Fue histórico: a instancias del plantel de Milwaukee Bucks, los jugadores de la NBA que están en Orlando definiendo el campeonato boicotearon los play off y decidieron no salir a jugar en señal de protesta. Una protesta que no era menor: el 23 de agosto fue asesinado Jacob Blake, ciudadano afroamericano. La policía lo acribilló a balazos delante de sus hijos.
Fueron dos días sin básquetbol pero con muchas reuniones. Según la información que corría por los medios de prensa, las propuestas y posibilidades fueron todas, incluida la chance de dejar el torneo inconcluso. Sin embargo, tras la reunión entre los 16 equipos que están en la burbuja de Orlando, se decidió volver a jugar y terminar la temporada.
La llave para destrabar la situación es que la NBA asumirá avanzar con un plan de acción contra el racismo y a favor de la lucha por la igualdad racial. Más claro: los jugadores quieren que los clubes –franquicias– estén más comprometidos en esa lucha.
Parece contradictorio, pero no lo es. Los jugadores tienen claro que su gran caja de resonancia está dentro del torneo. Ahí pueden manifestarse antes, durante y después de los partidos; tienen habilitadas todas las posibilidades para hacer conferencias de prensa para sostener la prédica de la lucha y visibilizar más sus cometidos.