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Laura Vidal, trabajadora del teatro Circular.

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Sostener el escenario: el presente de las salas de teatro independiente montevideanas

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Es inevitable “pensar en la situación económica que se nos viene en todo el mundo”, planteó en una entrevista el dramaturgo argentino Mauricio Kartun hace unos meses, convencido de que la covid-19 “es como la ficha del dominó que arrastra una a la otra”: “Lo que pase en Nueva York va a pegar en Bogotá, va a pegar en Montevideo y va a pegar acá. ¿Qué se nos viene? Ese otro nuevo mundo, en todo caso –con tiempo por delante y con grandes devenires– nos irá modificando pero por la situación en sí misma, por el día a día que tendremos que vivir de aquí en más”.

¿Cómo sobrevivir a la espera? En Uruguay la mayoría de las actividades han retomado su ritmo habitual, incorporando ciertas pautas signadas por la pandemia, pero la maquinaria de las artes escénicas aún está a la espera, integrando formatos híbridos de streaming, recurriendo al seguro de paro, apelando a nuevas formas de solidaridad y supervivencia. Para conocer el presente de la mayoría de las salas independientes de Montevideo, la diaria conversó con colectivos y directores que compartieron sus estrategias para mantener su permanencia.

Desde que comenzó la emergencia sanitaria, la mayoría tiene al personal en seguro de paro; los que no pueden acceder al recurso debieron improvisar y recurrir a otros mecanismos de subsistencia. Todos, dicen, viven el presente con incertidumbre y angustia, ya que si bien antes se enfrentaban a una situación difícil, los cuatro meses de paralización la volvió aún mucho más compleja.

En el teatro Victoria, cuenta la actriz Pelusa Vidal, está todo el personal en seguro de paro desde abril, y esperan con expectativa poder extenderlo. Su mayor preocupación, reconoce, es “lograr la autorización del gobierno para la apertura de los teatros, logrando un protocolo que les permita a todos trabajar de modo responsable, como ha sido en los diferentes rubros abiertos hasta ahora, como restaurantes y shoppings”.

Cree que es posible la permanencia del Victoria, ya que su “historia de sacrificios en el teatro independiente” los ha forjado dentro de la “disciplina y responsabilidad”, virtudes que ayudarán en esta circunstancia. “Por supuesto que será necesario seguir contando con el apoyo del Estado, con la aprobación de la ley de teatro, que respalde el mantenimiento de los gastos fijos de las salas, así como con los fondos que maneja la Intendencia de Montevideo [IM] a través del Plan de Fortalecimiento de las Artes, que aseguran en parte los gastos de producción y salarios de actores. Hoy más que nunca el teatro debe obtener subsidios, ya que deberá restringir su aforo en virtud del distanciamiento físico”.

A fines del año pasado, la compañía Pequeño Teatro de Morondanga decidió recuperar el incendiado teatro Odeón, para el estreno de su obra Chacabuco. Y si bien llegaron a hacer pocas funciones, cuentan que ya tenían muchísimas entradas vendidas. “Muchos pidieron la devolución y otros no, pero, de todas maneras, sabemos que cuando volvamos tendremos varias localidades vendidas”, señala uno de sus integrantes, Mariano Prince. “Con el teatro cerrado tenemos un gasto de 30.000 pesos al mes, que es mucho. Recibimos dos partidas de FUTI [Federación Uruguaya de Teatros Independientes], pero claro que no nos da ni para un mes de gastos, y estamos muy apretados. Todo es muy confuso y perturbador. Nosotros teníamos la idea de trabajar en conjunto en los protocolos; creo que le erramos como medio teatral al no trabajar en conjunto, como El Galpón, que se largó solo, y quedó en algo a medio camino que creo que fue y sigue siendo contraproducente”, indica.

“Por momentos sentimos que este vacío que nos están haciendo al teatro es una tomada de pelo. No se entiende el por qué. Las salas chicas vamos a estar complicadísimas, y me imagino que algunas funcionarán de forma clandestina. Si bien Mariana Wainstein [directora nacional de Cultura] dijo que no hay animosidad contra el medio teatral, yo creo que sí, y que tiene que ver con cuestiones políticas. Por eso creo que lo de El Galpón nos ha jugado muy en contra. En algún momento podremos retomar oficialmente, pero nos queda claro que no somos prioridad para el gobierno”, advierte el actor.

