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Foto: Sin dato de autor

Más cerca de la verdad. Reseña de “Dancing Queen”, de Cher

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Que la nostalgia se apoderó de la música, y de la cultura en general, no es una novedad. Simon Reynolds llamó al fenómeno “retromanía” y, en un libro ineludible, demostró por medio de ejemplos sus distintas modulaciones. En esta tendencia se pueden encontrar las reuniones de algunas bandas, las reformulaciones de otras, los tributos, los regresos y los tours aniversario, el resurgimiento de ritmos y estilos, pero también las remakes y las spin-offs, las secuelas y precuelas de éxitos cinematográficos o televisivos del pasado o el retorno de prendas de vestir y la pasión por lo vintage, también en relación con la tecnología.

Es fácil ver Dancing Queen como parte de ese circuito de reciclaje. Primero, en efecto, se escribió un musical de Broadway en base a canciones de la legendaria banda sueca, luego se transformó ese musical, de la británica Catherine Johnson, en una película repleta de grandes nombres, y, a los años, se hizo una segunda parte, con más estrellas todavía. Pero además, como si la música de ABBA y el elenco original fueran poco, al nuevo film se le sumó Cher, una de las figuras más fascinantes de la historia de la música estadounidense, ícono pop, ganadora de todos los premios (Oscar, Golden Globe, mejor actriz en Cannes, Emmy, Grammy) y acaso la mujer más imitada del mundo.

Evidentemente, el disco, que se puso a la venta (y en Spotify) en estas semanas, ve la luz como una suerte de efecto colateral del estreno, en julio de este año, de la película Mamma Mia! Vamos otra vez, inspirada en la música de ABBA. En esta secuela, que entretiene y, por qué no, emociona, Cher hacía una suerte de cameo largo como la abuela de la protagonista, representada por Amanda Seyfried. El personaje, tan gratuito y encantador como toda la película, llega en su último tercio en helicóptero a la isla griega en la que se ambienta la ficción con un magnífico pelo blanco, traje a tono y lentes oscuros, dice un par de frases memorables (una, “Let’s the party started”, se viralizó, inevitablemente, como gif) y canta uno de los himnos más emotivos de ABBA, “Fernando” (junto con Andy García), cuya letra es tan enigmática como efectiva. Ese paso, sin embargo, sólo demuestra el poder magnético que tiene su presencia en la pantalla, que hace olvidar por un momento al resto del elenco.

Nostalgia del futuro

Cuando la diva anunció que, entusiasmada con su participación en el film, grabaría un disco entero de covers de ABBA, a nadie le sorprendió demasiado, porque si algo ha demostrado Cher es que tiene un poderoso olfato para los negocios (no de otra forma se logra tener un hit número 1 en la lista Billboard durante seis décadas consecutivas) y gran habilidad para jugar con el poder de la nostalgia. La expectativa era grande, porque habían pasado cinco años desde su disco anterior (Closer to the Truth), pero cuando se difundió, como corte de difusión, una versión de “S.O.S.”, toda posible duda se desvaneció. El cover, efectivamente, hace algo así como un repaso de la historia musical de la cantante en 3:22 minutos (parece ir del acústico de sus años con Sonny hasta su coronación como la reina del autotune en su mayor éxito comercial, “Believe”) y demuestra la capacidad de la artista de apropiarse de lo ajeno.

Mark Taylor, productor del disco que, a fines del siglo pasado, revitalizó su carrera y la puso a competir con las estrellas juveniles del momento (notoriamente, Britney Spears), volvió a participar en este proyecto y, aunque no alteró demasiado las canciones que se están versionando (un crítico llamó al álbum, aunque no negativamente, un disco de karaoke), tal vez lo único que en realidad importa es la voz de Cher, robotizada o supuestamente libre de artilugios, su peculiar dicción, ese conocimiento que da el nombre, saber quién dice que canta.

Porque si algo dejó en claro el pop es que el antagonismo entre los pares “original” y “copia”, “natural” y “artificial”, “esencia” y “apariencia” (el problema en torno a lo “auténtico”, que desvela a tantos defensores del rock), es tan absurdo como intrascendente. En consecuencia, la obra de Cher se trata de mostrar las costuras: se desnuda cuando más se cubre, cuando más se maquilla, es más ella misma cuando más se sale de sí. Es el misterio sin revés, el antimisterio: la ocultación de lo evidente.

El disco, que incluye diez de los mayores hits de la banda sueca, describe una suerte de progresión o, al contrario, es un viaje que va desde la luminosidad de “Dancing Queen” hasta la balada “One of Us”, en el que la voz de Cher, despojada de artificios, se muestra en toda su fuerza expresiva. Toda la potencia emotiva de ABBA y su oscuridad (los descreídos deberían escuchar el estremecedor cover de “S.O.S.”, que la banda inglesa Portishead grabó para la banda de sonido de la película High Rise) queda para el final, a partir de la versión de “Fernando”, a la que siguen “The Winner Takes It All”, con una base de ritmo electrónica, y la ya mencionada “One of Us”, tres canciones sobre la pérdida. Ese camino paradójico hacia cierta “verdad” es, por lo tanto, un regreso a la imposible fidelidad del cover. Pero eso ya está, como todo, en la superficie: en la tapa del disco, una Cher de pelo blanco mira hacia la izquierda, hacia el pasado, y otra, de pelo negro, hacia la cámara, como dando una vuelta del tiempo que, negado, se vuelca entero hacia el futuro.

Dancing Queen, de Cher. 2018. En Spotify.

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