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Maximiliano Botta , de Miramar, festejando el triunfo del campeonato, en la Cancha de Cordón.

Foto: .

Miramar en básquetbol y fútbol: La suerte dispar de una hermandad a medias

8 minutos de lectura
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En 2019, el Club Sportivo Miramar Misiones no jugó al fútbol, mientras que Miramar Basket Ball Club ascendió a Primera.

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Una imagen del año del club de básquetbol: la hinchada invade la cancha de Cordón para festejar el título del Metro y el ascenso a la Liga, el 2 de setiembre. Una imagen del año del club de fútbol: el 10 de diciembre, un socio vota en una urna armada con una caja de vinos Faisán, casi en el final de una temporada en la que el cuadro no pudo presentarse a jugar en la C por deudas. Hace 66 años que una identidad compartida se reparte en dos instituciones distintas. Es la identidad cebrita, la de Miramar, un caso especial.

Si en 1953 se fundó el Miramar Basket Ball Club (MBBC), fue porque en 1915 se había fundado el Club Sportivo Miramar, que en las canchas de fútbol inauguró el sentimiento que hoy alimenta a las dos ramas. La basquetbolera mantiene su nombre original. La otra en 1980 devino Club Sportivo Miramar Misiones, fusión mediante. Si bien no poca gente aclara pertenecer a sólo uno de los clubes, sigue habiendo muchísima que se identifica con los dos. Hugo Buby Casada fue presidente de ambos e integró el núcleo fundacional del MBBC. “Éramos todos hinchas de Miramar” de fútbol, dice sin mucha vuelta. Optaron por una nueva “personería jurídica” para evitar que “los problemas” del principal deporte truncaran el sueño basquetbolero que luego se radicaría en la calle Santiago Gadea, donde siguen estando la sede y la cancha.

“El fútbol como que te envuelve, te come todo”, comenta Sergio Caballo Modernell, actual presidente, ex jugador y símbolo del MBBC, validando el razonamiento fundacional. Habla con Garra mientras se mueve por las instalaciones del club como quien lo hace por su casa. Las inmobiliarias, siempre dispuestas a inflar precios, dicen que queda en el Parque Batlle, aprovechando la inevitable falta de acuerdo que suele surgir cuando se discuten límites barriales. Lo que está claro es que no está en Villa Dolores, zona del zoológico, donde el número ganador del sorteo de la identidad del primer Miramar resultó estar en la jaula de los monos. Ahí cerca, como no podía ser de otra forma en el Uruguay de mediados del siglo XX, durante un tiempo funcionó una Casa Batllista que luego se transformó en la sede futbolera más recordada. “Calle Rivera 3377, propiedad de una familia, Defazio Méndez, genuinos de Miramar”, cuenta Alfredo Ottonello, histórico dirigente y flamante presidente de Miramar Misiones, que no pudo comprar el inmueble cuando se puso a la venta. Donde hubo tablados y parral ahora hay un hotel. Las copas, los banderines y las fotos descansan en el cercano barrio Belgrano, sobre un viejo mercadito municipal y a metros del ombú de Ramón Anador. Ahí se reúnen quienes desde este mes cinchan con el club fusionado, “que atraviesa por uno de los momentos más delicados y complejos de su historia”, al decir de un comunicado de la nueva directiva. Difícil que por esas calles y barrios no haya sonado algún bocinazo la noche en que el básquetbol puso la cara por la identidad compartida.

El Caballo y cuatro más

Modernell se fichó en el MBBC cuando era un adolescente. Dejó de jugar en 2015, con 48 años y cuando ya era presidente. Entonces, el equipo fue campeón de Tercera y subió al Metro, superando un túnel tan oscuro como el que ahora desafía a la rama futbolera. De sus 35 temporadas como deportista sólo jugó una fuera de Miramar. “El único año que me fui fue 1981, a [el Club Deportivo] Paysandú”. Ahí le pusieron Caballo porque “tenía el pelo largo y, aparte, cuando me la daban para adelante no miraba para los costados”. Así le dicen cuando lo llaman para pagar una cuenta, comprar el asado o pedirle que arregle algo en la cancha, aprovechando que es herrero. Nada anormal en los cuadros de barrio uruguayos, aunque raro para otros ojos. El estadounidense Nick Waddell, que jugó en 2016, no podía entender que el presidente le hiciera reparaciones en la casa: “Se quedó sin agua. Cazo las herramientas. Cuando me ve venir... 'No, no, no', decía. Se pensaba que el club era mío, una franquicia. Ahí le tuvimos que explicar todo”.