Un futuro diferente

Por su parte, Héctor Guido dice que durante este tiempo El Galpón recibió una partida del fondo de Fortalecimiento, y que de los 11.900 millones de pesos del subsidio que llega mediante el Ministerio de Educación y Cultura recibió una partida de unos dos millones, “porque El Galpón representa aproximadamente 50% de los costos de todas las salas que integran la FUTI”.

En este contexto, cuenta que hicieron una campaña para reflotar el nuevo socio de El Galpón, “por una gran demanda que hubo a nivel social para poder apoyarlo, y creamos un socio muy popular, de 150 pesos, porque estamos convencidos de que la gran fuente de financiación que siempre hemos tenido ha sido la gente, y sobre todo los trabajadores. Ese socio nos permite hacer convenios colectivos con sindicatos y gremios que nos han mostrado una gran solidaridad. Te diría que el apoyo de la gente se vio reflejado en una actitud que nos sorprendió: aunque no podíamos ofrecerles beneficios, un porcentaje de Socio Espectacular (que realizamos en conjunto con El Circular) quiso seguir pagando su cuota para ayudarnos. Ha sido una baja muy grande, claro, pero esperábamos que fuera mayor. Y eso nos permitió que la parte operativa siguiera funcionando”.

Dice que, como todos, tuvieron la posibilidad del seguro de paro para todos los trabajadores, que son cerca de 30. Y que, entre las últimas apuestas, se hizo una feria en el hall del teatro, junto con Ayuí y Banda Oriental, “con una respuesta increíble. Esto ha mantenido un espíritu muy unido en la interna. De modo que nuestra ansiada reapertura se basa en el deseo de entregar la sala a todos aquellos que no cuentan con una, o que no puedan abrirla por su tamaño”. Hasta la reapertura el teatro mantendrá propuestas por streaming, con el apoyo audiovisual de Guillermo Casanova para ofrecer una propuesta “de altísima calidad”: “Como no pueden venir hacia nosotros, nosotros vamos hacia la gente. Todos estamos unidos por un futuro común y diferente, porque ya no podemos volver a ser lo que fuimos”.

Gabriela Iribarren, una de las directoras del Espacio Palermo, que funciona dentro del Instituto de Actuación de Montevideo, dice que el Espacio no es de los teatros más afectados, porque si bien levantaron los espectáculos, la sala y el instituto tienen una relación particular de compensación mutua. “En una economía muy equilibrada, remamos para mantener la formación durante muchos meses, en los que vivimos experiencias muy interesantes, porque formamos para el área teatral y audiovisual, y en este rubro se generaron cosas muy interesantes, pero en arte escénico fue muy difícil. Se trató de una experiencia de shock en la que pudimos mantenernos, y también mantener al sector de estudiantes que no podía sostener la cuota, en colaboración con el Fondo de Fortalecimiento. Pero la situación es de una fragilidad que, si se prolonga, no sé si podremos mantenerla. Nosotros tenemos escuela y teatro y eso ayuda, ¿pero qué hacen los teatros con cero ingresos? ¿Cómo pagan los gastos fijos? Imaginate lo que es, en cualquier rama de actividad, que te prohíban trabajar por más de cuatro meses. Pedimos, al menos, que se habilitara una sala que albergaría espectáculos de grupos independientes, con 800 butacas, por lo menos para reactivar, porque muchos tienen problemas serios, y por eso SUA [Sociedad Uruguaya de Actores] está entregando canastas alimentarias y también gestiona un comedor”.

El movimiento teatral, reconoce Iribarren, “está en un contexto dramático, porque hay muchas formas de producción, y por lo tanto muchas formas de trabajo; por eso pasamos a vivir distintos grados de precariedad. Y hay una angustia muy grande en el sector porque no recibimos respuestas racionales”, apunta.

Cobro de subsidio

A fines de junio, los ministerios de Trabajo y Seguridad Social y de Educación y Cultura anunciaron un subsidio, durante dos meses, de 6.800 pesos para 1.500 artistas y trabajadores de la cultura que hubieran sido afectados por la emergencia sanitaria y no tuvieran otros ingresos. Luego de que varios reclamaran por la postergación del cobro, el ministro de Trabajo, Pablo Mieres, dijo a la diaria que el subsidio se pagará a “fines de esta semana o, a más tardar, a principios de la próxima”.

