Por casualidad, viven en un barrio con los colores ramplenses, y son simpatizantes de Aguada por fidelidad a los tonos. Natalia Seoane y Analía Tabacchi son dos mujeres que desde niñas tienen algo en común: la pasión por el fútbol. Por un par de escalones se accede a la casa de la pareja picapiedra, que no oculta en absoluto que Rampla es mucho más que el equipo donde juegan al fútbol: el verde y el rojo están presentes en varios objetos del hogar, incluyendo la correa de Azzurre, su perra. No obstante, hay un cuadro que se destaca entre los demás, colgado en la pared que, con fondo pintado a mano, anuncia dos nombres: Oliver y Liam, los mellizos que vienen en camino.
El año pasado se casaron porque soñaban con ser madres, y el matrimonio era un trámite necesario para poder darles a los niños ciertos derechos que las leyes reservan sólo para parejas heterosexuales o para cualquier pareja que esté casada, como que puedan tener el apellido de ambas. La heteronormatividad marca que las familias son de padre y madre, y de no ser así debe certificarse con el matrimonio. “De lo contrario, la mujer que no haya quedado embarazada debe iniciar un trámite de adopción del bebé que tuvo su pareja”, explica Natalia.
La historia empezó cuando Analía comenzó a practicar en el club de sus amores, donde Natalia ya jugaba; tenían 16 años. Ana, a quien siempre le gustó el deporte en general y que desde los ocho años hacía natación y gimnasia, fue con su padre a una final de Rampla femenino “que anunciaron hasta en la televisión”. Allí habló con la presidenta del club, Isabel Peña, y quedaron en verse en una práctica. Estuvo seis años en las juveniles y el primer año en Primera se lesionó; luego jugó en otros equipos y este año, cuando Rampla volvió al femenino, no dudó en retornar al club. Pero antes con Natalia decidieron concretar el sueño de ser madres y el regreso al picapiedra se postergó: “Ya le dije a Nati: nacen los mellis y se quedan contigo, yo me voy a entrenar”, comenta Ana entre risas.
La amistad se transformó en noviazgo cuando tenían 19 años, pero la relación no fue aprobada por algunos familiares, que incentivaron la separación. La presión social hace que se tomen decisiones que no se quieren, pero nunca que terminen las historias. Hace seis años volvieron “y no nos separamos nunca más”, expresan con los rostros llenos de amor y convicción. “Cuando nos casamos estábamos más nerviosas por besarnos delante de nuestros padres que por casarnos en sí, y en ese momento vi a mi padre súper emocionado y entendí que ya estaba”, comenta Natalia. La reunión para celebrar la unión legal fue en la sede de Rampla, gracias a Isabel Peña, que ofreció el espacio y siempre apoyó a la pareja.
“Rampla para mí es casi todo; mi padre me hizo socia a los cinco años y me llevaba a la cancha todos los fines de semana”, explica Ana. Por su lado, Natalia comenta: “A mí Rampla me salvó la vida: Graciela Barboza y Ana Gato fueron fundamentales en mi historia de vida, porque si ellas no hubieran insistido y no me hubiesen ido a buscar a mi casa seguramente no estaría acá. Eso es clave, son mujeres que me enseñaron que la vida puede ser otra cosa y que el deporte sana y cura”.
En unas semanas Ana dejará de llevar más de seis kilos extra en su panza, y conocerán a sus hijos. La reproducción asistida se dio en partida doble: esperan dos varones. Eso que para muchas y muchos es algo diferente se llama amor, y el amor hace que las parejas quieran dejar de ser dos y formen familias. Familias diversas. Como la vida, como las personas, como todo lo que nos rodea.
