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Artista Martín Sastre impulsa proyecto para conservar casas de valor patrimonial

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Leído por Andrés Alba.
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“¿Qué ciudad queremos? ¿En dónde queremos vivir? Además, ¿qué negocios inmobiliarios se están haciendo?”, se pregunta el artista visual y cineasta Martín Sastre, que por medio de su plataforma lala.art comenzó tres semanas atrás una campaña de toma de conciencia que busca tener un impacto legal en la protección de propiedades con valor patrimonial. Bajo la consigna “El patrimonio es nuestra casa”, su intención es “incluir a la restauración en la Ley 18.795 de promoción de la vivienda de interés social (LVIS)”.

El detonante fue encontrar venidos a menos una serie de mosaicos valencianos en la casa de su abuela, pero su movida va más allá. Sin una estrategia, recalca, redactó lo que denomina Ley Lala “para incluirla dentro de la misma ley de vivienda [de interés] social, para que a las casas que tienen elementos patrimoniales se les den las mismas ventajas. No es ni más ni menos. Hay muchísimos problemas con respecto a la cultura, a la arquitectura y al urbanismo en Uruguay. Esto es muy simple: acceder a los mismos beneficios que los constructores. El patrimonio no son solamente los edificios lujosos; el patrimonio está en los barrios. Es importante que podamos caminar por nuestras calles y reconocernos”, dijo a la diaria. Sastre tomó contacto con algunos colectivos que comparten su preocupación, como Basta de Demoler Montevideo y Salvamento, mantiene conversaciones con figuras políticas y lanza una primera etapa de apoyo para motivar a la opinión pública, asegura.

Bien común

A partir de la pandemia, el año pasado el director de Nasha Natasha (2020), el documental sobre la gira de Natalia Oreiro por Rusia, y de la película Miss Tacuarembó (2010), y responsable de proyectos conceptuales como U from Uruguay: El perfume del Pepe (2012), volvió a vivir de modo fijo en Montevideo y dice que está feliz; antes, desde hacía tres años, estaba en Buenos Aires y previamente, durante 15 años, residió en Madrid, aunque siempre fue y vino.

La citada plataforma, desde la cual viene impulsando diversas iniciativas, se llama Lala justamente por su abuela, que era médica y vivía en una casa céntrica, en la calle Canelones, donde él se crio y encontró su vocación. Sastre lamenta que “ahora, por un uso exacerbado o sin conciencia patrimonial, están tirando abajo cientos de casas en Montevideo”. A partir de la observación de ese fenómeno se planteó qué pasa si alguien pretende conservarlas adecuadamente. “Es mucho más costoso que de repente vivir en un apartamento, que a los 20 años está lleno de humedades. Ahí me puse a leer la Ley de Promoción de la Vivienda de Interés Social, que la verdad es que no se usa: los apartamentos te los cobran carísimos, igual que cualquier otro. Entonces empecé una campaña para concientizar sobre el asunto y buscar que sean declaradas de interés social las viviendas que tienen elementos patrimoniales o que pertenecen determinados períodos [de la historia de la arquitectura]; la idea es que la ley las ampare y que la gente pueda mantenerlas con los mismos beneficios que los que las tiran abajo para construir apartamentos”.

Sastre no busca que esas casas sean declaradas de interés patrimonial: “Es un trámite larguísimo, y tiene que haber nacido ahí Juana de Ibarbourou”, ejemplifica, “y no se corresponde con un tema económico, como el que se está usando para demoler”. Pone por caso el inmueble que perteneció a su abuela, construido en 1915 y que está en la familia desde hace cinco generaciones: “Ella conservó la casa con todos los elementos originales; tenía el ojo entrenado para saber que eso no se podía romper. Todo surgió un día que fui y encontré entre las baldosas de la entrada los mosaicos rotos. La primera vez que me di cuenta de que tenían algo especial fue cuando vivía en Madrid y trabajaba en la Casa de América, que es en el Palacio Linares, frente a la fuente de Cibeles. Todo el mundo dice que es más lujoso que el mismo palacio real. Cuando subí a la tercera planta, donde eran las oficinas, vi los mismos mosaicos que había en la casa de mi abuela. Dije ‘qué raro’. Preguntando e investigando me enteré de que esos mosaicos se llaman Nolla, que son de una fábrica valenciana, que fueron declarados bienes culturales europeos, y en algunas ciudades, como Barcelona, si comprás una casa con esos mosaicos te sale el doble. Hay una serie de medidas para la gente que tiene en su casa mosaicos Nolla: para poder mantenerlos el ayuntamiento les hace descuentos y pueden aplicar a ayudas. Para que se hagan una idea, los mosaicos Nolla los exportaban a los palacios de la aristocracia rusa. Al Río de la Plata, en épocas de prosperidad, vinieron técnicos de la fábrica a colocarlos en muchas casas, pero es algo que nosotros damos por viejo. Por otra parte, la ciudad está llena de esas terminaciones exquisitas en casas que están tirando abajo y ni siquiera se recuperan, quedan como material de demolición. La riqueza cultural se tira y, sin embargo, la riqueza económica se concentra en los promotores de la construcción, que lo único que están haciendo es especular, porque están vendiendo algo caro y de menor calidad”, apunta indignado.

Sastre también relata cómo en una reforma realizada en la cocina de la casa familiar, en la década de 1960, cuando tuvieron que retirar los azulejos originales fue un tío abuelo quien se hizo cargo del trabajo delicadamente, uno por uno, para luego volver a colocarlos, ya que nadie asumía una tarea tan minuciosa. “Un día fui al Museo Casa de Lavalleja y encontré en los alféizares los mismos azulejos. Me dijeron que son de la fábrica de Francisco Aguiar, que se cerró en 1847, y fue la primera fábrica de azulejos pintados a mano que hubo acá. En la casa de mi abuela hay una pared entera y, si los fuesen a tirar, quién los protege. ¿Realmente hay una política en Uruguay sobre conservar esos bienes patrimoniales, que en definitiva son un bien común, de todos?”, agrega.

Sastre, que cursó estudios de arquitectura, pretende que se incluyan facilidades para proteger ese tipo de casas, no solamente las fachadas. En ese camino, por intermedio de un amigo, consultó a William Rey Ashfield, director general de la Comisión del Patrimonio, acerca de estos temas. Le respondió, relata, “que no había leyes que promovieran la restauración, así como existen para los promotores privados –es impresionante las ventajas que tienen por comprar una casa y construir un edificio de vivienda social–; si bien la ley habla de restauración, es para mantener la casa por fuera, pero por dentro hacés apartamentos para alquilar. Ahora, si soy un particular que quiere mantenerla, no me hacen ningún descuento”.

Sastre aclara que su campaña no es metafórica, sino que es concreta y a la vez artística: “Es un tema sensible: claramente estamos viendo cómo destruyen la ciudad”. Está convencido de que mantener la riqueza patrimonial también genera turismo y un retorno económico.

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