Interrogantes

Después de suspender las funciones de Telón Rojo, dice Ricardo Beiro, la primera medida de lucha apuntó a las escuelas, y por eso, junto con su compañera Leticia Scottini, realizaron un protocolo “que finalmente fue el que utilizó SUA y FUTI, inspirado en la experiencia alemana. Y después se trasladó a todas las escuelas de formación, que abrieron el 8 de julio. Luego, cuando El Galpón mandó su protocolo, nosotros estábamos viendo qué sucedía a nivel internacional, y vimos que los portugueses fueron los primeros en volver. Amigos portugueses nos compartieron las medidas, y a partir de esto hicimos un protocolo para todo FUTI y SUA, que apuntaba a teatros de menos de 400 localidades, porque El Galpón ya tenía el suyo”, cuenta Beiro. Y reconoce que Telón Rojo “subsiste como puede”: “Estamos todos parados, penando; tratando de entender por qué no se abre. Creo que Wainstein la debe estar pasando muy mal, porque ella es una compañera de teatro, y la debe estar sufriendo todos los días. Igual que Álvaro Ahunchain”, actual coordinador del Instituto Nacional de Artes Escénicas.

En el caso del Centro Cultural Bosch, marzo y abril fueron los meses más complicados. Juan Pablo Moreno dice que tuvo que despedir a los trabajadores, y, sin ingresos, empezar a gestionarlo con parte de su familia. “Fue imposible sustentar los gastos de los compañeros, a los que, como jornaleros, no les correspondía el seguro de paro. Esta es una sala en pleno Parque Rodó, el alquiler es alto, y eso se suma a todos los gastos fijos. Si no trabajara de otra cosa lo debería haber cerrado en marzo, porque como la sala del Bosch es multipropósito, y se puede armar y desarmar según la propuesta, nos permite tener espectáculos de diferentes disciplinas. Esto nos mató, porque teníamos todo el año ocupado. Y recién en junio volvieron las clases de teatro y de danza, que, cumpliendo los protocolos, pueden solventar algunos gastos. Así que salí a hacer ventas puerta por puerta, a llamar a otros colectivos, y pudimos no quedar tan endeudados”.

En crisis

El Stella D’Italia, otro de los históricos teatros del centro, también vive un presente complejo, y sus integrantes reconocen que, cada día que pasa, su reapertura se vuelve una gran interrogante. “Por ahora te diría que lo haremos con el esfuerzo de todos los que estamos acá, y con muchas deudas. Es una situación compleja y no se nos permite acceder a trabajar, para ver si podemos paliar esta situación. Nos ahoga la indignación de sentir que estamos impotentes ante una situación generada por las decisiones de quienes nos gobiernan, porque no encontramos una excusa real y honesta para que los teatros estén cerrados”, plantea Daniel Plada. Sobre la situación general del equipo, dice que “hay técnicos y boleteros que tienen un seguro de paro mínimo, pero con eso no pueden hacer frente a nada, sin contar a todos los integrantes del elenco, que no tienen seguro de paro y deben improvisar para poder sobrevivir. Por supuesto que esto tendrá muchas consecuencias y deudas que deberemos enfrentar, pero esperamos volver pronto”, apunta, desafiando al presente.

Sebastián Silvera, actor y trabajador, en la sala del teatro Stella.

Foto: Mariana Greif

A unas cuadras del Stella se encuentra El Tinglado, un espacio que enfrenta una realidad similar. En marzo “se tomó la resolución de enviar a seguro de paro a los compañeros que reunían las condiciones para hacerlo, pero esa medida no incluye a los artistas que integran el elenco”, aclara José María Novo, algo que viven “con una angustia previsible, provocada por tres grandes factores: la prohibición de llevar adelante nuestro trabajo, la escasa colaboración recibida por parte de las autoridades nacionales, y la falta de respuestas claras en lo que refiere al futuro y a las posibles fechas de reinicio de la actividad, que no permite trabajar en vista a un futuro cercano”.

Al concebir al teatro como “un arte vivo y presencial”, reinventarse, dice, “no puede significar una traición a la esencia de nuestro oficio. Por lo que es imposible imaginar un futuro cercano sin una planificación seria por parte de las autoridades. Contando con un protocolo ya aprobado por las autoridades sanitarias, lo que falta (y urge) son respuestas”, apunta.

