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Andrés Scotti, Maximiliano Pereira, Álvaro Pereira, Martín Silva, Egidio Arévalo Ríos, Nicolás Lodeiro y Diego Pérez, al final del partido con Sudáfrica, el 16 de junio de 2010, en Tswane, Pretroria.

Foto: Sandro Pereyra

¿Te acordás? 3 a 0 a Sudáfrica y a seguir soñando

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Puta que lo parió, ¿qué hago? Me largo a llorar… y sí, Uruguay nomá, la conchadelamadre. Te tengo tatuada en el pecho, te dije, y estas lágrimas, esa sensación de angustia y emoción liberada son los besos largamente postergados, las caricias a la gloria con las que había soñado día tras día mientras me daba vuelta en la noche de la vida y soñaba con volver a vivirlo.

Esa sensación de dulce de leche, que sólo las cosas placenteras y sentidas pueden dar, es lo que me hace llorar como una magdalena mientras los veo gozar. Uruguay realizó un gran partido frente a los sudafricanos y los goleó sin compasión.

Fue una gran puesta en práctica, una gran ejecución de un plan de juego pensado, masticado en función de nuestra potencialidad y la del rival. Los protagonistas, los jugadores, de singular capacidad y concentración, lograron hacernos levantar y volver a perseguir la utopía. Antes del partido tenía la misma sensación que cuando el partido con los venezolanos en la Copa América. Es decir, la sensación de un equipo fuerte, concentrado, convencido y con cohesión, capaz de conmover a rivales sanamente inflados y con desarrollos futbolísticos en ejecución.

Apuntes

Un bochazo cruzado de los sudafricanos puso la primera pelota en el área uruguaya, pero enseguida Uruguay respondió y metió terrible tiro libre de Diego Forlán que adelantó un casillero e hizo que Pienaar, por adelantarse, se llevara una amarilla. Luis Suárez pudo dominar la pelota un par de veces cerca de la banda izquierda, y a partir de ahí generó un par de situaciones de ofensiva en tres cuartos de cancha. Se veía que la celeste blanca iba a jugar cerca del arco sudafricano.

Uruguay metió presión en esos primeros diez minutos e incomodó a los locales. Los sudafricanos armaron una demostrando que en la transición son terribles y en dos toques sacaron terrible ataque que Tshabalala definió mal cuando podía progresar. Una bola de Suárez nos hizo acelerar el corazón, pero la globa se fue afuera y cerquita del otro lado de la red. Pero a los 23 minutos, la pelota le quedó más o menos boyando a Forlán, quien amartilló la derecha y se la pudrió en el ángulo.

Golazo. Uruguay nomá, y que vayan llevando. Después de eso, el juego se amoldó casi a la perfección a lo que pretendía hacer nuestro equipo: cuidar la pelota, tenerla y progresar muy ordenadamente. Así se fue el primer tiempo. El comienzo de la segunda parte estuvo bárbaro, con gran control de la situación y con un par de ataques consecutivos que casi, casi terminan en gol. ¡Qué bien Uruguay!

Fueron por lo menos 15 minutos de marca de concentración, pero también de claro dominio de las acciones ofensivas. La salida obligada de Fucile por lesión generó cambios en la forma de defender. Entró Álvaro Fernández y Palito pasó prolijo al lateral.

Siempre concentrados, siempre metiditos y tratando de dar la puñalada, que llegó después de una interesantísima combinación ofensiva que terminó en el penal y en la expulsión del arquero Khune -derribó a Suárez cuando iba a convertir-, y Forlán otra vez, a lo Chicharra Ramos -me vas a matar, Forlán-, clavó el segundo y definitivamente hizo asegurar los tres puntos y una victoria, casi 20 años después de la de 21 de junio de 1990 con gol de Fonseca ante Corea, la última en el Mundial de Italia, con Tabárez también como técnico. Siguiendo con el mismo juego y machacando con grandes despliegues físicos fue como llegó el tercero, jugando de costa a costa y llegando a la cabeza de Palito Pereira, que la mandó guardar.

Saber y entender

El triunfo, mis lágrimas, las tuyas y los sueños de casi todos son producto no sólo del partido, ni de la edad de la actuación de los 14 futbolistas que ayer representaron a la selección mayor de Uruguay, sino que son el sedimento de un trabajo pensado y proyectado para eso, para ganar en un Mundial, que, como ya vimos, no es poca cosa. Pero además, y fundamentalmente, para preparar y estimular el trabajo pensado y razonado que permita los mejores desarrollos posibles en el fútbol uruguayo. Esa condición de tratar de estar siempre al máximo y lograr los mejores desarrollos será la que nos asegurará no ya victorias perpetuas, sino algo que parece mucho menos pero que es maravilloso para nuestra condición deportiva y sociodemográfica: poder estar en condiciones de siempre hacer partido o competir casi de igual a igual con el que venga.

Nunca en los últimos 50 años Uruguay había logrado una victoria tan contundente y tan clara en los mundiales. Festejémosla hoy y concentrémonos en el mañana. Yo en vez de casamiento le propondría la gloria, el esfuerzo, la convicción: ¿querés que reguemos la plantita de la esperanza para siempre desde siempre? Y ella, que ya ha dejado el no sé en la papelera del alma, dirá “sí, quiero”. Yo también.

Rómulo Martínez Chenlo, desde Pretoria, Sudáfrica.

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