Nicolás Vikonis es famoso en tres lugares: Bogotá, Puebla y Buceo. En Bogotá, al vestir con creces la casaca azul de Millonarios, la fama se extiende al resto de la población cafetera porque el fútbol es viral. En Puebla, como en un efecto dominó cuya primera pieza cayó en Bucaramanga, también es extensible la figura de Nicolás. Pero en Uruguay es otra cosa. A los futbolistas –esos que cargan con prejuicios arcaicos que tienen que ver con la guita, la joda y la ignorancia– los cruzamos en el bondi y ni cuenta nos damos. Los conocemos los de la cuadra, los del cuadro, los del almacén. Para el resto en general pasan desapercibidos, salvo cuando hay un alambre de por medio. Eso le pasaba a Vikonis antes de partir para Colombia como un buscavidas más de nuestro querido fútbol criollo. De alguna forma, cuando viene, le sigue pasando, aunque en Buceo eso es distinto. Entre la calle Propios y el bar Mi Copa del Tano Cabrera se tejen miles de historias de café y esquina, en las que el apellido del arquero se repite generación tras generación.
“Yo trabajaba con Carlos Nicola en un colegio, y atendía algunos pacientes acá en casa; me salió lo de Rumania y me fui. La tenía clara de que si salía arrancar, arrancaba. Me volví porque fui a cobrar 6.000 euros que terminaron siendo 1.500. Me puse a entrenar como siempre en los jugadores libres de Cafú, el profe Sanguinetti y el Negro Leo [Rodríguez]. Hace poco jugué con un combinado de libres acá en Puebla y el arquero no sabés lo que atajó. Yo le dije a uno: ‘Me tienen que echar a mí y traer a este’. Se reían, y ahí les conté de los libres y del parque Baroffio, donde entrenábamos. Los días que había amistoso había que armar los cuadros y había algunos arqueros grandes, entonces yo jugaba a veces. En un partido con Cerrito en el Maracaná iba a atajar el Popi [Claudio] Flores, pero avisó que no iba y entonces atajé yo. Anduve bien, estaba el Flaco [Julio] Balerio y me invitó a entrenar. Yo había salido de Rampla y no tenía equipo, se me terminaba el fútbol, ¿entendés? El primer semestre estuve de suplente; [Walter] Audifred me encajó un contrato que a los seis meses me podía echar, y al año también. Ascendimos, fui capitán, pero me podía quedar sin fútbol otra vez por el contrato ese. Cuando volví de Rumania reenganché con el Manteca Nicola en el colegio, habíamos jugado juntos en Liverpool. Tenía los más chiquitos y el equipo de las adolescentes. En un momento me llama el Lobo [Álvaro] Escames y me dijo que había una chance en Unión Magdalena. Supuestamente estaba todo arreglado, pero resultó que ya habían inscripto a los 25 jugadores que se pueden inscribir. Querían que jugara seis meses más acá para después viajar, ¿y adónde iba a jugar acá? El presidente de Bucaramanga –que estaba en la B– estaba buscando un arquero, salió eso de la nada y arranqué. Acá estaba saliendo a correr a la rambla con el Seba Cessio, hacía algún fútbol cinco, a veces tocaban los canteros; andaba en esa. Llegué un martes, el viernes cerraba el período de pases, y el domingo debuté. Si no llegaba el TMS [Transfer Matching System] me quedaba sin fútbol de vuelta. A las tres de la tarde llegó el transfer, y era hasta las cinco, si no me mandaban de vuelta con las valijas para atrás. En casa, en Montevideo, escucharon ese partido por radio. No llegué a tocar la pelota y ya me habían clavado. La primera pelota que toqué en Colombia la fui a buscar adentro. Por suerte la gente después me agarró cariño. Durante el torneo me rompí la nariz y volví sobre el final, me querían renovar pero por la misma plata. El dueño del club, que había comprado Patriotas, que estaba en la A, se interesó en llevarme. Del calorcito de Bucaramanga, que está a 1.500 metros sobre el nivel del mar, a la ciudad de Tunja, a 2.900 metros de altura, en el medio de la montaña, para jugar en Patriotas. Una ciudad chiquita, frío todo el año. Primer semestre no ganamos un partido, empatamos 11 y perdimos el resto. Nos íbamos para la B. Pero apareció Julio Comesaña y trajo al Gato [José] Tancredi y a Maxi Britos. Metimos tremenda campaña; quedamos afuera en la última fecha, pero nos salvamos. Renuevo en Patriotas y en febrero me rompo el cúbito. Volví para el otro semestre, cuando Comesaña ya se había ido. Lo mismo: había que lucharla porque me quedaba sin contrato. Volví al arco y tuve una racha que atajé cinco penales seguidos. Una locura. Millonarios andaba mal y empezó a buscar arquero. Se cruzó todo. Empezaron a desfilar nombres, yo era la sexta opción y me terminó tocando a mí”.
