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Miss Bolivia. Foto: Diego Adler, difusión

De gatos y panteras: con Miss Bolivia, que se presenta en la Sala del Museo

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Aunque comenzó tarde (su primer disco, Alhaja, salió al mercado cuando rondaba los 35, una edad comúnmente considerada avanzada en el terreno musical), a María Paz Ferreyra, más conocida como Miss Bolivia, sólo le tomó unos años convertirse en una de las máximas exponentes de la nueva música politizada Argentina. Con un pasado académico y un trabajo de psicóloga –que la enfrentó a la compleja posición de tener que brindar asistencia a los sobrevivientes de Cromañón–, desde el vamos la militancia y la música fueron dos elementos centrales de su estilo. Es una cantante que se anticipó con astucia a las reglas del juego para extender y fusionar los sonidos de la cumbia villera y el reguetón con el discurso y la movilización de incipientes colectivos que hoy en día están más activos que nunca.

Imagino que este toque en Montevideo te encuentra con una energía bastante particular, considerando el resultado de las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias.

La verdad es que estoy contenta. Esto es como un anticipo, porque no hay nada definitivo, pero me emociona ver que el pueblo está despierto y reacciona. Es muy importante y tenemos ganas de que el panorama sea más igualitario y más inclusivo. Eso se reflejó en lo del domingo y acá estamos; vamos a ponerle toda la luz. Por mi parte, comunico activamente y expreso mi voluntad de tener un país y un mundo un poco menos mierda.

¿Recordás un momento particular en el que hayas sentido la dimensión política o militante de lo que genera tu música?

Casi a diario recibo mensajes y testimonios de gente que agradece que con tal canción pudo reconfigurarse o salir de una situación de violencia doméstica, de una relación tóxica o de un lugar de maltrato. Y otras cosas, como que tuvo fuerzas para salir de ciertas situaciones familiares o abandonar un laburo que le hacía mal. Todas estas cosas por las que hago música son parte de mi pasión, pero la música también es mi oficio, y es un trabajo muy arduo en el que hay que remar mucho. A veces pasa que uno se pregunta: “¿Estoy donde quiero estar?”. Entonces, cuando me canso o cuando no puedo más, que la gente me diga que la música le sirvió para estar mejor es algo increíble: eso es mi nafta. Ahí es cuando confirmo que estoy donde quiero estar. Pero estas preguntas hay que hacérselas siempre. La devolución de la gente tan amorosa te ubica.

¿Intuiste la dimensión que iba a cobrar el tema “Tomate el palo”, que se convirtió en el himno de desamor y autoafirmación de la década?

La verdad que no. Escribí esa canción en un momento muy crítico y triste de mi vida; no la estaba pasando nada bien por una cuestión del corazón. Hice esa canción porque necesitaba sacarme una cosa horrible de adentro y transformarla en canción. Creo que fue tan genuino e intenso que le aportó a la canción una fuerza muy grande; todo el mundo se identificó de algún modo, pero no me imaginaba que iba a ocurrir. Tampoco compongo para eso. Las canciones salen y después la gente es la que decide en qué se van a transformar.

Tu último disco, Pantera (2017), cierra con “Cagón”, un tema con una confrontatividad de despecho similar a la de “Tomate el palo”.

Son instantáneas de movimientos y cosas que definen qué nos pasa. Hay canciones que tienen eso. Ojo, no todo es resentimiento en Miss Bolivia, pero me encanta que la gente se apropie del tema, porque cuando parís una canción ya no te pertenece.

¿Creés que el resentimiento puede ser un motor creativo?

Depende de para dónde lo dirijas. Es fuerza, y siempre hay que ser muy consciente de cómo usarlo y cómo dosificarlo. El resentimiento también puede ser un loop que se enquista y que genera odio. El resentimiento no me interesa como forma de vida, pero a veces ese tipo de sentimiento da lugar a acciones que son transformadoras. En ese caso puede convertirse en motor.

Sobre todo en Argentina, durante el último gobierno, hubo una reapropiación del enojo –embanderado en causas feministas– como un sentimiento necesario, cuando por mucho tiempo en el espectro político y en el cultural se lo evitaba y se prefería algo más conciliador.

