Era tal el silencio que podía oírse el rozamiento del pasto con el agua, del cuero con el cuero; la fuerza de la quietud, la fuerza del movimiento. Era tal el vacío que podían contarse los presentes. Los diálogos tras los duelos fueron como una pareja peleando con la ventana abierta. Una discusión entre vecinos. La puteada entre un tachero y un ciclista. Atrás un motor prendido constantemente. La voz de los relatores, como el corazoncito de la radio de la abuela.
Wanderers y Danubio se enfrentaron en el Parque Alfredo Víctor Viera. Danubio en la costumbre agónica de raspar la tabla. Wanderers, el recreo de la escuela. Cómo en las juveniles le rezaron a César Araujo antes que pateara. La pelota rebotó en una humanidad, pero el grito es coyuntural. El partido terminó cerca de la hora que los bares cierran.
En el primer tiempo apenas una aparición de Ignacio de Arruabarrena que contestó entre acrobacia y recurso a un disparo de Santiago Mederos. Un tiro libre de Leonardo País para los locales quizás haya sido lo más cercano a la valla guardada por Salvador Ichazo. Mauro Méndez fue avisado por el arbitro tras una protesta desmedida. El gesto era el de saborear sangre. Es que así estaban los duelos con Santiago Carrera, como una pelea de perros, o incluso levemente más poético, como un halcón con la molesta tijereta. En la lengua siguió lo mismo.
De los pies de Araujo, como en las juveniles, y de Santiago Martínez, afloró el juego bohemio. La referencia constante de Diego Riolfo, y los delanteros eso, duelos incesantes con espigados zagueros tatuados. Los de la franja de noche sobre un mundo de neón, tuvieron en Matías Fretzler el medidor emocional. En Santiago Paiva el capricho con el arco. Y en Facundo Labandeira el querer. Matías Comachi, el argentino, que parecía un niño enojado en la primera parte, soltó el ceño para el complemento y probó exigiendo al portero local.
Ni cuando Daniel Carreño pensó en el cambio ni cuando Maxi Pérez ingresó, pensaron en un gol la primera vez que el jugador pisó el área en el partido, apenas segundos después de haber abandonado el afuera. Un gol instantáneo como un café de camping. Directo como un chop. Tan sorprendente como un acto de magia con cartas. El hecho cambió el partido.
Danubio no supo claudicar, está en sus genes. Aunque es cierto que hacía unos cuantos años que había perdido la costumbre de peinar la tabla. Matías Comachi, tuvo el empate cerca del final, pero el disparo fue directo a las manos de Ignacio De Arruabarrena que es figura en el equipo del Prado. Los de Daniel Carreño hicieron los deberes, el rival fue de una dureza áspera. La tabla pesa en La Curva. En los descuentos, Diego Hernández se besó la camiseta porque convirtió el segundo gol de la noche.
Detalles
Estadio: Parque Viera
Árbitros: Diego Rivero, Andrés Nievas, Gustavo Márquez.
Wanderers (2): Ignacio De Arruabarrena; Gastón Bueno, Damián Macaluso (63’ Diego Hernández), Paulo Lima; Lucas Couto, Santiago Martínez, Cesar Araujo, Leonardo Pais; Diego Riolfo (63’ Nicolás Quagliatta (90’ Lucas Morales)), Mauro Méndez (85’ Jhonatan Barboza), Hernán Rivero (63’ Maxi Pérez). Entrenador: Daniel Carreño.
Danubio (0): Salvador Ichazo; Santiago Carrera, José Luis Rodríguez, Lucas Monzón, Leandro Sosa; Javier Méndez, Santiago Mederos (84’ Emanuel Mercado), Matías Fritzler; Facundo Labandeira (60’ Facundo Silveira), Santiago Paiva, Martín Comachi. Entrenador: Leo Ramos
Goles: 63’ Maxi Pérez (W), 90’ Diego Hernández (W)