Sobrevivir y supervivir
“Nosotros nos criamos en una pieza sola con unos pisos que se hundían y ahí vivíamos todos. Sin embargo, comíamos casi todas las semanas carne y teníamos libros y revistas siempre. Mi viejo andaba todo el año con los mismos jeans y los mismos mocasines. Se iba caminando a laburar. Mi vieja lo mismo. El contexto familiar te determina, más allá de la plata que tengas o no tengas. Cuando vos tenés unos viejos que meten, que estudiaron, esa es tu referencia. Yo me levantaba acá en Buceo y tomaba dos ómnibus para el Cerro, hacía trasbordo en Rivera y Soca con el 76. Terminaba en el [estadio] Olímpico a mediodía y me iba para el barrio Sur a hacer el servicio de la facultad. Entraba a la una y salía a las cinco. Pegaba la vuelta a casa, aprontaba el mate, los cuadernos y me iba para la facultad. El día que no iba a clase, tenía que estudiar. Y siempre dibujando con certificados para que me pongan otro día los parciales, porque eran los sábados y yo tenía partido. Había veces que eran las dos de la mañana y estaba estudiando. Allá cambió mi vida: entrenaba, comía bien –no como acá, que comía en el táper–, dormía una siesta, iba al gimnasio. Entré a mejorar porque empecé a hacerme profesional. Yo desde muy chico subí a Primera, jugué el sub 17 y en Huracán Buceo me subieron enseguida; tenía 15 años y ya estaba entrenando en Primera. Y ahí empecé a subir y bajar. En Liverpool me pasaba lo mismo: me daban la oportunidad, andaba bien, pero un día me la metía para adentro y otra vez para abajo. Como tres años en Liverpool en un subibaja. Acá es un medio que aún no está tan profesionalizado; entre que pagan cuando quieren pagar y lo que gastás para poder vivir, muchos tienen que laburar para poder jugar en realidad. No podés dedicarte exclusivamente al fútbol. Yo tuve reparto de alfajores en el 2010 jugando en Cerrito, me había comprado un autito, un Charade; compraba los alfajores y las masas Doña Elida, y tenía un par de lugares donde dejaba, como la cantina de la facultad de Psicología. Hacía el pasamano para seguir sumando. La iba piloteando.
Millonarios tiene diez millones de hinchas; no jugué un partido con menos de 15.000 personas. Yo me había ido a Colombia por supervivencia, la idea era volver y poder tener un apartamentito. Yo ya sabía que no era de élite, entonces le metí al estudio. Mis viejos fueron fundamentales en eso. Cuando tenía 16 entrenaba de mañana con Huracán, de tarde con la sub 17, y les dije a mis viejos que ese año no quería estudiar. Me dijeron que no había chance. Mi madre fue a hablar y me hicieron una carta de la selección para que me aceptaran en el nocturno del liceo 10. A veces me iba llorando al liceo porque estaba cansado y no tenía ni un bondi directo, tenía que ir caminando a bancarme las cuatro horas sentadito ahí. Me quebré la pata y me salvó la vida. Siempre fui buen alumno, pero me estaba costando encarar. Me quebré y bajó todo: hacía la recuperación de la fractura y estudiaba. En sexto me pasó algo parecido: me rompo el peroné y de nuevo, me puse a estudiar y así saqué el liceo. Si mis viejos no se hubieran plantado, capaz que hubiera dejado por ahí. A mí el contexto me ayudó mucho, mis viejos estudiaron los dos, e hicieron mil sacrificios desde el amor para nosotros.
