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Sebastián Sosa.

Foto: Ricardo Antúnez

La camiseta no se tira: con Sebastián Sosa, futbolista de Cerro Largo

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Cae una humedad otoñal sobre el balneario El Pinar, en la costa canaria. En la puerta del hogar vacacional de UCOT está estacionado el bondi que trajo al plantel del Cerro Largo Fútbol Club a concentrar previo al encuentro con Racing, que supondrá el primer duelo entre Sebastián y Nicolás Sosa, hermanos futbolistas hijos del conocido futbolista Heberley Mosquito Sosa. Los parientes se dividirán en las tribunas pero por paridad, no por preferencia; madre y hermana del lado de Racing, padre y amigos del lado arachán. Entenderán –por la experiencia de haber acompañado al Mosquito en sus andanzas futboleras–, refrescarán la memoria de que los colores a veces son efímeros y otras veces no, y que la camiseta en estos casos siempre es la de la familia. Sebastián Sosa surgió del “más grande de Cerro Largo”, Melo Wanderers. Allí se forjó un romance con las piolas que lo llevaría con el eco por el mundo. Con tan sólo un año en la primera de Cerro Largo se lo llevó el Palermo de Italia por cifras astronómicas para el pueblo. En el periplo de áreas foráneas conoció la soledad, las lesiones, el despojo y el desamparo. Los goles los conocía de antes. De Palermo sólo conoció el equipo primavera, estuvo a préstamo en Skenderbeu FC, un grande de Albania, donde conoció los restos de una guerra, y en FK Senica de Eslovaquia, donde aprendió uno de los códigos más viejos del fútbol: la camiseta no se tira.

¿Se podría decir que saltaste de Melo Wanderers a Europa?

Melo Wanderers es el más grande de Cerro Largo. En inferiores ganábamos de a 15 goles, pero cuando empecé en la sub 15 de Cerro Largo pasaba todo lo contrario: perdíamos y perdíamos. Empecé a entrenar en primera con el Mosquito y con Danielo [Núñez] y empecé a foguearme. Me sirvió un montón, físicamente me ayudó mucho y adquirí la experiencia de otro nivel de juego entrenando en primera. Volví a Melo Wanderers, jugué un par de años más, salimos campeones y fui el goleador. Cerro Largo adquirió mi ficha y debuté en primera, en la cuarta fecha, con 17 años. Terminé el Apertura con cuatro goles, y arranqué el Clausura de titular. Hice nueve goles en total y me vendieron al Palermo de Italia.

¿Sos el primero en ser vendido desde Cerro Largo al exterior?

El primero y el único, por ahora. La venta se hizo en 1.800.000 euros. Había jugado en Melo Wanderers menos de un año atrás. En agosto jugamos la final local y la ganamos por penales, y ya todos mis compañeros y el director técnico sabían que me había comprado Cerro Largo por una cifra bastante menor, unos 10.000 dólares. Desde agosto hasta diciembre de 2011 fue el primer campeonato en primera, y en mayo del año siguiente viajé a Italia para firmar el contrato.

Me imagino que vivías en ese momento con tu familia en Melo.

Y hasta el día de hoy, que decidí volverme para estar con mi familia en Melo. Hacía mucho tiempo que no estaba con ellos; imaginate que me fui con 18. Siempre estuve solo afuera. Por ahí me iba a visitar mi madre, mi hermano, mi viejo, pero no es lo mismo que estar acá en mi pueblo. Mi hermano Nicolás debutó con 18 años en la B con la camiseta de Cerro Largo, y tuvo una lesión en la espalda. Le dijeron que no podía jugar más al fútbol, que tenía hernia de disco. Se vino para Italia y nos tratamos con el mismo doctor porque justo me estaba curando de un desgarro que me había hecho en Albania, donde estaba jugando a préstamo. Me sentía muy solo, por suerte pudimos encontrarnos en Italia con él. Es muy complicado estar lejos. Las costumbres, más que nada: el idioma, la comida, la familia.

¿Cómo hacías con la comunicación?

Yo estaba en una zona al norte de Albania, encontraba gente que hablaba italiano. Había aprendido cuando estaba allá y lo llevaba bastante bien. Intenté aprender albanés pero nada: es muy difícil. Igual fue una buena experiencia, al final. Allá me quieren, me hice querer, digamos, y hasta el día de hoy me escriben. Jugué en Skenderbeu, que es el equipo más grande y al que siempre, en cada período de pases, me quieren llevar. Pero la vida cotidiana es difícil. Era una ciudad que había estado en guerra, con edificios sin ventanas, la calle un relajo, no había carne, la gente te fumaba arriba y no se lavaba los dientes. No sé por qué, pero tenían esa costumbre.

¿Qué te dejó la experiencia en Eslovaquia, donde también fuiste a préstamo?

Había arrancado bien. El equipo incluso venía bien y me había ido a visitar mi padre cuando jugábamos el clásico de local. FK Senica contra Spartak Trnava: terrible partido. Si ganábamos quedábamos arriba, dependiendo de nosotros para entrar a la Europa League. A los 60 minutos, cuando estaba jugando bien, el técnico me cambia, delantero por delantero. Salí por atrás del arco con tremenda calentura. Cuando el entrenador me quiso dar la mano me saqué la camiseta y la tiré contra el banco de suplentes. Perdimos 1-0, pensé que nadie se había enterado de lo que había pasado. Cuando llegué, de noche, mi padre me dijo que no había estado bien lo que había hecho, que la camiseta no se tira y que eso me iba a traer problemas. Al otro día, a las ocho de la mañana, el teléfono no paraba de sonar. No entendía nada lo que me decían del otro lado, hasta que me vino a buscar un compañero brasileño. Lo estaban llamando a él para que me ubicara porque tenía que ir al club para hablar del tema de la camiseta. Había salido en todos lados. Desperté a mi viejo y nos fuimos para el club. Me suspendieron por 12 partidos y quedaban diez de campeonato. Tuve que hacer un video pidiéndoles perdón a los hinchas, me multaron con los premios que había firmado y me recomendaron que no saliera a la calle para no tener problemas. Y eso que era una ciudad más chica que Melo.

