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Joel Schumacher, durante una conferencia de prensa, en el Festival Internacional de Cine de Toronto, Canada (archivo, setiembre de 2011).

Foto: Jason Merritt, Getty Images, AFP

A los 80 años murió Joel Schumacher, algo más que el director de Batman y Robin

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En 1997 llegó a las salas de cine una película dirigida por el mismo tipo que había estado detrás de títulos como El primer año del resto de nuestras vidas (1985), Línea mortal (1990) y Un día de furia (1993), y su guionista ganaría, más tarde, el premio de la Academia por Una mente brillante (Ron Howard, 2001). Entre sus protagonistas se encontraban estrellas del cine y la televisión, incluyendo al actor mejor pago del momento, que se llevó 25 millones de dólares, de los 160 que costó esa superproducción. El resultado fue la cinta conocida como Batman y Robin y marcaría la carrera de Joel Schumacher, el director neoyorquino que falleció de cáncer el lunes en su ciudad de origen. Tenía 80 años.

Como aquellas personas que pronuncian mal una frase o cometen un desliz y se ganan un apodo para el resto de sus vidas, Schumacher nunca dejó de ser “el director de Batman y Robin”, película que fracasó en taquilla, terminó con una prometedora franquicia del personaje de DC Comics y obligó a la compañía a replantearse su estrategia cinematográfica. Pasarían ocho años para que el hombre murciélago regresara de la mano de Christopher Nolan y con la suficiente seriedad como para despegarse de su antecesor.

Joel inicia

Antes de esa fatídica conjunción planetaria, en la mencionada Línea mortal el director nos había mantenido en vilo siguiendo a los jóvenes Kiefer Sutherland, Julia Roberts y Kevin Bacon, cuyos personajes eran adictos a las experiencias cercanas a la muerte.

En la recordadísima Un día de furia transformó a Michael Douglas de un pobre diablo al enemigo público número uno, todo porque en la hamburguesería no servían desayunos después de las 11.30. Bueno, en realidad ese fue solamente uno de los sucesos que le arruinaron el día a él y al policía que interpretaba Robert Duvall.

En esos años, Tim Burton renunció a la posibilidad de encabezar una tercera película de Batman, después de la homónima (1989) y Batman vuelve (1992). Los ejecutivos habían descubierto que el Pingüino deforme y lascivo no vendía tantas figuras de acción, así que decidieron dar un golpe de timón. Burton, que siguió como productor, eligió a Schumacher como su sucesor.

Batman eternamente se estrenó en 1995 con más cambios, ya que Val Kilmer tomó el papel que Michael Keaton había dejado vacante, como el millonario huérfano que por las noches combate el crimen con toda clase de batiherramientas. En esa oportunidad se enfrentó a dos villanos clásicos de la historieta: el fiscal devenido criminal Dos Caras (Tommy Lee Jones) y el Acertijo, rey de las adivinanzas (Jim Carrey).

Aquella película cambió las gárgolas de piedra por el brillo del neón y, al igual que como había ocurrido en las historietas, sumó a Robin (Chris O’Donnell) para que Batman ya no fuera tan solitario y oscuro. Quienes buscaban un entretenimiento más colorido tuvieron su recompensa, mientras que los amantes del gótico se obsesionaron con los batipezones en los trajes del dúo dinámico. De todos modos, el dinero se recuperó y Joel participó en la secuela.

Joel vuelve

Está más que claro que hay muchísimos Batman. El vigilante que asesinaba a sus enemigos creado por Bob Kane y Bill Finger poco tenía que ver con el simpático aliado de la Policía de los años 50 y 60, el ícono pop de la serie televisiva con Adam West, la parca reinvención de Frank Miller o el veterano desencantado que trajo Zack Snyder.

Por entonces, los superhéroes (o héroes con poderes pagados por el dinero) eran pocos, así que cada película podía significar el fin de una era. Y Batman y Robin lo fue. A Joel Schumacher nunca le perdonaron los riesgos tomados, que llevaron la acción a los coloridos y delirantes años 60, ahora con George Clooney en el protagónico. Bane, el villano más terrible en la historia de Batman, que le había quebrado la espalda y lo había sacado de circulación por una buena parte de 1993, aquí era un bruto freak de laboratorio.

El guion de Akiva Goldsman tenía a ese mastodonte y a Poison Ivy (Uma Thurman) disfrazados de dos gorilas rosados. Los batipezones habían regresado, excepto en el traje Batichica (Alicia Silverstone). De todos modos, para muchos el mayor desperdicio había sido Arnold Schwarzenegger en el papel de Mr. Freeze, tirando una andanada de chistes tontos con remates relacionados con el hielo.

Joel eternamente

Luego llegarían obras como 8 milímetros (1999), con Nicolas Cage, Joaquin Phoenix y James Gandolfini; Enlace mortal (2003), con Colin Farrell encerrado en una cabina telefónica; y la adaptación de El fantasma de la Ópera (2004) tuvo tres nominaciones al Óscar. Pero el estigma lo acompañaría hasta el último de sus días.

“Después de Batman y Robin, era escoria. Era como si hubiera asesinado a un bebé”, contaría Schumacher a Vice en 2017. “Soy un tipo grande y me hago responsable de todo. Me metí con los ojos abiertos y lo que me pone mal es el equipo técnico. Todos sabemos lo buenos que son. Los efectos especiales, dobles de riesgo, todos se rompen el culo igual que el elenco. Todos trabajaron duro por muchas horas. Y siento que su trabajo no fue reconocido como debería”.

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