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Ángel Curotto (i), en clase en la EMAD. Foto: archivo del Teatro Solís

Tras bambalinas: un recuerdo de Ángel Curotto

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Autor, director, periodista y gestor cultural, es una figura ineludible en la historia del teatro, de la Comedia Nacional y de la Escuela Municipal de Arte Dramático.

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Este año la Comedia Nacional celebró su 75 aniversario. Año de renovación que apostó a un lenguaje contemporáneo, invitó a creadores jóvenes, puso neón y fuego a la entrada del Solís, viajó al festival de Almagro y su elenco pisó el Teatro de Verano para celebrar los 60 años de Esperando la carroza. Como si fuera poco, este año se cumplieron tres centenarios: China Zorrilla, Carlos Maggi y Taco Larreta. Llegó diciembre y se entregarán premios. Pero antes de los brindis y las felicitaciones, propongo recordar a una figura importantísima que, desde un lugar quizá más silencioso, hizo mucho para que la Comedia Nacional fuera la realidad que es hoy.

Se llamó Ángel Tomás Curotto Calcagno. Fue autor, director, gestor cultural, periodista en La Razón, El Plata, La Mañana, El País, Marcha y, durante 20 años, en el suplemento cultural de El Día; fue biógrafo ocasional y un antólogo hogareño. Nacido en 1902 en el barrio de la Aguada, a los nueve años le tocó ser alumno del maestro de primaria José Pedro Bellán en la escuela 48 de la calle Agraciada. Se casó dos veces y tuvo un hijo, al que llamó Ulises. Siempre vivió en Montevideo, aunque alternó con Buenos Aires entre ensayos y estrenos. Falleció el 3 de diciembre de 1989.

En 1919 escribió su primera obra, El instinto, y un par de años más tarde la compañía de Carlos Brussa estrenó con éxito La gran prueba. A los 21 años Curotto se subió a su carromato itinerante como director artístico. Corría el año 1923. La primera parada fue en la ciudad de Minas, a la que siguieron ciudades y pueblos de Uruguay y un buen trecho del interior argentino y paraguayo. Todos los años se proyectaba la gira de la compañía, que recorría el interior del país de enero a diciembre. En cada localidad se generaban vínculos personales que hacían posible la aparición de dramaturgos en cualquier paraje, y se motivaba la crítica en los periódicos locales que necesitaban hablar del asunto. La actividad de la compañía era un tirar la piedra en el charco y esperar el efecto.

A sus jóvenes 26 años Curotto fue designado, junto a Carlos César Lenzi, director de la Casa de Arte. Se trataba de una nueva institución, creada por el Ministerio de Instrucción Pública, ubicada en la calle Ibicuy (hoy Héctor Gutiérrez Ruiz), donde luego se instalaría el cine Radio City, que hoy es una iglesia neopentecostal abandonada. Allí se hicieron los primeros ensayos de transmisión radiofónica que antecedieron al Sodre. Contaba con una sala de exposiciones que se usó, por supuesto, para hacer teatro, y en su inauguración se presentó la Orquesta Nacional, dirigida por Eduardo Fabini. Al año siguiente, los reveses de la política llevaron a cambiar al ministro Enrique Rodríguez Fabregat por Santín Carlos Rossi. El cambio de autoridad, sumado a una pérdida de 20.000 pesos, puso fin a la Casa de Arte.

En 1930 surgía el radioteatro, y Curotto y Brussa se dedicaron de lleno a la nueva aventura. Los días les resultaban cortos. En la mañana, ensayos; por la tarde transmitían por Radio Oficial y de noche por Radio Uruguay. En la misma época, y anclados a Montevideo por el radioteatro, se organizaron giras teatrales por los barrios montando una obra en una zona distinta cada día. Utilizaban la infraestructura de los cines de barrio. Así, podía recorrerse la Unión, el Cerro, la Aguada, Reducto, Pocitos y Cordón ofreciendo una función por día con una escenografía para cada ocasión.

Pero entrada la década del 30 aparecen las complicaciones. Muchos actores que formaban la compañía se habían acostumbrado a los salarios del radioteatro y no estaban dispuestos a retomar el itinerante sueño de Brussa. Los cines firmaron contratos con distribuidoras extranjeras que los comprometían a asegurar funciones, y ya no era posible darle lugar al elenco. Por estos tiempos, Curotto se mudó a una casa de dos plantas en la calle Maturana, detrás de la plaza Cuba. A esa dirección llegaban una cantidad enorme de contratos de traducción de obras teatrales francesas e italianas con autorización para su representación en Uruguay, Argentina y Chile. En esa década se fue transformando en empresario teatral.

A principios de los 40 le propuso a Justino Zavala Muniz, por entonces senador por el Partido Colorado, la creación de un elenco teatral estable. Se encontraba en Buenos Aires temporalmente cuando recibió la llamada del intendente de Montevideo, Andrés Martínez Trueba. La propuesta era amplia: “Tenemos el teatro Solís y hay que ponerlo en marcha”. La Comisión de Teatros Municipales tomó forma rápidamente: Zavala Muniz fue presidente y Curotto fue designado director, cargo que desempeñó entre 1947 y 1957. Se formó el primer elenco de la Comedia Nacional y, dos años después, la Escuela Municipal de Arte Dramático. Margarita Xirgu se encargó de la dirección por mediación de Curotto. Más tarde, la Comedia encontró proyección internacional gracias a sus gestiones.

Ángel Curotto hizo mucho más por el teatro nacional de lo que esta nota puede reseñar. Quienes gestionan teatro saben que cada emprendimiento es un entramado complejo, un sinfín de acciones que poco se ven y poco se reconocen cuando se encienden los focos y se da sala. Vaya entonces este modesto homenaje a un pionero de la gestión y producción en teatro.

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