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Los jugadores uruguayos se retiran luego del partido con Francia, el último del mundial de Rusia.

Foto: Sandro Pereyra

Adhesión, pertenencia, solidaridad

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Creo que todos ustedes lo saben. La presencia de Garra acá no obedece a razones de oportunidad económica ni de mejor competencia con los otros medios que aprovechan el Mundial y la participación uruguaya como una de las ofertas de la góndola supermercadista de la información y otras yerbas. Garra –la sección Deporte de la diaria– no tiene cara de pelota, como se puede presuponer; vive y vibra con el deporte como su especialidad, pero trata de abarcarlo dentro de una concepción integral que lo entrelaza con la vida cotidiana, con la política, la cultura, la economía y hasta con el libro gordo de historias mínimas que dan registro a la vida de la sociedad. Hay aquí una feliz coincidencia con la movida que se forjó justamente en paralelo al proceso de selecciones nacionales de Óscar Washington Tabárez y su equipo en los últimos tres mundiales y que hizo que miles de personas que generalmente no se enfocan en el fútbol se asociaran y siguieran de forma vivencial las alternativas de la selección uruguaya.

Siempre queremos que se repita y quisiéramos repetirlo, otra vez estando aquí, ahí, muy preparados para aportar la mayor cantidad de información técnica y específica, con la idea y la cabeza abierta por haber vivido Rusia 2018 en la concentración celeste, pero también en la calle, en el metro, en los ómnibus, en los kremlins, en los Euskalerria soviéticos y en el olor del vodka.

la diaria y Garra siempre están en la cancha por una necesidad propia del emisor que busca la interacción con su receptor –el real, uno de los 8.000 comprobables como suscriptores diarios, y el potencial– para volcar insumos informativos y de opinión, certezas, dudas, puntos de vista ordinarios y extraordinarios que no tienen caja de resonancia como canal regular y sistemático. la diaria, tal como en su edición papel y en la web, tiene como preceptos periodísticos brindar información y opinión con ecuanimidad, y por tanto sus planteos muchas veces se descuelgan del modelo dominante en cuanto a medios de comunicación en buena parte de la aldea global.

No obstante, hacemos énfasis en no saltearnos ninguno de los protocolos periodísticos básicos en cuanto a la búsqueda y difusión de la información, así como en la generación de ideas por medio de la opinión y discusión. Cada vez, cada día, en cada salida y en cada viaje apostamos a que nuestros relatos, crónicas e informaciones, combinados de manera justa y jerarquizados por la fotografía –que en nuestras páginas dice cosas de otra manera–, sean el producto que algunos miles de uruguayos esperan o piensan que sería posible que existiera.

Resistencia, esperanza y poder

Estamos en San Petersburgo, en Stalingrado, en Leningrado, una ciudad maravillosa por donde ha pasado una parte de los acontecimientos más trascendentes para la humanidad en los últimos siglos. Nos trajeron a San Petersburgo el fútbol, el periodismo, la celeste, la esperanza y las convicciones. Vinimos por el camino de Uruguay y esta vez la recompensa ha sido conocer esta maravillosa ciudad y tirar paredes con la historia. Sin embargo, he pasado estos últimos días con una angustia ligeramente identificable con aquella con la que Paco Espínola identificó su adhesión por Peñarol, pero mucho más concreta: no he logrado resolver el duelo de nuestra eliminación. Pero no a nivel emocional, que apoyado por la razón resuelvo fácilmente; es decir, nos ganaron, fueron mejores, y en un partido en el que el ganador sigue y el otro queda afuera no hay tu tía. Lo que me pasa es que quiero que el primer tiempo termine sin goles, o a reventar 1-1, quiero que no haya una falta llegando a los 40 minutos, cuando el partido está normal, jugable y peleable desde abajo. Quiero que pueda jugar Cavani y, si no se puede nada de eso, no quiero que la pelota le viboree a Muslera o quiero que entre la del Cebolla.

Nunca en mi vida, ni emocional ni racionalmente, me había visto tan cerca de revivir lo que vivieron otras generaciones y ser campeones del mundo, y ello se debió a la maravilla de estos años de sistematización del trabajo, pensado, concebido y desarrollado para optimizar nuestras escasas posibilidades de armar grandes equipos por razones económicas, de elegibilidad y hasta comerciales.

