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Diego García, Joaquín Rodríguez, Mauro Zubiaurre, Federico Pereiras, Sebastián Vázquez, Nicolás Catalá, Emiliano Serres, Hernando Cáceres, Gonzalo Iglesias, Sebastián Izaguirre, Hatila Pasos y Kiril Wachsmann. ¿Podría el personaje de Eduardo Sacheri conquistar una sonrisa exactamente así con estos nombres?

No lo sé, nunca lo sabré. Sospecho que los nombres no importan. Ni siquiera la trama que recorre la conquista. Sin embargo hay una conexión en la trama de esta historia que nunca será leyenda, ni mucho menos será perdurable, y se trata del indómito espíritu de los deportistas.

¿Viste cuando el tipo le dice a la muchacha “¿Sabés qué les dijo un dirigente uruguayo a sus jugadores, antes de salir a jugar la final?”, te pregunté. Vos no sabías, cómo ibas a saber. “-Traten de perder por poco. Intenten no comerse más de cuatro-. Eso les dijo. Les pidió que evitaran el papelón de comerse seis o siete. ¿Te imaginás?” (*)

Ahí está la inevitable conexión, la que hace volar la realidad, la que orbita cada momento pero sólo se hace pública y brillante una vez cada mil años.

¿Por qué alguien iba a decir que estos 12 muchachos, que en este momento quedan relegados en un segundo o tercer orden de los mejores basquetbolistas uruguayos elegibles de este momento, podrían ser capaces de vencer, desahuciados, lejos de casa, y en la boca del lobo, a los representantes del mejor básquetbol del mundo? Nadie. Ni ellos mismos, dirá la historia ahora escrita.

“Esos muchachos vestidos de celeste entraron a cumplir con un trámite, te dije. El de perder y volverse a casa”

Esa parecía ser la historia, pero lo que les quiero contar es que aunque ese fuese el más verosímil y mejor plan, aceptado por todos, bien pudo haber sido que García, Rodríguez, Zubiaurre, Pereiras, Vázquez, Catalá, Serres, Cáceres, Iglesias, Izaguirre, Pasos y Wachsmann, sirviesen como enunciación inicial para una historia mínima con la grandilocuencia de la heroicidad, la del milagro o la de lo increíble.

Ellos, en algún lugar de su ser, escondido, disimulado o no, compartido, negado, afirmado, creían que era posible. Pocos han creído y han conmovido la realidad. Como tantos, han creído y han perdido como los mejores. Y ahí está lo mágico, lo vivificante, el ser en sí mismo, el de creer en ese imposible de cada día. Algún día verás.

(*) “Una sonrisa exactamente así”, de Eduardo Sacheri. Publicado por primera vez en Un viejo que se pone de pie y otros cuentos (2007), y re editado en varias publicaciones más.

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