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Retrato de Marie-Thérèse, 1937.

Esperando a Picasso

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Artes visuales y escénicas en la muestra de Picasso en Montevideo.

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Hace tiempo que se habla del inminente súper acontecimiento artístico uruguayo de este 2019, la “megaexpo” de Pablo Picasso en el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV), por la que las más optimistas previsiones hablan de 300.000 posibles visitantes (el museo tiene un promedio de 80.000 o 90.000 al año). ¿Puede ser el comienzo de una serie de exposiciones más o menos blockbuster para Montevideo? Seguramente estimuló algunos cambios en el MNAV, como para poder acomodar grandes muestras internacionales, y por cierto que dará la oportunidad a los uruguayos de familiarizarse con los óleos del gigante malagueño (personaje lleno de contradicciones y dueño de una producción desconcertante de obras, más de 70.000 contando todas las técnicas). Las telas, así como algunas piezas tridimensionales, provienen enteramente de los museos Picasso de París y Barcelona, y prometen cubrir todas sus (muchas) “fases”: ojalá representen redondamente la explosión cubista de la primera y segunda década del siglo XX, verdadero hito de la historia del arte, pero sobre todo de nuestra “percepción”.

Los pocos precedentes picassianos de cierta envergadura que encontré en la historia expositiva del país se limitan a grabados: hubo, por ejemplo, una Picasso: maestro del grabado en el mismo MNAV, en 1973, con 80 piezas, y en 2003 una más reducida, en el Museo Torres García, titulada Picasso desde Málaga, grabados originales, y tanto el Museo Blanes como el MNAV poseen litografías de él en sus acervos. Pero por supuesto, hay otras tramas que ligan a Picasso al país. Acá apenas menciono dos. Por un lado, la más evidente: la relación amistosa que tuvo con Joaquín Torres García (en marzo se exhibirán algunas cartas entre los dos y se dará espacio a ese tema), que recientemente ocupó algunas crónicas. En efecto, hace un año se descubrió que atrás de La pobre agazapada (1902), un Picasso del período azul, se escondía –determinando sus formas– un paisaje pintado por algún artista activo en Barcelona a fines del siglo XIX. Este sería, con mucha probabilidad, el mismo Torres. Por el otro, la más curiosa: el “célebre” falso Picasso que adorna la tapa de la primera edición de El pozo (1939), de Juan Carlos Onetti, y que, según los diferentes testimonios, fue dibujado por el mismo escritor o por su editor, Casto Canel.

Hace unos meses la diaria habló con el coordinador de la esperada exposición, el coleccionista argentino Jorge Helft, que dilucidó la génesis y las características de la muestra.

¿Cómo surgió la idea de esta exposición de Picasso y cómo llegó a Uruguay?

Un día estaba charlando con Lauren Le Bon, el director del museo Picasso de París, institución que lleva adelante una política muy liberal que piensa que el patrimonio francés tiene que circular y que, en este momento, está organizando una serie de exposiciones llamadas Picasso-Méditerranée, más de 60 exhibiciones en cuatro años en el sur de Francia y en otros países del Mediterráneo. Le comenté que me iba a vivir a Uruguay y me preguntó si me divertiría organizar una muestra de Picasso en Montevideo. Le contesté que por supuesto y me dijo que me daba carta blanca en cuanto a las obras, la organización, etcétera, porque me conocía. Me preguntó si tenía un museo en mente y le dije que sí, el MNAV, que estaba apto para una muestra así. Nos pusimos a trabajar en marzo de 2016 y se va a inaugurar el 29 de marzo.

¿Qué obras se podrán ver en la exposición? ¿Es algo que trata de cubrir todas las etapas picassianas?

Hice una selección de obras, pero en realidad, aunque me sienta razonablemente seguro, soy un amateur, no soy un profesional, no tengo una formación académica. Todo lo que aprendí, en más de 75 años, [fue] de mi padre [historiador del arte especializado en artes decorativas], de muchos amigos, galeristas y críticos. Entonces, en las decisiones de mayor importancia, vuelvo a Le Bon y le digo “pienso hacer esto, pero vos decime qué te parece”. Le pedí a Le Bon también una primera preselección de obras, pero no me gustó. Le dije que no era que la rechazaba, pero que no se podía en una primera muestra grande de Picasso en Uruguay presentar un panorama desde su juventud hasta 1920, cuando el pintor vivió hasta 1973. “Si la hacemos”, dije, “tiene que ser un panorama completo”. Así, lo que viene es una cuarentena de óleos, cerámicas, esculturas y mucha documentación, que abarca todas las etapas del artista, hasta su muerte.

Usted no aparece como curador.

No quiero ser curador: quiero ser autor y coordinador. No quiero estar obligado a una investigación suplementaria; conozco bien la obra, pero no suficientemente, y decidí nombrar a un profesional. Con Le Bon nos decidimos por Emmanuel Guigon. Yo trabajé con él hace 16 años, cuando era director del Museo [de Bellas Artes y Arqueología] de Besançon: organicé ahí una muestra sobre la fotógrafa argentina Grete Stern. Desde hace un año es director del museo Picasso de Barcelona, es hispanohablante, ha estado ya una vez en Montevideo. Cuando asumió el rol quiso agregar algunas piezas de las fases iniciales y finales de Picasso, y aceptamos, por supuesto.

¿Y acá cómo está marchando la organización?

Del lado uruguayo, no tengo más que agradecimientos y loas. A todos los niveles una maravilla. Un poco de falta de práctica, sí, a veces necesitan un pequeño empujón, pero es estupendo trabajar acá. Quedó como gran problema la financiación. Enrique Aguerre, con el que me llevo muy bien, estaba confiado en que con el nombre de Picasso se iba a obtener fácilmente. Me di cuenta a los pocos meses de lo que siempre supuse: iba a haber plata pero no la suficiente, y le sugerí cobrar entrada. Hubo un grito, porque acá no es costumbre cobrar, pero le dije que la única alternativa era no hacer la muestra. Aguerre dijo que si era la única solución estaba de acuerdo, pero que no nos iban a autorizar. Entonces hablé con Alejandro Denes, Sergio Mautone y la ministra María Julia Muñoz: los tres también sostenían que no era la costumbre; reiteré que de lo contrario no se podía hacer, y en los tres casos salieron diciendo “hay que hacerlo”. Así, el museo va a cobrar una entrada módica [se habla de 250 pesos] y el resto de las salas permanecerán gratuitas; habrá contemporáneamente una muestra de Figari.

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