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Con la conmovedora Bruno y la nube con forma de dragón, Marcos Llemes se ubica en el punto exacto entre fantasía y sensibilidad

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Si me limitara a hacer una lista de los temas que se conjugan en esta novela, alguien podría tildarla de pretenciosa, incluso de melodramática. Pero como los temas no hacen a la buena literatura, sino cómo son abordados, Bruno y la nube con forma de dragón está precisamente en las antípodas de esos dos adjetivos. Lo que Marcos Llemes ofrece es una historia en la que fantasía y realidad, tristeza y alegría se tejen con una sensibilidad que permite al lector identificarse con el protagonista desde el vamos y sumergirse en la historia para vivirla en carne propia.

Bruno, el protagonista, es un niño que está a punto de cumplir diez años –una edad que considera límite, en la que debería adquirir cierta madurez: su madre insiste en repetirle que los niños de esa edad son “los hombrecitos del futuro”– y tiene “pie de bailarín” como secuela de un problema de salud que sufrió cuando era un bebé, una característica que condiciona su vida al no poder moverse con total normalidad. Debe quedarse por una temporada al cuidado de dos tías a las que no conoce, porque su madre y el esposo deben trasladarse por motivos laborales.

Desde el inicio, en que recibe una llamada misteriosa por teléfono, la imaginación de Bruno aparece como un elemento central en la trama. En primera persona, lejos de presentar un personaje digno de conmiseración o de ahondar en su drama, Llemes construye un personaje complejo, tierno, inteligente, lleno de matices, que observa el mundo que lo rodea y maneja sus experiencias con inocencia y un sentido de sí que le permite la constante autocrítica y una visión hiperanalítica.

Bruno y la nube con forma de dragón es una historia potente, sin fisuras, con una trama sólida que fluye y atrapa. La fantasía, muchas veces desbocada, es el hilo conductor que al mismo tiempo que lo acompaña y le sirve de válvula escape, le genera a Bruno conflictos con su madre y lo que pretende de él. Es también la ventana por la que el lector accede, por un lado, a los miedos y la historia de Bruno –y cómo ambas cosas están imbricadas– y, por otro, al misterio que supone la tía Nelly y que el lector va descubriendo junto con el personaje. El autor no rehúye los temas difíciles y dolorosos –la salud mental, la soledad, la tristeza, la violencia intrafamiliar–, que aparecen de forma orgánica en la narración, sin ser forzados, porque están ahí y conforman la historia familiar de Bruno.

Aunque es preponderante el vínculo que se teje entre Bruno y la tía Nelly, con los que el lector empatiza inmediatamente, el resto de los personajes no son planos, tienen matices y plasticidad: cambian, aprenden. Se destaca en ese sentido la tía Amelia, seria y rígida, quien está a cargo del cuidado de su sobrino y de su hermana, una responsabilidad que asume con firmeza y que seguramente determina sus acciones.

Lleno de imágenes potentes, conmovedor en la forma en que aborda las vicisitudes de Bruno y en el vínculo con esa tía tan especial, pone en juego todo un mapa de identificaciones. Por ejemplo, resulta muy vívida la forma en que aparece la experiencia del miedo infantil a la oscuridad, a la sombra que se cierne a las espaldas. Con Horacio Quiroga como referencia –es el escritor preferido de Bruno– y la escritura como posibilidad y como reservorio de ese universo por momentos fantástico y por momentos pesadillesco que transita el protagonista, Bruno y la nube con forma de dragón es uno de esos libros que se extrañan ni bien se da vuelta la última página.

Bruno y la nube con forma de dragón, de Marcos Llemes. Fin de Siglo, 2021. 200 páginas. $ 490.

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