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Ascenso y caída de una youtuber

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Soy millennial pero ya de las viejas; así como no puse mis tobillos al descubierto en invierno, hasta hace unas semanas recurría a Youtube casi exclusivamente para escuchar música o mirar Acto de violencia en una joven periodista. Conocía algunas de las comunidades surgidas en Youtube (como la impresionante comunidad que se formó en torno a los tutoriales de maquillaje), pero no me interesaba adentrarme en ninguna de ellas, por una mezcla de prejuicio y pereza mental ante estos “nuevos” formatos.

Sin embargo, el otro día me saltó una notificación de uno de los canales a los que estoy suscripta pero nunca había mirado, Contrapoints, y en el aburrimiento generado por la gripe decidí husmear. Me encontré con “Opulence”, un video de 40 minutos con hermosos escenarios, cuidadas luces, música, disfraces, humor, anécdotas personales y un montón de lecturas encima en el que Natalie Wynn, su creadora, se explaya sobre el concepto de opulencia de acuerdo al imaginario estadounidense y cómo se entremezcla con conceptos de clase, raza y capitalismo. ¿Quién era esta Natalie Wynn y por qué no la había conocido antes? En sus propias palabras, Wynn es “el sistema inmune de la izquierda”: se adentra en los temas que inquietan a la derecha, escucha sus argumentos, los sopesa y luego se dedica a diseccionarlos haciendo uso de la filosofía y otras armas.

Contrapoints también nos deja ver su periplo como mujer trans: si lo ven en orden cronológico, se van a encontrar con que Natalie solía ser Nick, “un alcohólico y degenerado al que le gustaba vestirse de mujer” (en sus propias palabras), que en el transcurso de los videos pasó a definirse como genderqueer (es decir, una persona que no se identifica plenamente con ningún género) hasta que se asumió a sí misma como mujer y comenzó un tratamiento de hormonización y cirugías plásticas. Su diálogo con la derecha y su periplo personal obviamente están entrelazados, ya que como mujer trans encarna muchas de las cosas que la derecha teme/odia.

El algoritmo de Youtube que nos sugiere videos de acuerdo a lo que acabamos de mirar tiene una tendencia (estudiada) a radicalizar los contenidos que se ofrecen; así, si uno empieza mirando un discurso de Donald Trump, unos clics después puede terminar mirando uno sobre por qué la “raza” blanca debería tener su propio etnoestado. Curiosamente (ejem), no importa el punto de partida, los contenidos siempre se terminan radicalizando hacia la derecha. Y cualquiera que haya caído alguna vez en un rabbit hole en internet sabe lo trepidantes que se vuelven la búsqueda y las ansias de saber más. Esto, combinado con el hecho de que mucha gente joven usa Youtube como una de sus fuentes primarias de información, ofrece un escenario ideal para los influencers de derecha, que han sabido capitalizarlo. Un ejemplo: Jair Bolsonaro tiene una cuenta en esa plataforma desde 2009, con 2.600.000 suscriptores, en la que mucho antes de convertirse en el presidente de Brasil ya hablaba de teorías conspirativas del tipo “el nazismo fue un movimiento de izquierda”.

Es en estas aguas turbulentas que Wynn se sumerge –y cómo– y va al encuentro de otras personas –principalmente hombres blancos y jóvenes– que van por el camino de la radicalización para ofrecerles una forma de pensar alternativa. Es fascinante verla exponer argumentos que pueden resultar disparatados y ofensivos, encontrar puntos en común con ellos hasta el punto de que una misma puede empezar a empatizar, y después desmantelarlos. Es un ejercicio intelectual y emocional arduo que creo que a la mayoría de los “progres” nos costaría bastante, y por eso también Wynn se ha convertido en una youtuber enormemente popular en algunos sectores izquierdistas estadounidenses.

No obstante, las personalidades surgidas en Youtube, por mucha fama que agarren, son percibidas por el público como más “accesibles”, ya que están a la vuelta de un clic; responden los comentarios a sus videos, tienen cuentas de Twitter, suelen hablar de sus vidas en sus videos, y todo esto genera una “relación parasocial” en la que los espectadores nos sentimos un poco amigos de la persona detrás de la cámara. Y esto es un arma de doble filo: cuando dice algo que no nos gusta, nos podemos sentir tan ofendidos como si lo hubiera dicho efectivamente un amigo. Y es más fácil hacerle llegar nuestro descontento que a una estrella de televisión.

Esto es lo que le está ocurriendo a Natalie ahora mismo por un detalle casi imperceptible, pero que desató una respuesta abrumadora: cientos y cientos de mensajes en foros, Twitter y Youtube acusando a Natalie de no ser “una verdadera aliada” para parte de la población trans. ¿El disparador? En su último video Natalie contó con los voice over de algunos colaboradores para leer citas. Uno de esos colaboradores (que leyó una cita de John Waters en el espacio de seis segundos) es Buck Angel, uno de los primeros hombres trans con relevancia pública, que en los últimos años ha caído en desgracia para parte de la comunidad trans por sus opiniones anticuadas y normativistas sobre quiénes merecen llamarse a sí mismos trans y quiénes “sólo están buscando atención” (usando argumentos vagamente biologicistas). Estas semanas vi cómo un ligero malestar expresado por algunas personas trans se fue convirtiendo en una bola de nieve de acoso por las redes no sólo a Natalie, sino incluso a sus otros amigos youtubers, exigiendo explicaciones y disculpas por esos seis segundos en los que un actor leyó la cita de alguien más, de parte de la propia comunidad trans, a una escala que constituye bullying cibernético. Y me pregunto si, habiendo sobrevivido a todos los fachos, Natalie morirá en la orilla de los progres. Confío en que no, sobre todo porque en estos tiempos, más que nunca, necesitamos a gente como ella.

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