[Esta es una de las notas más leídas de 2019]
“En la feria donde trabajaba mi madre se vendían imanes, buzos, ruanas, mates, quesos y piedras. En la época en que se empezó a complicar, empezaron a vender todos lo mismo y a competir por quién lo vendía más barato. Pero antes se desesperaba la gente por el queso y por el dulce. Así me crie yo, en la feria. Cuando era más chico, ella trabajaba en una casa donde cosía para vender. Ella cosía y yo estaba al lado. Me pasé la infancia en el puesto”.
Kevin Dawson siempre quiso jugar de arquero. En el baby lo ponían de zaguero y no quería saber nada. Le gustaban los guantes y la vestimenta distinta, y no quería que su madre, que laburaba todo el día, encima tuviera que llevarlo a las prácticas: “Entonces pasaba en la feria o en el barrio jugando de arquero, en la calle me tiraba y no me importaba nada. Hasta que un vecino me dijo que me quería llevar a Nacional de Colonia. Como mi madre trabajaba, me llevaba él. A los nueve años me citaron para la selección y ahí me fui a Plaza [Colonia], donde jugué hasta los 13, cuando me vine para Montevideo con dos amigos con quienes habíamos hecho todo el baby fútbol juntos: Matías Caseras y Javier Cámpora. Ahí arranqué a vivir lo que era ser futbolista profesional: en Montevideo, con todo el ruido, uno que siempre había estado bajo los brazos de la madre, aunque claro, con la bici en el pueblo iba para todos lados. Pero Montevideo era otra cosa. Vivíamos en la casona que tiene Nacional para los gurises del interior. Gracias a eso, conocí a nuevos compañeros, como Rafa García o el Vampiro [Darwin] Torres, con los que hasta el día de hoy, cuando nos cruzamos, aunque somos rivales, recordamos alguna anécdota”.
Cuando volvió al pueblo, en Plaza atajaba Nicolás Biglianti, de recordados pasajes en Peñarol luego de aquel famoso Rampla Juniors del Ronco [Luis] López: “Obviamente, no teníamos entrenador de arqueros ni nada. Los ejercicios los marcaba él, entrenábamos entre nosotros. Lo aproveché esos seis meses para aprender; hace dos semanas estuvo acá en casa”. Kevin debutó en Primera División con Luis Matosas, una vez que Biglianti partió. Pasó las mil y una. Aún no había llegado el gerenciamiento a Plaza Colonia: “Lo económico siempre fue complicado. En el fútbol uruguayo siempre es complicado ese tema. Jugué un año en la B, siempre entrábamos décimos a los play off. Plaza amenazaba con no jugar, la cosa se veía fea, y yo estaba a punto de ser padre y tenía que salir a hacer algo: terminé pintando, dándole una mano a uno; colocábamos yeso, arreglábamos alguna cosa, yo no entendía mucho pero me daba maña, le hacía el dos, y además no me quedaba otra. En esa época, mi padre puso un local de remates y empecé a trabajar con él. Ahí sí que hice de todo: vivía arriba del local con mi pareja y mi hija. Desde el lunes había que sacar todo para afuera para que la gente lo viera: acarreábamos muebles, lo que sea y después, a guardar de nuevo. El martes, lo mismo, y el miércoles, remate. Si entrenaba de mañana laburaba de tarde, o al revés. Así se crió mi hija”.
Él se crió entre la feria y la calle; su hija, con el ruido a muebles arrastrados que entraban y salían hasta que el martillo sentenciaba la venta. El futbolista es un laburante que sueña. Por eso Kevin volaba de palo a palo imaginario en plena calle como si fuera arena. Siempre tuvo poco para perder y mucho para ganar. Eso alimentó sus ansias de grandes porterías, no sin antes, claro, dejar su nombre estampado bajo los tres fierros de los patas blancas. “El campeonato con Plaza siempre lo voy a tener presente, ojalá que pueda ganar muchas cosas más. Habíamos ascendido pero no habíamos salido campeones. Fue el primer campeonato que conseguí, con muchos jugadores que eran amigos: todos nos conocíamos de Colonia. Fue darle una cachetada a lo que era el fútbol uruguayo; estuvimos todo el torneo peleando mientras la gente esperaba el momento en el que nos íbamos a caer. A Plaza lo trataban como si fuera a mitad de tabla, y eso duele, porque no valoran lo que uno sueña. La noche anterior a la final nos vinimos a CAFO [Comisión Administradora del Field Oficial] a dormir; costó mucho, pero ese plantel tenía la convicción de que era esa tarde, ese día, que íbamos a quedar en la historia. No teníamos nada para perder y sí mucho para ganar; habíamos empezado con el objetivo de salvarnos del descenso y estábamos peleando el campeonato con Peñarol, que además jugaba en su estadio nuevo y con su gente. Para uno, que vivió en Plaza, ver a la gente que trabaja para el club llorando de alegría no tiene precio, porque ellos estuvieron cuando no teníamos nada. El Negro Perdomo por ejemplo, que con tormenta, con viento y con frío, no sé cómo hacía, lavaba la ropa a mano y te la traía seca al otro día, de cualquier manera. La llegada a Colonia con la caravana significó que mucha gente se acercara a seguir al club a partir de ahí. Empezó a crecer, jugamos la Copa Sudamericana, aunque quedamos afuera por penales y nos quedó la espina. Después vino el Uruguayo Especial y me tocó venir a Peñarol”.
Luego de salir campeones con Plaza Colonia, Carlos Manta y el Chiqui Roberto García le dijeron que había una chance de vestir la camiseta aurinegra. Todo parecía enfriarse, pero cuando apenas arrancaba una nueva pretemporada, como quien no quiere la cosa y de un día para el otro, volvió a surgir la oportunidad: “Entrené uno o dos días en enero, y el 6 ya estaba presentándome en Los Aromos. No dormí esas noches. Me acuerdo de que en Peñarol ya estaba Nicolás Dibble; lo llamé para ver si sabía algo y no estaba ni enterado. Yo esperaba que él me dijera algo, pero le tuve que dar la noticia yo, y encima le dije que me quedaba a dormir en su casa”.
Hoy Peñarol tiene la difícil parada de visitar a Flamengo en Río de Janeiro, en Maracaná. Kevin dice que “son los detalles los que van a hacer la diferencia”. Hablamos de presupuestos y de revanchas, de confianza y de memoria: “Yo soy un agradecido al hincha de Peñarol, porque me reconoció el esfuerzo”. Cuando en algún lado sonó el teléfono descompuesto de que el dueño de la casaquilla número 12 de Peñarol contaba con grandes chances de viajar a defender la blanca de Sevilla, la banda del manya armó una jugada en las redes sociales en la que difundieron un video con todos los errores del año, haciendo creer, de una forma jocosa y alegre, que comprar a Dawson era la peor opción. Una hermosa forma de decirle “quedate”: “Salir a calentar un rato antes de jugar en el Campeón del Siglo y que la gente te aplauda y te reconozca es lo que queda; que mi hija, que tiene diez años, entienda que su padre está haciendo las cosas bien es lo único que queda”.