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Ricardo III. Foto: Alejandro Persichetti, difusión.

Héctor Guido, Levón y la resistible ascensión de Ricardo III

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El más famoso villano de Shakespeare sigue en El Galpón.

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Bertolt Brecht escribió hacia 1927, no sin cierta ironía hacia la actitud de parte de la crítica, que Shakespeare “no resistía la crítica contemporánea”, por la “incoherencia” con que estaba escrita su obra. El punto, decía Brecht, es que “el teatro shakesperiano podía admitir con facilidad que su público no se iba a plantear problemas sobre la obra, sino sencillamente sobre la vida […] En el desorden de los actos de sus obras se reconoce el desorden de una vida humana”.

Quizá por razones similares a las que plantea Brecht es que el director brasileño Fernando Philbert, responsable de la dirección de Ricardo III que se presenta en El Galpón, considere que no es necesario “modernizar” al isabelino, “pues los acontecimientos de esta obra de Shakespeare son parte del carácter humano en sus vicios y crueldades y así el Ricardo que planea la muerte de su hermano en 1593 es el mismo en 2025. Tristemente hoy muchos Ricardos caminan por las casas de gobierno, escritorios de bancos y grandes empresas. En esta puesta buscamos seguir este carácter humano que sólo se interesa por un trono, una corona y que con un cuchillo afilado atraviesa el corazón de quien se pone en su camino”.

Pero hay que tener cuidado: el Ricardo III de Philbert es una criatura particularmente compleja. No podemos aislar su desprecio por quienes se le oponen en el camino al trono del desprecio que él mismo sufrió en el seno de su familia. Como confiesa desde el inicio: “Yo, groseramente construido y sin gentileza, desprovisto de todo encanto, deforme, sin acabar, venido al mundo antes de tiempo, donde hasta los perros me ladran cuando me ven y yo les contesto igual...¡Yo no fui hecho para estos tiempos afeminados de paz! He nacido para ser un villano y odiar estos tiempos”. Ricardo III transpira el resentimiento de quien fue despreciado como un monstruo deforme desde que tiene recuerdos, y por eso “muerde”.

Parece claro que el “desorden de los actos” de las obras de Shakespeare, plagadas de conspiraciones palaciegas y tambores de guerra, es fácilmente asociable al “desorden de la vida humana” de la convulsionada Europa de las primeras décadas del siglo XX. No en vano Sergio Blanco, antes de cumplir 20 años, dirigió una versión, protagonizada por Marcos Valls, ambientada en la Alemania nazi. Casi un siglo después de las reflexiones de Brecht los tambores de guerra y las intrigas palaciegas no dejan de ser protagonistas, y Philbert no necesita ubicar con coordenadas concretas la acción.

Foto: Alejandro Persichetti, difusión.

El color negro domina la escenografía y el vestuario de la puesta galponera. El espacio despojado aparece hábilmente “retorcido” merced al sobrio diseño con reminiscencias expresionistas. Expresionismo y oscuridad también caracterizaban a filmes como El gabinete del doctor Caligari, película que inspiró a Tim Burton para diseñar al mejor Pingüino de la historia, el villano deforme abandonado por sus padres aristócratas que encarnaba Danny DeVito en Batman Returns. Y es difícil, en algunas escenas, no reconocer en el Ricardo III que encarna Héctor Guido algunas características del Pingüino/Caligari de Burton.

El maquiavélico ingenio de Ricardo III se abre paso mediante asesinatos y conspiraciones para alcanzar un trono que no le corresponde, pero en su ascenso no faltan cómplices oportunistas. En particular, Buckingham trabaja en las sombras para el ascenso de su primo, lo que no implica, sin embargo, que esté a salvo de la traición.

La decisión de que Levón encarne al principal cómplice de Ricardo no puede ser más feliz. Ya Villanueva Cosse en La resistible ascensión de Arturo Ui había reunido a Guido con Levón en algunas escenas memorables. Aquí nuevamente la dupla Ricardo/ Buckingham fácilmente da paso a Guido/Levón, en un juego que deleita tanto a quienes lo protagonizan como a quienes lo presencian. Es verdad que Levón pareció un poco indeciso en la función de estreno a la que asistimos, pero seguramente el juego entre la dupla de actores y la dupla de personajes no haya parado de crecer en el correr de las funciones.

Philbert recorta el texto, lo agiliza y lo hace dialogar con pasajes de otras obras de Shakespeare, y mantiene lo medular. El deseo de poder y la guerra es el motor principal de un puñado de personajes que parecen estar destinados a destruirse y destruir. No son necesarias mayores adaptaciones para entender que la obra continúa hablando de nuestra realidad contemporánea, pero el director y su equipo subrayan algunos aspectos de los personajes apelando a la tradición expresionista que recorrió gran parte del siglo XX. Visualmente efectiva, la obra cuenta con una de las mejores actuaciones de Héctor Guido que recordemos, y permite una vez más verlo junto con otro gran exponente de las tablas montevideanas como Levón. El trabajo del dúo es toda una invitación a acercarse a El Galpón a presenciar el ascenso y caída de Ricardo III.

Ricardo III. Sábados a las 21.30 y domingos a las 20.00. Sala César Campodónico de El Galpón. Entradas $ 600 en RedTickets. 2 x 1 para la diaria

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