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Foto: Alessandro Maradei

Si yo fuera Maradona

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El mozo cuelga en el horizonte de la calle. El celular no le urge, nadie lo llama, no hay nada que servir, solo la espera. El mozo del bar me mira, le pido, me trae.

Hay dos tipos frente al bar todos pintados de blanco. El edificio está quedando lindo después de años. La comisión de vecinos resolvió juntar la guita. Almuerzan al sol, toman una coca, van al baño químico que es una cuestión de derechos. Fuman un pucho, cuelga la cabeza en la siesta. Hay una familia tres mesas más allá que va a gastar al menos mil pesos con lo que está pidiendo. Yo espero gastar menos. El otro día escuché que un plasma en el supermercado del Comcar vale cuatro mil. Son cuatro noches de bar, frente a 361 noches de nada. Es que mientras ese mozo sin celular, solo horizonte, mientras los tipos se pintan de blanco con lo que salpica la brocha, mientras yo que escribo todo lo que veo, mientras todo eso, hay gente en cana. Encerrada en su celda con su viaje y con el de siete más, hacinados en lo que les pasa, todo junto, todos juntos, cada día, 23 horas de tranca, una de patio convulso. La cárcel es un yesquero para ir quemando los años. Como lo del fuego es una metáfora y la cárcel es lo que nos pasa, el dolor son los tajos.

Malavita observa el área como si fuera el horizonte. Por un rato lo es, de hecho. Empala el balón, lo golpea de abajo, arquea su cuerpo: todo está en el pie de apoyo. La pelota sube demasiado, y baja en el segundo palo donde entra Álvaro con sus rastas -que en realidad son trenzas- acierta el frentazo e infla la red. Es el descuento. En el primer tiempo el Chino y Robert estuvieron re zarpados, uno por afuera, el otro por adentro. Al Cheto -solo de apodo- se le nota que jugó en Danubio. La vida a veces es eso, si el tiro entra o no. Si la red se infla o está rota. Creo que vamos 5 a 3. O 5 a 2. Tampoco importa demasiado. Es córner, Carlitos, brazos en jarra , se seca el sudor de la frente con la casaca de El Tanque. Hace un gesto con la cara, igual que aquella vez que la colgó en un tiro libre. El mismo gesto, la misma cara, como un ritual del semblante antes de lo certero. Aquella vez la caricia en la pelota peinó el travesaño. Esta vez, la esfera irá al vértice del área chica como una jugada ensayada en un profesionalismo que no es. Álvaro se anticipa al primer palo. Sacude la melena y sale gritando. La mitad de todos gritamos ese fonema infame que nos enferma. Se arma un tumulto teatral con juego de manos. Si es gol o no ni siquiera pesa, el orgullo pesa menos todavía. Lo importante es seguir sudando. Entonces Álvaro dice que no, que fue con la mano, que si Maradona lo hizo por qué no lo podía hacer él. Y tiene razón. Entonces es saque de meta. El arquero se planta. El ruido es de choques de cinco con las manos. El partido termina cinco a cinco. No se define por penales, en el estiramiento entendemos que en la calma está la cosa.

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