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Dos maneras de pintar la aldea: Castillos Soho de Nicolás Molina y Diurno de Sebastián Jantos

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La cosecha musical uruguaya 2024 comenzó con particular intensidad y promete que los auriculares serán una buena herramienta para aislarse del barullo electoral. Parte de lo que viene pasando hasta el momento se puede orejear en la lista de Spotify Suena Uruguay lanzamientos 2024. Sencillos, larga duración y el cada vez más usual EP, esos discos cortitos que caben en un lado del casete y que muchas veces alcanzan para redondear una idea y plasmar un pequeño universo. En definitiva, quién dice que las obras deben contener cinco, doce o dieciocho canciones, esa longitud perturbadora que se hizo común con el advenimiento del CD.

Con ese formato de media extensión aparece Castillos Soho de Nicolás Molina, un músico tan rochano como global. Si bien no es novedad que el entorno de palmares, frontera y balnearios estampe su obra –coordenadas que le aportan una fresca paleta a la tan montevideanizada escena rockera–, en este trabajo el departamento por donde nace el sol de la patria es algo más que la escenografía. La pequeña comunidad de siete mil habitantes es el objeto de estudio que alimenta las cinco canciones y la propuesta no es una postal romántica, sino una cruda radiografía realizada –nada más y nada menos– por un vecino.

Como un reflejo de la pandemia, el álbum se grabó medio a distancia y medio a la vieja usanza. Cuenta con las participaciones virtuales de Patrick Berkery (The War On Drugs, Robyn Hitchcock) en la batería, desde Filadelfia, y los bajos de Joao Cavalcanti (Tagore), desde Recife, entre otras. Además, en el Spector Studios de Buenos Aires se grabaron todas las teclas a cargo de Pablo Gómez (Retrovisor, Buceo Invisible, Níquel), que aportan calidez análoga ante tanto bit.

En “Festejar”, el tema que abre, Molina muestra los dientes. El nudo de la historia es una fiesta local, el cumpleaños del pueblo, toda su parafernalia, sus excesos proselitistas y sus oscuros tras bambalinas. Basta un compás para reconocer el cosmos musical que navega desde sus inicios, ese folk lisérgico que no desentonaría en las bandas sonoras de Robert Rodríguez o Quentin Tarantino. Su música siempre tiene el sabor del butiá y el pulso de alguna carretera californiana, como si se encontrara bagayeando por El Paso en un descapotable con Nick Cave de copiloto.

Aunque todos sabemos de qué espacio habla, en “Festejar” no hay referencias concretas y podría funcionar para cualquier aldea, a diferencia de en “El potro del palmar”, donde ya el título funciona como GPS y el tambor invita a probar el galope del equino por las costas de alguna laguna. “Con las alas del gorrión / con la luz del corazón / el corcel galopando va / Corre con emoción / por el crudo resplandor / que da el sol en el palmar”.

Luego de la cabalgata introspectiva retoma el costumbrismo filoso con “Autos y camiones”, el retrato de una práctica extendida en el país, la de ir a los costados de las rutas a pasar las tardes domingueras, con el agravante de que en este caso los protagonistas están a “diez minutos de distancia” de la playa. La canción ganadora de un Premio Nacional de Música en la categoría Rock y Pop funciona como corazón del EP y sintetiza las búsquedas poéticas del castillense: crónicas despojadas de hábitos rutinarios –incluidos los conventillos de las redes sociales–, que se cantan con las palabras de todos los días y donde el hilado de la trama es más importante que las rimas y los formalismos.

El recorrido de 20 minutos por el universo butiacero concluye con “Reina Isabel” y una nueva versión de “YTC en el fin del mundo”, editada originalmente en El folk de la frontera, en esta oportunidad con la voz de la valenciana Judit Casado, quien junto a Viviana Martínez se reparten el característico timbre femenino de los discos de Molina.

