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Hay una serie animada que apunta al público adulto, con personajes complejos que coquetean con el bien y el mal, y que puede hacer pasar de la carcajada al llanto en menos de 24 cuadros. Pero bastante se ha escrito de Rick and Morty, que por estos días emite su tercera temporada.

Hay otra serie animada, de características similares y una popularidad bastante menor, que merece tantos o más halagos que la primera. Sin haber sido creada por una figura mediática como Dan Harmon (el mismo de Community) ni contar con la difusión de Cartoon Network, BoJack Horseman es una comedia negra que trasciende los límites de lo que muchos entienden por “dibujito animado” al tiempo que aprovecha todas las posibilidades que le brinda el formato.

Esta creación de Raphael Bob-Waksberg, de sólo 33 años, sigue las desventuras de un actor que tuvo su pico de gloria dos décadas atrás y que desde entonces va por el mundo cruel de fracaso en fracaso. A esto hay que sumarle un dato no menor: se trata de un caballo antropomorfo, en un mundo en el que humanos y animales conviven con bastante normalidad.

La premisa del tipo que fue masticado y escupido por la maquinaria de Hollywood se vio en numerosas ocasiones; sin embargo, la serie tiene la capacidad de sonar fresca gracias a la profundidad de su protagonista y de las relaciones con quienes lo rodean, que —irónicamente— pueden ser de lo más superficiales.

BoJack es un personaje destinado al Olimpo de protagonistas televisivos y no debería temerle a Tony Soprano, Omar Little o Walter White. La brillante interpretación de Will Arnett (recordado por su papel como Gob Bluth en Arrested Development) nos permitirá asomarnos a su vacío existencial, que intentará llenar con fiestas, excesos y prácticas autodestructivas más o menos evidentes. No se dará de un momento para el otro; la historia se toma su tiempo para colocar las piezas, realizar movimientos muy pensados y no tiene problemas en patear el tablero de vez en cuando. A lo largo de las tres temporadas emitidas hasta el momento, somos testigos de un finísimo diálogo acerca de la depresión, el desasosiego y las relaciones tóxicas, especialmente las que giran alrededor del personaje que da nombre a la ficción.

BoJack Horseman no se guarda los golpes bajos, pero los intercala con una catarata de gags visuales, humor físico y juegos de palabras que podrían estar en un corto de los Looney Tunes. Y la frutilla de la torta cocinada por Raphael Bob-Waksberg es ver cómo transforma todos estos ingredientes en el postre agridulce perfecto.

El miércoles Netflix estrenará los (seguramente) 12 episodios de la cuarta temporada. Al igual que en las anteriores, se sugiere el “atracón” televisivo como forma de disfrutar de los grandes arcos anuales. Tanto dolor concentrado puede ser nocivo para el espectador, es cierto, pero estaremos más cerca de sentir lo que siente BoJack, un pobre tipo cuyo principal problema es saber que no sabe lo que quiere.

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