El escritor Sebastián Chittadini jugó en Miramar en las inferiores, llegó a integrar planteles de mayores y es hincha. Dice que Modernell “es el ídolo del club, sin dudas”. Lo recuerda como “un tipo físicamente descomunal, una especie de [Luis] Bicho Silveira”. Mucho antes de ser presidente, el Caballo fue partícipe del primer ascenso a Primera, en 1996. Con el pivot Tulio Galaschi como una de las figuras, se armó un equipo para subir que reaccionó después de un comienzo complicado. Modernell recuerda un momento de quiebre rebosante de cultura deportiva vernácula: “En la tercera fecha llegó [el entrenador] Milton Larralde. Nos encerraron y nos dijo: ‘¿Qué les pasa a ustedes?’. Dio la charla fumando, adentro del vestuario. Te miraba como para pelearte. A la quinta fecha ya sabíamos que íbamos a subir”.

En cambio, el ascenso y el título de este año tuvieron una nota sorpresiva. Chittadini dice que Miramar “no estaba entre los favoritos y se dio una cosa que es muy importante en el Metro: encontrar un extranjero que, además de ser determinante en el juego, era un jugador muy de equipo”. Habla del lituano Zygimantas Riauka, que con la misma humildad se acomodó en el modesto apartamento montado bajo la única tribuna lateral de la cancha. El director técnico Esteban Yaquinta, otra figurita sellada en el álbum de la identidad del MBBC, lo puso al servicio de una idea solidaria “en ataque y defensa”.

El final fue épico. Para Modernell, “se fueron dando algunos resultados imposibles”, sobre todo, después de una derrota con Peñarol que pudo ser concluyente. “Peñarol perdió con Larre Borges y nosotros le ganamos un partido increíble a 25, con público de ellos, en la hora, con gol de [Federico] Soto”. En la memoria de la gente, esa victoria comparte importancia con el triunfo sobre Cordón, en la última final. No exenta de violencia, la rivalidad con 25 de Agosto se sustenta en la vecindad y es identitaria, pero admite distintas lecturas según la generación a la que se consulte. Casada no vive el partido como un clásico, porque en su juventud “tenía pila de amigos en 25”. Más joven, Modernell lo ve distinto y le pone camiseta: “La rivalidad de toda la vida, hasta el ochenta y pico, era porque antes jugabas diez, 15 años en el mismo club. Hoy en día, se juega en un año en tres equipos diferentes”. Y en eso aparece el fútbol y rompe el esquema. Es que hay gente de Miramar Misiones que, en básquetbol, es de 25 de Agosto; es el caso de Leonardo Cámera, que fue presidente de 25 y asegura que, antiguamente, el clásico de su equipo era con Layva. “Layva no jugó más... apareció Miramar”, remata.

Mi noche triste

Partido entre Miramar Misiones y Deportivo Maldonado , en el estadio Luis Méndez Piana.

Foto: Iván Franco

El 27 de octubre de 2018, Miramar Misiones bajó a la C después de perder 2-0 en Tacuarembó. El comentario del sitio web El Ascenso dice que “en la segunda mitad del año” la dirigencia intentó “mejorar con la contratación de Roland Marcenaro como entrenador, sumado a una serie de futbolistas”. Sin embargo, la peor noticia llegaría luego. “En una asamblea se resolvió no competir este año”, resume Edgardo del Forno, presidente durante todo el proceso, que dejó el cargo hace días.

Puesta en contexto, la contratación de Marcenaro parece ser la tardía evocación de un tiempo pasado que fue mejor. Él lideró el ascenso a Primera División de 2002, después de 14 años corridos en la B. El lustro 2003-2008 transcurrió en la A y permitió darle mayor vidriera a una cantera respetada, formadora de algunos jugadores de la selección. Pero el semillero no alcanzó para que Miramar Misiones evitara irse a la C en silencio, jugando en canchas vacías. Casada recuerda que el cuadro algún día “llegó a llevar 29 camiones”. ¿Dónde fue a parar esa gente? Agustín Lucas, un hijo del club que jugó durante buena parte del quinquenio evocado, apunta a dirigencias que se olvidaron “de lo colectivo, lo barrial, lo cultural”. Ejemplifica con la suerte de un emprendimiento social en el que participó: “Estuvimos en la cantina, pero eso también fue cortado y reprimido. Terminamos ofreciendo ese lugar como una resistencia. Creo que ahí hay una diferencia con el Miramar de básquetbol, que ha mantenido la esencia del barrio”. Se acuerda de que hubo un momento en que gente del MBBC fue a alentar al fútbol “y se sintió otro tipo de efervescencia”, comparable con la de las hinchadas de los cuadros de barrio más populares.

