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Este martes cierra otra gozosa edición del Bazofi

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El festival curado por Fernando Martín Peña se volvió a hacer en forma virtual.

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Leído por Andrés Alba
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Por segunda vez consecutiva el Bazofi –fascinante muestra de rarezas y curiosidades cinematográficas de todos los tiempos, organizada en Buenos Aires por el historiador y coleccionista Fernando Martín Peña– se llevó a cabo en forma virtual, una bienvenida posibilidad para quienes no estamos en la capital argentina. En el Bazofi disfrutamos de conocer películas a las que quizá jamás arribaríamos si no fuera por la curaduría de Peña.

El objetivo de esta nota es consignar algo de lo que pude ver en estos intensos 11 días de cine e incitar a quienes no acompañaron este Bazofi a estar atentos al próximo. Si bien es intransferible la experiencia de ver las películas en comunidad (aunque sea virtual, intercambiando comentarios por el chat de YouTube y preparados por los jugosos comentarios de Peña), algunas de esas películas se consiguen sin dificultad (hay varias que están incluso en YouTube). Otras, por desgracia, son casi imposibles de hallar y, en estos casos, sólo les quedará babear y esperar otra oportunidad.

La muestra consistió en 26 largometrajes de distintas épocas, países y vetas cinematográficas, además de integrar siete funciones más breves del programa Filmoteca online, con cortos y mediometrajes documentales o de animación, y capítulos de series japonesas, estadounidenses o argentinas. De eso, pude ver 17 títulos.

Lo único que ya había visto antes fue, justamente, una película muy consagrada, si bien su consagración vino casi 40 años después de su estreno. Felicidad (1935, de Alieksandr Medvedkin, URSS) fue una tardía producción muda. No gustó a las autoridades soviéticas. La discrepancia no estaba en la “política práctica” sino en la estrategia estética. Felicidad recurre a un humor grotesco, hiperbólico, delirante, caricaturesco, con rasgos de slapstick y absurdo, para describir las vicisitudes de un muzhik para subsistir durante el zarismo y, luego, para asimilar las ventajas del colectivismo.

La gran gozadera de este Bazofi, para mí, fue Los ladrones (Le Casse, 1971, de Henri Verneuil, Francia/Italia). Durante casi todo el metraje un ladrón hipertecnificado (Jean-Paul Belmondo) se torea con un comisario tenaz y corrupto (Omar Shariff). Esta historia, que al parecer está contada en forma muy noir en la novela original de David Goodis, se convirtió en un jolgorio. La coreografía de las peleas es de una inventiva que sólo se puede parangonar con el cine de Hong Kong. Hay una persecución de autos de 17 minutos que es como una formidable danza acrobática sobre ruedas. Los stunts de Belmondo (era él, posta) son igual de intrépidos que los que hace Tom Cruise, pero cuánta más gracia tenía el francés.

Los bellísimos créditos de presentación de Le Casse bien podrían haber figurado en el ciclo de Cinemateca centrado en este rubro, dado poco antes de que prohibieran los espectáculos públicos no religiosos. Este Bazofi añadió otros ejemplos preciosos, como los créditos de Kiss Her Goodbye (1959, un melodrama independiente estadounidense dirigido por Albert Lipton) y los de Baile con el diablo (The Mephisto Waltz, 1971, de Paul Wendkos, Estados Unidos). También la música de ese período era, además de eficaz, muy memorable, swinguera y recargada con esa melodiosidad lounge, y pudimos apreciar trabajos de compositores capos como Ennio Morricone (Le Casse), Jerry Goldsmith (The Mephisto Waltz), el recientemente fallecido Johnny Mandel (en W, 1974, de Richard Quine, Estados Unidos), Johnny Richards (Kiss Her Goodbye) y John Barry (Rescaten al Titanic, 1980, de James Jameson, Reino Unido/Estados Unidos).

Esta última película fantasea (cinco años antes de que se hiciera realidad) con que se ubican los restos del Titanic. También fantasea –y esto sí que nunca se concretó– con que logran reflotarlo. Vemos emerger el buque gigante (realizado con un modelo de 15 metros de largo que costó lo que serían, al valor actual, más de 20 millones de dólares). El guion es muy malo, pero qué emoción la escena (en la que, por suerte, nadie habla) en que el protagonista recorre, compungido, el famoso salón de la cubierta de botes con la icónica Gran Escalera, todo derruido por 70 años de existencia subacuática.

El príncipe de los conejos (Watership Down, 1978, de Martin Rosen, Reino Unido) es una preciosa película de animación sobre las aventuras de un grupo de conejos forzado a migrar. Está pensada para niños, pero partiendo de un vínculo con la infancia pronunciadamente distinto del de Disney, ya que aquí el grado de antropomorfización de los bichitos es mucho menor, y el mundo está lleno de muertes violentas, sangre, sufrimiento y decrepitud. Las voces incluyen luminarias de la actuación británica como Ralph Richardson y John Hurt.

Hurt brilla especialmente en El funcionario desnudo (1975, de Jack Gold, Reino Unido). Es la biopic de Quentin Crisp (1908-1999), un personaje notorio por su humor sarcástico y su inteligencia destellante. Cubriendo unas seis décadas de su vida, la película muestra las vicisitudes de ser homosexual en Inglaterra cuando era ilegal y visto como una afrenta a la gente de bien, y las tácticas particulares que Crisp adoptó para subsistir pese a esa estructura represiva.

Abel Gance, ayer y mañana (1963, Francia) es un conmovedor documental de cortometraje sobre el gran director francés (1889-1981), realizado con su colaboración y narrado por él mismo. Tiene fragmentos de varias películas suyas, no sólo las más emblemáticas (La Roue y Napoleón, de 1923 y 1927 respectivamente), sino también otras, desde la comedia alocada La folie du docteur Tube (1915) hasta sus producciones tardías de alrededor de 1960, pasando por un corto cómico con Max Linder, esa extrañísima pieza de kitsch apocalíptico que fue La fin du monde (1931) y la versión postsonorizada de Napoleón. Es una realización excelente de la directora argentina Nelly Kaplan.

El pueblo del Espíritu Santo (1967, de Peter Adair, Estados Unidos) es un documental sobre las prácticas de una secta pentecostal en el pueblo Scrabble Creek, en el estado de Virginia Occidental. Es mayormente una película observacional, y ahí vemos a los creyentes que entran en trance, tienen espasmos y agarran cascabeles con las manos, porque, si así lo desea el Señor, las víboras no los picarán, y si lo hacen, nada les pasará, y si pasa, es porque el Señor así lo quiso. Como veremos, hay ocasiones en que el Señor quiere todo esto. Fue exhibido en tándem con Jennifer (1978, de Brice Mack, Estados Unidos) debido a que el personaje principal de esta última integra esa misma secta. Es una película de terror de costo modesto realizada en la huella de Carrie (1976) para explorar su éxito.

El espía de dos cabezas (1958, de Andre De Toth, Reino Unido) anticipa varios rasgos de Sin salida (1987, de Roger Donaldson): el espía británico pasó toda su vida adulta infiltrado en Alemania, al punto de que pudo convertirse en general de la plana mayor de Hitler. Sus informaciones son cruciales para la derrota nazi, pero hay quienes sospechan de él. Las piezas se arman en forma tensa, compleja y elegante, con sensacionales momentos de suspenso.

Aunque terminó la muestra programada del Bazofi, está prevista como cierre una película sorpresa para esta noche, martes 4, a las 21.00, por el canal de YouTube llamado Hasta Trilce.

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