos a la rutina.

Normalmente en una casa las mascotas se adecuan a nuestros hábitos. Así aprenden los horarios de paseo, juego, descanso, y también a estar a sus anchas en la casa sin que eso signifique un problema. Pero quedarse solos para los perros no es una situación que viene implícita, debemos enseñársela, y en cuarentena puede ser un dolor de cabeza.

Cuando los cachorros tienen entre seis y ocho meses de vida, es la madre la encargada de dar inicio a tal aprendizaje. Primero rechaza la idea del cachorro de amamantarse cuando quiere y luego comienza a prohibirle que descanse junto a ella. La idea es que los pequeños aprendan a independizarse y generen nuevos vínculos, con los demás integrantes del grupo y entre ellos, ya que después no ocuparán los mismos lugares dentro de la manada.

Al momento de adoptar un perro (generalmente a los 45 días) parecería normal que se transforme en el centro de la casa, una novedad merecedora de atención constante. Así, el cachorro no transcurre esa etapa de la forma más autosuficiente, sino todo lo contrario, con una figura de apego constante que mantiene el vínculo de dependencia, impidiendo que aprenda a comportarse en momentos de soledad.

Pero no sólo los cachorros deben aprender a quedarse solos sin importar la coyuntura actual de cuarentena. Los jóvenes de entre seis y nueve meses de edad también lo necesitan, ya que al poco tiempo, llegada la pubertad, aparece un pico de ansiedad que se explica por el comportamiento normal de la especie. A los 12-18 meses los animales son naturalmente expulsados del grupo y, aunque no sucederá lo mismo en nuestra casa, los perros de forma innata igualmente experimentan ese pico. Por lo tanto, si hemos adquirido un cachorro que quedó solo durante sus primeros meses de vida, pero la cuarentena nos agarró cuando tiene un año o año y medio de vida, de no actuar correctamente, cuando volvamos a nuestra rutina podemos sufrir algún tema de ansiedad.

Aunque parezca raro, deberíamos destinar un tiempo a mantener episodios de aislamiento aun conviviendo con ellos todo el día. ¿Cómo? La clave es intercalar momentos sociales y en familia con otros de soledad, relacionando estos últimos con vivencias agradables y beneficiosas.

Se pueden realizar sesiones de entrenamiento para tal fin, simplemente dejando al perro en una habitación con algún juguete o premio para morder y dedicarnos a entrar y salir ignorando al animal. Al comienzo podemos salir y volver casi al instante, luego se debe aumentar el tiempo de ausencia de forma progresiva, siempre y cuando el animal no muestre alteraciones en su conducta. De esta manera empieza a asumir la posibilidad de quedarse solo sin ninguna consecuencia negativa.

Cuando los ejercicios dentro de una habitación comienzan a funcionar, se los puede trasladar a la puerta de salida. Siempre utilizando alimentos escondidos en juguetes u objetos para morder, debemos actuar de la misma manera que cuando nos vamos de casa con el fin de que el perro aprenda a quedarse solo. Ruido de llaves, bolso, campera y demás objetos utilizados frecuentemente deben entrar a la cancha, ya que sin ellos, el perro puede concluir que no nos vamos realmente o que el tiempo de salida será mínimo.

Una vez preparado el escenario, hay que abandonar la casa y volver a entrar por períodos cortos, alternando el tiempo de ausencia. Así, podemos salir y volver a los 20 segundos, luego al minuto, después a los tres minutos y luego a los 30 segundos. De esta forma el perro comienza a disociar el tiempo de salida y no sabe realmente cuándo volvemos.

Es un buen método tener una radio en el ambiente, de forma tal que nuestra ausencia no implique para el cachorro el silencio absoluto, con la consiguiente aparición de ruidos antes no escuchados que pueden alterar su conducta. Si estos ejercicios se realizan al menos dos veces por día, con una duración de diez a 15 minutos, podremos prevenir la aparición de conductas ansiosas producto de la separación del perro de su o sus figuras de apego.

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