Novo cuenta que están haciendo todo lo posible por garantizar la permanencia: “Nuestro grupo, que es el más antiguo en actividad en el sector teatral uruguayo, en sus más de 70 años de historia ha atravesado distintas crisis. Pero imposibilitados del contacto con el público (y el eterno apoyo y solidaridad que nos han brindado a lo largo de nuestra historia), y sin políticas serias de cuidado al sector, la tarea se hace cada día un poco más difícil”.

Fidelidad del público

Al igual que otras salas, en Arteatro no saben cuánto tiempo más pueden mantener el espacio, porque además de haber llegado al límite y no tener fondos para seguir enfrentando la crisis, se trata de una sala de 100 localidades, de modo que ven lejana una reapertura redituable, aunque aún están en pie, batallando su realidad, y anuncian que participarán con una obra en el programa de apertura de El Galpón.

Tanto La Gringa como la Candela, Espacio Teatro y el Notariado tienen a la mayoría de sus trabajadores en seguro de paro, y debieron frenar la programación de todo el año. “Cuando lleguen los protocolos para las salas con un aforo de 100 localidades veremos qué cantidad de público podrá ingresar. Sabemos que serán pocos y no lograremos cubrir gastos, pero es imprescindible seguir presentes”, dice Myriam Campos, presidenta de la Candela. Desde Espacio Teatro plantean que no están de acuerdo con quienes creen que el público no concurrirá al teatro como antes, “ya que la gente manifiesta su interés en salir, entretenerse, y participar del arte en cualquiera de sus formas”.

Cuando empezaron a ofrecer contenidos por streaming, al colectivo de La Gringa lo alegró confirmar que el público seguía allí, fiel desde su casa. “De este modo también tuvimos la posibilidad de llegar a muchos hogares del interior, ya que luego de las funciones teníamos un foro virtual en que los espectadores nos daban una devolución. Esta fue la forma que encontramos de acercarnos al público y sobrellevar mejor esta espera”. Mientras esperan noticias sobre el regreso de la actividad, abrieron dos frentes nuevos en la sala para responder a la necesidad de una mayor distancia entre los espectadores, lo que les da otras posibilidades de distribuir al público de forma segura.

Para ellos también es incierta su permanencia, pero tienen “la esperanza de poder seguir”, aunque, aclaran, “dependerá de por cuánto tiempo estemos cerrados”.

Años de sobrevivencia

“Vivimos esta situación como un proceso hacia un horizonte que desconocemos”, dice Juan Graña, una de las figuras claves del teatro Circular. Reconoce que, de la sorpresa y el miedo del 13 de marzo, pasaron a adoptar “una actitud proactiva y de lucha” cuatro meses después, poniéndose en marcha “con vitalidad y esperanza”.

“Justo es mencionar la importancia de los gremios de FUTI y SUA en esta situación, porque si imaginamos por un momento cómo hubieran sido las cosas sin un vehículo en que poder unirse y buscar soluciones, perdidos en la oscuridad, a los tumbos, y cada cual por separado, el resultado habría sido catastrófico. Felizmente contamos con estas herramientas de organización humana que nos permiten construir caminos” que los conducen a la supervivencia, plantea Graña.

Como todos, cuando se prohibieron los espectáculos públicos, el teatro mandó a sus funcionarios al seguro de paro, ya que antes de este quiebre enfrentaban una crisis económica que se había profundizado en 2019. Pese a la incertidumbre que los rodea, reconoce Graña, han transitado un proceso de maduración que les permite visualizar la continuidad. “El entusiasmo por lograr reivindicaciones se ha contagiado a todas las generaciones que componen nuestra institución, y disfrutamos de una benigna tormenta de ideas y proyectos. Hacemos apariciones creativas en la calle o en la plaza; estamos preparando con Socio Espectacular una tarjeta de Teatro Circular, específica, exclusiva para amigos especiales por su desinteresado apoyo; hemos reabierto nuestros talleres de teatro desde el 8 de julio; y, por supuesto, preparamos nuestra programación. Hemos tenido el reconocimiento del Programa de Fortalecimiento de las Artes, que ha seleccionado dos de nuestros títulos, lo que alimenta nuestro optimismo”: Ricardo III, de William Shakespeare, con dirección de María Varela, y Cock, de Mike Bartlett, con dirección de Alberto Zimberg.

“Hay algo inmaterial que nos permite visualizar nuestra permanencia más allá de la pandemia; es algo poco explicable, que proviene de miles de años de sobrevivencia”, concluye.

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