Ottonello, el presidente actual, quiere reencontrarse con la gente que se fue alejando, y entiende que revitalizar la sede puede ayudar. “Tenemos que tener, por lo menos, 300 socios. La verdad es que no va nadie” a los partidos, afirma. Atiende varios frentes a la vez. Prioriza que las divisiones juveniles sigan jugando mientras tira algunos números de la deuda que impide que el plantel principal se reenganche en la C. De un pasivo que “debe de estar en 1.800.000 dólares”, lo que debería pagarse para reaparecer “abarcaría 300.000 dólares”. La directiva que encabeza convoca a la hinchada a participar en jornadas para recuperar el Parque Luis Méndez Piana, que desde hace meses exhibe un deterioro sintomático. El semiabandono es sólo una parte del problema. La cancha ocupa un predio cedido por la Intendencia de Montevideo y está pendiente la renovación del acuerdo. “Estamos abocados a la limpieza, ya hubo varias jornadas de limpieza y pintura. Queremos reconstruir el gimnasio”, dice el dirigente.

El estadio es una de las consecuencias de la fusión con el Misiones Football Club, vecino de Pocitos que a fines de la década de 1970 atravesaba una crisis que no le permitía ofrecer mucho más que el campo de juego. Miramar, en cambio, jugaba en Primera, tenía mayor convocatoria y estaba en etapa de expansión. Cuatro años antes, ya había ensayado una efímera fusión con Albion. Según Ottonello, la dirigencia del decano prometió “dinero de Inglaterra, que nunca llegó”. Dos días después de la segunda y definitiva fusión, el 27 de junio de 1980, El Diario informaba: “El Parque Méndez Piana será refaccionado totalmente [...] Y después se le cuidará como un tesoro. Por supuesto que la cancha no será arrendada. Se quiere contar con un escenario chico, pero modelo”.

Al poco tiempo, allí brilló Aparecido Donisette de Oliveira, más conocido como Sapuca. El actual presidente no ahorra elogios para él. “Fue lo mejor que vi”, dice del delantero brasileño. Más recientemente, en la misma cancha se formaron Sebastián Papelito Fernández y Álvaro Palito Pereira. A diferencia de lo que pasa en el básquetbol, los chiquilines del fútbol crecen sin una rivalidad clásica. Aunque la medianera que divide al Méndez Piana del Palermo terminó poniéndole sal a los partidos con Central Español: “Recuerdo en la previa, días antes, subir a la tribuna y mirar para el otro lado del muro para ver qué estaban haciendo. Ellos no tenían la misma posibilidad, porque del lado de Central hay pasto, la tribuna empieza después”, cuenta Agustín Lucas.

Por la mirada

Ottonello no se cansa de decir que “las formativas son la base de toda institución, el verdadero patrimonio que tienen los clubes”, y pone el énfasis en la prioridad de su gestión. En Miramar Misiones se mantienen compitiendo cinco categorías, cerca de 150 chiquilines. No es muy diferente lo que pasa en el básquetbol: Modernell llega a la conclusión de que participan más de 90 jóvenes en siete planteles. Es una de las realidades que pone en la balanza mientras se define si en 2020 el MBBC se presentará a jugar la Liga Uruguaya de Básquetbol (LUB), decisión aún pendiente. “Cuando me tocó subir, en 1996, vi a gente grande del club que estaba contenta pero decía ‘con la que gastó...’. Yo decía ‘no, lo lindo son los logros deportivos’. Después que estás acá, sufrís porque se te van los chiquilines”. Por eso le tienta la idea de renunciar a la LUB e invertir en el parqué flotante. Desde el fútbol, Ottonello apunta a recuperar el vínculo con el complejo Las Cebras, un conjunto de canchas cercanas a la calle Susana Pintos que un empresario e hincha construyó pero terminó arrendándolo a otros equipos. En las dos veredas aflora la misma mirada, como si fuera un rasgo de hermandad.

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