¿Hiciste caso?

Los primeros días salía. Como hacía frío, andaba medio encapuchado y con mi viejo. Siempre tranquilos, nunca tuve un problema. Hasta que una vez en el supermercado me paró uno grandote y me empezó a decir de todo. Más o menos entendía lo que decía. Fueron dos o tres meses en los que no la pasé bien, sabía la que me había mandado y pasé llorando. Era una ciudad muy futbolera, el estadio estaba lleno siempre. Se hacía sentir la hinchada, gente muy apasionada. En las redes sociales me escribían cualquier cosa, a veces no quería ni poner el traductor. El entrenador dejó de hablarme, y eso que hablaba español. Entonces hablé con el presidente para irme, ya era demasiado. El presidente me dio el sí y nos volvimos con mi padre a Uruguay. Cuando llegué a Melo me cayó una carta del Palermo, que me multaba porque en Eslovaquia decía que me había retirado sin autorización. Me sirvió para aprender que la camiseta no se tira.

¿En el Palermo no llegaste a jugar?

No, siempre me decían para salir. Ocupaba plaza de extranjero porque no tenía pasaporte. Así llegué al Lugano, en Suiza, que era el equipo de Pablo Bentancur. El técnico estaba enloquecido con que me quería, pero cuando fuimos a hacer fútbol había seis delanteros adelante mío. Lo que quedaba era volver a Albania. Como Nacho Guardado me dijo que iba, me decidí, pero Nacho se agarró tendinitis y el club no le firmó contrato. Quedé solo otra vez. Habían pasado tres años de contrato y me quedaban dos. En Palermo me querían rescindir y yo estaba caliente y cansado de girar por aquellos lugares. Mosquito, desde acá, me decía que no rescindiera ni loco; claro, mi viejo ya las había vivido. Yo pensaba que era todo fácil: si en un año en Cerro Largo me había salido el pase a Europa, creía que podía pasar de vuelta. Terminé rescindiendo; volví a Albania, resigné un montón de dinero y el Mosquito estaba furioso conmigo. En el cuarto partido me lesioné el cuádriceps y me costó recuperarme. Volvía a entrenar y volvía a sentirme. Junté mis cosas y me fui. Ahí me encontré con mi hermano en Italia, cuando fue con el problema de la espalda. Nos volvimos y me recuperé en Melo con Marquitos Sánchez. Cuando pensaba que ya estaba, fui a entrenar con Melo Wanderers y de nuevo me lesioné la pierna. Mi viejo no lo podía creer. Tuvimos una larga charla sobre ser profesional, me hizo bajar a tierra.

¿Cómo te recuperaste?

Viajé a una clínica cerca de Novara, en Italia. Supuestamente me quedaba tres días, pero estuve dos meses, era como un internado. Y después un mes más en Suiza. Ahí me recuperé. El período de pases había cerrado y el único país donde me aceptaban era Albania. Volví al mismo equipo. Empecé a jugar con un miedo bárbaro, pateaba sólo de zurda. En los primeros partidos hice cinco goles, cuatro de cabeza y uno de zurda. Ahí me empecé a soltar y a patear con la derecha, y otra vez la lesión. Por suerte, el Mosquito me había ido a visitar. Ahí sí no aguanté más. No tenía cómo recuperarme, no me pagaban un peso, todo mal. Decí que estaba mi padre, y un paraguayo al que había llevado a vivir conmigo, que hacía como seis meses no le pagaban. De vuelta a Suiza a recuperarme. Y después a Montevideo, sin equipo. Llegué a Nacional en 2016. Tenía unas ganas enormes de jugar, y me volví a sentir. [Daniel] Calimares me revisó y me dijo que era una contractura, que no era lo mismo, pero no jugué ni un partido. En el segundo año el equipo anduvo volando, entonces fue difícil jugar también. Terminamos campeones. Me fui a Boston River y recuperé minutos con el Turco [Alejandro] Apud.

Y otra vez a emigrar antes de volver a casa.

Sí, ahí empezó mi etapa en Argentina. Jugué en Juventud Unida de Gualeguaychú, en el Nacional B. Terminamos cuartos. La gente me quería. Volví a buscar mi oportunidad en Nacional, porque estaba a préstamo, pero no tuve chance. Rescindí el contrato y me fui a Quilmes, un equipo grande. Gasté un montón de plata en Quilmes, porque no me pagaban y encima el entrenador, que era el que me había pedido, no me ponía. Volví a Uruguay y pedí para entrenar en Cerro Largo. Al principio como invitado, después ya hice la pretemporada y me quedé. Tenía la chance de jugar con mi hermano en Cerro Largo, pero no se dio porque se vino a Racing. Después de siete, ocho años, quería volver a casa para estar tranquilo como estoy. A disfrutar, a tener ganas de entrenar, cuando muchas veces pensé que lo podía dejar. Hacía cuatro años que me divertía muy poco.

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