Boquita de Sarandí Grande se coronó en el Martínez Monegal de Canelones como campeón de la Copa Nacional de Clubes B de la Organización del Fútbol del Interior (OFI) tras empatar con Wanderers de Santa Lucía 1-1. Los sarandienses ganaron la final por puntos dado que el pasado sábado habían vencido en la ida 2-0. Empezó ganando Boquita en el primer tiempo con gol de Cristian Piar, y en el segundo tiempo empató para los santalucenses Mariano Rubbo, de penal.
Una final del mundo, todas las finales del mundo.
Sin pretender establecer un tópico filosófico quisiera plantear mi posición acerca de que la importancia que revisten los actos y las situaciones es impuesta y justipreciada por nosotros mismos. Hace unos años me di cuenta de que en Uruguay cada vez que estamos jugando a la pelota estamos participando de una final del mundo. Me di cuenta con un jugador de pueblo, de mi pueblo, en una jornada en que había debutado con la selección y había tenido la gloria máxima de anotar un gol soñado. Cada vez que hay una contienda futbolística con una pelota de por medio, no importa si en una cancha de verdad, si entre un montón de baldosas chuecas a la salida de la escuela, o en un campito al sol de un sábado, jugamos una final del mundo.
Imaginen lo que es entonces para estos muchachos, hombres, de dos pueblos medianamente ignotos para quienes viven a kilómetros de distancia, lo que ha sido esperar, preparar, jugar esta final, donde los participantes entran todos por el portal de los sueños, pero sólo la mitad de ellos, apenas en dos horas, saldrán con la gloria.
Sarandí Grande, como cualquier pago que se precie de tal, vive por sí mismo, tiene vida propia. El pueblo tiene plaza para dominguear, tiene el club, para pasar horas filosofando vidas ajenas, tiene adoquines y tiene siesta.
Y ahora tiene el enorme título del mejor del Uruguay. Tan alto como uno puede subir, como uno puede soñar. Después de esta estrella que es todo, después de alzar esta copa que es “como Jordan flotando sobre las manos del resto”, no hay nada, y sin embargo lo es todo.
Yo te sigo a todas partes
Como en el cuento de Osvaldo Soriano El penal más largo del mundo el pueblo, los pueblos, han acompañado a los equipos durante toda la semana. Mimándolos, adulándolos, olvidando viejos rencores. Es que hasta anoche ninguno de estos clubes o de estos pueblos habían podido llegar a este momento tan único, tan especial, tan propio. Y ahí están, en una final del mundo. Es una final para cada uno de los jugadores de Boquita, que el sábado empezaron ganando 2-0; lo es para sus jóvenes y nuevos hinchas, vecinos del pueblo.
Es la final del Mundial para cada uno de los jugadores de Wanderers de Santa Lucía, de sus añosos hinchas, de sus jóvenes vecinos del pueblo que generación en generación van cargándose del sentimiento albinegro. Quedé imaginando la música de los tapones afinando sobre las baldosas del vestuario, la última peinada, el palmoteo nervioso y solemne, con el hermano del césped, la taquicardia de la emoción, la presión de la responsabilidad, el placer de imaginarla redonda, justa, en el empeine, en la cabeza.
Pensé en esa imagen de indómitos y aldeanos conquistadores de la ilusión, buscando la recompensa en el empedrado camino de la frustración, disfrazados de héroes de pantalón corto, con la camiseta por un rato convertida en los colores del pueblo, las gambas brillantes por el linimento, los cruzados de los sábados a la noche, los exploradores de lo que vendrá; y se me piantó un lagrimón.
Hoy hay que ganar
Empezó divino el partido porque en apenas un par de minutos de juego en el Martínez Monegal Martín Luzardo peleó una pelota que otro la hubiese dado por perdida y se fue insospechadamente al área santalucense. La sacó para el punto penal, donde Javier López intentó de taco y, tras la acción defensiva de los albinegros, el duraznense Mauro Olivera quedó de cara al gol. No fue, porque Rodrigo Olivera hizo una atajada impresionante sacándola al córner.
Unos minutos después nuevamente el duraznense Mauro Olivera ensayó por izquierda una carrera propia de un velocista, llegó hasta la línea de fondo y vio a Luzardo que se aprestaba a convertir cuando un cierre extraordinario de Sebastián Bentancur volvió a salvar a Wanderers. El equipo de Sarandí Grande tenía que enfrentar el partido sin el mejor jugador del campeonato, Walter Chipi Olivera, que se perdió la revancha por acumulación de amarillas.
No tendría que llamar la atención que el visitante se hiciera valer en campo contrario, pero a veces resulta sorprendente cuando resulta un partido distinto al que uno imagina. Boquita jugó en Canelones 20 minutos como para sostener sus aspiraciones de campeonato, y Wanderers se sintió obligado a aguantar.
Después, el bohemio de Santa Lucía se desembarazó de la presión sarandiense y empezó con juego largo y presionante, a empujar a los auriazules a su campo. No obstante ello, Boquita nunca dejó de apelar a la velocidad de Olivera y el pivoteo de Martín Luzardo. Tuvo una Wanderers, pero Mariezcurrena estuvo atento ante Trasante, y después…
Minuto 30, la saca rápido y bien jugada Boquita. Mauro Olivera se apoya en Martín Luzardo; el delantero, que en las últimas madrugadas debe haber pedido otro horario en la fábrica de soda, se plantó y rebotó la pelota hacia la entrada de Cristian Piar, que golpeó la pelota de manera extraña como si fuese un futbolista que conoce los secretos de la arena.
El tiro raro, por el golpeo, por la escasa potencia, parece que será fácilmente controlado por el arquero Rodrigo Olivera, pero a 47 centímetros de sus manos la pelota se eleva, toma velocidad de bólido y estalla contra las redes. Un gol de fútbol playa, pero en la cancha de césped, en la final del Mundial de Cristian Piar, que lo grita como loco, de Martín Luzardo, que habrá soñado este festejo cuando jugaba en el baby cuando Boca no era Boquita, de estos cientos de sarandienses que no paran de saltar en la tribuna.
Sólo iba media hora del primer tiempo, pero ese golpe al mentón de los sueños de campeonato resultó conmovedor. Conmovió las estructuras emocionales del equipo que hace apenas 26 años empezó siendo un equipo de niños que algún día soñaban con jugar al fútbol de 11, participar de la liga y jugar campeonatos, y algún día, hoy, ayer, mañana, jugar una final. Y conmovió a los santalucenses, que no pudieron reaccionar en la primera parte.
Lo que se dice una final
En la segunda parte los de Santa Lucía salieron a vaciarse, a no dejar ni una mínima posibilidad de no intentarlo todo. ¡Y cómo lo hicieron! Ataque tras ataque. Fuerza, velocidad, desborde, y claro que ganas. A los siete minutos, atacando por los flancos, Maximiliano Salazar se fue largo por izquierda y cuando metió el centro, pegó en el brazo abierto de Fabio Ghirardi y el árbitro Marcelo Larrama pitó penal. Mariano Rubbo la apretó fuerte contra el palo, venciendo la estirada y la mano bien metida de Mariezcurrena. Cambió totalmente el partido, que además en las tribunas tonificó el clima de final.
Wanderers tomó cuerpo y buscó, lo hizo de todas las formas, y con presión. Boquita aguantó; sólo por un cuarto de hora quedó hundido en su campo, soportando los embates, pero sin descomponerse, sin perder su línea de juego, y al rato se lo sacó de encima y contragolpeó, y puso la pelota contra el piso, construyendo y madurando el momento más histórico de su vida y del centenario fútbol de Sarandí Grande.
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