Un hilo del Tomás González, por un lado, el liceo del otro, y el puente de la avenida, nos dan la geolocalización del campito de Las Moras, donde tantos niños y niñas habremos corrido detrás de una pelota nueva del 6 de enero, o con una camisetita con un número de pantasote cosido por la abuela en la espalda. Es el verano de 1978 y ahí va el nieto del Chongo Dibarboure detrás de una cinco aros soñada, con la aurinegra, queriendo ser el Nando Morena y ser campeón con Peñarol.
Más de 40 veranos después, Mauricio Larriera Dibarboure levanta, como el Indio Walter Olivera, la copa de Campeón Uruguayo.
¿Cuántas cosas pasaron en la vida de aquel niño, de este hombre, para que ese sueño se cumpliera con tanto esfuerzo, tanto acopio de conocimiento, tanta resistencia y querer?
Hace menos de un año, unos días antes de que empezara en enero de 2021 el Clausura 2020, Pablo Javier Bengoechea y Néstor Gabriel Cedrés, recién retornados a Peñarol y en una tarea distinta a la que ya habían desarrollado en la cancha, de un lado o del otro de la línea, definieron y recomendaron la contratación de Larriera como técnico de los carboneros.
Rozando la mofa, y cargando el descrédito, algunos sectores de distintos ámbitos del mundo del fútbol auguraron rápido infortunio en la gestión del entrenador floridense.
¿Hasta dónde llega la falta de respeto por la carrera de un deportista con idoneidad comprobada, como Pablo Bengoechea, ejemplo de éxito como futbolista y entrenador, para establecer juicios sumarísimos sobre su pensada y estudiada recomendación? ¿Por qué Bengoechea y Cedrés empezarían su labor trayendo a Peñarol a un técnico que no serviría para el desarrollo del club?
¿Y si lo hubieran echado después de un mes?
No hace mucho, no puede hacer mucho, hice el ejercicio contrafáctico de suponer que Mauricio Larriera hubiese dejado de ser el técnico de Peñarol después de haber dirigido ocho partidos, tras el empate en febrero de este año en Melo por el Clausura 2020; o a fines de marzo, cuando terminó el Clausura y Peñarol no entró en la Libertadores, después de apenas tres meses de trabajo; o a principios de abril, cuando terminó empatando su primer partido por la Sudamericana ante los arachanes; o unos partidos después, cuando perdió el clásico del Apertura 2021, en el Parque Central. No encontré respuesta, claro, nadie sabe lo que pudo haber pasado si no pasó, pero lo que es seguro es que nos hubiésemos perdido la oportunidad de reconocer masivamente la capacidad de trabajo, la idoneidad para conformar un colectivo y el soporte para potenciar destaques individuales de Mauricio Larriera en su relación con Peñarol.
Cuando Bengoechea y Cedrés eligieron al entrenador, lo hicieron con el convencimiento de que podría hacer un buen trabajo, si era sostenido por un tiempo razonable.
Quien no ha sentido una vez
en Florida una emoción
quien no ha perdido un amor
con pena en el corazón.
Pronto esa pena se va
y se siente renacer
el corazón de esperanza
con otro nuevo querer.
(De la canción “Florida”).
Aguantando la tacada
Hay un camino, un espíritu y un método de trabajo del entrenador floridense que, como si fuera una línea filosófica heredada de sus grandes antecesores de la Piedra Alta, José Ricardo de León, Mario Patrón y Gerardo Pelusso, se centra en el estudio metódico de cada una de las instancias del entrenamiento, del partido, del campeonato. En la dedicación plena, permanente y casi obsesiva a su labor.
Hay un modelo de trabajo, una composición de ideas realizables y a realizar, un esquema global de propuesta de juego y un ensamble en progresión del colectivo que tácitamente debería cimentar la línea de trabajo de Larriera y su equipo.
Aunque parezca simple, no es fácil soportar los embates dirigidos por intereses o por gustos de sabiondos. Larriera, con tanto esfuerzo, desgaste y capacidad, logró centrarse en su rol y trabajo de conductor técnico y, con su equipo, pudo lidiar con los constructores de opinión pública y sus controles remotos de “sensaciones térmicas”.
Sensato, idóneo, calificado, pensante, concreto, preciso, seguro, ha sido en estos intensos 11 meses Mauricio Larriera, el técnico del Peñarol campeón, y fue él y sus compañeros quienes sostuvieron un modelo de pensamiento, actitud, perseverancia y capacidad que es más importante que alzar la copa o contar el número de campeonatos obtenidos.
Cómo no volver al campito de Las Moras y sentir el perfume de esas emociones construidas con trabajo, compromiso, conocimiento y seriedad.
Como decía, y dice, el Nando: “Salucita, campeón”.