Steve Jobs, en el discurso que da en la Universidad de Stanford, dice algo de cómo se conectan los puntos de la vida. Mi pareja es colombiana, me conoció en otra situación; la traje a Montevideo y le mostré el estadio Olímpico, que da a la bahía, y le conté de dónde venía, cuáles fueron las que viví. Si ahora puedo jugar a alto nivel tiene que ver con un montón de sacrificios previos, esos puntos que decía Jobs. Si llegué es por perseverante. Ayer fuimos a jugar al fútbol con mis amigos, ¿sabés cómo atajó el Araña? Si lo mirás de afuera no sabés cuál es el que ataja en la primera de México. Para mí hay una élite de jugadores que están despegados, y después hay una bolsa gigantesca donde estamos casi todos, en pequeños detalles o va para adelante o se va a la mierda. Millonarios es un equipo grande emparentado con el sufrimiento, tuvo una época gloriosa y después pasó 25 años sin salir campeón. Ganó en el 2012 y después cinco años más sin ganar nada. Mientras, Nacional de Medellín salía campeón de la Libertadores. Se nos dio de tanto palo que nos daban”.
La forma del arco
“Me vine para Puebla a estar más tranquilo, llegué la cuarta fecha y fui al banco, el arquero titular era Moisés Muñóz; tiene 38 años y es arquero de selección en México. A las tres semanas estaba enfermo, no estaba acostumbrado a no jugar. Me olvidé del proceso de adaptación, de la tranquilidad, de todo. Yo soy así, juego un fútbol con mis amigos y me tiro de cabeza. Hay gente que me saca las patas para no lastimarme. Eso es lo que nos hace distintos como uruguayos. Al final, después que perdimos unos cuatro partidos empecé a jugar yo. El otro arquero fue al banco, un mostro, está del otro lado. Pensar que hay arqueros que nacen para ser suplentes. Yo me hice muy amigo del arquero que era suplente mío en Millonarios, el Rami [Ramiro Sánchez], toda una carrera de lucha, mayor que yo. Fue campeón dos veces con Santa Fe, cuando salimos campeones con Millonarios me dijo: “Nico, por suerte esta vez pude jugar al menos un partido. En Santa Fe no jugué ni un minuto”. En nueve años habrá jugado 20 partidos. El tema del arquero lo hablaba mucho con mi psicóloga. Es una cuestión de elecciones, haber ido para el arco tiene esa fantasía de salvar al equipo. Es un trabajo de uno solo. A mí me costaba delegar en la facultad. En el arco es más o menos así; entrenás solo, sos uno solo en un colectivo. Tiene ciertas particularidades, incluso los goles los festejamos solos, salvo algún loco que se cruce toda la cancha para abrazarte. Tiene algo con la soledad. Y el uno a uno del consultorio es parecido, la psicología clínica es un mano a mano con otro. Y yo jugué toda la vida de arquero, nunca jugué de otra cosa. El recuerdo que tengo: mi hermano era un bebé todavía, yo armaba entre los fierros de la parra un arco y le daba contra la pared para atajar. Cuando fui al baby fútbol me mandaron de arquero y no tuve ningún problema. A esa altura, con que no le tengas miedo a la pelota ya alcanza. Son posiciones dramáticas. El tema es aprender a convivir con el error, pero claro, también hay una industria armada que te hace la cabeza. Si aprendés a vivir con eso, el fútbol es un juego de tomar decisiones, de acierto y error. Siempre hay un error antes del gol, si este cerró mal o si este otro puso mal el pie. En el arquero es más evidente. Tenés que tener la suerte de cagarla cuando el equipo te ayuda. Por ejemplo, a mí en Colombia me fue muy bien en los clásicos. Una vez, contra Nacional, que venía ganando todo, había sacado dos buenísimas cuando el partido iba cero a cero. El estadio estaba de fiesta. En los descuentos, ya ganando nosotros dos a cero, el nueve me la quiere pinchar, y venía tan suave que miré al lateral si estaba abierto mientras levantaba las manos; cuando la quise agarrar se había metido para adentro. Sacaron y terminó el partido. Tremenda macana pero quedó como una anécdota, ganamos dos a uno el clásico. Lo jodido es si te pasa eso y perdiste uno a cero. Eso queda para siempre”.