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Diego Bello.

Foto: Mariana Greif

Diego Bello les pone humor a las tardes de El Espectador en el periodístico Más temprano que tarde

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Cuando, luego de finalizar su labor diaria, baja hasta el final de la escalera caracol lujosamente tapizada, me recuerda a Bartleby, el escribiente, con su “pálida desesperanza” pintada en el rostro. Su saco, su pantalón, sus zapatos y su portafolio comparten el color negro y la prolijidad de sus pliegues. Su saludo es amable, y tendremos una entretenida charla sin el menor de los apuros cuando subamos hasta la cafetería del conglomerado radiofónico Magnolio y nos regale no más de tres o cuatro humoradas, siempre precisas y sorpresivas. Pero antes, escalones arriba, volveré a recordar varias veces ese primer instante de contacto visual, cuando me convencí de que ese humorista –que tiene el don y el oficio de hacer reír a cualquiera en cualquier momento– deseaba no hacer más nada nunca, después de ese día que todavía no se terminaba, o al menos pretendía mantener su rutina sin alteraciones ni imprevistos, para poder cumplir al pie de la letra con su labor en el marco de su cotidiano y continuo estado de preocupación y tormento.

Hace un rato nada más, rodeaba a su majestad informativa Blanca Rodríguez y al novel periodista Wilmar Amaral de imágenes sugeridas y disparates encapsulados en buenos modales sobre un encuentro entre Pepe Mujica y Gustavo Penadés en un baño del Parlamento nacional, de gritos de indignación y reclamos urgentes de cordura, de desconcierto, aceptación y pesada resignación de cierre. Resulta difícil imaginar que se trata de la misma persona que, mientras sigue subiendo escaleras, cansino y con hablar pausado, nos explica el estrés que le provocan la preparación de su columna radial y su espectáculo teatral Supersticiones (junto con Fredy González y Mario Carrero), entre otras muchas cosas que a veces parecen superarlo.

Casi que no sabremos nada de cómo hace –tal vez un poco– para que las más encumbradas murgas del carnaval soliciten tempranamente sus servicios cuando quieren conseguir el primer premio del concurso oficial.

Durante cerca de 16 años Diego Bello trabajó como editor de televisión y camarógrafo, hasta que luego de una discusión laboral se escuchó decir: “No quiero bancarme a más nadie” y se la jugó por completo por la actuación. Actualmente, de lunes a viernes hace su columna de humor “De qué te reís” en el periodístico Más temprano que tarde (en la radio El Espectador, 810 de amplitud modulada), espera otro carnaval y sueña con volver a hacer ficción en televisión.

Hace algo menos de diez años, tuve la suerte de verlo actuar como comediante de stand up, acompañado de un pobre micrófono, un frágil atril y una decena de establecidos matrimonios con hambre de carne asada. Esa noche creo haber visto algo de su magia: ni bien subió el botón que enciende el artefacto amplificador, una frase y un acento payasesco y al mismo tiempo respetuoso le alcanzaron para construir una complicidad de nervios compartidos. Deshizo el nudo y luego sólo hubo risas.

“A veces me deprimen”, confiesa cuando habla sobre este tipo de trabajos. “Las fiestas me ponen muy nervioso, porque en las fiestas no me quieren ver. Me parece que estoy interrumpiendo un momento íntimo, o familiar, o no sé qué. Como que cortás mucho el mambo, entonces a veces prefiero no hacerlas. Después, claro, los recibos mandan”.

¿Y cómo hacés?

Cuando es un espectáculo personal, la gente te va a ver a vos y tenés hasta cierta complicidad, y en el carnaval pasa algo similar; quizás la persona fue a ver a otro conjunto, pero tenemos un espacio y un lugar compartido. En una fiesta caés, sos como un intruso, y eso no siempre genera buenas cosas. Yo tuve buenas experiencias, por suerte, pero igual me ponen muy nervioso. Y nada, después que empezás, tenés que hacer tu trabajo, tu rutina, y emplear todas las herramientas que tengas a mano para que funcione y la gente pueda pasar un buen momento, y vos también. Es como que va y viene. Si la gente no la está pasando bien, seguramente estés pasando mal, y a la inversa.

El otro día vi una entrevista de Larry King a un humorista que me gusta mucho, Norm Macdonald. Se pusieron a hablar de viejos y nuevos comediantes, y Norm le contaba por qué es tan difícil que aparezcan nuevos comediantes realmente buenos. Decía algo así como que el arte siempre está abierto a la interpretación, a lo subjetivo, mientras que el espacio donde se produce un stand up en vivo es diferente, porque el comediante tiene que lograr un ruido específico en un momento específico al mismo tiempo y en cada persona que esté en la audiencia. Puede ser una risa, un silencio, pero tiene que ser el mismo. ¿Tenés identificadas herramientas específicas para lograr eso?

