A los que no están no se los extraña. A nosotros tampoco nos extrañaron en aquellas copas mundiales cuando no éramos lo que somos, a pesar de nuestro pequeño firmamento incuestionable de estrellitas sobre el escudo, otro puñado de estrellas en los terrenos pelados del fútbol criollo, y un ciento volar de astros en las mejores ligas, desde siempre. Ni siquiera a Zlatan lo extrañan los suecos, lo salva su eterna fama y una propaganda repetida en la televisión que es como un pico del electrocardiograma de los pseudodioses del fútbol global. Una forma de seguir existiendo, capitalizando. Y mientras, siempre, incuestionable también su destreza en el campo magno, la figura escultural, el ceño fruncido del festejo en la cámara lenta; la simpatía soberbia del reclame. A Vidal tampoco se lo extraña. Se apagó esa supuesta rivalidad acentuada en la era roja de Sampaoli. Y en realidad si hubo rivalidad es porque hubo resultados. Cenizas quedan. Claro, eran otras las épocas del pelado, venerado por un país ajeno y medio país del propio. Bordeando la cornisa de la moda, con orígenes platónicos como una historia más de Soriano: un técnico sobre la rama alta de un árbol. Tampoco extrañamos a Sampaoli ahora que se fue, en un avión de los Rolling, plagado de turbulencias mediáticas, un zodíaco del chusmerío donde se adivina el futuro o se inventa, y se cobra. Parece lejana la espera mundial por el egipcio Salah rumbo al primer partido contra los celestes, parecen de otra época, hasta las casacas modernosas de los nigerianos. Todo va pasando a toda velocidad, no hay tiempo para repasar el gol pasado porque ya están haciendo uno nuevo que se repite una y otra vez desde los ángulos más obscenos de la cosa. Ya están los ocho mejores, quizás Cavani juegue o quizás no, tampoco importa tanto, pues no hay nada que hacer y se trata -es la marca de agua- de un proceso, claro, y de un equipo en la más amplia expresión de la palabra. Ya estamos pidiendo Maxis Gómez para cuando se empiecen a agotar los Suárez. No con tanta euforia confusa, pero si con esa esperanza, esa palabrita corrompida por el panfleto. Ya no se espera de Stuani o de Coates, pero son los comodines imprescindibles, pero ya están grandes. Los viejos jóvenes del fútbol, los ídolos de hace rato, paladines de un cambio de paradigma urgente, el de la cultura. Dos días sin Mundial son el vacío. Es dejar apretado el botón de energía de los videojuegos y largarlo cuando está bien rojo el viernes a las 11.00, para que explote el truco de la u con la palanca y los dos botones a la vez.
Dos días sin Mundial son un libro en pausa, las luces de un baile que empiezan a prenderse. Es llegar después de las doce a pedir cerveza y que te digan que no. Los cuartos de final son acordarte del 24 horas del barrio que seguro te la envuelve para regalo (San Chino de la estación de Luis Alberto de Herrera y General Flores, que en paz descanses).
Dos días sin fútbol son la brecha para el resto de las cosas que no son más sociales ni mucho menos. En Chile se hizo un gol con el puño que no vale por puntos en el Mundial pero lo gritamos todos. O con el puño o por él, o por los dedos, o por los acordes, más bien por las palabras de unas cuantas canciones. Hay una oscuridad histórica que nos hermana en el Sur: un pedazo de tribuna en el Estadio Nacional de Santiago donde no parece haber gente sentada, aunque el Estadio esté colmado, es un homenaje a los desaparecidos de la dictadura de Pinochet; bajo las alas del fútbol, hubo presos en el mismo estadio donde se liberan las pasiones. Presos por política y no presos de tu ilusión de cuadro chico, mediano o sin talle. Mientras el Mundial engancha por detrás de la pierna de apoyo y deja pasar un par de días de supuesto ocio, en Chile fueron procesados nueve militares por el asesinato de Víctor Jara casi cuarenta y cinco años después del golpe. Dos días sin Mundial son la brecha para el resto de las cosas que no son más sociales ni mucho menos. La pelota volverá a girar como siempre y nuestros corazones a la vez como unos trompos. Pasarán octavos, semis, final. Para entonces el mundo ya no será el mismo, hoy tampoco.