El proceso
Les llevó casi dos años. “La ansiedad jugó mucho, son muchos trámites y estudios que tienen que hacer. Fuimos a una clínica en la que nos trataron súper bien y usaron nuestra historia como ejemplo para hablar sobre que las familias diferentes existen y están bien. No nos topamos con nadie que nos haya tratado mal, eran todos profesionales, entonces fue más fácil”, cuenta Natalia. La decisión sobre quién iba a quedar embarazada partió de la base de que Ana estaba con unos problemas médicos y el ginecólogo se lo recomendó, aunque Natalia también espera hacerlo más adelante. “Más allá de que su ansiedad era mayor porque yo quiero seguir jugando al fútbol, yo tengo ganas, pero vengo de una familia muy numerosa: ocho hermanos, muchos sobrinos, niños; para Ana era más urgente”, agrega. Durante el camino las guió Luciana, la actual golera de Rampla Juniors, que pasó por ese mismo proceso. Su esposa trabaja en el colectivo Ovejas Negras, entonces ya tenían algunas recomendaciones, “porque nosotras íbamos a la sociedad y, por ejemplo, nos decían que teníamos que pagar algún medicamento, y ella nos explicó que esos costos estaban incluidos en el costo de la inseminación”, dijo Natalia. Pero tuvieron que esperar un tiempo: “Fue desesperante, no hay muchos donantes y a los donantes les hacen muchos estudios para ver si pueden donar y comienza ese proceso de cuarentena, que están tres o cuatro meses sin tener muestras; además no es tan fácil, la muestra tiene que ser compatible con la sangre”.
Ser madre jugadora
En Uruguay, como en casi todos los países del mundo, el fútbol femenino es amateur y, por ende, el deporte no es una posibilidad de salida laboral. No existe ningún protocolo para las futbolistas que son madres, ni en cuanto a los entrenamientos diferenciados ni respecto de lo económico, porque no podemos hablar todavía de pagos ni sueldos a jugadoras. A principios de este año la Asociación de Futbolistas Españoles dio a conocer el protocolo de embarazo para las futbolistas, con lo que España se convirtió en el primer país en visibilizar la problemática que existe para las mujeres jugadoras que deciden ser madres, al reconocer que la maternidad es algo natural y propio de las mujeres y proponer darles derechos a estas deportistas. Parte del protocolo promueve lo siguiente: “El club procederá a la adaptación de las condiciones y/o del tiempo de entrenamientos y cualquier otra actividad que la jugadora desarrolle en el club habitualmente. El club podrá ofrecer la realización temporal de funciones compatibles con su estado dentro del mismo club, que deberá o podrá ser aceptado por la jugadora. El club facilitará la reinserción de la jugadora a su puesto cuando el tiempo establecido y su salud lo permitan, y la futbolista quiera volver. El club facilitará el cuidado del niño o niña en los traslados que se vea obligada la madre a realizar por sus desplazamientos en el normal desarrollo de su actividad como futbolista. Todas estas medidas no tendrán repercusión alguna en las retribuciones de la jugadora”.
“Acá no existe nada. En Argentina recién les están pagando a algunas jugadoras, en Uruguay sólo Defensor tiene alguna chance de llegar a la profesionalización, porque tiene toda la infraestructura y el apoyo de la institución, pero de apoyo en la maternidad no podemos hablar”, opina Natalia. “Falta mucho para ser profesionales, que sería el primer paso; no hay preparación desde niñas, entonces te encontrás con adolescentes que nunca pisaron una cancha de chicas, que no saben comportarse en un equipo, alimentarse bien. Estoy segura de que se puede cambiar, pero ese es el primer paso para hablar después de maternidad”, agrega.
Por su parte, Ana piensa que la realidad de la falta de apoyo para las mujeres y su maternidad no es sólo cuestión del fútbol, sino que pasa en todos los deportes: “Las mujeres que son madres pierden patrocinios por estar embarazadas y tener que frenar su competencia”.
Volver a las canchas
Analía está ansiosa por volver a las canchas; tuvo que dejar de jugar desde que comenzó el tratamiento, porque un embarazo múltiple es complicado y desde el principio tuvo que hacer reposo. “En el primer intento me bajoneé y me anoté en un equipo para jugar, despejarme y esperar la siguiente inseminación tranquila; para los niños esperamos lo mismo: que estén desde chicos en el mundo del deporte, que elijan el que quieran practicar”. “Rampla para nosotras es todo porque nos hizo conocernos y ahora formar una familia; ya no somos dos, ahora somos cuatro”, dicen sosteniendo las fotos de las dos ecografías mientras Azzurre contempla algo celosa la panza gigante con dos picapiedras a punto de salir al mundo de la diversidad, donde la orientación sexual, la maternidad y los gustos deportivos son elecciones y decisiones hijas de la libertad.