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Homecoming

Para no ser un recuerdo hay que ser un reloco

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El mundo mental de la serie “Homecoming”.

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Julia Roberts no es una figura que estemos acostumbrados a ver en televisión, más allá de que Gran Lunes haya exhibido gran parte de su filmografía varios años después del estreno de cada película. La actriz es una de las principales exponentes del rubro “estrella de Hollywood” y sus papeles en la pantalla chica (aunque cada día con más pulgadas) se contaban con los dedos de dos manos: un puñado de telefilms y apariciones puntuales en series como Friends, Vicio en Miami o La ley y el Orden. Es entonces sorprendente que Roberts decidiera encabezar por primera vez una serie televisiva, que debutó en los primeros días de noviembre por Prime Video, el servicio de streaming de Amazon.

Hay una sorpresa todavía mayor, y es que Homecoming es una ficción basada en un podcast. En una era en la que tirás una piedra al aire y le pegás a alguien que está grabando un programa de radio por internet (no lo hagan: la piedra podría pegarme a mí)*, ya existen productos de calidad suficiente como para llamar la atención de la industria del espectáculo. Claro que el producto original no era la conversación improvisada entre dos amigos viviendo en diferentes orillas del Río de la Plata; esta ficción contó con las voces de figuras como Catherine Keener (¿Quieres ser John Malkovich?), David Schwimmer (el tóxico Ross de Friends) y Oscar Isaac (Poe Dameron en la más reciente trilogía de Star Wars).

Detrás del salto de un medio al otro está Sam Esmail, el creador de la afamada serie Mr. Robot, quien dirigió los diez episodios de esta primera temporada.

Homecoming es definido como un “thriller psicológico”, aunque lo de thriller sea un poco exagerado y lo de psicológico se quede corto. Se trata de una lenta construcción de personajes en dos líneas temporales, con un misterio que explicaría los cambios de una a otra, pero, salvo algún episodio puntual, no nos mantendrá al borde del asiento comiéndonos las uñas. Eso sí, habrá escenas de terapia para tirar para arriba (y pegarle al conductor de un podcast).

Hace cuatro años, Heidi (Roberts) trabajaba en la institución que da nombre a la serie. Allí se recibía a soldados estadounidenses que regresaban del campo de batalla y se les brindaba atención psicológica buscando que superaran los traumas acumulados en Medio Oriente. Todo parece funcionar a las mil maravillas.

Sin embargo, en el presente de la serie, una investigación interna pretende descubrir qué ocurrió en aquella clínica y por qué la consejera ahora vive con su madre y es camarera en un bar. El amigo Esmail, con sus colores apagaditos y un molesto desenfoque en los extremos inferior y superior del cuadro, nos irá introduciendo al elenco con la excusa de saciar nuestra curiosidad.

El pasado se centrará en la relación entre Heidi y el recién llegado Walter Cruz (Stephan James), quien se convertirá en el poster boy del revolucionario tratamiento, financiado por una de esas compañías que fabrican desde suavizante para ropa hasta misiles intercontinentales. Así que por supuesto que habrá gato encerrado.

Del otro lado del teléfono, la consejera tendrá siempre a Colin (Bobby Cannavale), el representante de la compañía que hará lo necesario para mostrar a sus superiores el éxito del experimento, incluyendo tratar de la peor forma posible a Heidi.

La acción en el presente sigue a Thomas Carrasco (Shea Whigham), un pinche investigador del Departamento de Defensa que solamente quiere terminar con su trabajo para elevar el formulario a la oficina correspondiente. Algunos testimonios despertarán sus sospechas y terminará molestando a figuras demasiado poderosas, como el mismísimo Colin, que se verá obligado a ensuciarse las manos.

El éxito de la historia, que podría haberse ahorrado un par de episodios, se explica por las actuaciones de sus protagonistas. Julia Roberts construye el personaje con más minutos de pantalla de toda su carrera y sale airosa. Su Heidi mezcla inocencia con optimismo en una línea temporal, mientras que en la otra solamente quiere que la dejen en paz, hasta que le caen determinadas fichas, en un momento planteado de manera exquisita por los realizadores y ubicado dentro del mejor episodio de los diez.

Los espectadores no experimentarán una “vuelta de tuerca” al estilo de Sexto sentido, al menos no al nivel que la experimenta Heidi, sino que irán armando un rompecabezas que tiene bastante sentido porque no sorprendería si supiéramos que existe en nuestro mundo real.

Volviendo al elenco, es de destacar el torpe investigador que compone Whigham, un actor acostumbrado a brillar desde el costado de la acción, como lo demostró siendo el hermano de Nucky Thompson en la infravalorada Boardwalk Empire (en serio, si no la vieron no sé qué están esperando). El villano de Homecoming, al menos el único que tiene rostro, también está en manos de un ex Boardwalk Empire, y Bobby Cannavale sabe cómo interpretar a ese ejecutivo que se disocia para sobrevivir.

El resultado final tiene trazas de Maniac, al menos en aquello del tratamiento para olvidar los malos recuerdos y en la casi irreal arquitectura del centro de reinserción. Cuando terminen de ver esta temporada, lo que querrán borrar de vuestras memorias serán la burocracia, el complejo industrial-militar y el graznido del pelícano. Yo sé por qué se los digo.

(*) Sonido Bragueta es el podcast de Alcuri y Gustavo Sala.

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