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Bien al dope

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Nuestro cerebro no quiere aceptarlo, pero en el fondo sabemos que los deportes están amañados. No me refiero al línea que validó el gol en clarísima posición adelantada de Cerro Porteño frente a Defensor Sporting; hablo de campeonatos que se cocinan en los escritorios, sedes mundialistas que se otorgan al que más soborna y naciones enteras que utilizan el dopaje como estrategia para sumar medallas.

El director Bryan Fogel quiso documentar su propia trampita, y como ciclista amateur, se contactó con un científico ruso llamado Grigory Rodchenkov con el objetivo de que le preparara un plan de complementos hormonales que le permitiera terminar una carrera en mejores posiciones sin que detectaran el chanchullo. Ese sería solamente el comienzo. Lo que termina destapando Icarus es un escándalo de proporciones globales que involucra a la Federación Rusa (desde su presidente, a quien no nombraremos por razones de seguridad) y un plan metódico y descarado para aumentar la cantidad de medallas en los Juegos Olímpicos.

En clave parodia

Una versión absolutamente humorística de este asunto del dopaje deportivo es el mockumental Tour de Pharmacy (Jake Szymanski, 2017), disponible en HBO Go. Obvia parodia del Tour de France, la más célebre carrera ciclista, la película sigue a los únicos cinco deportistas que no aceptaron pagar un soborno para evitar el test antidoping... lo que no significa que no hayan ingerido sustancias prohibidas, sino más bien que no entendieron el requerimiento ilegal.

Durante el filme seguiremos las peripecias de Grigory, quien comienza siendo una suerte de científico loco que es interrumpido por su perro mientras habla por Skype, hasta convertirse en una amenaza para el reinado deportivo de una de las naciones más poderosas del mundo (una que hasta el día de hoy tiene la suerte de que varios traidores al gobierno sufran envenenamientos accidentales).

Parte comedia, parte película de investigaciones que destapan ollas y parte film de espías, Icarus es una de esas contadas ocasiones en las que el hombre de a pie tiene la posibilidad de echar un vistazo detrás de la cortina (de hierro, en este caso) y descubrir cómo se manejan los que nos manejan.

Y si Donald Trump les resulta ridículo con su grito de “Fake news!” es que no han conocido a Vladim... al otro.

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