Identificadas no, pero tengo determinadas zonas que no son de confort pero me sirven para manejarme con un poquito más de soltura; eso te lo va dando el tiempo. Lo que va a funcionar con el público no lo sabés hasta que empezás la actuación, y por lo general tampoco coincide con lo que vos esperás que pase. También, sobre eso que decías de la reacción colectiva, hay una cosa graciosa que pasa y es cuando hay uno o dos espectadores que reaccionan en otro momento. Eso te descoloca notablemente, y decís: “Hay algo que no está funcionando”, o “estoy haciendo algo mal” o “esas dos personas están en un viaje divino pero no era ahí donde iba la risa”. Creo que todos tenemos algunos momentos que funcionan como termómetro, ya sea en un espectáculo, en la columna, en la radio o en lo que sea; cuando llega uno de esos momentos vos decís: “por acá puedo ir” o “por acá no puedo ir”. Si algo funcionó, ahí hay un camino; si no funciona, tenés que cambiar el plan o buscar otra oportunidad, depende del libreto que tengas y de cómo manejar la situación, pero si erraste el primer tiro, el tránsito puede ser muy complicado. Muchas veces tenés una segunda oportunidad. En un espectáculo de una hora, seguramente; en un espectáculo más breve, como los de carnaval, ya es más complicado, tiene que ser excelente lo que venga después, porque ya erraste el primer tiro. Y lo primero, siempre, es lo que te va marcando esa temperatura del público; eso lo vas midiendo mientras lo estás haciendo. Después, obviamente, cuando hacés muchas veces lo mismo ya sabés que hay un momento clave. Y si le erré en ese momento, va a ser una noche muy mala.

Foto: Mariana Greif

Jerry Seinfeld tiene un discurso todavía más radical: dice que en la comedia lo único que importa es que el público se ría, que el resto no tiene la menor importancia, no existe. Como a él le encanta discutir sobre esto, otro comediante, Marc Maron, lo invitó a su podcast, puso el tema sobre la mesa y le planteó algunas alternativas como válidas: utilizar el humor para expresar un ideal, una postura política, acompañarlo con algún tipo de reflexión que puede no sea específica o especialmente graciosa pero sí interesante. ¿Cuál es tu postura?

No estoy tan de acuerdo con eso. Porque si bien lo que todos queremos es que funcione la risa, creo que hay algunas reacciones, de estas que estábamos hablando, que tienen fecha de vencimiento, y otras que tienen un vencimiento más prolongado. Si tenés todas las fechas de vencimiento en el corto plazo y se te vence rápido el producto, ahí tenés un problema, o la necesidad de generar un producto nuevo mucho más rápido; además, tenés el problema de que mucha gente puede desconfiar de esa fecha de vencimiento. En primera instancia, creo que no estoy de acuerdo con eso de que la risa es lo único que vale. Primero, porque no todos nos reímos de lo mismo ni de la misma forma, y porque hay determinadas cosas que hace 20 años nos hacían reír y hoy no tanto, y otras cosas que también tienen 20 años y nos siguen haciendo reír. Hay construcciones que tienen otro sustento, y me parece que son bien importantes. No reniego de lo inmediato, de la risa con el tortazo en la cara, porque es una reacción casi primitiva. Pero si yo te doy un tortazo y a los cinco minutos te doy otro tortazo, es muy probable que, de todos los que estamos acá, no todos se rían. O bien el segundo tortazo necesita algún otro elemento, o bien hay que reconstruir toda la escena.

Has hecho todo tipo de personajes, pero algunas características son marcas registradas del humorista Diego Bello. Cierta desidia o cansancio, y preguntarse cómo funcionan las cosas en el mundo y en la mente del ser humano. ¿En qué momento esto quedó fijado en tu estilo de humor?

No sé exactamente cuándo. Pero me queda cómodo ponerme en situación de no entender. Algunas cosas realmente no las entiendo, mientras que en otras trabajás de ese lugar, desde el no entender, entendiendo todo lo que está pasando. Dar vuelta una situación la transforma, y eso puede generar una situación graciosa. Preguntarse, repreguntarse o hacerse una pregunta que no es tan lógica. La idea es romper la lógica del relato de una persona o de una situación.

¿Tenés algún guion tuyo acá? Me da mucha curiosidad lo que hacés con Blanca.

Sí, acá en la computadora. Yo traigo todo absolutamente guionado, pero ella no sabe de lo que voy a hablar. Trabajamos siempre así, y me parece que está bueno porque se genera un ida y vuelta que me hace estar muy atento a lo que ella me va a responder. Muchas veces salteo algo de lo que tengo escrito, porque por ahí no va o porque no respondió lo que yo quería. Así es tanto con ella como con Wilmar, puede ser con cualquiera de los dos, o a veces son los dos, pero yo preciso tener una guía. Por eso en el guion está todo bien pautado.

