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Estadio Olímpico, previo al clásico Rampla Juniors - Cerro, por el campeonato Apertura. (archivo, mayo de 2019)

Foto: Fernando Morán

Subversión 3.0: La tribuna como teatro de operaciones y las redes sociales como verdugos

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Deportivo Sentimiento.

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Como tantas cosas en las últimas décadas, la revolución digital ha cambiado el fútbol, el joven fútbol que apenas tiene una pocas temporadas en la historia de la humanidad.

Lo ha cambiado profundamente, como juego, como deporte, como espectáculo.

También lo ha cambiado como espacio laboral de extensión profesional. Esta semana se ha ido otro técnico después de apenas dos meses de trabajo, han rescindido el contrato de un futbolista que no completó ni 90 minutos de juego, ponen en cuestión las presencias o ausencias de otros deportistas, a la vez que ensalzan la de otros que, unas semanas atrás, querían llevar al paredón.

El juego que jugaron los ingleses locos y que se lo apropiaron los criollos del Río de la Plata ya no es lo que era en su romanticismo evolutivo, ni en su afianzamiento como red social del imaginario popular del mundo patriarcal y machista, ni como el juego que se hizo deporte y se ensanchó en tácticas y estrategias que completaron su pase al mundo del espectáculo.

Cambió rotundamente para los futbolistas, para los de los picados en las veredas, para los que comienzan un círculo de conocimiento asociándose para jugar a la pelota. Pero también ha cambiado para los de la más encumbrada elite, los de alimentación balanceada, coaching ontológico, cámaras hiperbáricas y lentes-computadoras.

Definitivamente cambió para nosotros -y felizmente ahora también nosotras-, los que hemos mutado de jugador a hincha, mucho antes de que Franz Kafka escribiera la Metamorfosis.

El hincha

El hincha también ha cambiado rotundamente. El cambio se ha manifestado en su formulación más pasiva, la del que no es hincha de nadie, o solo es hincha del fútbol y disfruta observándolo, hasta en el del individuo que personifica su acción más agobiante y degenerada.

A todos nos ha cambiado la forma de ver el fútbol de relacionarnos con él.

El drástico cambio de las formas de seguir las alternativas de un partido, de ver el espectáculo, ha mutado a más de una pantalla, en la que a través de un juego de cámaras engarzadas por el ojo entrenado de un director que nos muestra lo que quiere, puede o está a su alcance, y un par de individuos que nos evangelizan con sus apreciaciones-opiniones-convicciones, cosas que sustituye aquella presencia permanente en las canchas.

Hasta la llegada del fútbol milenial, los futboleros aprehendíamos el juego en las canchas. También algunos crecimos con un par de partidos en televisión, como recurso placebo mientras no podíamos ir a la cancha. Blanco y negro, luego en colores, hasta llegar al síndrome de la pantalla verde, con el que tampoco es fácil convivir.

Fútbol, fútbol, fútbol, demasiado fútbol

La semana pasada, en el Campeonato Uruguayo, se jugaron, entre sábados y domingos, 24 partidos distribuidos (o concentrados) en las cuatro ciudades en las que se juega en Primera División en el 2019: 19 en Montevideo, dos en Las Piedras, dos en Colonia del Sacramento y uno en Melo.

Por lo general estas maratones futboleras generan repercusiones y sensaciones mayormente negativas. Es cierto hay cosas que no deberían pasar (los 2000 kilómetros que debió hacer entre los tres partidos que jugó el Cerro Largo F.C.), concentración de partidos y de oferta futbolera, alerta física para los futbolistas, pero también hubo la posibilidad de estar en los escenarios deportivos viendo lo que queríamos ver, lo que aprendimos a observar, y no lo que se ve en las pantallas.

Como periodista, analista o crítico de un partido, por la cantidad de señales e insumos que aparecen y que no se advierten en pantalla, estar ahí es medular. También, claro está, como hincha del fútbol, con el goce de sentir la musicalidad del juego, el golpe del pie contra la pelota, las voces de los jugadores, los gritos de la tribuna.

Los intermediarios

El hincha, el periodista, el dirigente, el futbolista, el técnico. A lo largo de los años todos han tenido una definición de su ser, más o menos acotada a lo que una descripción de tareas y funciones daría a estos roles. En algún momento, la opinión, la posición y la crítica de periodistas o sectores periodísticos han puesto en cuestión la idoneidad de algunos deportistas, cosa que encuentra rápida retroalimentación en los sectores públicos y acorrala a dirigentes a tomar medidas.

Desde el afianzamiento de la revolución digital y los enormes desarrollos de los medios sociales, los temas, las denostaciones, las promociones de jugadores o técnicos, el gusto o disgusto por sus estilos de juego o las valoraciones por sus compromisos con el club, ya no precisan el enorme envión de la prensa: el fogoneo es liso y directo por Twitter, por Instagram, por Facebook y, claro está, finalmente por las voces de la tribuna.

El miércoles pasado, en el Parque Roberto una veintena de hinchas de Racing, entre los cientos que estamos en Sayago, le hacen ver durante, todo el partido, al Turco Alejandro Apud que su trabajo en Racing no seguirá. Todo el partido interpelan las decisiones del entrenador, sus valoraciones, sus elecciones. Como terceros en cuestión muchos sentimos la incomodidad y la violencia de tener que trabajar en esas condiciones.

Racing empató 1–1 con River después de buen partido. El domingo siguiente Racing pierde 3-0 ante Nacional y Apud deja su cargo. Pasaron sólo dos meses y diez partidos, de los cuales ganó 2, empató 2 y perdió 6.

Alejandro Apud es el decimocuarto técnico que esta temporada pierde su trabajo en Primera. Apud ya fue sustituido por Eduardo Favaro, quien ya se hizo cargo del plantel para este fin de semana enfrentar a Fénix. Eduardo Favaro, que ya fue exitoso técnico en Racing, es el tercer entrenador en el club en este Uruguayo, porque antes de Apud había estado Juan Tejera.

También Rampla y Cerro han tenido tres entrenadores en esta temporada, mientras Nacional, Danubio, Defensor, Boston River, Plaza Colonia, Wanderers, River Plate y Juventud, dos.

Los ceses destemplados, las renuncias obligadas, en casi ningún caso obedecen a evaluaciones de lo proyectado, a disconformidades con el rumbo conceptual del trabajo, sino que son por pelotas en los palos, pifiadas, pérdidas de marca en un córner , barreras que no tapan, goleros que no llegan o penales no cobrados.

Eso no está bien.

Hay que parar con los doctores del fútbol por Twitter, con las tribunas sumariando deportistas, con la naturalización del resultadismo en los representantes de las masa societarias, y, sobre todo, parar la subversión de valores de los roles que cada uno de nosotros ocupamos en torno al fútbol.

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