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Niños frente al estadio Akhmat Arena, ayer, en Grozny, Rusia. foto: karim jaafar, afp

Foto: Karim Jaafar

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El Mundial a la vuelta de la esquina.

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Estar preparados. Lindo tema. Resulta que ahora está medio de moda esa onda de tragarse medio Carl Jung, un cuarto de Gabriel Rolón y algo de los pretabáricos, para, por ejemplo, soliviantar a una Tana Ferro, que comenzaría: “¿Quién más no está preparado, chicos? ¿Vos también? ¿Y vos? ¿Y vos?”.

Ta, ya sé que hace tres o cuatro días que estoy acá, y la verdad es que los rusos están divinos, me han encantado como pueblo, como personas, pero ¿sabés qué? No estaban preparados para organizar un Mundial. Porque no se trata de meter estadios que te caés de culo y que tienen de todo, ni tampoco de ponerle ganas, empujar y salir adelante. Esto será el negocio más grande del universo, el del fútbol y todas sus colaterales, pero mijito, porque es fútbol, justamente, necesita tener un reservorio de adeptos y conocedores, de masa crítica que haga posible desarrollos necesarios para que la gente la pueda vivir y no que se la vengan a vivir. No hay forma de involucrarse, y tampoco es necesario que lo hagan con el fútbol, faltaba más, si las naciones pueden desarrollarse como tales y las sociedades potenciar la vida sin necesidad de andar pateando una pelota cada día.

Ahora, si lo hacemos, como lo hacemos nosotros, con una historia que ha generado héroes tan venerados como otros pocos belicistas de la liberación, hay que tratar de hacerla bien.

Y ahí se vuelve a disparar el interrogante: ¿estamos preparados? En este caso, el de Uruguay en Rusia 2018 sería, como en otras grandes justas de la última década, estar preparados para el mejor esfuerzo colectivo posible, para el debido encaje de las valencias individuales dentro de una formación, para que el encuadre emocional de todos genere una sensación en la que conviven lo placentero con la obligación y responsabilidad de la tarea. La tensión y el reconocimiento de las dificultades, con el gusto aceitado, autogenerado y necesitado de encontrarse cada un tiempo para hacer lo que saben y sienten, pero además con la riqueza de aprender y enseñar, como colectivo y como individuos.

Así está Uruguay en Nizhni Nóvgorod. Sin ansiedades pero con seriedad; con alegría pero sin irresponsabilidad; con ganas de ser mejores cada día y de promover, que no perpetuar, ese espíritu de grupo que trasciende a los 23 que están aquí pero también a los 30 o poco más que pudieron haber estado, y se estira con los que ya no se ponen más la celeste dentro de la cancha pero siguen siendo parte del equipo.

Un plantel que en la forja, en la elección, en los desarrollos en el exterior, en su renovación, genera una clara idea de que la ingeniería del tiempo, los valores humanos, las capacidades futbolísticas, la madurez y la innegable explosión y permanencia en el tiempo de los destaques mundiales generan el más lindo y sano piso de nuestras expectativas: sabemos que darán lo mejor porque se han preparado –no este mes sino esta última década y pico– para ello.

Así están, jugando pero en serio, trabajando y jugando, desarrollándose en el tiempo y en el momento preciso. Están los 23, sin lesiones ni problemas, siendo ellos, sin por eso atravesar el grupo.

¿Pero eso es estar preparado para ganar? No, claramente no lo es. Todos se preparan para ganar y, sin embargo, esa preparación nunca, ni aun en los casos más excepcionales, garantiza el triunfo. Pero da un contenido en sí mismo, como aquello que decía Horacio Tato López acerca de que él no creía en la suerte pero si esta intervenía había que estar preparado para acompañarla y sostenerla.

Para eso está preparado Uruguay acá en Rusia, y para mucho más que trascenderá marcadores finales, matriuskas, los Urales y la risa de Nahitan Nández y Giorgian de Arrascaeta. Están preparados para, por medio de sus desempeños individuales y grupales, hacerle la mediacancha a este sano círculo virtuoso celeste que empieza a temprana edad y nunca termina; están preparados para, si cuadra y es de orden, mandarle un ollazo al presente; están preparados para picar a todas cuando nosotros, los tres millones, no podamos más y, entonces, hacerle un cierre a la desesperanza, que ya hace tiempo está en otra divisional mucho más debajo de la de la celeste.

Estamos preparados. Y ahí estamos. Ellos, en la cancha, con sus sueños, certezas e incertidumbres; nosotros, detrás del televisor de la vida, con los mismos sueños, seguridades y miedos. Estamos preparados para lo que vendrá, que en resultados podrá ser mejor peor o lo mismo, pero que seguramente seguirá siendo nuestro motor de convicciones y certezas cuya forja está aquí.

Estamos preparados.

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