Es el corte de la noticia, por ejemplo...

Claro, o hay veces que es una elaboración a partir de una frase, una declaración, y ahí yo tengo una estructura para saber por dónde voy a ir. Pero si la respuesta no es la prevista tengo que ir por otro lado, y eso me hace estar muy atento.

A veces improvisás algo, pero da la sensación de que es muy poco.

No tengo el oficio. Me parece que para que funcione y para poder decir algo fuera de libreto, tengo que tener todo el resto libretado. En carnaval me pasa lo mismo: para salirme del libreto, primero tengo que saber todo el libreto, si no se transforma en algo medio caótico. Yo no lo puedo hacer.

Ayer Blanca en un momento te dijo “bueno...”, como diciendo “hasta ahí”.

Claro, porque hay cosas que hay que cuidar y yo lo sé. Trato de no llegar nunca a ese momento y mucho menos excederlo; no está en mí, tampoco me siento cómodo y no se trata de generar un momento de incomodidad entre los tres.

Pero al mismo tiempo para el oyente hay un atractivo en ver hasta dónde vas con la broma.

Claro, ese juego es atractivo, pero tiene que ser eso: el desafío de saber que hay un lugar hasta donde se puede llegar. Trabajamos mucho en lo diario, entonces más o menos sabemos cómo manejarnos.

Ya habías hecho este tipo de trabajos, pero con Blanca funciona muy bien. Ella se mete en el juego.

En la radio lo había hecho primero con María Inés Obaldía y luego con Andrea Villaverde, que ahora es nuestra productora, y funcionaba bárbaro, o así pensábamos nosotros. Ahora se dio algo muy natural con Blanca. Yo estoy muy cómodo, y por las dudas no quiero preguntar, pero me parece que ella también.

Otra característica de tu personaje clásico es la indignación que le provocan las cosas.

Ah, sí, algunas son reales.

Y tus célebres tías. ¿Están inspiradas en algún pariente, en alguna amiga?

Lo de las tías surge de casualidad y no está inspirado en ninguna persona en particular. Fui tomando características de diferentes personas y situaciones, y las exageré. Lo que primero surgió, increíblemente, son los nombres de las tías: Soterrada y Subterfugia. Un político utilizó estas dos palabras buscando una respuesta jocosa en una discusión con otro político. Me parecieron palabras de poco uso y que tenían cierta musicalidad que se asemejaba a la de algunos nombres que escuchábamos antes, de personas muy mayores, de otra época, y eso me ayudó a exagerar las costumbres y las conductas de estos dos personajes. Las palabras fueron, de alguna manera, inspiradoras de ciertas conductas, y les sumé algunos comportamientos barriales que, llevados al extremo, pueden ser graciosos, siempre y cuando no le toquen a uno.

Sé que te gusta mucho Juceca. ¿Qué otros humoristas consumís?

De acá, mi lectura de cabecera es Juceca, recurro habitualmente a algunas cosas de él. Y me parecen muy buenos muchos compañeros de acá, que me hacen reír mucho. No descubro nada con Carlos Tanco, que hace años que viene con un personaje muy fuerte y sostiene una columna diaria que es un emblema de este grupo. Rafa Cotelo, Pablo Fabregat y [Pablo] Aguirrezábal, cada uno en su estilo. Me gusta mucho lo que hace el Moncho Licio, me parece que tiene grandes hallazgos humorísticos; siempre que puedo lo escucho. Después [Roberto] Fontanarrosa; lo leo y me río. Con él me pasa lo mismo que con Juceca. Fontanarrosa tiene esa cosa que te va llevando a través del cuento y, sin que te des cuenta, te estás riendo con un final que no te esperabas. Tiene un desarrollo, y un detalle de cosas que me resultan muy atractivas. Y miro otras cosas pero sin fanatismo. Una de las últimas series que consumí bastante fue The Big Bang Theory, que tiene personajes muy bien logrados y una cosa de descoloque que me gustaba mucho.

Foto: Mariana Greif

¿Qué cosas reconocés como tuyas en tu personaje?

No sé, calculo que el tema de los cuestionamientos es bastante personal. Quizá no sea tan gracioso; soy muchísimo más cruel con los cuestionamientos que me hago, pero sí, ese rasgo seguro es mío.

Jaime, tu personaje en la ficción televisiva El mundo de los videos, es brillante. ¿Cómo lo lograste?

