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Estadio Belvedere. (archivo, abril de 2017)

Foto: Andrés Cuenca

Cuidar la imagen: el avasallante copamiento del fútbol del interior

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De manera regular y sistemática, de forma primitiva o un poquito más elaborada, llevo 30 años –los de mis años más o menos corridos pudiendo ejecutar ideas y parrafadas en medios nacionales– procurando retratar, promover, difundir y estimular los torneos de la Organización del Fútbol del Interior (OFI) de la misma manera que lo hacemos con los de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), la Conmebol o la FIFA. Es porque lo considero profesionalmente indispensable, pero además es porque lo conozco, porque me atraviesan emociones antiguas y nuevas, pesadumbres y euforias, problemas y soluciones, más allá de que las camisetas del éxito sean o no la bandera de mi pueblo. Por eso resultaba inexplicable que esa inmensa movida que esta vez involucra a 28 representativos, pero a más de 40 pueblos, no tuviese una divulgación informativa seria y masiva que le diese visibilidad.

Está bien, yo me quedo con la idea dominante, y muy deformadamente justificada, de que se trata de un torneo de categoría inferior que el principal de los que organiza la AUF –no de los otros–, que es de fútbol organizado en una categoría no absolutamente profesional, y que tal vez por eso mismo sus exposiciones técnicas no son de la categoría de sus pares que hacen de esto una profesión.

Dicho y asegurado todo esto, también manifiesto que se trata del campeonato de fútbol más uruguayo que pueda haber, con representaciones plenas de cada rincón del país y con el juego local-visitante pleno y comprobado. La Copa Nacional de Selecciones es, sin dudas, el torneo más nacional y representativo de Uruguay. Pero, como es organizado y patrocinado por la OFI y no por la AUF, y como no tiene su epicentro en Montevideo, no es ni por lejos el torneo más jerarquizado por su difusión ni por sus premios deportivos, dado que sólo se juega por la copa y la gloria (más algunos pocos billetes).

Es, sí, el torneo que mueve a los aficionados más variopintos, capaces de hacer más de 600 kilómetros en un ómnibus desvencijado para ver una eliminatoria o de andar vadeando arroyos a pata descalza para llegar a tiempo a la final.

¿Y vos quién sos, que no salís en la televisión?

En cuanto a divulgación, todo lo que hay desde hace años es la fuerte intervención de medios locales, que como mucho pueden articular la acotada realidad local o departamental, pero que de ninguna manera pueden zurcir una imagen nacional.

Supongamos que nos damos por satisfechos porque los medios de las comunidades involucradas dan debida cobertura al asunto. En ese caso, simplemente queda por discutir que el sello de “medio de comunicación nacional” que otros ostentan no es tal y que, razonablemente, por motivos de mejor servicio, económicas, de oportunidad o de mercado, solamente atiende o profundiza los acontecimientos que afectan a Montevideo o a los ejes de poder.

Pero igual, queremos más.

Entre los 18 departamentos representados por algunos de sus pueblos hay mucho más de un millón de pobladores. Pongámosle 500.000 potenciales consumidores del fútbol. De esos, seguro, más de 25% le dará un seguimiento activo al desarrollo de los partidos de la Copa Nacional de Selecciones. De taquito, habrá 300.000 personas que viven con distinto grado de apasionamiento las evoluciones de sus selecciones.

Cualquiera de esas imponentes empresas que se encargan de auditorías, desarrollos de proyectos y management se prendería –o se prenderá– al enterarse de que hay un evento que social y deportivamente involucra a tantos potenciales clientes y que es ninguneado, o que se puede acceder a él a precio de banana. Es como si fuera una marca, con nombre, historia y prestigio, que está tirada ahí, seguramente llevada por sus ejecutivos de la mejor manera que pueden, pero con una administración artesanal y sin muchos desarrollos, que impide, aunque más no sea como negocio, su crecimiento.

Firme, don Rodrigo

OFI es la dueña de esa marca. Y en eso apareció Tenfield. Ya con el experimento de la anterior Copa Nacional de Clubes, negociada mano a mano con los participantes y con el aval de la OFI, que puso ciertos límites bajo la anterior administración.

