Cuando el Frente Amplio (FA) llegó al poder, el preexistente vínculo entre la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) y Tenfield ya gozaba de mala fama. Rica en futboleros de tribuna pero normalmente minoritaria en la cocina de la dirigencia deportiva, la izquierda tenía la oportunidad de incidir en un ámbito tan asociado al sentido común conservador como a la opacidad. “Agua, jabón y cepillo de alambre”, repetía el entonces ministro de Turismo y Deporte, Héctor Lescano, cada vez que le preguntaban por la ruina ética, económica y deportiva de la AUF de Eugenio Figueredo. Consecuentemente, en 2006 la presión gubernamental jugó su papel en el proceso que dejó sin sillón local al dirigente nacido en Huracán Buceo. Nada hacía pensar que, 13 años después, sería Pedro Bordaberry quien agitaría la bandera de la transparencia.
El presidente de la Comisión Regularizadora tiró el chico tan lejos como casi ningún otro dirigente cuando hace poco propuso la creación de un canal de propiedad de la AUF para transmitir el fútbol. Una osadía discursiva sin precedentes, al menos, desde que Sebastián Bauzá dejó la presidencia hace casi cinco años. Con él, en 2014 se fue el Consejo Ejecutivo que más avanzó en la recuperación de derechos tras años de contratos leoninos en beneficio de Tenfield. También, posiblemente, el único de predominio frenteamplista en la historia futbolera nacional. Miguel Sejas, Fernando Sobral y Donato Rivas conformaron una rara mayoría de izquierda. En paralelo, el hoy secretario nacional del Deporte, Fernando Cáceres, encabezó la Secretaría Ejecutiva de la Asociación. El equipo no tuvo dificultades para entenderse con Bauzá, quien tras curarse de espanto en la AUF hoy hace política partidaria junto a Luis Lacalle Pou.
Aún al frente del país, José Mujica podría haber salvado aquella experiencia cuando se desencadenó la crisis de seguridad en las canchas que facilitó la conspiración contra Bauzá y los suyos. Pero prefirió soltarles la mano, a influjos de un efectivo lobby al servicio de los intereses de Francisco Casal. La magnitud del retroceso invisibilizó previos méritos del progresismo gobernante. Ya casi nadie recuerda que en 2011, cinco años después de ser clave en la salida de Figueredo, Lescano también jugó un papel importante en el respaldo oficialista a la estrategia con la que Bauzá vendió los derechos de televisación de las Eliminatorias previas al Mundial de Brasil, sobreponiéndose a fuertes presiones de Tenfield. Fernando Lorenzo hizo otro tanto desde el Ministerio de Economía y Finanzas. Por primera vez, el empresario firmó un contrato bajo condiciones que había intentado cambiar, a riesgo de perder un negocio importante.
El gobierno de Mujica puede ser elogiado y cuestionado por decisiones bastante más trascendentes que las ligadas al fútbol, desde la agenda de derechos hasta la gestión de ANCAP. Los indiscutibles méritos de Bordaberry como interventor deportivo no borrarán de la memoria política la decisión de asumir personalmente la defensa pública de su padre, uno de los personajes más oscuros de la historia nacional. La película de los negocios futboleros seguirá teniendo capítulos previos a la hermandad Mujica-Casal, con el viejo Foro Batllista tendiendo la mesa para que Tenfield acordara con los canales privados, a fines de la década de 1990. Y el FA algún día tendrá que asumir que podría haber hecho bastante más por la transparencia y la superación del fútbol, mientras constata que siempre hay adversarios capaces de ocupar los espacios que se dejaron libres.
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