Razones y sinrazones

Es difícil contrastar un papel con la realidad, pero es así: estas hojas las tengo desde marzo de 2006, y no se borronean. Son la razón de nuestra presencia en Rusia, de nuestra capacidad para organizar una estructura casi en vías de abandono y regenerar la mejor situación posible, como es la de elevar los niveles de competencia. Y se ha logrado gracias al documento presentado como “Institucionalización de los procesos de las selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas”, firmado y fechado por Óscar Tabárez en marzo de 2006. Hemos logrado volver a niveles de competencia formidables –lo que ya significa un triunfo en sí mismo–, a soñar, a convivir con la esperanza y con la convicción. Sin echar mano de datos científicos ni mangueándole una estadística al Instituto Nacional de Estadística, sólo escuchando a un veterano que pare en un boliche que en su marquesina diga “café y bar”, o vichando sorprendido algún fascículo de 100 años de fútbol, se puede afirmar, sin lugar a dudas, que Uruguay y el fútbol tienen una relación muy especial. No sé si al fútbol le corre sangre uruguaya o al uruguayo le corre sangre futbolera, pero entre sueños, pasión, juego y cotidianidad aldeana el pueblo oriental ha tenido un largo y feliz concubinato con el deporte más maravilloso del mundo.

Y la cosa es así. No siempre ha sido así, pero sí en estos magníficos 12 años de celeste. La maravilla no es por triunfos, victorias y campeonatos, que también han llegado, sino por el desarrollo de las ideas, del objetivo planteado; o sea, dotar de niveles de competencia posibles a la verdadera selección uruguaya, la real, y no a una soñada e irreal, que permite mal o bien en cada campeonato estar hasta el último día y juntando recompensas por el camino, porque está visto que el botín final no es más que un perdido beso a la victoria, que no el abrazo de la gloria.

Algo que soñamos desde niños

Un enorme porcentaje de uruguayos hemos sido prematuramente instruidos por un padre, una madre, un abuelo, un tío, un amigo o un vecino en la certera práctica de golpear una pelota o cualquier elemento parecido a ella con nuestro empeine. Amamantados virtualmente por la guinda de aquí a la eternidad, no tardan más de unos días en aparecer los evangelizadores de la camiseta. Entonces, ese mismo tío que, cual psicomotricista de las canchas, sabe de la estimulación temprana, ese padrino gestáltico de las puntas que conoce la importancia del vínculo inicial entre el lactante y el cuero, pretenderá, cual designio divino, bautizar al gurí en la religión. Apenas el hombre haya liberado sus dos brazos, con los que moldeará con una mano amartillando tibia y peroné y con la otra conduciendo a que el impacto sea con el empeine, y la pelota ruede por la vida, ya habrá ahí una camiseta celeste, igual a la que por ausencia, con razón y emoción me causa angustia que no haya podido jugar en San Petersburgo. Pero estamos aquí, y estamos porque nuestros futbolistas lo han logrado una y otra vez, porque allá en 2006, al asumir por segunda vez como entrenador jefe de las selecciones nacionales de fútbol, Tabárez presentó un documento base sobre el que se desarrolló su trabajo, que estableció un diagnóstico, fundamentación, finalidad, objetivos, acciones y modos de operación, estrategia del juego, formación del futbolista, el fútbol juvenil del interior del país y, finalmente, el plan para las selecciones nacionales. A lo largo de estos 12 años, la selección de Uruguay consiguió clasificar de manera consecutiva a la fase final de los últimos tres mundiales (Sudáfrica 2010, Brasil 2014, Rusia 2018), volver tras 40 años a la fase de definición de estos torneos, alzarse con la decimoquinta Copa América y, además, en categorías juveniles, volver a ser el mejor del continente después de 36 años, participar en casi todos los mundiales –como finalista en sub 17 y sub 20– y ser campeón panamericano 32 años después del único título de tal orden que teníamos. Ahora sumamos este quinto puesto en el Mundial, que seguro tiene contacto con aquellas preguntas: ¿qué significa ser profesional? ¿Qué se recibe y qué se debe dar? ¿Qué es la selección nacional? ¿Qué significa ser integrante de la selección nacional? Nos vemos representados en ellos, en aquella línea del plan que hablaba de “pertenencia, solidaridad y adhesión”. Ahí está todo.

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