Ahora, con un nuevo consejo, la OFI ha negociado su campeonato por 3.000.000 de pesos (¡sí, 100.000 dólares!) y 2.000 pelotas.

Uno habitualmente no se mete en negocios de terceros, pero de entrada parece muy mal negocio para el vendedor y un negoción para el comprador. Pero nosotros, de afuera, poco podemos hacer, y siento que estoy muy al límite expresando opiniones sobre una transacción ajena a mí (aunque no a mis emociones).

Tenfield tiene idea y planes de televisar entre seis y ocho encuentros por fecha. Se elegirían miércoles (sólo para Sur y Este), y sábado y domingo, con elección prioritaria de los partidos que se jueguen en los mejores estadios. Ahí ya se empieza a complicar: se le otorgan potestades de fijación al contratante. Teorizando, podrían cambiar el orden de juveniles y mayores, haciendo jugar a la absoluta a las 19.30 en un lado y a los juveniles de fondo, para que en otro pueblo, ni bien termine el partido televisado, pasen a transmitir otro en el horario central de las 21.30 o 22.00. Esto llevará a que en más de una oportunidad se cambie el orden de las dobles jornadas, desnaturalizando la esencia de OFI. ¿Horrible, verdad?

La Edad Media, los latifundistas de la televisión

Negocios son negocios, y mientras no se violen las normas mínimas de la legislación del Estado donde se concretan, no hay formas de intervenir o vetarlos, aunque te den escozor los tres millones de pesos –insisto, son de los nuestros, no tres palos verdes– que se recibirán por la televisación del torneo, que serán repartidos a lo largo de la competencia y a medida que las selecciones vayan avanzando en las distintas fases. El contrato acordado señala que por participar en la primera fase se le entregará a cada selección 60.000 pesos y 26 pelotas. Cuando el partido entre en el Mundo VTV el local, y sólo el local, recibirá 20.000 pesos (da no sé qué aclararlo) y, además, puede vender 50% de la publicidad estática.

Hasta ahí resulta increíble, pero lo que es realmente inaceptable e inconcebible es que se pretenda estipular que las selecciones que no presenten listas completas de jugadores y cuerpos técnicos cediendo o entregando sus derechos de imagen no podrán participar en el campeonato. Las listas de futbolistas son de 40 jugadores, por lo que ahí tenemos 1.120 voluntades forzadas, además de otros 100 de los distintos cuerpos técnicos en su formación más básica.

Según un informe jurídico de la firma Jiménez de Aréchaga, Viana y Brause, “Desde el punto de vista jurídico, el derecho de imagen integra el elenco de los derechos fundamentales, en cuanto manifestación del derecho al honor e intimidad personal. Lo peculiar de este derecho es que, pese a ser personal e irrenunciable, su explotación económica se puede ceder a una tercera persona. En el caso de los deportistas profesionales –lo mismo que para cualquier persona con notoria relevancia en el medio en el que actúa–, la imagen se convierte en su marca personal, y puede ser utilizada con fines económicos y comerciales. En este sentido, el derecho de imagen puede ser explotado económicamente por su titular, o puede ser cedido a un tercero para que lo gestione, a través de un contrato”.

Acá lo que Tenfield demanda es la cesión absoluta de cada uno de los deportistas que participarán en sus espectáculos, e implica desde ya una deformación de la competencia, en tanto aquel que tiene condiciones administrativas de ser elegible para defender a su liga y además cuenta con el aval de su entrenador para defender a su selección sólo podrá participar si regala su imagen. Minimizar tal situación puede ser peligroso. Es muy posible y verosímil que alguien quiera, de por sí, ceder para defender a su pueblo, pero ¿acaso aquel que no quiera hacerlo queda inhabilitado para jugar? ¿Eso es el fútbol? ¿Eso es la competencia?

El peso avasallante del comprador es degradante. El que no firma no juega. Uno no siempre puede hacer lo que quiere, pero tiene derecho a no hacer lo que no quiere.

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