De alguna manera Castillos Soho se emparenta con Tata Vizcacha (aquel poemario de Washington Benavides que generó el escándalo –en el contexto de la Guerra Fría– en la Tacuarembó de la década de los cincuenta por su crítica y burla a personajes locales). Por ahora no hay una edición física del EP, así que descartemos lo de quemarlo en una plaza.

Otro bienvenido Extended Play es Diurno, del cantautor, multiinstrumentista y productor musical Sebastián Jantos. Editado a fines de enero forma parte de un álbum en dos tramos que se completará en mayo con Nocturno. Por otra parte, también guarda cierta relación con la pandemia y sus contraindicaciones compositivas, ya que se construyó en “un fructífero diálogo creativo entablado a través de la virtualidad con varios colegas que se encontraban en una situación similar”. Como se puede deducir de los títulos y tal como lo explica el compositor, son canciones que comparten cierta unicidad, pero que se ajustan a imágenes “antagónicas, complementarias y cíclicas” como el día y la noche.

En esta primera mitad el ritmo lo marca el latido afro que se manifiesta desde la percusión y fusionado de diferentes maneras a lo largo de las cinco pistas, está el folclore afrouruguayo, por supuesto, pero no se detiene ahí, ni para ir hacia las raíces en busca de sonidos sagrados, ni a diversas ramas de la herencia musical africana, incluso hasta alcanzar la copa electrónica del follaje. Hay cierto aire de ronda, de canto colectivo, de voz ancestral que se percibe desde que empiezan a sonar los tambores batá de Nico Arnicho en “Tu nombre”, la canción que inicia esta colección de nanas atávicas. “Cuando yo pronuncio tu nombre / desde el monte me respondes / Dentro de tu río se esconden / arcoíris, horizontes / Suenan los tambores en tu nombre / van a celebrar / Una maravilla se revela / luz llegando al mar”.

Diurno cuenta con un plantel de invitados que le aportan a cada surco su personalidad. Las voces de Cass, Lucas Lessa, los vientos de Checha Rodríguez y Emiliano Pereira o las guitarras de Florencia Cabezudo, Pedro Alemany y Alejandro Luzardo, por nombrar parte del combo. Y por supuesto, los tambores de Fede Blois que se anuncian en “Puro movimiento”, una especie de candombe dub cadencioso y sugerente. La percusión, en todas sus variantes, es mucho más que decorado, va al frente, es protagonista.

Al igual que en la obra de Nicolás Molina, en el trabajo de Jantos se destaca el tándem con voces femeninas. En “Candor” –Premio Ibermúsicas a la Creación de Canción 2021–, el canto siempre bien aderezado del autor se entrelaza con el de Laura Chinelli, quien suelta estrofas como quien susurra sueños en una siesta estival. Y en “Milongoncito” –canción que ganó el Premio Nacional de Música 2023 en la categoría candombe y merecería un premio por su nombre donde se fusiona un aumentativo con un diminutivo– el contrapunto es con Paulina Viroga sobre una base que pareciera estar tocada una tarde de verano en la esquina de Cuareim y la estela del cometa Halley.

Te quiero acá / hipnotizando el tiempo y sin dudar / Viajar hasta el principio y regresar / envuelto en la fragancia de tu altar / sacralizando el aire, Orixá / Robándole al destino la verdad / Danzando entre mis brazos, suspirar”. El final bien candombero de “Te quiero acá” deja la puerta semiabierta para que entre la noche del segundo capítulo a editarse en el otoño y es otra muestra de esa esencia que impregna toda la obra, el péndulo entre lo local y lo galáctico, lo presente y lo ancestral, lo célico y lo mundano. Como quien dice, desanda el camino y pinta el mundo para pintar la aldea.

Castillos Soho, de Nicolás Molina. El Ojo Blindado SRL bajo licencia de Santas Palmeras. 2024. Diurno, de Sebastián Jantos. 2024.

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