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Foto: Pablo Vega

Clausura del amor: el teatro de una separación

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Este fin de semana son las últimas funciones de la obra dirigida por Silvina Katz en la sala Verdi.

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En el perfil de Instagram de la obra Clausura del amor, Mateo Chiarino y Cecilia Cósero, sus intérpretes, grabaron un video para promocionar las funciones en la sala Verdi. En ese video, Cósero corrige a Chiarino, que anuncia funciones desde el jueves 23 de marzo hasta el domingo 2 de abril, porque, en realidad, como aclara la actriz, fueron desde el jueves 23 al domingo 26 y se retomarán desde el jueves 30 hasta el domingo 2. Esto, por supuesto, es anecdótico en lo que se refiere a la pareja real de artistas, pero no deja de ser un antecedente curioso para pensar la relación entre los personajes que interpretan. Porque la primera sensación que el espectador recibe del personaje que encarna Chiarino es la de que decidió terminar la relación, cansado, entre otras cosas, de sentirse subestimado por su pareja. Al menos, esa es la sensación que deja el extenso lamento de Mateo cuando enumera, en forma por momentos exasperante, las razones por las que decidió, ahora sí, hablar. No callarse más.

Pascal Rambert, dramaturgo francés nacido en 1962, escribió Clausura del amor después de separarse. Parece claro que era él el primero que necesitaba hablar de lo que significa esa situación, y quizá fue desde la “lucidez” de estar atravesado por la separación que entendió que lo mejor era que los que interpretaran a estos personajes fueran pareja –como en este caso– o lo hubieran sido. Hay expresiones en la obra que inevitablemente remiten a la intimidad de una pareja, desde la “proyección” de envejecer juntos y “construir una familia” hasta referencias más carnales. Y hay sutilezas en el juego actoral a las que parece mucho más fácil acceder si quienes interpretan a los personajes palpitan o palpitaron esas sensaciones juntos. Hasta la decisión de que los personajes lleven los nombres de los creadores debe ser funcional a “confundir” para lograr una “verdad” que golpee al espectador.

La obra comienza, como decíamos arriba, con un extenso monólogo de Mateo, quien decide hablar con su esposa para decirle que ya no la desea, que lo que alguna vez proyectó junto con ella ha caducado. El largo soliloquio se extiende en digresiones que, más que aclarar, exasperan. Incluso baja del escenario para advertirle a la platea que lo que tiene para decir es mucho, y que si alguien quiere retirarse lo haga en ese momento. Justo entonces sabemos el lugar en el que nos ha colocado el equipo que dirige Silvina Katz: somos casi confidentes de los personajes. Los límites ficcionales son difusos, en tanto la propia “discusión” transcurre en el teatro mientras Cecilia se cambia en el camarín.

Culminada la intervención de Mateo, será ella quien tome la palabra, y desde el comienzo percibiremos una personalidad distinta, quebrada por momentos, sí, pero mucho más segura de sí misma. Es justamente el contraste lo que nos hace sacar conclusiones sobre la incapacidad de Mateo de hablar cuando debía haberlo hecho y sentirse obligado después a escupir una cantidad de palabras-emociones desordenadas. Cecilia se burla de algunas de las quejas e ironiza acerca del carácter pueril de los lamentos de Mateo. Y si bien también siente cierto desgarro ante la inminencia de la separación, se sobrepone con una entereza de la que carece su compañero. Otra cosa que se aclara luego de los dos monólogos es que el diálogo entre los personajes está roto.

Por otro lado, el que estemos ante una pareja compuesta por un actor y una actriz hace que sus parlamentos, sin ser naturalistas, no pierdan nunca verosimilitud. Se suceden formas de decir más vinculadas a personajes teatrales que a personas que viven fuera del escenario, pero eso no debilita lo verosímil de la situación. Esta, quizás, sea una de las posibilidades que más puede disfrutar el equipo creativo. Y no sólo hablamos de los parlamentos en sí. Mateo se mueve inquieto por el escenario, baja y se trepa en algunas estructuras como un simio enjaulado. En un momento sube a la tertulia de la sala Verdi mientras Cecilia, en el escenario, le habla. Imposible no asociar ese momento a los célebres momentos teatrales en que algún Romeo corteja a su Julieta en el balcón. Sólo que, más allá de géneros, aquí asistimos a un amor que termina y no a uno que nace. Más implícito en el texto está el lamento de Cecilia, que siente que se hunde en el infierno y suplica a Mateo que la rescate. Pero quí, Orfeo renuncia a enfrentar al Cancerbero para rescatar a Eurídice.

Por último, ante cierta recurrencia de los personajes acerca de las posibilidades y los límites de las palabras, quizá valga recordar, junto con John Austin, en que con las palabras no sólo se transmite información: también se hacen cosas. Y vaya si en el teatro las palabras son performativas. Además, como se aprecia en el intercambio de monólogos de Clausura del amor, las palabras hieren, lastiman, dejan huellas en las otras personas.

Chiarino y Cósero integraron el elenco de Mi muñequita, aquella estocada profunda de Gabriel Calderón que hace casi 20 años se estrenaba en el teatro Circular. Resulta interesante verlos nuevamente en una obra que, desde otro ángulo, vuelve a analizar la descomposición de una familia. Queda sólo este fin de semana para hacerlo.

Clausura del amor. Dirigida por Silvina Katz. Dramaturgia de Pascal Rambert. Con Cecilia Cósero y Mateo Chiarino. Sala Verdi. Jueves y viernes a las 20.00, sábados a las 21.00, domingos a las 18.00.

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