Sí, el tema es que yo creo que la situación de las mujeres alcanzó un nivel de enojo en el que tenías que actuar porque los paradigmas anteriores ya no funcionaban. Creo que el “basta” y el generar acciones al respecto, que llevan a algunas a organizarse, son aspectos muy positivo del enojo.

De Miau (2013) a Pantera hay algo mucho más específico y menos conciliador.

Sí, creo que de Miau a Pantera hubo algunos movimientos. Uno fue conservando la misma médula y espíritu de cosas, que tiene que ser corto y al pie, sin metáforas ni ornamentos. Esto generó una noción de mayor intransigencia.

¿Cómo se dio la versión de “Gente que no”, de Todos tus Muertos? ¿Era un disco que escuchabas en tu adolescencia o fue una aproximación más tardía?

Sí, desde adolescente me marcó y siempre fui fan de las diferentes versiones. Por alguna base que quedó sonando se me ocurrió tirar la letra y me encantó. Como a la gente también le gustó, dije: “Lo grabo”. Hablé, pedí permiso y lo hice. En general, trato de incluir un cover en lo que haga.

¿Recordás el primer tema o disco que convirtió en algo más activo o identitario el hecho de escuchar música?

Fue más bien un momento en el que la música me empezó a golpear de otra manera, pero no se lo puedo adjudicar a una canción. Además, depende de en qué época de mi vida... Para mí es algo muy nómade. Sí te puedo decir que, en mi adolescencia, escuchar a Sumo fue una de las instancias más fundacionales. También admirarlos por la parte del vivo, además de los que es la música en sí. Esa banda me marcó mucho.

Sumo tiene sonidos de reggae. ¿De dónde provienen los sonidos latinos como la cumbia o el reguetón que aparecen en tu música?

Fue todo muy orgánico. La cumbia está muy presente en mi vida desde que soy chica. Parte de mi infancia la viví en el interior, donde se escucha más que nada cumbia. El acercamiento al rap fue por escuchas, y al reggae a los 16 años, cuando me compré los cassettes de Bob Marley. Sumo me influyó muchísimo porque ahí estaba todo eso de la fusión que después incorporaría mucho en mi música. Ahí estaba la fusión del ska, el reggae, un poco hasta de rap, de funk, y eso me voló la cabeza. Por otra parte, desde que nací mi viejo escuchaba y cantaba folclore, y así accedí a distintos estilos musicales.

Has dicho que provenís de un entorno familiar más conservador. Hoy en día, ¿cómo se vive tu éxito?

En realidad, somos los mismos. Yo también considero que, al dedicarme a algo que tiene más exposición pública, son cosas que se asimilan más rápido. Mi mamá lee las notas, mira la tele, está orgullosa, pero en realidad todo es igual. El éxito es algo muy raro para mí. Son categorías producto de este sistema que es horrible. No me gusta comerme ninguna con esa.

¿Puede llegar a ser una carga ser un actor social en la música?

Trato de vivir mi vida con ética y responsabilidad. A veces hay mucho de proyección sobre los actores sociales o los comunicadores, mucha expectativa. Y también es cierto que una se debe a su público. A veces hay una carga de deseos y expectativas, y es muy importante abrazar eso, pero también es importante devolverlo y que cada uno se haga cargo.

Me acuerdo de que cuando te casaste con tu actual marido, luego de haber llevado varias relaciones con mujeres, algunos colectivos feministas lo tomaron como una especie de traición.

Sí. Creo que cada uno tiene que hacer terapia, porque son cuestiones proyectivas, y también está en cada artista y en cada persona poner el límite y decir: “Hasta acá. Yo no vine a este mundo para complacer a nadie”. Se generan sincronicidades, sintonías, formas de lucha colectiva que me encantan, pero no hay que volverse esclava del deseo del otro.

¿Qué opinás de la explosión del trap en Argentina?

Me parece que está buenísimo, y me encantan Duki, Cazzu, Khea, [Paulo] Londra... Me gusta un abanico amplio dentro del género. Yo escucho un montón, aunque no sea una música que haga. He ido a los conciertos y me gusta porque está en constante movimiento. Me encanta que cambien las reglas, la industria, el poder, el estilo musical, y creo que genera bastante movimiento. De la misma manera que otras expresiones culturales –la cumbia, el rap, el reggae–, son narrativas que expresan historias populares y de barrio, y me parece que, más allá del contenido, es genuino y pasa de primera mano. Hay cosas en las que es mejor no caretear.

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