Lo armé con la dirección de los chiquilines [los directores Matías Ganz y Rodrigo Lappado]. La verdad, trabajamos mucho para construir el personaje, y me marcaban cada detalle. Fue una experiencia preciosa y me dirigieron muy bien. Me gustó muchísimo hacer esa serie y siempre me quedé con ganas de hacer otras cosas de ese tipo. Me parece que acá en Uruguay habría que hacer muchas ficciones más. Cuando tienen un pienso y apoyo se pueden hacer. Por otra parte, para que sucedan hay que dar cierto margen para el error: es la única forma de generar contenidos. Yo ahora estoy enganchado con una serie danesa que se llama Borgen, que está hecha por la televisión pública. Muy bien guionada, los actores están bárbaros, pero tiene un elenco básico de siete personas. Entonces no estamos hablando de superproducciones, son cosas que realmente podríamos hacer. Tenemos ahí un terreno que nadie quiere apoyar. El mundo de los videos tiene una historia muy graciosa, pero a su vez trágica. Ellos ganaron un fondo y parte del premio era que pudieran exhibir la serie de forma gratuita en cualquier canal. Ninguno de los canales privados la quiso. En algunos canales ni siquiera atendieron a los chiquilines, y venían con un proyecto ganador. Eso es un indicador de por qué pasa lo que pasa.

¿Cómo descansás tu cabeza?

No sé. En realidad me gusta estar bastante conectado, soy adicto a esas cosas. Por ahí, el básquetbol, que me gusta mucho y me saca un ratito. Pero te diría que de lunes a viernes estoy pensando siempre en la columna que tengo que hacer al otro día.

Ayer dijiste al aire que no dormías bien, pero capaz que era un chiste.

No, no duermo bien. Es verdad. Difícilmente me desenganche totalmente de mi trabajo. Puedo estar conversando con alguien, todo bárbaro, pero estoy pensando en lo que tengo que hacer, y ta, por lo general cuando tengo libre o estoy metido en otra cosa, se me hace difícil igual. No tengo esa rutina de “me voy y no pienso en nada”. Hay gente que logra hacerlo y la envidio profundamente.

Supongo que sufrís esa vivencia pero en parte también la disfrutás.

Lo sufro permanentemente. Lo que pasa es que tiene esa cuestión que te da la adrenalina, ese nerviosismo, que es lo que te genera el movimiento. Me pongo muy nervioso y muy ansioso antes de entrar al estudio cuando estoy por hacer la columna, cuando va bien y cuando va mal. El espectáculo que estamos haciendo también me genera nervios, porque me gusta que las cosas salgan bien, que no pase nada que yo de alguna manera hubiera podido evitar. Si salió mal, hice todo lo que había que hacer y salió mal por burro, por incapaz, pero no porque no ensayé, no me aprendí el guion o no le di diez vueltas a la columna. Como te decía hoy, no puedo venir a talentear. Todas esas cosas me generan ese nervio. El Flaco [Jorge] Esmoris siempre se acuerda de una profesora que le decía que antes de una función, de algo que involucre lo artístico o lo escénico, no tenés que tener nervios sino nervio: el nervio que te hace funcionar, no los nervios de no saber bien la letra; el nervio que te genera acción. Me parece que está buenísimo eso.

Supongo que, en principio, siempre está bueno cuando te convocan para un nuevo trabajo, pero cuando recibís ese tipo de llamados de programas que buscan a alguien que aporte una cuota de humor, sin saber mucho qué es lo que buscan, ¿qué viene a tu mente?

Nunca me voy a cansar de agradecer por haber tenido la suerte de que me llamara Blanca. Es algo que no esperaba, con todo lo que eso significa. Fue muy fácil ir a hablar con Blanca, porque ella sabía exactamente lo que quería y qué buscaba para mi espacio. Así que después de la primera charla, yo más o menos ya tenía una idea de por dónde podíamos ir. Pero varias veces he recibido ese tipo de llamadas de teléfono en las que te dicen cosas como “vení y hacés esa pavadita que hacés vos”. Es matador y es muy difícil de manejar. También muchas veces entre nosotros jorobamos con ese tema, cuando decimos cosas como “era esto o trabajar”; esa es otra forma de quitarle valor. Yo no digo que tengamos que sobrevalorar lo que hacemos, pero sí creo que lleva mucho trabajo y muchas horas de estudio. No podés quedarte quieto y que las cosas te caigan, tenés que estar actualizado, saber de lo que se está hablando, desde lo más básico a lo más profundo, a lo más elaborado del pensamiento. Las cosas por algo se dan. A veces lo básico o lo elemental viene desde un lugar de elaboración profunda del pensamiento, y quizás el que tenga solamente los conceptos elementales no tenga idea de dónde viene tal o cual mensaje. Por eso si vos trabajás y estudiás para estar más preparado probablemente te sea más fácil entender lo elemental o aquello de apariencia elemental.

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