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Ilustración: Ramiro Alonso

Omar Viñole y la vaca

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Las historias de la literatura argentina no lo registran, ni siquiera como una nota al pie. Sus libros no han sido reeditados, ni traducidos, ni adaptados al cine. No se lo enseña en los colegios ni en las facultades. Ninguna plaza, calle o sendero lleva su nombre. No se entrega ningún premio en su honor. En un punto, para esa entelequia conocida como cultura oficial, Omar Viñole parecería no haber existido, aunque los documentos señalan que nació en Bragado, provincia de Buenos Aires, en 1904, y falleció en la capital de Argentina en 1967.

Aunque se graduó como veterinario a los 28 años y se desempeñó como tal en un cargo público, a Omar Viñole lo llamaba la literatura. La escritura torrencial de su frondosa obra, poblada por títulos como El plagio en el Parlamento argentino, El hombre que se depiló la ingle, Mi disconformismo filosófico, La caligrafía de los juanetes en Mar del Plata, Cien cabezas que se usan, Cabalgando en un silbido, Lo que opina la vaca de Buenos Aires, Alambres de yeso y La camiseta del jefe de Policía, no fue nunca un acto pasivo, sino que estuvo atravesada por presentaciones públicas que desconcertaban al auditorio (se cuenta que una vez dio una conferencia vestido sólo con un taparrabos) y por hacerse acompañar siempre de una vaca a la que llevaba de tiro con una piola.

La vaca, cuyo nombre (o nombres, porque se supone que fueron varios animales que lo acompañaron durante sus apariciones públicas a lo largo de los años) nunca ha sido registrado, no era una mera comparsa en cada performance, sino que compartía la autoría de las manifestaciones en público y, en muchos casos, le servía de escudo al escritor, porque los agentes del orden, cuando se presentaban a disolver alguno de sus actos (como la vez que llevó a la vaca a que defecara frente a la sede de la Biblioteca Nacional mientras adentro sesionaba la Academia de Letras), optaban por llevarse al animal y dejar libre al autor.

Iconoclasta por estilo propio, Omar Viñole mezcló en su obra el gesto vanguardista y el desprecio al propio mundillo editorial (en la dedicatoria de uno de sus libros incluyó una copia de su análisis de orina y materia fecal para demostrar a eventuales críticos la solidez de su salud física y mental) con los temas políticos del momento (escribió el grueso de su obra durante la llamada Década Infame), sin ningún tipo de autocensura ni concesión biempensante, tal como demuestra este párrafo que, de publicarse hoy en día, seguro heriría a algunas de las múltiples sensibilidades y se convertiría en carne de cancelación: “Estamos condenados a desaparecer. Irremediablemente. Nada, absolutamente nada quedará. Ni Cervantes, ni el tipo que acaba de estrellarse en su moto. El Vaticano desaparecerá. Dios. No quedarán vestigios de nuestra presencia en el Medioevo. Los asesinos y sus víctimas desaparecerán. Y vienes tú, pedazo de nada, y me amenazas con matarme sólo porque me cogí a tu mujer. ¡Vamos! Cógete a la mía. Seamos amigos. Antes de desaparecer”.

De todas las anécdotas que durante décadas han circulado sobre Omar Viñole, muchas seguramente magnificadas por el propio personaje y de difícil comprobación empírica, hay una que lo pinta de cuerpo presente y que fue registrada por Pablo Neruda en su libro autobiográfico Confieso que he vivido. Cuenta Neruda que cierta vez, de paso por Buenos Aires, concertó una entrevista con Omar Viñole para conocer en persona al excéntrico autor del que sólo le habían llegado mentas. Cuando el poeta se presentó frente a la mesa del restaurante en el que se citaron, Viñole se puso de pie y dijo a los gritos algo así: “¿Cómo estás, Omar Viñole? Vení, tomá asiento, Omar Viñole”. Cuando el chileno lo inquirió sobre su atípico comportamiento, Viñole le respondió por lo bajo: “Lo que pasa es que en este restaurante hay muchos que sólo me conocen de nombre y, como varios de ellos me quieren dar una paliza, prefiero que te la den a vos”.

Reducido a mero chiste pintoresco de la subcultura porteña, denigrado por muchos y considerado un loco por otros (escribió sobre ese rótulo: “El loco es el único extraviado que tiene ideas propias, que son de él y las lleva bajo el brazo. El loco es el único hombre grande que tiene el valor de parecer miserable y tarado entre tantos miserables y tarados que lo son de verdad”), desde un pasado distante Omar Viñole se empeña en captar la atención de las nuevas generaciones de lectores: en 2019 apareció el libro Omar Viñole, antiescritor y antifilósofo: 50 bolazos críticos y una biografía desmantelada sobre ‘El Hombre de la Vaca’, de Luciano García, que ya desde el título desacomoda los tantos, como corresponde al autor de marras.

Cada vez que llego a Buenos Aires busco en librerías de segunda mano algún libro de Omar Viñole, pero el resultado es siempre el mismo. A veces, al levantar la vista de un montón de ejemplares de Tor y Claridad, al contemplar la calle cercana me ha parecido ver, perdiéndose en la sempiterna multitud, a un hombre tirando de una vaca. Pero soy corto de vista y, además, como se sabe, la luz de Buenos Aires es propensa a los fantasmas.

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